El Casar de Talamanca y Tortonda: dos ejemplos a imitar
En este pasado mes de agosto se han producido un par de noticias que acuden a llenar de optimismo el marchito panorama de nuestro patrimonio artístico provincial, protagonista siempre de la nota ruinosa o el abandono secular. En este pasado mes han sido, como digo, dos pueblos de nuestra geografía los que han hecho levantar el ánimo a cuantos se preocupan por esta parcela de la tierra alcarreña. Y sus resultados, espléndidos para la contemplación y el rescate de obras de arte, han sido aún más interesantes al considerar la forma en que esas acciones de rescate se han llevado a cabo: quizás la más recomendable en estos momentos de crisis angustiosa en lo que a dinámica cultural se refiere.
El primero de estos ejemplos es el que ha brindado El Casar de Talamanca, en la campiña del Henares, y justamente hoy y mañana en lo más granado de sus fiestas patronales en honor de Nuestra Señora la Virgen de la Antigua Después de años de gestiones difíciles, de empujones espirituales y ánimo esforzado por parte del párroco de la localidad, don Marcos Ruiz, y de las autoridades del pueblo, entre las que es justo destacar a su alcalde don Francisco Ayjón, ha culminado lo más difícil de la restauración de su magnífico retablo mayor de la iglesia. La obra lució siempre, desde que a comienzos del siglo XVII se construyera, como una de las piezas más hermosas del arte estatuario de la Campiña. Construyó el retablo, en su diseño arquitectónico y en la materialidad de la talla de sus grupos escultóricos, el escultor natural de Alcalá de Henares pero residente en Madrid Antonio Herrera Barnuevo; Comenzó su tarea hacia 1625 y en 1633 ya estaba terminada su obra pues en ese año se le pagaron algunas cantidades al dorador Martín de Ortega. Fue Herrera muy apreciado en la corte madrileña de los Austrias, y resultó elegido por su maestría para realizar la mascarilla en cara del dramaturgo y poeta Lope de Vega cuando murió. En 1631 recibió del rey Felipe IV un magnánimo donativo en virtud de haberle servido eficientemente como escultor y aparejador de sus reales obras.
Este magnífico retablo sufrió el año 1937, en plena Guerra Civil española, los destrozos indiscriminados de quienes se servían del hacha y el fuego para hacer una revolución que todavía cuenta hoy con sus poetas. Quedó sin luz, sin color y sin formas. Pero el entusiasmo de las gentes de El Casar hizo que el pueblo entero se uniera en la tarea de restaurarlo, y así se ha hecho durante los últimos años, estando a cargo del escultor Críspulo Bóveda y del restaurador Antonio Perales. Gracias a la existencia de fotografías antiguas, y con una técnica del estofado similar a la utilizada por los artistas del siglo XVII, se ha conseguido rehacer los grandes paneles escultóricos que representan las escenas de la Natividad de Cristo, la Adoración de los Reyes Magos, su Resurrección y Pentecostés, y que bien iluminado sorprenden al visitante por su fuerza de volúmenes y su colorido perfecto. El resto del retablo, en su parte alta, quedó más o menos respetado y solo ha requerido una limpieza a fondo, resaltando así la imagen central de la Asunción de María, que ha necesitado tan sólo de algunos retoques superficiales. La zona más castigada en la Guerra, concretamente los relieves y figuras de la predela, es la que todavía falta por hacer. Será necesaria una mayor libertad artística en esta tarea, pues sólo una fotografía y borrosa, ha quedado del retablo de antes de la destrucción. Pero el pueblo está empeñado en completar el menos en estructura, lo que fue su cumbre artística. Los gastos, cuantiosos, de esta tarea comunitaria han sido sufragados en colecta unánime. Eso es lo destacable sobre todo: la conciencia de poseer algo valioso, algo a respetar, algo a rescatar entre todos.
También en El Casar de Talamanca, y en estos días de fiesta grade, es necesario resaltar otras obras de restauración realizadas en su parroquia, a costa económica de la Diputación Provincial conseguida por medio de su alcalde Ayjón: la bella estructura mudéjar del coro ha sido limpiada y retocada, añadiendo nuevos algunos balaustres que faltaba, Ha sido hecha esta tarea por el tablista Carlos Aboin, y está tan sólo a falta de la necesaria policromía que hará recuperar un nuevo elemento del mudéjar del siglo XVI en esta comarca de la Campiña que tanto abunda en ello.
También reciente está el caso, aún más meritorio si cabe, del pueblecito serrano de Tortonda, junto a Alcolea del Pinar, perdido casi en las fragosidades de la Sierra del Ducado. La iglesia parroquial de esta villa, aislada del resto de las edificaciones del pueblo, resalta en la distancia con singularidad y un aire cierto de desafío. Casi recuerda la altanería de un castillo, especialmente conferido por el almenado plumón de su torre. Lo más valioso este templo, de construcción primitiva románica del siglo XIII, es su atrio porticado (lo que queda de él), que muestra la singularidad de estar orientado totalmente al norte, lo que nos hace sospechar que poseía otras galerías a poniente y al sur, haciendo de este templo el único del: románico rural guadalajareño con tres galerías porticadas, similar a las elaboradas y grandiosas iglesias románicas de la zona segoviana.
Sobre esta iglesia parroquial, así como la cercana de Villaverde del Ducado, y otras de área serrana, ya publiqué en estas páginas hará par de años una amplia referencia de sus detalles artísticos y del alto valor que ofrecían. Lástima, decía entonces, que la iglesia de Tortonda esconda su magnífica galería porticada, con columnas y capiteles románicos de delicada ornamentación vegetal, bajo los muros de antiguas reformas que le tapan por completo. Pues bien, en un esfuerzo señalado y alentado por el cura párroco de Tortonda, don Alberto, con la colaboración de todo el pueblo que puso elementos y trabajo personal, en un par de días se ha recuperado la belleza de dicho atrio, que ha demostrado ser (y esto estaba oculto por masas de argamasa) de doble columnata y dobles capiteles, lo que todavía valora aún más este monumento, ya desde ahora señaladísimo, del románico rural de Guadalajara. Ha sido proponérselo, dedicar dos días de cariñoso esfuerzo y obtener para el patrimonio del pueblo y de la provincia toda, un nuevo monumento revalorizado, y, por añadidura, un nuevo aliciente para el turismo provincial que beneficiará a Tortonda con mayor afluencia de curiosos y estudiosos del arte románico.
Han sido, como digo, dos ejemplos simples, pero al sumo en este campo del patrimonio artístico que está en general, cubierto de una densa capa de abandono y apatía. Cuando el afán de un pueblo se despierta (y eso es fácil siempre que haya alguien dispuestos a hacerlo) los resultados son siempre rápidos y espectaculares. Recordar, si no, lo que fueron capaces de hacer los vecinos de Jadraque, hace unos cuantos años, al restaurar con prestaciones personales de todos los vecinos, su antiguo castillo que era una pura ruina. Es evidente que en muchos casos en que la tarea es simple, factible, sólo de esta manera puede verse hecha realidad en corto tiempo: la colaboración de los vecinos todos, los interesados en el tema directamente. La agobiada Administración central, que recibe por todas partes peticiones de cientos de millones y, por qué no decirlo, su lentísima maquinaria burocrática, no puede sino certificar actas de ruina, tapar agujeros de cualquier manera, y en algunos, pocos, casos realizar restauraciones que sólo el Estado puede llevar a cabo por sus dimensiones gigantescas. Lo pequeño, ha de hacerlo el propio pueblo. Sabe mejor, queda mejor. Es un puro ejercicio de terapéutica social. E incluso se defiende y aprecia luego mejor. Los ejemplos del El Casar de Talamanca y Tortonda han marcado un auténtico hito en este verano de 1982. Ojala que sea imitado por muchos otros lugares de la provincia.