La Guerra de las Comunidades, en Pastrana

sábado, 8 mayo 1982 0 Por Herrera Casado

 

El fenómeno de las Comunidades de Castilla, o «Guerra de las Comunidades» como también se le ha llamado, ha sido estudiado ya desde muchos puntos de vista, y recibido interpretaciones para todos los gustos. Es curioso un aspecto que hoy presenta este fenómeno: y es el hecho de que todavía hay personas, estudiosos del tema incluso, que toman partido por uno de los dos bandos que se debatieron en aquella conflagración civil, como si las miras de unos y otros tuvieran alguna relación con los partidos políticos o las fuerzas de opinión que se dan hoy en día. Realmente curioso: aún hay quien defiende a los comuneros porque piensan que eran de izquierdas (¡!) por aquello de que se alzaron contra Carlos I, y también hay quien echa toda la carne en el asador de sus argumentos a favor del Emperador por pretender que su gobierno simbolizaba la «eterna derecha», que como un motor cósmico viene moviendo al mundo desde siempre.

Las Comunidades hay, por una parte, que asumirlas, y, por otra, que estudiarlas en su contexto real, en ese momento inicial del siglo XVI en que se liquida el pensamiento medieval y nace el Renacimiento como vitalizador de una nueva sociedad. Si, en este aspecto, los Comuneros defienden un pasado medieval y unos modos de vida ancestrales frente a un nuevo sistema político y una revolucionaria idea del Estado, no habría más remedio que considerar a los primeros como reaccionarios y al segundo como progresista. Pero también caeríamos en un error de óptica.

Entre 1520 y 1522, Castilla entera saltó en pedazos por una guerra civil, provocada de forma inmediata por el abuso de poder de los asesores flamencos traídos por Carlos desde los Países Bajos, y con el sustrato mediato de unas tensiones sociales largo tiempo fraguadas en el seno mismo de la sociedad castellana. Desde el Cantábrico hasta el Mediterráneo, desde los llanos esteparios de León y Palencia a las serranías andaluzas, la guerra se cobró su tributo de sangre y dolor. Si los nombres de Toledo Segovia, Valladolid, Zamora, Medina y Tordesillas, Burgos y Villalar van indefectiblemente unidos a la contienda, no es menos cierto que la tierra de Guadalajara participó de modo expreso violento a veces, en el caso. La ciudad convocó un alzamiento interesante (por la mezcla de populismo e intelectualidad que le animó) y los altercados callejeros, en el palacio del duque y en los ánimos de todos, fueron notables. Cayó una cabeza, la de Pedro de Coca, carpintero, ajusticiado en la plaza de San Gil por orden del duque don Diego Hurtado de Mendoza.

En la tierra alcarreña hubo también batalla, asonadas y temores. En Fuentelencina, Mondéjar y Tendilla se refieren hechos de armas, con derramamiento de sangre y pasiones puestas a flote en ocasión de la Comunidad. Sería curioso -valioso diría también-ir rescatando los datos que en diversos archivos municipales quedan de seguro, todavía, sobre esta guerra. Con ellos podría recomponerse una historia de la guerra de las Comunidades en la Alcarria. Hoy vamos a dar unas leves pinceladas,-tomados los datos de los libros de actas del Concejo o Ayuntamiento de Pastrana- de lo que ocurrió en esta importante villa alcarreña en el invierno de 1521.

Ya en agosto de ese año, el Concejo quedó enterado de un escrito que la Junta de la Comunidad enviaba, pidiendo la entrada de 525.000 maravedies como aportación a la causa de la revolución, para ayuda de la campaña contra Toledo. Tenían que ser entregados al prior de la Orden de San Juan, que comandaba las tropas que iban contra la ciudad imperial. El ayuntamiento alegó que no podía pagar tal cantidad, pues quedaría en bancarrota. Pero unos días después acordó contribuir con 200.000 maravedises.

En diciembre de ese mismo año, sin embargo, la villa de Pastrana contribuyó con hombres a aumentar el ejército real. Los comuneros, viendo que la comarca pastranera se ponía de parte del Emperador, castigaron con rigor algunos de sus pueblos. Así, en el otoño de 1521, diversas partidas de comuneros atacaron los pueblos de Fuentenovilla, Hueva, Moratilla de los Meleros, Valdeconcha y Yebra, robando en ellas muchas picas, ballestas y escopetas, así como alimentos con que abastecerse. A Pastrana señalaron los revolucionarios diciendo y amenazando «que lo an de Robar y saquear». Con estas prevenciones, el Ayuntamiento puso en guardia a todos los vecinos contra «algunos que se dizen capitanes non lo seyendo en de servycio de su magestad e daño de la provincia e de las villas della» y obligó a que tuvieran en su casa armas y estuvieran pendientes de acudir en ejército a la primera llamada que en este sentido hiciera el teniente del gobernador que en la villa había. S pusieron bandos por las calles, se pregonó por todos los rincones de Pastrana: «que toda la gente desta villa de Pastrana vesinos e moradores desta dha villa estén presentes e Resydentes e esta dha villa de apercibo con sus armas para cada que convyniere lo que les fuera mandado y convynyere a la Justicia del Rey en pro e utylidad de la dha villa e provincia…»

Fueron nombrados capitanes de Pastrana Fernando de Bolligas, Pedro Alonso y Cristóbal Nadador, debiendo dedicarse a realizar un censo de los hombres dispuestos a salir en campaña si hiciera falta, y a inspeccionar y contar sus armas. Cada uno de los capitanes mandaría tres cuadrillas, sacando de ellas los hombres que ellos considerasen más aptos y útiles para el servicio de armas. La verdad es que no existen más datos en el libro de actas del Ayuntamiento, por lo que se pueda colegir la intervención de este «ejército pastranero» en la Guerra de las Comunidades. Y aunque ésta parece que pasó un tanto de refilón por nuestra villa, sí que puede afirmarse que, durante unos meses, encogió el corazón de sus habitantes con el temor de la batalla, y durante muchos años, es seguro, con la tristeza de una guerra que -como todas las guerras- no trajo vencedores ni vencidos, sino sólo la hiel amarga del sufrimiento para todos.