Posadas de la Alcarria
En la tierra de Guadalajara, no saben lo que es un mesón, tampoco un parador. Aquí solamente existen posadas. O existían, porque con los tiempos modernos, han ido evolucionando a hoteles por un lado, y a pensiones o casa de huéspedes por otro, y aquel sabor del tráfico arriero, comercial o viajero ha desaparecido de las esquinas de los pueblos. Se acabaron las posadas son que nadie encontraran un réquiem para ellas.
Quizás uno de los últimos cantores de estos lugares ha sido Camilo José Cela. En su insuperable «Viaje a la Alcarria» visitó algunos, de los que quedaban en los años cuarenta, y los describe con mano genial. Refresquemos la memoria dando un vistazo sobre el libro que se relee siempre con gusto:
En Torija duerme el viajero en su parador, donde hay una «cama de hierro, grande, hermosa, con un profundo colchón de paja». Será luego en Gárgoles de Abajo, donde parará en el caserón de junto a la carretera. Cela sigue llamándole «parador» y se da cuenta que por poco se queda sin albergue por no llamarlo posada. En adelante es ese el único nombre que utiliza. El de Gárgoles «tiene una gran puerta claveteada, noblemente antigua, que parece la puerta de un castillo». Más abajo, en Trillo, encuentra posada. Es allí donde se encontró con dos viajantes de comercio: uno de ellos, el más viejo, «leía un periódico que se llama «Nueva Alcarria».
Pasado el Tajo, Cela viajero sigue encontrando posadas en su camino. En La Puerta, pero no hay en ella qué comer. Duerme sin embargo en «una habitación inmensa, destartalada, en una cama con cinco colchones de paja y grande como una plaza de toros». Tras tanta grandiosidad, de la posada de Budia no dice nada el viajero. En Pareja descansa en la fonda, y allí traba conocimiento de las mocitas Elena y María, que le dan pie a escribir las más hermosas páginas del libro. Luego en Casasana encuentra también una humilde posada y en Sacedón se alberga en la «posada de Francisco Pérez» que a la sazón regentaba su hijo Antonio Pérez, lo que alegró mucho al escritor. De Tendilla, donde Cela recogió malas caras solamente, nos refiere que existía una fonda «muy peripuesta, con baldosines en el suelo y retratos con marco dorado en las paredes». Y es en Pastrana, donde con don Mónico y don Paco se adentra en las profundidades de la historia y el arte, donde Cela da remate a su viaje durmiendo en la fonda de la plaza.
Para hacer la historia o glosa de las posadas de la Alcarria, las páginas de Cela serán en su día valiosísimas. Como lo son las que escribió en el siglo XIV Tomás de Iriarte en un breve «Viaje por la Alcarria» en el que aparecen vivas estas instituciones aldeanas. O lo que de ellas refieren en sus crónicas otros viajeros de siglos pasados, apareciendo retratadas en general como lugares sórdidos, pero alegres; oscuros, pero llenos de vida. Con un ir y venir de gentes, con un escucharse continuo de canciones, de viejas historias, de mil y un misterios.
El viajero que hoy recorra la Alcarria va a encontrar ya muy pocas posadas en funcionamiento. En pie permanecen algunas, pero sin su vaivén de gentes de antaño. En el recuerdo aparecerían, si nos pusiéramos a rebuscar entre los viejos papelotes de los archivos, algunas famosas posadas y ventas de camino: en la ciudad de Guadalajara, y según documentos del Archivo de Protocolos Provincial, se encuentran datos, a veces minuciosos, sobre dos famosas ventas que en el siglo XVI había. Por supuesto, estaban a la entrada del burgo, recibiendo el tráfico de gentes que por aquí pasaban y hacían su camino. Era una de ellas la posada de San Juan, pegada a los muros de la puerta de Bejanque. Y otra el mesón del León, en el arrabal de San Francisco. Sus dueños, o arrendatarios en su caso, figuraban como personas adineradas. En aquella época, se trataba de un floreciente negocio tener posada abierta en un cruce de caminos.
Todavía puede el viajero o curioso encontrar hoy algunas posadas en pie. Generalmente cerradas, medio hundidas, dedicadas a vivienda exclusivamente.
Parecen sombras grises y pardas de otros días de bullicio. La posada del Cordón, en Atienza, en la calle cuestuda que sube hacia las plazas, es un bello ejemplar de los tiempos góticos. Aquí vemos dibujada la ventana doble desde la que arrieros y caballeros mirarían el paisaje bravío de las sierras atencinas. Sobre su portón principal, un grueso cordón franciscano tallado. Algunas ventanillas apuntadas, y este vano tan hermoso, con letras góticas indescifrables, unas llaves signo de curato y un escudo sin armas. Hoy está desmontada esta ventana, la guardan en el ayuntamiento descompuesta en piezas. Espera (y lleva a años esperando) que la Diputación Provincial reconstruya el edificio y lo acondicione para Parador u Hostal como se acordó en su día.
Otras posadas, viejas y amenazantes de ruina, encontrará el viajero por las Alcarrias: la grande de la plaza de Gárgoles de Abajo, todo un monumento a la arriería; la del Reloj en Guadalajara, viva y útil como pocas; la del Sol en Sigüenza, vieja como la que más, abandonada y triste; la de San Juan en Alovera, junto a la carretera nacional, cerrada desde hace años, pidiendo su reapertura y acondicionamiento a los tiempos actuales, la de Torija, soñadora la del Puñal en los altos de la Alcarria, sólo con el nombre antiguo; la que a la salida de Molina dirección a Monreal puso el Consejo desde siglos… y tantas otras, por las que merece echarse a los caminos y revivir sus estampas, sus historias, su pálpito de otros días.