El barrio de Cacharrerías

viernes, 19 abril 1985 0 Por Herrera Casado

 

Tal como hace unas semanas había prometido, en ésta inicio una serie de artículos del «Glosario» relativos a diversas calles de Guadalajara. La petición que un grupo de asiduos lectores, pertenecientes a la Tercera Edad, y deseosos de conocer el origen de los nombres y su significado, de las calles de nuestra ciudad, me ha animado a realizar esta tarea, siempre agradable.

Pero para no romper con la uniformidad de mi ciclo sobre el IX Centenario de la ciudad de Guadalajara, en esta ocasión voy a tratar, a lo largo de varias semanas, de algunas calles o barrios que están íntimamente conexionados con el hecho mismo de la Reconquista o con sus protagonistas o intérpretes.

En esta ocasión inicio la serie recordando a uno de nuestros barrios más típicos, más conocidos y populares, aunque hoy ya muy apartado de la dinámica ciudadana, pues es evidente que las ciudades, como organismos vivos, tienen tendencias, crecimientos y enfermedades. Y ‘a algunos rincones y calles de Guadalajara les ha entrado desde hace tiempo la «depre».

Nos vamos hoy al barrio de cacharrerías. Todos saben dónde está, aunque quizás no todos hayan ido alguna vez a recorrerlo. En la parte baja de la ciudad, yendo desde la Plaza de los Caídos hacia la Estación de la RENFE, y una vez dejadas atrás las ruinas del antiguo alcázar, y por otro la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado, entramos en el Barrio de Cacharrerías. Está formado por la calle principal, que ahora se llama de Madrid, y que se forma de casas de uno o dos pisos, aunque ahora ha comenzado a modificarse con edificaciones más modernas. Paralelas a la calle de Madrid, según se baja a la derecha, corren otras dos callecillas, donde hay talleres y humildes viviendas son las calles de Tirso de Molina y de la Virgen de la Merced. Finalmente, tras pasar el semáforo, encontramos a la derecha el extenso Hospital Provincial Ortiz de Zárate, y a la izquierda el edificio y viviendas del Parque Móvil. La calle continúa recta cuesta abajo hacia el río, en forma de una «trinchera» o depresión artificial que se hizo el siglo pasado. Finalmente, y como único recuerdo, casi arrinconado, del nombre que antiguamente tuvo todo el barrio, la calle de Cacharrerías corre paralela a la cuesta del río, entre ésta y el barranco del Coquín, formada por doble hilera de casas de construcción relativamente moderna.

Este barrio recibió su nombre nada menos que durante la época árabe de Guadalajara. Será por ello, sin duda, uno de los más an­tiguos de la ciudad. Se formaba con todo el territorio de terreno elevado que mediaba entre el puente y la orilla izquierda del río Henares, y los dos barrancos (el de San Antonio y el de la Merced) que bordean la antigua situación de la ciudad por sus costados de oriente y poniente. A la parte me­ridional o más alta, limitaba con la muralla de la ciudad, que se situaba donde hoy las ruinas del alcá­zar y la escuela de Magisterio. Pero parece ser que el barrio de Ca­charrerías estaba también murado. Sería realmente la parte de «albacar» que las grandes fortalezas o ciudades amuralladas tienen. Delante del castillo, y como antesala del mismo para realizar ejercicios militares, se situaban estos «albacares», del que Cacharrerías era un ejemplo.

Este lugar se llamó desde la do­minación árabe, la Alcallería. Es palabra islámica, que viene de “quIla» (botijo o botija) o de,»qu­laliya» (lugar de alfareros). Ello de­rivaba de la existencia, desde un principio del barrio de numerosos artesanos, que allí se instalaron por encontrar en la arcilla del ba­rranco de la merced una excelente materia prima para la realización de sus productos, tan necesarios y de uso tan común en tiempos an­tiguos.

Este barrio, como digo, estuvo rodeado de  una endeble muralla, de simple tapial durante los siglos VIII al XI. Se accedía a través de la llamada «puerta del Puente» cerca del río. Pero también tenía otra entrada en la llamada «puerta de la Alcallería», puerta de Bra­mante o Bradamarte, y aun tam­bién llamada popularmente y en tiempos muy remotos, puerta del puerco, pues una antigua conseja refería que, por una galería de la misma se había colado un cerdo que luego apareció, vivo, en Alcalá de Henares.

El hecho concreto es que este barrio de la Alcallería se llenó des­de un principio de gentes árabes, que le dieron vida y dinamismo a las puertas mismas de la ciudad. Aquí se producían cerámicas y ca­charros en gran profusión, y sin duda fue un centro floreciente de esta industria, hasta el punto de que surtía a gran parte de la pobla­ción árabe desde Toledo hasta Me­dinaceli. Por algo Wad‑al‑Hayara era la capital de la parte oriental de la Marca Media de Al‑Andalus.

Se han encontrado, en recientes excavaciones por el barrio, muchos restos de cerámica árabe, consis­tentes en fragmentos bizcochados con pintura negra o rojiza , y otros vidriados de tono miel y verde, por ambas caras, apareciendo in­cluso algunos fragmentos de «cuer­da seca» y atifles o tripodillos de los usados en la fabricación de pla­tos y demás piezas.

Tras la reconquista de la ciudad por los cristianos el año 1085, en Guadalajara quedaron, a vivir numerosas familias árabes. En diver­sos censos realizados en siglos pos­teriores, siempre aparecen los mo­ros en un número abundante. Des­de el siglo XV al XVII, hubo una media de 80 familias moras, lo que podía equivaler a unos 500 indivi­duos. Estos eran los que en 1610 aún habitaban en Guadalajara, la mayoría en este barrio de Cacha­rrerías. Así, hay muchos documen­tos que lo confirman, y vemos có­mo en el siglo XV, extiende un do­cumento un tal Abraham Buriozas, moro de la Alcallería, y cómo en el siglo XVI ya avanzado, otro Muliaminad de Daganzo hacía en su taller de la Alcallería diversas tareas de azulejos a la «cuerda se­ca» para el palacio del Infantado.

A partir del siglo XVI, época del florecimiento de la ciudad, el ba­rrio de la Alcallería siguió siendo muy poblado y próspero, y así ve­mos que en él no sólo había ya de antiguo una iglesia parroquial, la de San Julián, que ya en el siglo XIX había sido derribada, sino que en esa época los frailes de la Mer­ced pusieron un gran convento, el de San Antolín, en el recinto de su barrio, apoyado concretamente so­bre los restos de la antigua mura­lla que limitaba el barrio sobre el barranco del Alamín, luego llama­do de la Merced por esta causa. En ese convento, profesó de fraile mercedario el luego famoso drama­turgo de nuestro Siglo de Oro, Fray Tirso de Molina. Esta es la razón de que dos de las callecillas del barrio lleven los nombres de Virgen de la Merced y Tirso de Molina.

En la Edad Moderna, siguió este barrio muy floreciente. Las Orde­nanzas municipales vienen recogiendo, desde el siglo XIV, nume­rosas prescripciones en orden a re­gular la producción y venta de la alfarería aquí producida. Un fuerte gremio lo formaban los cacharre­ros. En el inventario de bienes del caballero Antonio de Mendoza, del siglo XVI, que se conserva en el Archivo Histórico Nacional, se puede leer, entre otros, el siguien­te dato: «17 platos grandes blan­cos de barro de Guadalajara «, «97 escudillas de falda de magatez de Guadalajara”, “22 plateles de ma­gatez de Guadalajara», etc. Y he visto muchos otros documentos del siglo XVI en el Archivo de Protocolos de Guadalajara en que se habla de artesanos, de talleres y de obras en el barrio de la Alcalle­ría de Guadalajara.

A partir del siglo XVI pasó a tomar el nombre castellano que aún hoy conserva. El barrio de Ca­charrerías con su pequeña y arrin­conada calle de Cacharrerías, es, pues, todavía una muestra y un re­cuerdo de, la ciudad que posee más de novecientos, años, y quizás más del milenio, de existencia.