Centenario de la villa de Sienes
Hace tan sólo unos días, concretamente el pasado 17 de diciembre se ha cumplido el cuarto centenario de la firma del Rey Felipe II concediendo a Sienes el privilegio de ser Villa con jurisdicción propia. El hecho ha tenido una repercusión muy señalada en el pueblo, por iniciativa de algunos jóvenes entusiastas por conocer el pasado de su tierra y las raíces auténticas de su pueblo. Con ese motivo se hicieron una serie de actos culturales, entre los que destacó una velada histórico ‑literaria en el salón del Ayuntamiento, y en la que el cronista local, Alfonso Ángel Cuadrón, leyó una larga composición poética alusiva al día en que hace cuatrocientos años, las justicias del Rey dieron posesión a los vecinos de sus prerrogativas de libertad y jurisdicción propia.
No está de más recordar también aquí algunas fechas y datos en torno a este acontecimiento, que ha pasado por el pálido panorama cultural de la provincia con cierta fuerza y viveza propias. Y así, para comprender mejor la evolución del pueblecito de Sienes, que se esconde entre las estribaciones más altas de las sierras ibéricas ya en contacto con la meseta soriana, es preciso recordar como fue en 1121 que se creó el Obispado de Sigüenza, cuando, aún la comarca se encontraba sometida a la influencia y dominio político de los árabes. El obispo‑guerrero, don Bernardo de Agen, en 1124, conquistó la ciudad, por entonces semiabandonada y muy pequeña, y en ella comenzó de inmediato a construir una gran catedral para sede espiritual de la diócesis, y un alto alcázar para servir de residencia a él y sus sucesores.
Pronto comenzó la expansión territorial y señorial de los obispos seguntinos. Se creó en principio un pequeño territorio que con los siglos se aumentó, llegando a concretarse en lo que se ha llamado la Episcopalía u Obispalía de Sigüenza, que quedó en la Edad Media enclaustrada entre los amplios Comunes de Atienza y Medinaceli.
El Obispo Bernardo recibió de Alfonso VII el Señorío de Santiuste y su castillo de la Riba, en la orilla derecha del río Salado, en julio de 1129. Pronto inició las tareas de repoblación del territorio, surgiendo así las aldeas o lugares de Querencia, Tobes y Sienes, más Valdelcubo y los hoy ya despoblados de Torrecuadrada y Las Aldehuelas.
Posteriormente la Obispalía creció a base de recibir la donación, por parte de Alfonso VII de Castilla, del señorío de la ciudad baja de Sigüenza, la eminentemente eclesiástica, otorgado en 1138, y luego el de la ciudad alta y el castillo, en 1146. Poco antes, en 1143, recibieron los obispos el señorío sobre Aragosa, en las angosturas del río Dulce.
De este modo, se estableció un territorio, inicialmente muy pequeño, pero que serviría de base para un paulatino engrandecimiento territorial y temporal de la Mitra seguntina. Así, y solo citando nombres y fechas, vemos como en 1154 Alfonso VII todavía otorga a los obispos seguntinos el señorío de las aldeas de Saviñán, tanto la Torré como la Fuente, así como Torremocha del Campo, recién repoblada, y Pelegrina, donde ellos luego pondrían un magnífico castillo que les serviría de residencia veraniega. En 1180 se incorporan a la Obispalía los lugares de Séñigo y Moratilla de Henares, estos por compra a una hermana del obispo don Bernardo. En 1197, adquiere el prelado la aldea de Cabanillas al Concejo de Atienza, y en 1207, la Cabrera es comprada al Común de Medinaceli, del que hasta entonces había dependido. Por esos años, de comienzos del siglo XIII, el territorio de los Obispos se amplía con nuevos señoríos: los de Ures, Pozancos, Riosalido, Valdealmendras, la Torredevaldealmendras y Villacorza, todas ellas en sus mínimos enclaves del valle, más La Barbolla, en el Salado, y los hoy despoblados de Joara, Bretes y Romanones.
Pero en todo caso es interesante insistir en que fue el valle del Salado, en su parte alta, y los vallecicos suaves que a él desaguan por su orilla izquierda, provenientes de la serrezuela que culmina las alturas de este territorio ibérico, lo que primero entró en la posesión de los obispos seguntinos. En esta zona se fraguó su posterior poderío. Y claro es, el pueblo de Sienes pertenecía a esta entidad desde los comienzos del siglo XII.
Durante cuatro siglos continuó en las mismas circunstancias. Sabemos que los, aproximadamente treinta vecinos que lo poblaban en los finales años del siglo XVI, pagaban regularmente sus impuestos al señor del lugar, al Obispo de turno. Y eran éstos los impuestos que debían satisfacerle: las penas de cámara legales y arbitrarias y de sangre; el derecho a mostrencos y cuartillejos, los derechos de vino, humazgo y los pechos de agua y leña. Además pagaban 21 maravedises al año cada vecino al alcaide de la fortaleza de la Riba de Santiuste, que la tenía por su señor el Obispo, siendo solamente la mitad lo, que debían satisfacer las viudas. Los casados añadían el pago de un par de huevos al año en especie, y las viudas y un solo huevo. Y el Concejo en pleno entregaba también en pago de impuestos dos gallinas al Obispo, Además, cada dueño de una yunta debería abonar al año, 46 maravedises en ese concepto. Era éste el más penoso gravamen. Los hidalgos y los clérigos estaban exentos de pagar impuestos.
Todo ello le suponía al Obispo, en 1580, un total de 1977 maravedises anuales, lo cual era, en aquella época, una cifra ridícula, por lo escasa.
Pero en esos años se suceden rápidamente los hechos que supondrían la salida de Sienes, y de otros pueblos, de la tutela señorial seguntina. El Papa Gregorio, XIII otorga a, Felipe II un Breve por el que le autoriza a desmembrar, apartar y vender las villas que quiera, pertenecientes a la Iglesia, sin más explicaciones que dar a nadie. El Rey Felipe, necesitado de dinero para sus campañas europeas y trasmarinas, no dudó en aprovechar esta prerrogativa, utilizándola por todo el territorio español. Solo debía pagar a los legítimos dueños el importe de las rentas que ellos obtuvieran, cada año. Así, al desmembrar Sienes de la Mitra seguntina, el Rey se limitó a dar al Obispo un juro perpetuo por la cantidad de 1977 maravedises, puesto sobre las alcabalas reales de la ciudad de Sigüenza. Lo que sacaba en unos impuestos lo entregaba por otro lado. O sea, que no le costó apenas nada.
A cambio, el Rey puso precio al pueblo. Según la tasación que sus secretarios de hacienda hicieron, con carácter general, para todo el país, a Sienes le tocaba pagar al Rey, solo por, una vez, la cantidad de un millón ciento setenta y ocho mil maravedises. Esta fue la impresionante cantidad que aquellos escasos aldeanos hubieron de reunir, y empeñarse hasta las orejas, para pagar al Rey y así obtener el título de Villazgo, poder elegir entre ellos sus autoridades locales, y reconocer solo la autoridad del Rey por encima directamente de ellos. En otros lugares, al no poder reunir cifras, los aldeanos cambiaron simplemente de dueños, pasando a los señoríos particulares de aristócratas o, incluso, de banqueros italianos y alemanes, como ocurrió en algunos pueblos de la Alcarria.
En el Ayuntamiento de Sienes se conserva, magníficamente, escrito sobre manuscrito del siglo XVI, el documento o prerrogativa de Villazgo, documento de unas 120 páginas de gran tamaño que es sumamente curioso para conocer en detalle el mecanismo de esta declaración y obtención de Villazgo por parte de los pueblos. Merecería, sin duda, un cuidadoso estudio, pero solo refiero algunos detalles breves del mismo, que servirán para concluir este breve repaso y recuerdo a estas efemérides de nuestro pequeño Sienes.
Acudió un corregidor real, en calidad de juez entregador, desde Madrid. Tres días duró el viajé desde la, Corte hasta Sienes. Allí se entretuvo casi un mes en realizar todas las ceremonias rituales y administrativas que competían al caso. Arribó el 16 de enero de 1582, y al día siguiente don Pedro De Liñán, que así se llamaba el juez, reunió a todos los vecinos de Sienes, «a campana tañida e concejo abierto» según lo tenían por costumbre, en casa del vecino Juan de la Torre, pues edificio concejil no lo tenían. Liñán les enseñó la cédula y provisión real, y ellos «la besaron e pusieron sobre su cabeza y dixeron que estaban prestos de cumplir lo que su Magestad por ella manda». Hizo los nombramientos de las jerarquías concejiles. Así, y sería muy prolijo enumerarlos a todos, nombró alguacil mayor de Sienes a Francisco de Burgos, especificando, su cometido para el futuro: «rondará de noche y seguirá y prenderá los ladrones, y amancebados, y jugadores y tablaxeros y los demás que delinquieren. Luego nombra a: todos los “oficiales” del Concejo, que eran estos: regidos, diputados, procurador general, almotacen, fiel, y guarda del campo. También se visitan las tiendas, posada y demás servicios que son examinados detenidamente por Liñán, levantando, acta de todo. Finalmente, se realiza el recorrido por los confines del término municipal, colocando los mojones. El corregidor madrileño, en cada esquina del término, montado sobre un caballo como iba, cogía unas cuantas piedras y las esparcía por el aire, en señal de posesión. Se colocó la horca lejos del pueblo, en el camino de Tobes, y la picota, símbolo de Villazgo, se levantó, muy bien tallada, en la plaza del pueblo (por cierto, que hace tan sólo unos 10 años fue derribada.’y destrozada por los propios vecinos, con intenciones de dejar más espacio libre a los coches. Su deseo, es verla de nuevo lucir en la plaza, y a este respecto, la Excma. Diputación Provincial de Guadalajara se ha ofrecido a colaborar para recuperar este importante monumento local).
La historia de uno de nuestros más pequeños, lejanos y entrañables pueblos serranos reverdece así, con motivo de este centenario en nuestra memoria. Es una historia sencilla, pero muy significativa de la evolución de los tiempos. Y precisamente este hecho, el de recordarlo de forma solemne, con los medios de nuestros tiempos ofrecen, es una prueba más de la vitalidad y de la importancia que las raíces históricas de nuestros pueblecillos adquiere entre sus gentes. Ojalá actos como este, rememoraciones como la del cuarto centenario de la villa de Sienes se produzcan en muchos lugares de nuestra provincia. Sería una señal inequívoca de que la cultura no es solamente una palabra metida en relleno en los discursos políticos, en las estrategias sociales. Nuestra enhorabuena más entrañable para Sienes y sus gentes todas.