El Renacimiento alcarreño

viernes, 30 diciembre 1983 0 Por Herrera Casado

 

El movimiento humanista ita­liano, que se extiende por la pe­nínsula itálica y progresivamen­te por el resto de Europa a partir del siglo XV, adquiere en cada país, y aun en zonas muy concre­tas, aspectos propios que mere­cen estudios muy particularizados. Una de las modalidades de este movimiento socio‑cultural es el que podríamos denominar Renacimiento alcarreño, y que a partir de la segunda mitad del siglo XV se expresará, a través de personajes, de instituciones y de obras diversas, en la ciudad de Guadalajara y en su tierra más inmediata.

Serán los Mendoza, la prolífi­ca familia que controla la mayor parte del territorio alcarreño, la que ha de introducir el Renaci­miento en España. Y de ahí de­riva el hecho de que sea en tie­rra de Guadalajara donde con mayor fuerza se manifieste, y más tempranamente lo haga. Don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, es reconocido unánimemente como un humanista pleno, introdu­ciendo en su biblioteca traduc­ciones y manuscritos de antiguos autores latinos y griegos. El mis­mo en su poesía introduce mo­dismos nuevos, italianos. Y su protección a las artes, especialmente al estilo hispano‑fla­menco, demuestra el calor con que acoge cualquier tema, que trate de sacar a su sociedad del modismo medieval. Algunos de sus hijos (especialmente el gran Cardenal de España, don Pedro González de Mendoza) y nietos (como don Iñigo López de Mendoza, «el gran Tendilla» llamado por ser el segundo conde de dicho título) pusieron también su influencia y entusiasmo para introducir en España el nuevo sis­tema. Muchos otros miembros de la familia Mendoza colaboraron claman la singularidad de lo alcarreño. No sólo el palacio del Infantado de Guadalajara, toda­vía anclado en buen modo a las pautas del estilo gótico isabelino con detalles mudéjares, sino es­pecialmente el palacio de don Antonio de Mendoza en Guada­lajara, el convento de San Anto­nio en Mondéjar, la iglesia pa­rroquial de esta misma localidad, el palacio de los duques de Medinaceli en Cogolludo, y algunos altares y edificios de Sigüenza y su catedral (el altar de Santa Li­brada, la sacristía de las Cabezas, etc.) pregonarán entre 1490 y 1510 el nuevo sistema de construcción y ornamentación que los Mendoza, de manos de sus arquitectos Lorenzo Vázquez, Alon­so de Covarrubias, Cristóbal de Adonza y otros, introduce en Guadalajara. En todos esos edi­ficios, y en otros de menor enti­dad (el palacio de los Dávalos en Guadalajara, el atrio de Santa María, etc.) aparece un elemento decorativo muy propio del Re­nacimiento alcarreño, cual es el capitel propio del mismo, que es ranurado y con ribete inferior de hojas.

Además de la ciudad de Gua­dalajara, algunos pueblos alca­rreños recibirán muy pronto el influjo del estilo nuevo: así ve­mos en Cogolludo y Mondéjar la aparición de buenos ejemplos arquitectónicos renacentistas, pero en otros como Peñalver, Cu­billo de Uceda, Bujalaro, Atien­za, Almonacid, Yunquera, etc., también se pondrán edificios re­nacientes, especialmente sus iglesias parroquiales. Sigüenza será donde especialmente, y al calor del culto obispado, se des­arrollo una vertiente personalísima del Renacimiento artístico: no sólo en la catedral, sus alta­res y capillas, sino en otros edi­ficios (el Ayuntamiento, la casa de la Inquisición) y templos (Santa María de los Huertos) se desarrollarán potentes las nue­vas tendencias.

En cuanto a los focos de cultu­ra, propios de esta época, será con singularidad la ciudad de Guadalajara, llamada «la Atenas alcarreña» a partir del segundo tercio del siglo XVI, donde se desarrollará un decidido afán de cultivo y protección de todo tipo de actividad cultural: escritores y poetas, novelistas y traductores, místicos y juristas, pondrán al servicio de la familia su afán de saber y renovación. Junto a la aparición de alumbrados como Ruiz de Alcaraz, María de Caza­lla y otros, encontramos a Luís Gálvez de Montalvo, a Alvar Gó­mez de Ciudad Real, o a Francis­co de Medina y Mendoza, des­arrollando sus dotes narrativas, poéticas y eruditas. La corte mendocina de Guadalajara será capaz de asimilar y propiciar to­do tipo de actividad novedosa, estimulante de la dignidad del hombre y de su obra personal.

La obra de otros artistas en la tierra alcarreña, prolongará a lo largo del siglo XVI esta primera semilla puesta por los Mendoza en Guadalajara: Alonso de Co­varrubias en la catedral de Si­güenza, el convento de la Piedad de Guadalajara o el monasterio de San Bartolomé en Lupiana; Acacio de Orejón, Pedro de Me­dinilla y Pedro de Bocerráiz en construcciones variadísimas de palacios e iglesias; Rómulo Cin­cinato en pinturas manieristas de Guadalajara; Gaspar de Mu­ñoyerro o Jerónimo de Covarru­bias en objetos de orfebrería. Y cientos más de artistas, de tapi­ceros, de doradores y escultores, de actores, de impresores inclu­so, que en abrazo común darán al siglo XVI en Guadalajara Y su tierra un carácter único, magni­fico, generoso en vitalidad y lucimiento: el Renacimiento alca­rreño tiene, pues, plenamente justificada su existencia.