Una Guadalajara nueva y cierta
Tras varios años de interrupción, y ahora con nuevos brillos y dimensiones, nos vuelve el «Día de la Provincia», que es algo que había calado ya en los calendarios festivos de nuestras gentes, y que parece ser va a retornar por sus fueros, con un entusiasmo nuevo que le haría ser aún más popular y útil.
Ante este nuevo «Día de la Provincia», que ha de celebrarse estos dos próximos sábado y domingo, 1 y 2 de septiembre respectivamente, en la ciudad de Molina de Aragón, conviene hacer algunas reflexiones que traten de presentarnos con mayor claridad su significado, su utilidad, la importancia que tiene el hecho de que, al menos una vez al año, seamos todos congregados en torno a esta cita que hace nuestra Diputación Provincial. En una sociedad como la española actual, cuajada de mal entendidas autonomías y encastillamientos, el hecho de que una provincia como la nuestra, pequeña pero viva, trate de reencontrarse, de inquirir sobre su ser y su sentido, es algo que debe ponernos a todos en marcha, y con ganas de colaborar en esta tarea noble, y pienso que útil. Al menos que sea la presencia, la participación de todos, la que dé un inicial sentido a la jornada.
Porque ese otro camino de simbolismos que trata de recorrer el hecho, nace precisamente de las interpretaciones que queramos darle. Cuando, de una forma sencilla, y sin pretensiones, alguien se plantea un momento la pregunta de «¿qué es Guadalajara?» surgen algunos inconvenientes que sería interesante tratar de resolver. En principio, ya es todo un éxito que unos, o muchos, se planteen tal interrogación. Señal de que la prisa y las querellas descansan por un momento, y una causa sencilla, pero hermosa, nos congrega y nos reposa.
Es de general aceptación que la división de España en provincias que el año 1833 hizo Javier de Burgos, siendo ministro de Fomento, fue artificial y casi de carácter provisional, aunque la misma se ha consagrado ya después de siglo y medio de andadura. De esa provisionalidad e imperfección han nacido ahora las autonomías que configuran el nuevo Estado, que no han sido estructuradas previamente, con la opinión de todos, como hubiera sido lógico. Pero de aquella división surgieron tierras provinciales que, partiendo comarcas naturales en varios trozos, rompiendo territorios históricos en otros cuantos, hubieran prometido un porvenir inestable y artificial. Durante mucho tiempo, Guadalajara ha sido eso, un cúmulo de tierras, de pueblos, de referencias conjuntadas a las que faltaba el cemento de unión para hacer un edificio único.
Se invocaba Guadalajara y aparecían en torrentes los ríos, los paisajes, los pueblecillos serranos o escondidos en los valles de la Alcarria. Se decía lentamente Guadalajara, y acudía el tropel de los Mendozas, del arcipreste con los poetas de la Atenas alcarreña, los palacios ducales de la capital y Cogolludo, el Renacimiento plateresco de cruces y portadas. Se pronunciaba el nombre de nuestra provincia, y llegaban los mieleros, los arrieros, la economía de autoabastecimiento: pastores, hortelanos, viñedos, algunos alfares… pero no existía la cohesión, la cifra exacta, el nombre único.
Hay algunas referencias que hoy, como ayer, pueden traer la evocación de la tierra toda al pronunciarlas. Parece que cuando se nombra al Doncel, y se explora con dolor el alabastro triste de su sueño, acuden memorias de otros siglos, la polvorienta tierra de en torno al Henares se aviva, y el pendón mendocino junto a las trompetas episcopales cabalgan el espacio. Incluso cuando los versos dulces, las serranillas medidas y montaraces del marqués de Santillana se desgranan desde las hojas de un viejo libro, los campos de la Alcarria verdean y se enternecen. Y si las coplas del arcipreste Juan Ruiz, el de Hita, se ponen en la picota, una multitud aún se congrega, de pastores, caminantes y viejas a escucharlas.
También en la geografía de Guadalajara parece haber palabras que son advocaciones, que en su sonido congregan la memoria de toda una tierra. Y así decir Tajuña es pensar en una cinta fina de agua que se pierde entre los juncos y los cantos de las ranas, dibujando con chopos la columna vertebral de la provincia. Desde Maranchón donde se recibe entre rocas y pedregal escueto, el río canta por Ciruelos y Luzón su primer aria de robledales y torreones vigías Anguita y el recuerdo del Cid entre la voz profunda de su lastra. Y después Luzaga, Cortes y Abánades, niño todavía que juguetea por praderas, y es amigo de las estrellas, tan cercanas. Después se pone la faja y las alforjas, y se hace alcarreño. Si en Masegoso y Valderrebollo tiene ecos sin retorno, desde Cívica hasta Brihuega se ahoga de verdor y cerros, dando luego la estampa más bella y auténtica de su curso, hasta salir de la provincia: Valfermoso, como un preludio a su carrera madura, vigila Armuña, y aun Aranzueque, antes de que en Loranca se pierda hacia las alcarrias madrileñas.
La historia se cimenta de asonadas, de luchas de moros y cristianos, de repoblación continua enmarcada por una cenefa jaquelada románica. Se nutre luego de castilleras andanzas, y en fin, aparece la sombra de unas manos únicas, todopoderosas, a ratos nobles y profusas, a ratos codiciosas: los Mendozas. Ellos -Iñigos, Diegos y Pedros- encontraron desde aquí seguras las más altas sillas del reino: el almirantazgo, la primacía, la cancillería o la embajada. Si desde Guadalajara salieron con rumbos guerreros, aquí volvían a pensar, a procerar, a escribir. La añoranza de esta tierra estuvo siempre en sus corazones: desde Flandes, a las Indias, los Mendozas pusieron en Guadalajara sus sueños. Y su reliquia es hoy nuestra tierra.
Incluso no podemos olvidar las referencias a la economía de autoabastecimiento a que se vio sometida, durante siglos, esta tierra. Recuerdos quedan hoy solamente de lo que fueron sus ganados, sus lanas, sus paños. De lo que sus campos de cereal producían, en cantidades ingentes, incluso para exportar. De sus vinos ‑los de Illana, Mondéjar, Sayatón- o incluso de su miel, que hoy ni siquiera se sabe aprovechar en la medida que su fama internacional ha ganado. En una época en que las grandes fuentes de energía dan la clave del desarrollo. Guadalajara se transforma en una de las primeras productoras de energía nuclear en España. Ya sólo nos falta una bolsa de petróleo debajo de la árida faz de las parameras molinesas…
Y tanto dato, tanta cifra, tanto recuerdo estaba falto de una conexión lógica. Han sido, sin duda, los escritores, los cronistas, los poetas que se han dedicado a indagar y nombrar a Guadalajara, quienes han hecho realmente el milagro de definir, de acaudalar conceptos y razones para tener de nuestra tierra un nombre cierto Layna Serrano con José Antonio Ochaíta; Juan Catalina García con José de Juan; Suárez de Puga con Sanz y Díaz… y un largo etcétera de nombres que han dispuesto, en su afán, dar vida real, concreta, certera a Guadalajara.
Incluso hechos como los que mañana y pasado se celebrarán en Molina, Días de la Provincia en los que el espíritu y los cuerpos de la tierra se aúnan en un grito, vienen a levantar la estatua, a clarificar sus perfiles, a entregarnos a todos la concreta imagen de Guadalajara. Es por ello que mañana, en Molina de Aragón, nuestra tierra será todavía un poco mejor, más bella, más fuerte, más próspera y más querida por todos.