Guadalajara: el capitel renacentista

viernes, 13 mayo 1983 1 Por Herrera Casado

 

El Renacimiento italiano hace su entrada en España de la mano de los Mendoza. Será esta poderosa fa­milia alcarreña, en la que destacan figuras de las artes, -como el pri­mer marqués de Santillana- de la política y la Iglesia, -como el gran cardenal Pedro González de Mendo­za- y de la diplomacia, como el gran Tendilla don Iñigo López de Mendoza, quienes hagan venir de Italia artistas e intelectuales que si­túen en esta tierra los primeros fru­tos visibles del renacimiento hispa­no. Ciudades y villas como Guadala­jara, Cogolludo, Mondéjar y Lupia­na verán, junto a Valladolid y Gra­nada, surgir esos albores, plenos ya de fuerza y belleza, del arte rena­centista.

Una de las facetas más personales de ese «protorrenacimiento» en Guadalajara han de ser los capiteles que aparecen en monumentos civiles y religiosos, y que vienen a recupe­rar el perdido aire clásico de la ar­quitectura antigua. Los primeros ar­quitectos y tallistas que trabajan en el estilo por esta tierra, pondrán en esos capiteles su más equilibrada firma. Son elementos inconfundibles, bien proporcionados, sencillos pero con los elementos todos del nuevo quehacer.

Así, será Lorenzo Vázquez quien inicie con sus edificios alcarreños la trayectoria del capitel renacentista. En el palacio de Cogolludo los pone en la portada y en los arcos del pa­tio mayor. Más recargados y todavía gotizantes en la primera, serán los capiteles del claustro los que defi­nen con justeza este nuevo modo de hacer. También este autor pone su vigoroso trazo personal en los capi­teles del patio principal del palacio de don Antonio de Mendoza en Guadalajara, donde surgen los mis­mos esquemas de sencillez y elegan­cia. Y de él son también los que aparecen en las -hoy ruinas-pa­redes y fachada de la iglesia del mo­nasterio franciscano de San Anto­nio de Mondéjar, en las que alter­nan soluciones plásticas todavía tos­canas con elaboraciones clásicas de Vázquez. Son todos ellos monumen­tos señeros del arte provincial, diri­gidos por la misma mano inspirada, y obra de los últimos años del si­glo XV o primeros del XVI. Instante equilibrado en el que nace un nuevo arte.

Ese «capitel alcarreño», como se ha querido denominar, en esencia podríamos definirlo como un capitel con corona de prominentes hojas de roble, con su tambor cubierto por estrías perpendiculares, y el toro adornado con ovas y dardos.

Con rapidez se extiende el ele­mento por la arquitectura de Guadalajara del primer tercio del siglo XVI. Y así vemos cómo hace su aparición en ámbitos civiles, en los que la firma personal está ausente, y entra a jugar un papel destacado la «moda» del momento. Este tipo de capitel se encuentra en los sopor­tales de la plaza mayor de Guadala­jara: en el atrio renacentista de la iglesia de Santa María la Mayor, y aun en el patio renacentista del pa­lacio de los Dávalos, en la misma ciudad. De Guadalajara pasará al resto del estilo renacentista en Espa­ña.

A lo largo del siglo XVI, el capitel renacentista de corte nítidamen­te alcarreño evoluciona y adquiere una nueva dimensión, de riqueza y significado. La sencilla estructura geométrica y floral introducida por Lorenzo Vázquez, va a ser elabora­da y mejorada por otros autores, muy especialmente Alonso de Cova­rrubias. Este arquitecto y tallista, que ejerce un influjo gigantesco so­bre el arte renaciente de Toledo y su zona de influencia, dejará en la tierra de Guadalajara y Sigüenza al­gunas muestras exquisitas de su ins­piración. En ellas, como complemen­to al equilibrio sabio de su estructura arquitectónica, aparecen numero­sos capiteles que tras su silueta rica de imaginación y plena de equilibrio, llevan sin dudar la firma del genial artífice.

De Alonso de Covarrubias son la iglesia de la Piedad, en Guadalajara, construida por doña Brianda de Mendoza y Luna junto al palacio que años antes había construido su tío Antonio de Mendoza. También el claustro mayor del monasterio jerónimo de San Bartolomé de Lupia­na. Son obras de hacia 1535, y en ellas deja Covarrubias numerosas muestras de su vigoroso estilo. Ca­bezas de carneros, calaveras, angeli­llos en racimos, volutas complejas y valientes grutescos se entremezclan en una complejidad que nunca can­sa, y que revelan la maestría de su mano y lo inspirado de su genio. También tuvo participación este au­tor en varias obras de la catedral de Sigüenza, y así pone capiteles, por él diseñados, en la Sacristía nueva o «de las Cabezas» y en el «altar de Santa Librada». La variedad de mo­tivos que despliega en frisos, enju­tas o zapatas, queda también refle­jada en sus personalísimos capiteles.

De seguidores de Covarrubias, gentes formadas en el ambiente artístico toledano y alcarreño de la primera mitad del siglo XVI, son otros muchos capiteles que adornan señalados edificios del renacimiento en Guadalajara. En este círculo re­saltan los capiteles de la iglesia de El Cubillo de Uceda, tantos los del interior como los de la fachada: en ellos se repiten motivos concretos aparecidos antes en Lupiana. Pedro de la Riba es un equilibrado cons­tructor de iglesias en la Alcarria, que hacia 1540 se encarga de levan­tar los templos parroquiales de Lo­ranca y Galápagos. En las fachadas de ambos, y especialmente en el atrio del segundo, coloca unos capiteles muy sencillos, con ciertos tra­zos manieristas, de personalidad acusada. Otros seguidores de Covarrubias, como Pedro de Bocerráiz (a destacar la iglesia de El Olivar como obra suya) y Acacio de Orejón (que se responsabiliza de la iglesia de Los Remedios en Guadalajara) ponen también en sus obras capiteles que están en la línea iniciada por el gran maestro, aunque paulatinamente van adquiriendo la sobriedad y sencillez de líneas que el posrenacimiento trentino introduce a todos los niveles.

De todos modos, la evolución del capitel renacentista en el arte de la provincia de Guadalajara, es una pista valiosa y que merece la pena observar. Aquí hemos visto los tipos más destacados y sus autores más relevantes. Pero, obviamente, en tan breve nómina no acaba el aspecto amplio y rico de esta parcela del ar­te alcarreño, que el lector debe au­mentar y corregir con su búsqueda personal.