El barrio de Cacharrerías
Tal como hace unas semanas había prometido, en ésta inicio una serie de artículos del «Glosario» relativos a diversas calles de Guadalajara. La petición que un grupo de asiduos lectores, pertenecientes a la Tercera Edad, y deseosos de conocer el origen de los nombres y su significado, de las calles de nuestra ciudad, me ha animado a realizar esta tarea, siempre agradable.
Pero para no romper con la uniformidad de mi ciclo sobre el IX Centenario de la ciudad de Guadalajara, en esta ocasión voy a tratar, a lo largo de varias semanas, de algunas calles o barrios que están íntimamente conexionados con el hecho mismo de la Reconquista o con sus protagonistas o intérpretes.
En esta ocasión inicio la serie recordando a uno de nuestros barrios más típicos, más conocidos y populares, aunque hoy ya muy apartado de la dinámica ciudadana, pues es evidente que las ciudades, como organismos vivos, tienen tendencias, crecimientos y enfermedades. Y ‘a algunos rincones y calles de Guadalajara les ha entrado desde hace tiempo la «depre».
Nos vamos hoy al barrio de cacharrerías. Todos saben dónde está, aunque quizás no todos hayan ido alguna vez a recorrerlo. En la parte baja de la ciudad, yendo desde la Plaza de los Caídos hacia la Estación de la RENFE, y una vez dejadas atrás las ruinas del antiguo alcázar, y por otro la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado, entramos en el Barrio de Cacharrerías. Está formado por la calle principal, que ahora se llama de Madrid, y que se forma de casas de uno o dos pisos, aunque ahora ha comenzado a modificarse con edificaciones más modernas. Paralelas a la calle de Madrid, según se baja a la derecha, corren otras dos callecillas, donde hay talleres y humildes viviendas son las calles de Tirso de Molina y de la Virgen de la Merced. Finalmente, tras pasar el semáforo, encontramos a la derecha el extenso Hospital Provincial Ortiz de Zárate, y a la izquierda el edificio y viviendas del Parque Móvil. La calle continúa recta cuesta abajo hacia el río, en forma de una «trinchera» o depresión artificial que se hizo el siglo pasado. Finalmente, y como único recuerdo, casi arrinconado, del nombre que antiguamente tuvo todo el barrio, la calle de Cacharrerías corre paralela a la cuesta del río, entre ésta y el barranco del Coquín, formada por doble hilera de casas de construcción relativamente moderna.
Este barrio recibió su nombre nada menos que durante la época árabe de Guadalajara. Será por ello, sin duda, uno de los más antiguos de la ciudad. Se formaba con todo el territorio de terreno elevado que mediaba entre el puente y la orilla izquierda del río Henares, y los dos barrancos (el de San Antonio y el de la Merced) que bordean la antigua situación de la ciudad por sus costados de oriente y poniente. A la parte meridional o más alta, limitaba con la muralla de la ciudad, que se situaba donde hoy las ruinas del alcázar y la escuela de Magisterio. Pero parece ser que el barrio de Cacharrerías estaba también murado. Sería realmente la parte de «albacar» que las grandes fortalezas o ciudades amuralladas tienen. Delante del castillo, y como antesala del mismo para realizar ejercicios militares, se situaban estos «albacares», del que Cacharrerías era un ejemplo.
Este lugar se llamó desde la dominación árabe, la Alcallería. Es palabra islámica, que viene de “quIla» (botijo o botija) o de,»qulaliya» (lugar de alfareros). Ello derivaba de la existencia, desde un principio del barrio de numerosos artesanos, que allí se instalaron por encontrar en la arcilla del barranco de la merced una excelente materia prima para la realización de sus productos, tan necesarios y de uso tan común en tiempos antiguos.
Este barrio, como digo, estuvo rodeado de una endeble muralla, de simple tapial durante los siglos VIII al XI. Se accedía a través de la llamada «puerta del Puente» cerca del río. Pero también tenía otra entrada en la llamada «puerta de la Alcallería», puerta de Bramante o Bradamarte, y aun también llamada popularmente y en tiempos muy remotos, puerta del puerco, pues una antigua conseja refería que, por una galería de la misma se había colado un cerdo que luego apareció, vivo, en Alcalá de Henares.
El hecho concreto es que este barrio de la Alcallería se llenó desde un principio de gentes árabes, que le dieron vida y dinamismo a las puertas mismas de la ciudad. Aquí se producían cerámicas y cacharros en gran profusión, y sin duda fue un centro floreciente de esta industria, hasta el punto de que surtía a gran parte de la población árabe desde Toledo hasta Medinaceli. Por algo Wad‑al‑Hayara era la capital de la parte oriental de la Marca Media de Al‑Andalus.
Se han encontrado, en recientes excavaciones por el barrio, muchos restos de cerámica árabe, consistentes en fragmentos bizcochados con pintura negra o rojiza , y otros vidriados de tono miel y verde, por ambas caras, apareciendo incluso algunos fragmentos de «cuerda seca» y atifles o tripodillos de los usados en la fabricación de platos y demás piezas.
Tras la reconquista de la ciudad por los cristianos el año 1085, en Guadalajara quedaron, a vivir numerosas familias árabes. En diversos censos realizados en siglos posteriores, siempre aparecen los moros en un número abundante. Desde el siglo XV al XVII, hubo una media de 80 familias moras, lo que podía equivaler a unos 500 individuos. Estos eran los que en 1610 aún habitaban en Guadalajara, la mayoría en este barrio de Cacharrerías. Así, hay muchos documentos que lo confirman, y vemos cómo en el siglo XV, extiende un documento un tal Abraham Buriozas, moro de la Alcallería, y cómo en el siglo XVI ya avanzado, otro Muliaminad de Daganzo hacía en su taller de la Alcallería diversas tareas de azulejos a la «cuerda seca» para el palacio del Infantado.
A partir del siglo XVI, época del florecimiento de la ciudad, el barrio de la Alcallería siguió siendo muy poblado y próspero, y así vemos que en él no sólo había ya de antiguo una iglesia parroquial, la de San Julián, que ya en el siglo XIX había sido derribada, sino que en esa época los frailes de la Merced pusieron un gran convento, el de San Antolín, en el recinto de su barrio, apoyado concretamente sobre los restos de la antigua muralla que limitaba el barrio sobre el barranco del Alamín, luego llamado de la Merced por esta causa. En ese convento, profesó de fraile mercedario el luego famoso dramaturgo de nuestro Siglo de Oro, Fray Tirso de Molina. Esta es la razón de que dos de las callecillas del barrio lleven los nombres de Virgen de la Merced y Tirso de Molina.
En la Edad Moderna, siguió este barrio muy floreciente. Las Ordenanzas municipales vienen recogiendo, desde el siglo XIV, numerosas prescripciones en orden a regular la producción y venta de la alfarería aquí producida. Un fuerte gremio lo formaban los cacharreros. En el inventario de bienes del caballero Antonio de Mendoza, del siglo XVI, que se conserva en el Archivo Histórico Nacional, se puede leer, entre otros, el siguiente dato: «17 platos grandes blancos de barro de Guadalajara «, «97 escudillas de falda de magatez de Guadalajara”, “22 plateles de magatez de Guadalajara», etc. Y he visto muchos otros documentos del siglo XVI en el Archivo de Protocolos de Guadalajara en que se habla de artesanos, de talleres y de obras en el barrio de la Alcallería de Guadalajara.
A partir del siglo XVI pasó a tomar el nombre castellano que aún hoy conserva. El barrio de Cacharrerías con su pequeña y arrinconada calle de Cacharrerías, es, pues, todavía una muestra y un recuerdo de, la ciudad que posee más de novecientos, años, y quizás más del milenio, de existencia.