Un pueblo molinés: Tortuera

viernes, 29 junio 1984 1 Por Herrera Casado

 

Viajando desde Molina hacia Aragón, por la carretera que lle­va directamente a Daroca, y jun­to al camino que durante varios siglos fue real y de mucho tráfi­co, asienta esta villa que se extiende por la llanura, y que en siglos pasados gozó fama de ser la mayor y más poblada de la sesma molinesa del Campo; qui­zás, por tanto, el segundo núcleo en importancia de todo el Se­ñorío. Su aspecto es hoy el de un pueblo sencillo, extendido sobre un suave otero, rodeado de am­plios e inacabables campos de cereal.

Su nombre, Tortuera, viene a significar «torre torcida» y es muy característico de la repobla­ción. Sería creado o aumentado en el siglo XII, en el hacer del Señorío. Y dadas sus magníficas condiciones agrícolas, creció rá­pidamente, sin conocer señorío privado. En 1554 alcanzó el títu­lo de Villa con jurisdicción propia, aunque siguió pertenecien­do al Común molinés en todo lo referente a aprovechamiento de pastos y dehesas.

De la torre que dio nombre al pueblo, y que en su término fue admirada, a pesar de su progre­siva ruina, por sus condiciones de fortaleza y altura, ya no que­da prácticamente nada. Se tra­taría de una torre defensiva, fronteriza. En el pueblo destaca el rollo o picota, símbolo de vi­llazgo, que consta de un fuerte pilar de sillar calizo, bien talla­do, con remate cónico y escama­do, propio de los comienzos del siglo XVI. De los diversos pairo­nes que existen en el término, es de destacar el pairón de las Áni­mas, a la entrada del pueblo vi­niendo desde Molina: consta de un conjunto de sillares sobre los que aparece un grupo de azule­jería recordando a las Ánimas del Purgatorio, como escena po­pular de llamas y cuerpos su­frientes.

También hay curiosas ermitas repartidas por todo el término de Tortuera, como son las de Nuestra Señora de los Remedios, la del Ecce Homo y la de San Nicolás, muy especialmente la pri­mera. La iglesia parroquial es un buen ejemplo de la arquitec­tura herreriana, del siglo XVI en sus finales. De estructura compacta, presenta una gran torre cuadrada a poniente, que remata en grueso chapitel. La portada, a mediodía, es de líneas rectas y molduraje geométrico; lleva la fecha de su construcción grabada: 1574. El interior es de plata cruciforme, cubriéndose el crucero con bóveda semiesférica. La nave se cubre con crucería, y a los pies surge el coro alto. Es­coltando el paso al crucero, dos gruesos pilares adosados a la pa­red, con decidido aire renacen­tista, exhibiendo incluso algu­nos grutescos en su fuste. El re­tablo mayor es de estructura y ornamentación barrocas ocupa todo el fondo del presbiterio. Posee tallas y cuadrados de poco mérito. Por el templo se distri­buyen varios altarcitos barrocos, de poco mérito. En el lado del Evangelio está la capilla de la Trinidad, de muy buena estam­pa arquitectónica. Es muy cu­rioso el cuadro que preside esta capilla, en el que se ve a la Tri­nidad, apoyada sobre un enorme globo terráqueo, en el que apa­recen Adán y Eva. Oferente del cuadro, surge a un costado un sacerdote joven, y enfrente su escudo de armas colocado. En el suelo de la capilla, ante el altar, una lápida  con escudos de armas y esta leyenda: «Este altar y peana dotó don Marcos Antonio Romero de Amaia Canónigo de la Santa Iglesia de Córdoba para el mayorazgo y capellán Año de 1685». En la misma iglesia, y so­bre el muro de la epístola, hay un pequeño retablo, del siglo XVI, con buena talla del Niño Jesús, además de otras tallas y pinturas sobre tabla de evange­listas, santos y santas. En el cen­tro de la predela, las frases de la consagración, en letras dora­das sobre fondo de plata, y ro­deándolas esta leyenda: «Este altar mandó fazer el Doctor don Antonio García Pérez, Abbad de Berlanga y Comisario del Santo Oficio».

Por pueblo de Tortuera se hallan distribuidas varias casonas molinesas de típica arquitec­tura y buen estado de conserva­ción. Merecen citarse de entre ella, las que rodean la plaza ma­yor, todas con grandes portones semicirculares adovelados: una es la de los Torres otra la de los Moreno, del siglo XVII. La casona de los Romero, en un ex­tremo del pueblo, es del siglo XVIII y muestra sobre la puer­ta un hermoso escudo de armas. La casona de los López Hidalgo de la Vega presenta una clásica distribución de vanos, con escu­do sobre el portón adintelado. Es obra del siglo XVII, construida por don Diego López Hidalgo Mangas, padre de una abultada nómina de figuras de la religión y las letras, que en ella vivieron y la adornaron, con sus retratos, durante siglos.

En el término de Tortuera existe todavía el caserío de Guisema, que jugó durante si­glos pasados un importante pa­pel en la historia del Señorío de Molina. Se encuentra abrigado de unos cerros, sobre el camino que sube desde el río Piedra. Fi­gura Guisema en las antiguas crónicas como conquistada por Alfonso I de Aragón, a comien­zos del siglo XII, y que ya en 1122 formaba el extremo sur del Común de Calatayud. En este lu­gar se levantó enseguida un castillo o casa‑fuerte, que sirvió de apoyo estratégico a nuevas con­quistas más al sur.

Formado el Señorío de Molina, Guisema pasó a formar parte del mismo, según el Fuero de don Manrrique, y durante siglos gozó un papel crucial en las luchas de Castilla y Aragón en aquel territorio fronterizo. Su posesión la disputaron reyes y magnates. Fue propiedad y señorío de los Lara molineses, desde el siglo XII, y luego de sus herederos los reyes de Castilla. Tuvo Concejo propio, y los documentos anti­guos destacan el «castillo e casa fuerte» que centraba el lugar. En 1338 lo tenía en señorío doña Sancha Alfonso Carrillo, descen­diente de los señores de Molina y en dicho año esta señora se lo vendió a Adán García de Vargas, vecino de Molina. En 1340, el rey Alfonso XI concede un breve Fuero Guisema, dando derecho a García de Vargas para repoblar el lugar con gente venida exclusivamente de Aragón, y no de Molina eximiendo a los colonos de muchos impuestos. En 1376 aparecen como dueños doña Ucenda López de Liñán y su hi­jo Sancho Ramírez, quienes lo venden a Martín González de Mijancas. Posteriormente fue se­ñor de Guisema don Iñigo López de Mendoza, alcaide de los cas­tillos y fortalezas comunales de Molina. El hijo de éste, don Die­go Hurtado y Carrillo, lo vendió en 1425 a Juan Ruiz de los Que­madales, el «caballero viejo» de Molina, en cuya familia quedó, pasando a los marqueses de Em­bid hasta nuestros días.