Protagonista:Pueblo de Guadalajara

viernes, 13 enero 1984 0 Por Herrera Casado

 

La historia no se hace exclusiva­mente por las gentes que exhiben su nombre y apellidos a la puerta de cualquier hecho trascendental. Eso es obvio, y hoy en día ya plenamen­te admitido. La «intrahistoria» está, incluso, tomando carta de naturale­za y aportando con sus datos míni­mos, superficiales, cotidianos, el armazón preciso que da consistencia, textura y fuerza a la historia con mayúsculas Por detrás de las bata­llas y los tratados, está el precio del pan, la necesidad de esparcimiento, los odios de razas, el afán de latido simplemente. Al fondo de las figu­ras magistrales, de las coronas reales, de los estandartes capitanes, es­tá la masa informe, el pueblo llano y espontáneo, el trabajador sin nombre y el comerciante sin apelli­dos, que con su empuje y su peso, fundidos en multitud, escriben la historia y señalan sus caminos.

El pueblo de Guadalajara se hizo protagonista en múltiples ocasiones a lo largo de la historia. Hubo, sin embargo, algunas situaciones en las que su intervención fue crucial, de­finitiva En ocasiones de guerras e invasiones, de alzamientos y revuel­tas, algunos pueblos supieron, en piña dura, defender su raíz y su pervivencia. Protagonizaron heroicas defensas villas como Brihuega, en la guerra de Sucesión, o Molina de Aragón, frente al acoso de los fran­ceses de Napoleón, en la guerra de la Independencia; también fueron definitivas las actuaciones del co­mún de las gentes de Atienza, a fi­nes del siglo XV, cuando el asedio de la villa por el ejército real de Juan II y su defensa heroica junto a los navarros, o las de Auñón en 1455 cuando tuvieron que defender se del asedio implacable del revolto­so Juan Ramírez de Guzmán, más conocido por «Carne de Cabra». En unos y otros lugares, fue el pueblo sencillo el que decidió el sentido de la lucha, que si llevado de generales, de intereses sublimes y de estrate­gias preparadas, en definitiva fue el esfuerzo de las gentes, el que llevó el resultado en un sentido concreto.

Brihuega protagonizó una sonada batalla con ocasión del cerco a que la sometió el ejército borbónico en la Guerra de Sucesión al trono, en diciembre de 1710; Molina, tras re­sistir el empuje del general Roquet en noviembre de 1810, cayó devas­tada, incendiada, en holocausto que mereció luego la concesión del títu­lo de Ciudad por Fernando VII; Atienza quedó masacrada por el ejército real de Juan II y el condestable don Álvaro de Luna, sus igle­sias incendiadas, sus plazas barridas, sus construcciones más diversas es­fumadas bajo el fuego de la guerra, pero el espíritu indomable de un pueblo permaneció claro y resuelto

Auñón, en fin, tuvo también en su esfuerzo de heroica defensa de su pequeño burgo, la conciencia de re­sistir a la injusticia, de salvar el ho­nor que no era sólo el de una Orden caballeresca -la de Calatrava- o de un maestre legítimo -don Alonso de Aragón- sino la del sentido real de seguir siendo un pueblo dig­no, seguro de sí mismo.

Si alguna de las muchas guerras que han asolado los páramos y vallejos de la tierra alcarreña, han te­nido el protagonismo del pueblo, ésta ha sido la guerra o levantamien­to de las Comunidades Castellanas. Sin entrar ahora en el sentido au­téntico de aquélla conflagración, re­volucionario popular para unos, y defensor de los intereses feudales para otros, lo cierto es que la rei­vindicación primera fue claramente asumida por el pueblo todo, y en su consecución se luchó y algunos hasta murieron. Las Comunidades, que ensangrentaron Castilla entre los años 1520 y 1521, pusieron fren­te a frente al emperador novato Car­los I y a los Concejos, Comunes y gremios de Castilla.

En Guadalajara estalló también la reyerta, y las razones teóricas, los mítines y reuniones, las peticiones al duque del Infantado y al corregi­dor real, pasaron a las manos y a las armas. El pueblo alcarreño se sublevó contra el régimen constituido, y sus cabecillas, nobles y desprendi­dos por un ideal, cayeron en la batalla Francisco de Medina, el inte­lectual que preparó las bases teóri­cas y alentó, en el atrio de San Gil, a la reivindicación popular de un ré­gimen comunero y democrático, fue finalmente encarcelado y purgado de por vida. Pedro de Coca, el carpin­tero que presidió la violenta mani­festación que irrumpió en el «patio de los leones» del palacio del Infan­tado, y acosó al tercer duque en sus aposentos, pidiendo su intercesión ante el emperador, fue finalmente ahorcado en pública plaza de Gua­dalajara.

No sólo en los momentos de la serenidad y el trabajo se alza el pue­blo en protagonismo de artesanía y fiestas: es también cuando la guerra aprieta, y el honor del terruño se cuestiona, cuando la gente sin nom­bre ni apellidos salta a la palestra, pone cara al ventarrón, y se erige en figura. Eso ocurrió, por las Alca­rrias, cuando la guerra de la Independencia contra la invasión napo­leónica de España.

Cabalgó nuestro territorio el ge­nial Juan Martín Díaz, El Empecinado, quien protagonizó numerosos hechos de armas entre los olivos y cerros de Guadalajara. Pero las ya casi legendarias hazañas de este trueno no hubieran podido consu­marse sin la presencia de otros nu­merosos luchadores, militares unos y otros simplemente aldeanos, que entregaron lo mejor, su esfuerzo más alto, y en ocasiones la vida, por dar fuerza a la batalla contra el francés. Así, forzoso es recordar los nombres de José Mondedeu, Vicen­te Sardina, Saturnino Albuin Mar­celo Dávila, Hipólito Angulo Jeró­nimo Luzón o Juan Cajal, sin olvi­dar de entre ellos a Juan Arias de Saavedra, Rafael de Cuéllar o José López Juana Pinilla, que desde sus puestos burocráticos tanto hicieron por la resistencia armada contra Na­poleón, todos ellos figuras clave en la resistencia y la guerrilla. José Mondedeu era natural de Fuentelviejo, y allá prestó su casona como albergue y cuartelillo del Empecina­do y sus gentes; el herrero briocen­se Francisco Pareja también se de­dicó a la guerrilla, poniendo más de una vez en dificultades a los france­ses; y, en fin, el mismo Marcelo Dávila, capitán del ejército, natural de Valdenoches, que consiguió abastecer con largueza a las huestes de Juan Martín, formando entre todos ellos ese plantel de olvidadas glorias que dieron jaque entre los olivares de la Alcarria a las tropas más po­derosas del momento.

En próxima semana continuare­mos relatando aquellos momentos en que el pueblo de Guadalajara se convirtió en protagonista y se alzó pionero en el camino de la cotidianeidad o de la historia.