El convento de San Francisco en Molina
El pasado fin de semana, los días 1 y 2 de septiembre, han tenido lugar en la ciudad de Molina de Aragón las celebraciones del Día de la Provincia, que han recibido un impulso renovado y de extraordinarias dimensiones culturales y sociales, de reinstaurarse después de un período de 8 años en que dicha celebración no había tenido lugar. La Excelentísima Diputación Provincial de Guadalajara, en un alarde de ofrecimiento de actos a los pueblos de nuestra tierra, y con un fondo de organización perfecta, ha estrenado para esta ocasión un nuevo centro cultural recuperado para la provincia: el antiguo templo del Convento de San Francisco de Molina, más conocido, popularmente, por «el Giraldo». Se trata de una obra importante de arquitectura, en la que los diversos siglos y estilos artísticos fueron dejando múltiples huellas, y aunque el aspecto exterior y total da una apariencia de obra barroca, en el interior aparecen conjuntados los modos de hacer gótico, renacimiento y barroco, con amalgama continua de escudos nobiliarios, imágenes talladas en piedra, y espacios abovedados que le confieren un equilibrio dignísimo.
En este lugar, Molina de Aragón recupera una obra de arte que nació de una antiquísima institución histórica, cual fue el convento de la Orden franciscana, y al mismo tiempo gana un nuevo lugar en el que la cultura ha de ser protagonista. Este centro cultural, que acaba de nacer para la ciudad del Gallo y para Guadalajara entera, bien merece que hoy le dediquemos nuestro recuerdo, y hacer por las páginas de su historia y los pálidos muros de su arquitectura un somero repaso.
De su historia podemos decir que fue hacia 1280‑84 que se fundó este monasterio. Y que lo hizo la señora y condesa de Molina doña Blanca, hija de don Alonso y doña Mafalda Manrique de Lara. Ya en el testamento de 1293, esta señora pide ser enterrada en el altar de Santa Isabel, en el monasterio que ella había construido en Molina. En este su testamento, doña Blanca dejó ciertas donaciones con destino a este su monasterio: manda a los franciscanos que, con su cuerpo, recojan 4.000 maravedíes anuales, a sacar del pecho que pagan los judíos de Molina, el día de San Miguel de cada año, para que de ellos vistan y coman los frailes claustrales para quienes hizo la fundación, volviendo a repetir en esta ocasión, que si no lo ocupasen «frailes de clausura» que pase automáticamente a los clérigos del Cabildo de Molina. Esto daría en el futuro muchos problemas en la ciudad por competencias y afanes de posesión sobre este edificio e institución.
Al morir doña Blanca, el rey Sancho de Castilla colaboró en la construcción y mantenimiento de este convento. En el siglo XIV fue la reina doña Catalina, mujer de Enrique III, quien les dio nuevas subvenciones sobre la moneda blanca y la martiniega de la ciudad. La construcción del templo y edificio se fue completando poco a poco, y de él llegó a poder decir el cronista molinés Elgueta que «llegó a ser tan rico, que los religiosos vivían como caballeros, y el guardián del convento se trataba como un Obispo, y tenía caballos y perros de caza alcones para su regalo». Otras familias molinesas, además de los Reyes, hicieron entregas generosas al convento: los Malo, Garcés, condes e Priego, los Ruiz de Molina y Ruiz de Marcilla fundaron sendas capillas en la iglesia.
A comienzos del siglo XVI, la tranquila vida molinesa y franciscana se vio turbada cuando la reforma de fray Francisco Ximénez de Cisneros vino a extirpar muchas lacras que afeaban lo que debía ser muestra y limpio ejemplo del hacer religioso. Se puso en marcha la abolición de la regla claustral, y el intento de poner en él la reforma de la Observancia, como se estaba haciendo en toda Castilla. El guardián de los franciscanos «a la vieja usanza» de Molina, fray Gonzalo de Tarancón, se opuso abiertamente al pretendido cambio, y se redujo en el convento de forma tal que parecía desde fuera estar sometido a un asedio guerrero. Por las buenas no hubo forma de hacer doblegar su empeño y, llevando el asunto a la propia Corte, el Emperador Carlos V, en 1525, extendió una Provisión Real, en la que mandaba a su alguacil de Casa y Corte, Cristóbal Cacho, que con la «ayuda de Regidores, Oficiales, Justicias, Caballeros, Escuderos e hombres buenos de la Villa» sacaran del edificio a los frailes claustrales y pusiera a los de la Observancia regular en posesión del mismo
Tras este problema, ya resuelto «por las bravas», vino otro: el Cabildo de clérigos de Molina intentó quedarse con la institución, aduciendo que ya habían desaparecido los monjes claustrales de ella. En 1527 solucionó el licenciado Inestrosa el problema un tanto «a la salomónica»: dividió en tres partes los bienes en litigio, y dio una al Cabildo de clérigos molineses, otra a los frailes y otra a los patronos particulares. Ello trajo disensiones, a veces transformadas en auténticos altercados públicos, entre los clérigos del cabildo y los frailes franciscanos.
El destrozo de los franceses terminó con la vida de este convento, que desde 1812 permaneció abandonado, y a partir de la Desamortización de Mendizábal en 1835 quedó a disposición del Estado, que colocó entre sus muros el Hospital de Santo Domingo, y a su cuidado a las religiosas de Santa Ana. Hoy sigue esta comunidad cuidando el Internado de Ancianos del Señorío, donde se da acojo a muchos venerables viejecillos de la tierra molinesa que allí pasan sus últimos años cuidados por las religiosas.
El edificio de la iglesia, propiedad del Ayuntamiento de Molina de Aragón, es el que ha sido ahora restaurado perfectamente y puesto al servicio de la comunidad. En principio fue un edificio de puras líneas góticas, que a lo largo de los siglos sufrió reformas, algunas tan sustanciales, que supusieron su renovación total en el siglo XVIII. El gran coro que tenía a los pies, ha sido eliminado en la actual reforma restauradora para dar mayor amplitud y grandiosidad a la nave única. Esta es de altos muros blancos, con pilastras de tipo barroco en sus capiteles adosados, rematando en bóveda encañonada. El crucero, amplísimo, Se culmina por gran cúpula hemisférica con linterna, y a los lados de la nave y en los extremos del crucero se abren varias capillas, de las que destacan las de los Lara, de tradición gótica, y las de los Malo y los Ruiz de Marcilla, en hermoso resplandor renacentista. La portada abre al norte, mostrando un ingreso, del siglo XVIII muy sencillo y elegante, y sobre el extremo levante se yergue la torre, llamada «del Giraldo» por tener como remate una gran veleta metálica que muestra una figura con grandes alas. Esta torre está dentro del estilo del círculo del arquitecto Fando, que construyó similares torres en las iglesias de Arbeteta y Terzaga. A un costado de los pies del templo, se abre la capilla de la Venerable Orden Tercera con portada barroca y ábside semicircular.
El acondicionamiento que se ha hecho, poniendo este magno edificio, casi catedralicio, al servicio de la cultura molinesa, ha consistido en la limpieza, añadido de elementos perdidos, y acoplamiento de luces y sonido, así como el mobiliario necesario, que lo convierte en uno de los salones de actos más espectaculares y bellos que posee la provincia de Guadalajara. Rematando el conjunto, y llenando por completo la pared del fondo del presbiterio, se ha puesto, en interminable pergamino, un buen fragmento del Fuero molinés, aderezado con figuras de los monumentos de Molina y su escudo. Es preciso reconocer que con este mural podía haberse hecho algo mejor, más acorde con los tiempos en que estamos, y con más imaginación o creatividad artística de lo que se ha hecho. Pero de todos modos, es una forma digna de completar el entorno, que, repito, vine a ser un nuevo lugar de encuentro con la cultura, la tradición y el espíritu de nuestra tierra, y más concretamente de la tierra molinesa.