El arte románico en Sigüenza

viernes, 1 junio 1984 0 Por Herrera Casado

 

No cabe duda que una de las formas actuales de realizar turismo desborda la clásica estampa de la playa y la merienda campestre, y cae de lleno en lo que podríamos denominar «turismo cultural» en visita a las ciudades y monumentos que conservan la esencia y figura de los siglos pasados. En ellos se aprende la historia y las razones fundamentales del devenir de un pueblo.

Una de las ciudades que mejor conserva esa esencia del pasado, a través de su historia cuajada de he­chos cruciales, y de sus monumentos característicos y hermosísimos, es Sigüenza, en las orillas del alto Henares, en los límites septentrio­nales de la provincia de Guadalaja­ra.

En estos días aparecerá en el mercado una obra que he titulado «Sigüenza, una ciudad medieval» y que quiere ser un compendio de lo que este enclave serrano ha supues­to en la historia de Castilla, y al mismo tiempo expresión total de lo que sus hombres e instituciones han tenido de generadores de hechos importantes en los largos siglos que Sigüenza lleva de existencia. Épocas todas las que cuenta la historia de España, se dan cita entre los muros de la vieja ciudad. Desde los arévacos a los romanos, pasando por visi­godos y árabes, hasta la civilización castellana que puso la imagen de grandiosidad en monumentos y ur­banismo que hoy puede contemplar, casi intacta, el viajero que arriba a Sigüenza.

Dentro del capítulo, mayoritario, denso, dedicado al patrimonio artís­tico de Sigüenza, destacan con per­sonalidad total los edificios y piezas de la época y estilo románico. De esos siglos que, en plena Edad Me­dia, suponen el asentamiento defi­nitivo de la civilización cristiana en la ciudad, destacando obispos y guerreros, artistas y pensadores en su construcción paulatina. También serán comerciantes y artesanos, amén de agricultores y ganaderos de todo el territorio castellano los que acu­dirán a una repoblación que la haría presentarse en la sociedad de la historia con una silueta inconfundible. De tal modo que a Sigüenza le cabe el apelativo, quizás con mayor justicia que a cualquier otra de España, de «una ciudad medieval».

En los monumentos de estilo ro­mánico que posee Sigüenza, destaca con total preferencia la catedral, iglesia mayor de la ciudad y la dió­cesis, sede del Cabildo, altar de los obispos, marco incomparable del arte de todos los siglos. De la cate­dral seguntina puede decirse sin ex­ceso, que es uno de los monumen­tos capitales del arte español. Fue­ron puestas sus primeras piedras poco después de ser reconquistada la ciudad a los árabes, en el año 1124. El promotor del edificio fue el primer obispo seguntino, el aquitano Bernardo de Agen, y sus suce­sores continuaron paulatinamente la empresa, que continuó sin inte­rrupción, en el plano arquitectóni­co, hasta el siglo XVI, y en el decorativo hasta el XVIII, acabando esta secular evolución con las obras de restauración que, tras el período de Guerra Civil española, hubo de re­cibir a causa de las múltiples heridas abiertas en dicha contienda.

El estilo de esta catedral es fun­damentalmente gótico cisterciense, aunque con bastantes detalles de estilo románico. La primitiva planta de la catedral es de cruz latina, con tres naves paralelas y crucero del que salían cinco ábsides, mayor el central, que fueron posteriormen­te derribados para ir construyendo capillas, sacristías y una amplia gi­rola en la que se incluía el altar ma­yor. De la época primitiva románi­ca, son fundamentalmente las por­tadas principales del muro occiden­tal, en la que lucen grandes arcos baquetonados, semicirculares, con múltiples ornamentaciones de hojas y detalles geométricos de cierto aire mudéjar. También los pilares del crucero y algunos de la nave central son románicos, lo mismo que el magnífico rosetón que surge presi­diendo el muro sur de la catedral, sobre la plaza mayor, y que puede calificarse como uno de los más be­llos rosetones románicos del arte español. Inclusive las torres que ja­lonan la fachada de poniente del templo son obra, en su origen, ro­mánica. Ambas fueron iniciadas por el obispo don Bernardo, siendo aca­badas en el siglo XIV la de la dere­cha, y en el XVI la de la izquierda, pero conservando el plan primitivo, que reservaba para ellas una fun­ción más defensiva, casi castillera, que meramente decorativa.

Por la ciudad repartidas se ven otras interesantes muestras del esti­lo arquitectónico románico. La igle­sia de Santiago se sitúa en la empi­nada calle que sube desde la plaza mayor al castillo, habiendo sido mandada construir, como parroquia de la Sigüenza fortificada por el obispo don Cerebruno, en la mitad segunda del siglo XII. Su portada, que vemos en dibujo junto a estas líneas, consta como puede apreciar­se, de un gran arco abocinado deco­rado con varias arquivoltas ocupa­das por entrelazos y temas vegeta­les. Apoyan dichas arcadas sobre una imposta que corre por encima de la línea de capiteles, todos de hojas de acanto, y éstos rematan las siete columnillas de cada lado. En el tímpano de esta portada, luce un busto de Santiago, de época rena­centista, y arriba de todo el escudo de armas de don Fadrique de Por­tugal, autor de ciertas reformas en el templo. Es también interesante el ábside de Santiago, de planta cua­drada, y que conserva una gran ven­tana de arcadas semicirculares que pregona su estampa medieval sobre la hondura del arroyo Vadillo.

Más arriba del burgo, en la calle llamada de la «Travesaña alta», jun­to a la casona de los Bedmar, se en­cuentra la otra parroquia que para la Sigüenza amurallada mandó construir el obispo don Cerebruno entre 1156 y 1166. Aunque su planta ha sufrido numerosas variaciones a lo largo de los siglos, aún permanece su magnífica portada de pleno esti­lo románico, que consta de tres ar­cos de medio punto, en degrada­ción, biselados, ocupados por una delicada decoración de entrelazos y temas vegetales, siendo el más exte­rior el que se ocupa por una serie de estrellas inscritas en círculos. Descansan los arcos sobre capiteles de ornamentación también vegetal, y éstos a su vez sobre sus corres­pondientes columnillas. Sobre la portada se ve a la Virgen sedente en talla gótica. El interior de San Vicente, que es como se llama esta segunda iglesia románica de la Si­güenza alta, ha sido recientemente restaurado con gran acierto. Consta de una nave única, cubierta de bóveda apuntada apoyada en arcos fa­jones, todo en piedra vista. Al presbiterio, en alto, se accede por gran arco triunfal apoyado en capiteles románicos: es de planta netamente irregular, cuadrilátera, con algunos arcos primitivos adosados en el mu­ro del fondo.

Otros elementos de arte románi­co que Se encuentran distribuidos por Sigüenza, serán las excusas su­ficientes para terminar el día visitando el Museo Diocesano, donde algunas tallas de vírgenes románi­cas se muestran al espectador. Tam­bién en portada entera, la de la igle­sia de Jócar, y algunas bellísimas pi­las bautismales traídas de pueblos abandonados. Pero aún en la cate­dral, en el trascoro de la misma, se podrá admirar la talla románica, policromada, de Nuestra Señora de la Mayor, obra de exquisito arte me­dieval. O incluso el gran Cristo ro­mánico‑gótico que luce en el pres­biterio de la iglesia de San Vicente, escalofriante en su severidad y dra­matismo sobre la madera.

Son, en definitiva, unos retales, éstos concretamente en estilo romá­nico, del inmenso caudal de arte y monumentalidad que encierra la ciudad de Sigüenza, que ya debería haber visitado todo aquél que en al­gún momento ha pensado que es importante conocer lo propio, las maravillas de historia y arte que se tienen cerca, antes que lanzarse, en veraneos y escaramuzas de fin de semana, por esos mundos más ale­jados. La obra que, como comenta­ba más arriba, va a aparecer próxi­mamente, titulada «Sigüenza, una ciudad medieval», propone a ese viajero lo que de interesante tiene la vieja Sigüenza, lo que de inolvi­dable quedará, en el recuerdo, para siempre.