Meditaciones en Santamera

sábado, 10 abril 1982 0 Por Herrera Casado

 

No hace mucho tiempo, viajé hasta un ínfimo lugar de nuestra Serranía, en la comarca seguntina, escondido de miradas y pisadas, ajeno al tiempo y sus oscilaciones, encajonado en las estrechuras rocosas que forma el río Salado antes de bañar los pueblos de El Atance y Huérmeces. Es uno de esos muchos lugares que, no por repetida la frase tiene menor validez, de los que abunda la provincia de Guadalajara: espléndidos de paisaje, de arquitectura popular, de virginidad en sus múltiples aspectos de vida rural, desconocido de la mayoría simplemente por estar algo apartado de las normales vías de comunicación.

Allí en Santamera, y tras recorrer sus calles empinadas algunas talladas en la misma roca, ascendí hasta lo más alto del caserío, donde desde hace varios siglos asienta la iglesia parroquial, que tiene una sencilla puerta abierta a mediodía con ornamentación de bolas sobre su única arquivolta. Dentro de ella, fue realmente sorprendente el efecto producido por su grande y magnífico retablo renacentista. Este llena el muro del fondo de presbiterio. Se trata de una obra majestuosa de estilo plateresco, compuesta de un total de 19 pinturas sobre tabla, enmarcadas por ricos frisos, pilastras y todo tipo de ornamentación renacentista en madera tallada y policromada. Los asuntos de sus pinturas, de más que mediana calidad, se refieren a escenas de la Vida y Pasión de Jesucristo; se mantiene plenamente en el estilo de los retablos que, de talla y pintura, salen de los talleres de Sigüenza en torno a la mitad del siglo XVI. Ostenta también una buena talla de Santa María Magdalena, de la misma época, y en la sacristía se guarda el primi­tivo sagrario, con estimables tallas y esculturas, y una magnífica pintura sobre tabla que representa el Calvario, muy bien conservada, procedente del mismo retablo.

En dicha iglesia parroquial de Santamera, todavía se admira un altar dedicado a San Roque, que es obra del siglo XVII con diversas tallas de santos y apóstoles. También guarda una extraordinaria cruz repujada, hecha en 1551, obra de los talleres de orfebrería de Sigüenza en esa época, y, aunque no lleva punzón notable, se puede asegurar que es de la mano y arte del platero Martín de Covarrubias. 

Contemplando estas maravillas desconocidas de casi todo el mundo, nunca fotografiadas con minuciosidad y orden, no referidas ni detalladas en catálogo alguno, se me ocurría pensar que si, por un desgraciado impulso, alguien se llevara en robo, que por otra parte no es difícil de realizar ni impensable, estas obras de arte, ya no habría constancia alguna para poder en un futuro reclamar esas tablas, esas tallas y esas piezas de orfebrería, porque no existe un anclaje documental, fotográfico o descriptivo, que las asegure.

Y el hecho no es mera fantasía. Cerca de allí en un pueblecito llamado Cercadillo, en los últimos años se han sucedido con rara periodicidad, y en varias ocasiones, robos nocterniegos que han mermado gravemente su patrimonio artístico. Hace muchos años visité la iglesia parroquial de Cercadillo, asombrándome de la cantidad y calidad de sus obras de arte. Parecía imposible que en un pueblecillo tan apartado existieran tales retablos, obras renacentistas y barrocas admirables; tales tallas románicas de la Virgen; buenas pinturas sueltas. E, incluso, después me enteré que también existían obras de orfebrería, entre ellas una gran cruz procesional de plata, quizás de la misma época renacentista que la de Santamera. Y digo que me enteré después porque, durante mi visita, el párroco me aseguró que no existían obras de orfebrería de ninguna clase. Sin embargo, cuando unos años después la prensa difundió la noticia de uno de los robos cometidos en esta parroquia, se relacionó que entre las obras perdidas (además de una imagen románica, grande, de la Virgen, y varias tablas de pintura renacentista) se habían llevado la gran cruz procesional del pueblo.

¿Cómo poder encontrar ahora esas obras? No existían fotos de las mismas; no había descripciones de ellas. No existe, en definitiva, catálogo de ninguna clase de todas las obras de arte que, en la parroquia de Cercadillo, en la de Santamera, en la de Atienza en la de Pastrana, en la de Alustante, ni en ninguna de los varios centenares de parroquias de nuestra diócesis y provincia.

Este hecho es lamentable. El patrimonio artístico de España, y de Guadalajara, más concretamente, está por ahí suelto, sin que en ningún caso conste de una manera organizada y homogénea, su cantidad, su calidad y sus detalles. Al igual que se hizo hace tres años por parte del Ministerio de Cultura que realizó el Inventario total de los bienes arquitectónicos de interés histórico-­artístico, que en la provincia de Guadalajara realicé personalmente, y que dio como resultado un acopio de 2.000 fichas relativas a todo lo que de interés arquitectónico, por uno u otro motivo, existen en Guadalajara, salvándolo así en cierto modo para el futuro, se debería realizar ahora con los bienes muebles: con todas las obras de arte que andan por ahí sueltas y que, en caso de desaparición, ya nadie podrá intentar siquiera recuperarlas, porque ni están fotografiadas ni catalogadas convenientemente

Quisiera ser este comentario una nueva llamada de atención a este grave problema, que afecta a la razón y a la raíz más íntima y palpitante de nuestro pueblo: el legado de arte e historia que España ha recibido de anteriores generaciones. Las autoridades competentes, que tienen a su cargo el cuidado de este inmenso patrimonio, deberían concienciarse de que esta tarea de catalogación es inaplazable, urgente, fundamental.

Y podríamos seguir, machacando -porque en muchas otras ocasiones ya lo he tratado en estas páginas- y machacando, en el tema de los archivos. De la necesidad de cuidarlos, de organizarlos, de salvarlos para el futuro. En la provincia de Guadalajara existen algunos archivos valiosísimos y muy bien montados, muy  útiles: el Histórico Provincial, en el Palacio del Infantado de Guadalajara, es pieza clave para el estudio de la historia de nuestra tierra. En Sigüenza, los archivos de la catedral y de la Diócesis están también cuidados y no corren peligro. Aún pueden mencionarse alguno archivos de Ayuntamientos (como los de Almonacid, Pastrana, Atienza, Cifuentes, Molina de Aragón, Almoguera, Tamajón y el mismo de la capital de Guadalajara) que está muy completos y muy bien cuidados, útiles para investigar en ellos y, sobre todo, seguros frente al futuro. Pero hay otros, la mayoría, que no pueden exhibir el mismo título. En los rincones más oscuros y sucios de los cuartos traseros. Allí donde caen las goteras de una sacristía (y, según me decía una vez un responsable de una parroquia precisamente allí, donde caía el agua de la lluvia, para ver si de una vez acababa la humedad con aquel montón de papelejos), o allí donde incluso los chicos entran para jugar o hacer travesuras. No sólo la incuria ha acabado y está acabando con archivos parroquiales y municipales, sino otro tipo de acciones que caigan incluso en el capitulo de lo delictivo. Pero esto es delicado de tratar y sólo lo mencionamos.

Es realmente lamentable, pero en el último cuarto del siglo XX -lo que en otros países a los que intentamos parecernos y copiar en otras cosas ya no ocurre desde hace centurias-, aquí sigue pasando. Tratamos de ponernos al día de la Europa occidental en armamento, en pornografía, y en el precio de la gasolina; y, mientras tanto, estamos al nivel que ellos tenían en la Edad Media en lo que se refiere al cuidado y salvamento de los archivos, de los libros y papeles que dicen nuestra historia. ¿Es que queremos olvidarla? Se impone, seamos sinceros, una normativa urgente y tajante que evite más deterioros, más pérdidas, más calamidades a los archivos, por mínimos que sean, de nuestra tierra.

Seguir como hasta ahora es actitud suicida, alienante, pura locura.