Historia del franciscanismo en Guadalajara (I)

miércoles, 5 mayo 1982 0 Por Herrera Casado

 

Estamos todavía en la Edad Media. En esa edad sin límites y sin fronteras en la que lentamente el hombre se va rodeando de comodidades, va descubriendo la ciencia antigua de los griegos y dividiendo su sociedad aún más drásticamente en clases sociales. De esta época que los historiadores llaman «la baja Edad Media» proviene todavía en gran parte nuestra forma de estar en el mundo, nuestra clasificación de los seres y de sus sentimientos. El concepto del bien y el mal que todavía tenemos, es más medieval que renacentista. Y las necesidades morales y anímicas que nos acucian, son muy parecidas a las de entonces. A las de ese mundo de comien­zos del siglo XIII en que el joven Francisco de Asís se lanza al mundo para reformarlo.

Rompe Francisco una dura capa de hielo en el estanque secular de Occidente. Pues aunque aún achaca a revelación divina («Francisco, reedifica mi casa, que se arruina»), su intimo empuje, va decidido a operar en el más amplio plazal de los humanos: en ciudades y caminos, en pueblos y mercados y puertos y majadas. Va a dedicarse a andar, a hablar, a convertir. Después, a rezar. Cuando todo lo de antes haya cuajado en frutos. Así pues, el afán constructivo de Francisco de Asís se refleja en esa reconstrucción de las pobres ermitas de San Adrián, San Pedro y Santa María de los Angelés, en los alrededores de Asís. No le quería Dios ingeniero de edificios. Con doce compañeros más (Bernardo de Quintaval; Pedro Catani; Sabatino; Morico; Juan de Capella; Felipe Lobgo; Juan de San Constancio; Bárbaro; Bernardo de Bridante; Ángel Tancredo de Rieti, y Silvestre) se va al desierto de Rivotorto, a pensar en el futuro de la humanidad. Es el año 1208.

Y de allí, en efecto, sale una medida de ella: al año siguiente aprueba la orden, en la exposición verbal que el autor hizo, el Papa Inocencio III. Pocos años más tarde la aprueba oficialmente Honorio III. La pobreza y la evangelización son los puntales principales del nuevo instituto. Muy ajenos a su rápido y asombroso crecimiento debían estar benedictinos y cistercienses, que apenas si opusieron resistencia a lo que Inocencio y Honorio aprobaban, sabiendo con toda certeza que estaban ratificando una conmoción en el discurrir de la Humanidad. En uno de los puntos de la regla aparece escrito: «Vistan túnica con capilla y cordón; vistan todos de paños viles». Y descalzos, y coman lo que buena y generosamente reciban. Y enseñen el Evangelio. Y crezcan, crezcan, crezcan…

Y el hábito pardo y pobre de los franciscanos ha cubierto el mundo. Lo ha crecido. Desde el primer momento quisieron unirse las mujeres a esta empresa, y así es fundada la segunda Orden por Santa Clara de Asís, en 1212 tomando para su regimiento las mismas cláusulas de la regla de San Francisco. Lógicamente, en los siete siglos largos que lleva de vida la orden, sin lugar a dudas la más numerosa y extendida de la historia cristiana, ha sufrido algunas reformas y diferentes interpretaciones. Fruto de ellas han sido las variadas divisiones en que se han disgregado frailes y religiosas, siempre unidos, sin embargo, bajo el pardo sayal de su padre San Francisco. De la primera orden, de hombres solamente, han salido los monjes conventuales, los monjes capuchinos, y los frailes menores o franciscanos propiamente dichos, que a su vez comprenden a observantes, recoletos y descalzos. De todos ellos ha habido muestras en la provincia de Guadalajara, como más adelante se verá. De entre las clarisas, han surgido urbanistas; capuchinas; recoletas y descalzas; de la Divina Providencia, y Concepcionistas. Finalmente, y fruto también de la mente organizadora del santo de Asís, en 1221 tomó cuerpo la Orden Terciaria, formada por hombres y mujeres que, sin abandonar totalmente el mundo han querido dirigir su vida conforme a los cánones franciscanos. Se han dividido también en claustrales y seglares.

La rápida expansión del movimiento espiritual franciscano abarcó a nuestro país muy pronto, hecho que se aceleró con la visita del propio San Francisco, en 1217, a España. Se calcula que hacia el año 1700, solamente en nuestra nación había más de 15.000 religiosos de esta Orden, entre los que han ido descollando grandes figuras eclesiásticas, literarias y científicas, a pesar de ser su primordial intención, al ingresar en la Orden, la predicación evangélica y el ejemplo difícil de una vida pura y pobre.

Cuando en 1224, estando San Francisco orando en lo más alto del monte Vernia, se le apareció Cristo y le impuso en manos y pecho los estigmas de la Pasión, no estaba ocurriendo otra cosa que la divina confirmación a algo que ya estaba en marcha y no había de parar jamás. Francisco de Asís murió en 1226, pero la orden franciscana aún siguen, pujante, dedicada y santa, con el ánimo del primer día realizando su misión de transformar, todavía un poco más al mundo.

En la provincia de Guadalajara fueron sus institutos, tanto masculinos como femeninos, los que más proliferaron en las épocas propicias a la instauración de monasterios y conventos: A todos los puntos llegaban los frailes, y en todos eran entusiásticamente recibidos. De sus orígenes legendarios, de sus misiones y relaciones con otras órdenes, daré a continuación sucinta relación.

Situación de la Alcarria y Guadalajara en el siglo XIII

El momento en que surge por todo el Occidente europeo la nueva palabra franciscana, expandiendo su influjo a todos los rincones, tiene en la tierra de Guadalajara un peculiar y muy bien definido acento. Ha terminado la reconquista total del territorio, por parte de los Reyes castellanos, un siglo antes, y su asentamiento ha tenido que ser sancionado con la entrega en custodia, o señorío, de enormes extensiones de terreno, áridas hasta entonces, casi despobladas, que ahora vuelven a tomar nuevo interés y vitalidad, al ir recibiendo beneficios jurisdiccionales, cartas ‑ pueblas, y aun fueros que alientan el asentamiento y la repoblación. Son los momentos en que el Señorío de Molina, dado en behetría de linaje a la familia de los Lara, comienza a recibir gentes del norte peninsular a formar y acrecentar sus grandes pueblos, a elevar sus fortalezas magníficas y a fraguar un orden social nuevo, basado en el señorío civil, en e tutelaje de una familia, y en la autonomía social y orden representativo del pueblo.

El crecimiento demográfico y el despuntar económico de las alcarrias y serranías del sur de la Cordillera Central, de esta Guadalajara de «ultra‑puertos» que durante el siglo XIII se lanzan a crecer con energía, es debido en gran modo al sistema social que entre sus gentes se instituye. La donación de amplios territorios, por parte del rey castellano, a nobles, a obispos y a monasterios, se acompaña de entregas generosas a Concejos populares que no reconocen más tutela y mando que la del propio rey, siendo en todo lo demás totalmente autónomos. El poderío económico y el dinamismo social de esos Concejos-heredados en gran modo del subterráneo devenir de la antigua Celtiberia- harán surgir en sus pueblos y villas el fenómeno nuevo del franciscanismo. Mucho más que en los lugares de señorío civil o eclesiástico, los Concejos libres o villas de realengo tendrán la intención, puesta en práctica de ordinario, de elevar convento de frailes mínimos y acrecentarles en bienes y en posibilidades de expansión y funciones.

Los tiempos siguen evolucionando. La dinámica social castellana va haciendo perder fuerza a los Concejos comuneros, y dándosela a los señoríos de nobles y de grupos: las órdenes militares acrecientan su fuerza; el obispo y cabildo seguntino aumentan sin cesar su poderío. Y los Mendoza, con sus familias saprofitas, van abarcando constantemente nuevas fronteras y tierras, engullendo villas y lugares para su casi infinito señorío. Ello hará que también las fundaciones religiosas franciscanas reconozcan este origen pues serán-en su mayoría de casos lo veremos- estos conjuntos de nobles patriarcados, los que en definitiva hagan crecer el franciscanismo alcarreño.

Pero siempre, y esto debe quedar bien claro, con el dato señero de que fueron los concejos libres los que en principio ayudaron a la grey franciscana a su instalación entre nosotros. Por recordar, someramente, las fundaciones del siglo XIII y XIV, los nombres de Atienza, Guadalajara y Molina bien pueden servir de ejemplo clarísimo.