Nueve siglos de Horche
En este año de 1985, en que se conmemora el noveno centenario de la Reconquista de la ciudad de Guadalajara a los árabes, también señalan las antiguas crónicas, las leyendas de Maricastaña, y las tradiciones populares, los hechos de la reconquista de algunos pueblos de nuestra provincia, que fueron al mismo tiempo integrados en el reino castellano por el monarca Alfonso VI.
Uno de estos lugares es Horche, cercano a nuestra capital, asentado sobre la llanura de la primera Alcarria, pero en caída por el cuestarrón que se despliega hacia el valle del río Ungría, en apariencia espectacular e inolvidable, uno de los pueblos más bonitos y simpáticos de la Alcarria. Pues también, como digo, a Horche conquistaron los castellanos el año de 1085, y ahora se aprestan los horchanos de hoy a celebrarlo como se merece. Concretamente el pasado viernes, día 11, en acto celebrado en el salón del Ayuntamiento de Horche, y con el patrocinio y apoyo de la Diputación Provincial de Guadalajara, tuvo lugar un primer encuentro en el que se puso de relieve el hecho recordado, sus particularidades históricas y legendarias, y su significado para el mundo de hoy.
En tomo a la reconquista de Horche ha corrido, desde tiempo inmemorial, una bonita leyenda. Vamos a recordarla. Se decía que cuando las tropas del rey castellano Alfonso VI avanzaban hacia Toledo, llevaban como misión ir conquistando uno a uno todos los pueblos que encontraran en su camino. Y así, llegaron los ejércitos hasta, Horche. No se sabe si fue fácil o difícil su conquista. El hecho es que, una vez realizada, la noche del 23 de junio de 1085, las tropas castellanas al mando de Alvar Fáñez de Minaya, teniente y primo del Cid Campeador, pusieron su campamento y pasaron las horas de su descanso y espera en un lugar llamado la nava de Alvar Añez, desde la que, al día siguiente, partieron hacia Guadalajara, ciudad en la que entraron vencedores la noche de San Juan de hace ahora nueve siglos.
Pero aquella jornada del 23 de junio de 1085 no pasó ociosa para el conquistador y sus gentes. Allá en la altura de Horche se repartieron el terreno, y así pusieron los nombres de los conquistadores y primeros pobladores a varios pagos del término. Los nombres, todavía vivos, de Valdoro, Valdoncela, la Nava de Sancho Soto, la Nava de Martín Rey, la Fuentetello, etc., los recuerdan.
Siguiendo con las tradiciones, con los dichos entrañables que han ido corriendo, al amor de la lumbre, de abuelos a nietos, recordaremos también cómo surgió el nombre del pueblo, para el que se ha querido encontrar el origen más remoto y la etimología más complicada posible. El padre fray Juan de Talamanco, religioso mercedario natural de Horche y escritor de una magnífica Historia de la villa, allá por el siglo XVIII, opinaba que era cierta la tradición que corría entre sus gentes de ser de origen caldeo el nombre de su pueblo. Y. lo explicaba así: hubo en Guadalajara un jefe árabe, llamado Sidi Abderemen, también conocido por Bramante, que puso en la solana del monte donde hoy asienta la villa horchana un palacete o alquería para su descanso, y allí le gustaba acudir con frecuencia porque el paisaje le recordaba el de su tierra natal, la remota Caldea asiática. Y al lugar puso el nombre de su ciudad de origen, Ur, que luego derivaría en Horche. Esta fábula la contrarresta el historiador Juan Catalina García, buscándole un origen más normal, latino a ser posible, al raro nombre.
Y lo encuentra fácilmente: dice el cronista alcarreño que Horche es palabra derivada del latín «horti» u “hortuli» que significaría «huertecillos» y que estaría puesto pensando en los que los primeros pobladores pondrían sobre la costanilla. Otra aportación, antigua también, pero mucho más cercana a la realidad, es la del escritor horchano Miguel. Pérez, quien en su «Teatro del Mundo» refiere como leyenda lo que se aproximaría a la realidad: los pastores vascos que llegaron a repoblar esta parte de la nueva Castilla, al llegar al valle del río Ungría y pasar junto a los dos mínimos pueblecillos llamados la Magdalena y Valverde, cuyos restos ruinosos aún se ven en la vega, pensaron dónde poner ellos mismos su vivienda, fundar un nuevo pueblo y alentar un lugar futuro de convivencia. Y señalando a la altura, decían «orchei, orchel» que en vascuence significa «allá arriba», y así lo hicieron. Y así lo llamaron. Esta es, indudablemente, y aunque originada también en forma de leyenda, la más cercana razón el nombre actual de esta villa alcarreña. Porque Horche en vasco, «or‑etxea”, significa «la casa de arriba” y con ese sentido, y ese origen, permaneció hasta hoy, y posiblemente desde los remotos días medievales de la repoblación, su nombre.
Pero entre este oleaje de tradiciones e historia en tomo a la simpática villa horchana, nos surge un tercer tema que no queremos dejar pasar sin comentario, y es el correspondiente al escudo heráldico del pueblo.
En el acto conmemorativo de la semana pasada, y como una auténtica sorpresa y homenaje que la Diputación Provincial quería rendir a la villa de Horche, el presidente de la Corporación Provincial, señor Tomey Gómez, hizo entrega al alcalde horchano de un gran cuadro con la representación fidedigna del auténtico escudo heráldico de la villa. Escudo que ya se conocía por tradición, pero que así quedaba definitivamente consagrado como emblema oficial y digno de Horche. En él se junta también parte de la historia y la leyenda del pueblo. Se ve, en un escudo cortado en dos mitades, sobre la de arriba aparecer un castillo de plata, con tres fuertes torres, escoltado de dos olivos verdes fileteados de plata, todo ello sobre fondo azul. Representa al antiguo castillo de Mairena, que según dicen los antiguos, se alzaba en lo más alto del pueblo, justo donde hoy aparece la ermita de San Sebastián. Es lógico que allí hubiera castillo o, por lo menos, torreón defensivo y vigilante del paso del valle. En la elaboración del escudo de la villa, que se hizo en el siglo XVIII, y que ya el padre Talamanco explica aunque con gran lujo de leyenda incluida, jugó este castillo un papel fundamental, señero: la compañía de los olivos era lógica, pues en siglos antiguos, el cultivo olivarero, era junto al viñedo y el cereal la fuente principal de vida del pueblo. Sigue luego, en el cuarte inferior, otro emblema consistente en dos manos estrechándose, en señal de amistad, y puestas en su color, vestidas de rojo, sobre un campo de plata. Por timbre lleva el escudo una corona real, correspondiente al régimen monárquico actualmente vigente.
Son estos datos, vuelvo a repetir que mezclando sus pasos entre la historia y la leyenda, las que dan cuerpo en este año a la conmemoración del noveno centenario de la reconquista de Horche que, como adelantada que es esta villa en tantas otras cosas, ha sabido ponerse a la cabeza dé las celebraciones que en el resto de la Alcarria han de tener lugar. De esta manera, y al exaltar y mejor conocer su pasado, los pueblos adquieren conciencia de su historia, de sus auténticas raíces, y consiguen ser, de este modo, más auténticos, más dignos, más queridos de todos.