Protagonista:Pueblo de Guadalajara
La historia no se hace exclusivamente por las gentes que exhiben su nombre y apellidos a la puerta de cualquier hecho trascendental. Eso es obvio, y hoy en día ya plenamente admitido. La «intrahistoria» está, incluso, tomando carta de naturaleza y aportando con sus datos mínimos, superficiales, cotidianos, el armazón preciso que da consistencia, textura y fuerza a la historia con mayúsculas Por detrás de las batallas y los tratados, está el precio del pan, la necesidad de esparcimiento, los odios de razas, el afán de latido simplemente. Al fondo de las figuras magistrales, de las coronas reales, de los estandartes capitanes, está la masa informe, el pueblo llano y espontáneo, el trabajador sin nombre y el comerciante sin apellidos, que con su empuje y su peso, fundidos en multitud, escriben la historia y señalan sus caminos.
El pueblo de Guadalajara se hizo protagonista en múltiples ocasiones a lo largo de la historia. Hubo, sin embargo, algunas situaciones en las que su intervención fue crucial, definitiva En ocasiones de guerras e invasiones, de alzamientos y revueltas, algunos pueblos supieron, en piña dura, defender su raíz y su pervivencia. Protagonizaron heroicas defensas villas como Brihuega, en la guerra de Sucesión, o Molina de Aragón, frente al acoso de los franceses de Napoleón, en la guerra de la Independencia; también fueron definitivas las actuaciones del común de las gentes de Atienza, a fines del siglo XV, cuando el asedio de la villa por el ejército real de Juan II y su defensa heroica junto a los navarros, o las de Auñón en 1455 cuando tuvieron que defender se del asedio implacable del revoltoso Juan Ramírez de Guzmán, más conocido por «Carne de Cabra». En unos y otros lugares, fue el pueblo sencillo el que decidió el sentido de la lucha, que si llevado de generales, de intereses sublimes y de estrategias preparadas, en definitiva fue el esfuerzo de las gentes, el que llevó el resultado en un sentido concreto.
Brihuega protagonizó una sonada batalla con ocasión del cerco a que la sometió el ejército borbónico en la Guerra de Sucesión al trono, en diciembre de 1710; Molina, tras resistir el empuje del general Roquet en noviembre de 1810, cayó devastada, incendiada, en holocausto que mereció luego la concesión del título de Ciudad por Fernando VII; Atienza quedó masacrada por el ejército real de Juan II y el condestable don Álvaro de Luna, sus iglesias incendiadas, sus plazas barridas, sus construcciones más diversas esfumadas bajo el fuego de la guerra, pero el espíritu indomable de un pueblo permaneció claro y resuelto
Auñón, en fin, tuvo también en su esfuerzo de heroica defensa de su pequeño burgo, la conciencia de resistir a la injusticia, de salvar el honor que no era sólo el de una Orden caballeresca -la de Calatrava- o de un maestre legítimo -don Alonso de Aragón- sino la del sentido real de seguir siendo un pueblo digno, seguro de sí mismo.
Si alguna de las muchas guerras que han asolado los páramos y vallejos de la tierra alcarreña, han tenido el protagonismo del pueblo, ésta ha sido la guerra o levantamiento de las Comunidades Castellanas. Sin entrar ahora en el sentido auténtico de aquélla conflagración, revolucionario popular para unos, y defensor de los intereses feudales para otros, lo cierto es que la reivindicación primera fue claramente asumida por el pueblo todo, y en su consecución se luchó y algunos hasta murieron. Las Comunidades, que ensangrentaron Castilla entre los años 1520 y 1521, pusieron frente a frente al emperador novato Carlos I y a los Concejos, Comunes y gremios de Castilla.
En Guadalajara estalló también la reyerta, y las razones teóricas, los mítines y reuniones, las peticiones al duque del Infantado y al corregidor real, pasaron a las manos y a las armas. El pueblo alcarreño se sublevó contra el régimen constituido, y sus cabecillas, nobles y desprendidos por un ideal, cayeron en la batalla Francisco de Medina, el intelectual que preparó las bases teóricas y alentó, en el atrio de San Gil, a la reivindicación popular de un régimen comunero y democrático, fue finalmente encarcelado y purgado de por vida. Pedro de Coca, el carpintero que presidió la violenta manifestación que irrumpió en el «patio de los leones» del palacio del Infantado, y acosó al tercer duque en sus aposentos, pidiendo su intercesión ante el emperador, fue finalmente ahorcado en pública plaza de Guadalajara.
No sólo en los momentos de la serenidad y el trabajo se alza el pueblo en protagonismo de artesanía y fiestas: es también cuando la guerra aprieta, y el honor del terruño se cuestiona, cuando la gente sin nombre ni apellidos salta a la palestra, pone cara al ventarrón, y se erige en figura. Eso ocurrió, por las Alcarrias, cuando la guerra de la Independencia contra la invasión napoleónica de España.
Cabalgó nuestro territorio el genial Juan Martín Díaz, El Empecinado, quien protagonizó numerosos hechos de armas entre los olivos y cerros de Guadalajara. Pero las ya casi legendarias hazañas de este trueno no hubieran podido consumarse sin la presencia de otros numerosos luchadores, militares unos y otros simplemente aldeanos, que entregaron lo mejor, su esfuerzo más alto, y en ocasiones la vida, por dar fuerza a la batalla contra el francés. Así, forzoso es recordar los nombres de José Mondedeu, Vicente Sardina, Saturnino Albuin Marcelo Dávila, Hipólito Angulo Jerónimo Luzón o Juan Cajal, sin olvidar de entre ellos a Juan Arias de Saavedra, Rafael de Cuéllar o José López Juana Pinilla, que desde sus puestos burocráticos tanto hicieron por la resistencia armada contra Napoleón, todos ellos figuras clave en la resistencia y la guerrilla. José Mondedeu era natural de Fuentelviejo, y allá prestó su casona como albergue y cuartelillo del Empecinado y sus gentes; el herrero briocense Francisco Pareja también se dedicó a la guerrilla, poniendo más de una vez en dificultades a los franceses; y, en fin, el mismo Marcelo Dávila, capitán del ejército, natural de Valdenoches, que consiguió abastecer con largueza a las huestes de Juan Martín, formando entre todos ellos ese plantel de olvidadas glorias que dieron jaque entre los olivares de la Alcarria a las tropas más poderosas del momento.
En próxima semana continuaremos relatando aquellos momentos en que el pueblo de Guadalajara se convirtió en protagonista y se alzó pionero en el camino de la cotidianeidad o de la historia.