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agosto, 1981:

Los Guzmán de Guadalajara

 

La familia de los Guzmán, extensísima y relevante de la nobleza española, asentó desde muy antiguo en la tierra de Guadalajara, donde dio varones ilustres, distinguidos especialmente, durante los siglos del Imperio, en las armas. Fue el primero de los llegados a nuestra ciudad el caballero don Ramiro Flores de Guzmán, quien ya estaba aquí en 1396. Emparentó esta familia con las de Caniego, Zúñiga, Suárez de Figueroa y Rivas, entre otras. A poco de llegar, levantaron sus «casas mayores» o palacio, en las cercanías de la iglesia de Santa María la Mayor, entonces la más preclara y rica de la ciudad, en torno a la cual habitaba lo más granado de la hidalguía arriacense. Al mismo tiempo la familia Guzmán adquirió el patronato de una capilla en dicha iglesia, donde durante siglos fueron enterrándose sus miembros, y llenándola de escudos y obras de arte. Todavía hoy se puede contemplar esta capilla en Santa María (es la destinada a las funciones religiosas diarias durante el invierno) y aparte de algunos cuadros, esculturas y losas con escudos, se ven por la pared pintados los blasones de la familia, y esta leyenda: «Esta Capilla de Nuestra Señora de la Paz y Misericordia fue fundada por el N. N. Cavallero don Luis de Guzmán y María de Guzmán su muger SSres. de la Villa de Alvolleque, Lugar de Enterramiento y descanso y sus suzesores en su casa y Mayorazgos, y se an de poder enterrar en ella los dhos patronos y todos sus hijos y descendientes y demás personas que los dhos patronos quisieran señalando ellos el entierro a cada uno y se han de traer y depositar aquí todos los huesos de la capilla mayor».

Entre los más señalados Guzmanes de Guadalajara, recordamos aquí a don Nuño Beltrán de Guzmán, famoso adelantado en las Américas, conquistador de la Nueva Galicia, en el territorio mejicano, y fundador de la ciudad de Guadalajara en Jalisco. Pocos historiadores hablan de sus virtudes, pues al parecer no las tuvo, excepto la de la valentía. Tierno y cruel, fue con la espada abriendo tajos en poblaciones indígenas, e incluso llegó a ser requerido por la Corte hispana para rendir cuentas de sus actuaciones. Murió en Valladolid, el 1558. Un hermano suyo, don Gómez Suárez de Figueroa y Guzmán, le sucedió en el mayorazgo, siendo un valeroso capitán que militó primero con Gonzalo Fernández de Córdoba en Italia, pasando luego, en 1517,  la Corte de Carlos I, recibiendo el hábito de Santiago y la encomienda de San Calorio en Sicilia. Llegó a ser General de Milán por el Emperador Carlos, en 1554. Acabó sus d í a s siendo embajador en Génova. Su hijo, don Lorenzo Suárez de Figueroa caballero calatravo, fue comendador de Auñón y Capitán general de Córcega.

Muchos otros Guzmanes dio Guadalajara a la historia. Recordemos someramente a Luís Beltrán de Guzmán, Maestre de Campo en Nápoles. Hernando Beltrán de Guzmán, capitán de infantería también en Nápoles, y alcaide de diversos castillos en aquel reino. Gaspar de Guzmán y Mendoza fue paje del Emperador Carlos, y luego capitán en las guerras de África. Su hijo, Luís Beltrán de Guzmán, fue capitán de infantería en el Reino de Cataluña. También en el siglo XVI destacan de esta familia don Álvaro de Luna y Guzmán, capitán de Infantería murió luchando en el norte de África; y don Ramiro de Guzmán, capitán de Infantería en Flandes, durante lo más crudo de las revueltas antiespañolas. Aún don Francisco de Castilla y Guzmán, fue caballero de la Orden de Santiago, y capitán de Infantería en el Reino de Sicilia, y don Juan de la Cámara y Guzmán, que ocupó cargo de capitán de caballería en Flandes

El mayorazgo de la familia asentó siempre en sus casas principales de Guadalajara. A fines del siglo XVII renovaron su palacio, construyendo uno nuevo que es el que aún perdura en la actual calle del doctor Creus, frente a Santa María. Es una construcción sencilla, de la época, con portada en la que destaca la entrada, de piedra tallada con molduras y detalles barrocos, y un gran escudo de los apellidos Guzmán y Zúñiga, a la sazón titulares del mayorazgo En su interior, hoy abandonado, existen aún salones con los techos decorados de blasones múltiples, policromados, de las principales líneas de la familia. La última señora que residió en esta casona fue doña María Domínguez de Baquedaz, Vigil de Quiñones, Zúñiga y Guzmán, marquesa de Andía, de Villasinda, de Auñón y de la Ribera, que casó con el duque de Rivas, y fue duquesa viuda de tal título. Murió el 8 de mayo de 1828, y luego sirvió de sede a la Diputación Provincial de Guadalajara, al Gobierno Militar, a los Juzgados de primera instancia, y, finalmente, y hasta el año 1976, casa‑cuartel de la Guardia Civil. Es el único testimonio que queda de tan ilustre grupo familiar, ligado siempre a Guadalajara, en las hazañas, guerras y embajadas de sus gentes, y por ello debe ser a toda costa respetado.

Bibliografía:

PECHA, Hernando: Historia de Guadalaxara, Edición de la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana», Guadalajara 1977, pp. 115‑116.

MEMORIAL HISTORICO ESPAÑOL, tomo XLVI, Madrid, 6 pp. 116­117

Galve de Sorbe

 

Sobre unos anchos prados que bordean por el sur la alta llanada de la Sierra de Pela, aparece el caserío del que fuera en antiguos tiempos muy importante pueblo y cabeza de amplio señorío: Galve de Sorbe.

Perteneció, tras la Reconquista, al Común de Villa y Tierra de Atienza, siendo luego, en el siglo XIII, de propiedad del infante don Juan Manuel, quien levantó un primitivo castillo sobre el lugar. Pasó luego a la Corona por muerte del revoltoso Infante, y en 1354 el rey don Pedro I dio Galve a Iñigo López de Orozco. Su hija doña Mencía casó con Men Rodríguez de Valdés, señor de Beleña, y a ellos compraron Galve, mancomunadamente, el Almirante de Castilla don Diego Hurtado de Mendoza, y el Justicia Mayor del Reino don Diego López de Estúñiga. En esta última familia quedó. En 1428 fundó mayorazgo con Galve y los lugares de su tierra don Diego López de Estúñiga, en cabeza de su hijo Pedro de Estúñiga «el mozo», levantó el castillo que actualmente otea sobre Galve en 1468. Quedó, pues, en poder de estos Estúñigas o Zúñigas, a quienes en 1543 se lo compró doña Ana de la Cerda, viuda ya de don Diego Hurtado de Mendoza, hijo segundo del Cardenal Mendoza. El hijo de doña Ana, don Baltasar Gastón de Mendoza y de la Cerda fue nombrado por Felipe II en 1557 primer conde de Galve, y en esta familia, en seguida también duques de Pastrana, siguió el condado serrano. Ya en el siglo XVIII, por entronques familiares, pasó a la casa de los duques de Alba, que hoy ostentan el título de condes de Galve.

Fue este pueblo cabeza de un amplio territorio de lugares serranos extendidos por los agrestes vericuetos de la vertiente sur de las serranías del Ocejón. Eran éstos: Valdepinillos, La Huerce, Zarzuela de Galve, Valverde de los Arroyos, Umbralejo y Palancares, más los actuales despoblados de Cestalviejo, Pedro Yuste, Majadas Viejas y La Mata de Robledo, que constituían el condado de Galve.

Conserva esta villa algunos variados recuerdos de su pasado. Son de admirar sus construcciones rurales, todas de firme sillería bien trabajada, dando sensación de reciedumbre y buen hacer: muchos dinteles tallados, algunas buenas rejas… en la plaza mayor, ante el soportalado ayuntamiento, se alza el rollo o picota, de fuste cilíndrico, y remate pinacular con adornos góticos, muy bello ejemplar de finales del XV o principios del XVI, y que viene a simbolizar la categoría de villa que tuvo Galve. También a la entrada del pueblo, por levante, se alza otra picota de la misma época y parecidas características.

La iglesia parroquial es obra del siglo XVI, y presenta una fábrica inexpresiva de sillarejo, con portalada de dovelas bien trabajadas, pero sin otro detalle artístico destacable. Al construir este templo, fue derribada de una construcción con abundante talla, tanto de arquivoltas, cenefas e impostas de temas vegetales y geométricos mudéjares (de los que aún pueden verse fragmentos empotrados en el sillarejo del muro norte del actual templo) como de capiteles, de tema vegetal y de iconografía varia, (se conservan algunos distribuidos en muros y dinteles de las casas del pueblo; uno de ellos muestra una escena de la pasión de Cristo).

Sobre un alto cerro al norte de la villa, se alza majestuoso el castillo. Obra de la segunda mitad del siglo XV, erigido por los Estúñigas, cuyos escudos aparecen distribuidos en las talladas piedras de muros y estancias, sufrió luego el abandono y la ruina, el destrozo programado en la guerra carlista, y la reconstrucción arbitraria que su nuevo dueño le ha impuesto recientemente. Consta de un amplio recinto externo, de elevada muralla almenada, en la que se presentan sendas torres cuadrangulares en las esquinas, más un cubo semicircular adosado al comedio de la cortina sur. Sobre la esquina noroeste se alza la hermosa torre del homenaje: de planta cuadrada, con fuertes muros de sillar, en lo alto de las esquinas rompen su línea recta cilíndricos garitones sobre repisas varias veces molduradas, luciendo cada uno un escudo de los Zúñigas constructores. Se remata esta torre con un saledizo sujeto por modillones de triple moldura. Tiene su interior, ya restaurado, cinco pisos, en uno de los cuales aparece una gigantesca chimenea, de piedra sillar, con gran arco escarzano, y ventanales escoltados de asientos de piedra en otra, rematando en atrevida bóveda de piedra, y en una superior terraza desde la que se contempla un increíble panorama.

El primer domingo de octubre se celebran las fiestas patronales de Galve, en honor de la Virgen del Pinar. Actúan en ellas un grupo de danzantes que se acompañan de zarragón y músicos dulzaineros. Son nueve en total estos danzantes, y visten camisa blanca con corbata de colores vivos; pantalón corto y medias, muy claros; alpargatas blancas; chaleco oscuro; faja negra y una chaqueta del mismo género y color que el pantalón. En la cabeza llevan un pañuelo multicolor atado a la nuca. El zarragón viste de modo similar, con medias oscuras, y se toca la cabeza con una especie de bonete con gran bola, llevando en la mano unos palotes huecos para hacer diferente ruido que los danzantes. Ejecuta este grupo una serie de danzas de paloteos, y culmina su actuación con «el Castillo», en que puestos unos sobre otros, los danzantes forman una torre humana que culmina con uno de ellos puesto boca abajo. El simbólico rito propiciador de riqueza y fecundidad agrarias, se completa con la fiesta de San Juan, día en el que estos danzantes mandan y gobiernan el pueblo.

En el término de Galve de Sorbe se encuentran hermosos paisajes y extensos pinares. En el camino hacia Valdepinillos y los valles de Sorbe y Sonsaz, se encuentra el «campanario», elevación que atraviesa el camino y desde donde se contemplan dilatados horizontes. El curso del río Sorbe es también lugar propicio para excursiones y sorpresas paisajísticas.

La conquista de Molina según Sánchez Portocarrero

 

En esta tercera, y ya última, revisión de crónicas acerca de la reconquista y repoblación de la ciudad de Molina y su amplio territorio circundante, vamos a repasar el texto de la más amplia y completa historia del Señorío molinés hasta ahora escrita, en concreto la del regidor don Diego Sánchez Portocarrero, elaborada a mediados del siglo XVII. Hay que hacer constar que este escritor, que elaboró la mayor parte de su obra mientras residió en su casona de Hinojosa, sigue en este tema fielmente a Zurita; pero como le parecen pocas las noticias que el riguroso historiador aragonés proporciona en torno a Molina, él las aumenta y redacta ampulosamente, hasta llegar a emplear varias páginas para decir lo mismo que Zurita en pocas líneas. E incluso, y como sintiéndose obligado a proporcionar a sus lectores mayor caudal de datos en torno a un tema que se le antoja crucial, como es el de la iniciación de la repoblación molinesa, Sánchez Portocarrero aporta cuantas fabulosas leyendas le han sido transmitidas por la tradición a los autores poco rigurosos. Teniendo esto en cuenta, facilitaremos aquí las líneas generales de la información que nos transmite, y comentaremos algo más ampliamente las leyendas que sobre el tema nos transmite.

En el capítulo XIX de su «Historia del Señorío de Molina», habla Sánchez Portocarrero de la «Guerra y conquista del Cid en el distrito de Molina y sus contornos». Sigue en este tema al licenciado Núñez, que comentábamos la pasada semana, y se limita a glosar el «Cantar de Mió Cid» a través de otros autores, como Garibay, Escolano, Mármol y otros. Se explaya en referir la travesía que el Cid hace por el territorio molinés a finales del siglo XI, y viene a insistir en que el caballero castellano sometió a los moros de la comarca, cobrándoles parias. Se fundamenta en el pasaje del poema cidiano en que se refiere que el Cid acampó durante varias semanas en el «Poyo» o cerro cercano a Monreal, guerreando desde allí a los moros que finalmente se le entregaron. Nuestro autor también refiere la posibilidad que el asiento de Rodrigo Díaz en ese Poyo lo tuviera junto a Hinojosa.

En el capítulo XXI, Sánchez Portocarrero va siguiendo de manera completa los «Anales de la Corona de Aragón», de Zurita, en lo que ha ce referencia a la reconquista de la Celtiberia por Alfonso I de Aragón. Añade nuestro autor, sin embargo, un dato curioso, que pudiera hacer variar la cronología sobre la conquista de Molina. Dice así: «hallábase en Molina el Reya don Alonso de Aragón en el mes de Diciembre del año 1125, no se averigua si de paz o de guerra», y luego siguiendo a Zurita añade que en el año 1126 «continuó el Rey don Alonso de Aragón la guerra por las fronteras de Molina y Cuenca contra los Moros de aquellas ciudades». Señala que en los dos años siguientes se enfrentaron en guerras los dos reyes Alfonsos de Castilla y Aragón, y finalmente sería en 1129 cuando el Batallador aragonés terminaría definitivamente la reconquista de la ciudad y el territorio molinés. Copia Sánchez Portocarrero el texto de Zurita, y luego añade por su cuenta que dicha guerra debió ser muy sangrienta y cruel pues por sus efectos, que dejaron a Molina totalmente desierta, puede colegirse, añadiendo que fue así como se la encontró diez o doce años después su primer señor don Manrique de Lara.

En cuanto al tema de la repoblación, nuestro autor vuelve más adelante a señalar este hecho de la despoblación radical en el momento de la conquista, y el hecho de que quedaran tan pocos pobladores y moradores, que 12 años después se hizo preciso traer gentes a Molina venidas de Castilla, de Vascongadas, que se mezclarían a esos escasos cristianos mozárabes que habitaban entre los moros, y a los propios árabes que no quisieron marcharse.

Donde Sánchez Portocarrero emplea más tiempo, ya en el capítulo XXII de su obra, es en comentar, por una parte, las guerras entre los reyes de Castilla y Aragón en torno a este territorio, y la última solución de ser ocupada y repoblada por la familia de los Lara. Señala nuestro autor que durante diez años, de 1129 a 1139, Alfonso VII de Castilla guerreó con los aragoneses Alfonso I y Ramiro II en torno a Molina. Ya veíamos en el relato riguroso de Zurita lo que ocurrió en estos años: las apetencias del castellano sobre gran parte de la Celtiberia, ganadas primero en incursión guerrea y luego entregadas a los aragoneses tras la condición de reconocerle vasallaje. Molina siempre quedó en poder del castellano, que finalmente se le entregó en señorío para su guarda a uno de sus mejores cortesanos, don Manrique de Lara. Como no podía ser menos, Sánchez Portocarrero se hace eco de la leyenda introducida por el Conde don Pedro de Portugal en su «Libro de las Genealogías» que escribió hacia 1310, creyéndola a pies juntillas y dándola por argumento clave de su historia. Creo que merece la pena copiar aquí el texto de don Diego Sánchez Portocarrero en su «Historia del Señorío de Molina» a este respecto, como curiosidad notable:

«El Rey de Castilla, e el de Aragón, havíanse contienda sobre Molina, uno dezía que era suya e lo mismo el otro, e el Conde Don Manrrique que suso dicho era Vasallo del Rey de Castilla e su natural, e era compadre del Rey de Aragón e mucho su Amigo, e viendo la contienda que entre ellos era pesóle mucho, e díxoles que pusiesen en él este fecho a contienda que entre ellos havía, e que él daría en ellos su sentencia qual viese que era buena, e derecha, e los Reyes ambos dixeron que lo otorgaban, e que prometían estar por al sentencia que él diese e él después que tuvo los poderes dio esta sentencia. Que el Derecho que los Reyes tenían, que lo revocaba e lo ponía todo en sí, e que de allí adelante que quedase Molina a él para siempre, e a los que del descendiesen quedando como Mayorazgo; e los Reyes otorgaron la dicha sentencia, e el Rey de Castilla dixo, que él quería muy bien labar la villa a so costa, e así lo fizo, e el Rey de Aragón dixo, que él quería labrar el Alcazar su costa e así lo fizo, e el Conde Don Manrique ovo la en toda su vida».

Esta mezcla de historia y leyendas son las que constituyen el fundamento de lo que hasta hoy mismo se ha venido diciendo en torno a esos 10‑12 años primeros del Señorío de Molina. Aragón y Castilla, de un modo u otro, en sus inicios. Y ya a partir de 1139 en que don Manrique de Lara asienta como señor en el territorio, concediendo luego en 1154 su famoso Fuero, es cuando la historia de Molina cobra sus perfiles más ciertos y firmes, formando a lo largo de los siguientes siglos un rimero de aconteceres, heroísmos, consecuciones y riqueza muy destacables, y de todos conocido.

La conquista de Molina según Núñez

 

Vamos a revisar ahora las noticias que sobre la conquista y repoblación de Molina nos ofrece otro autor y cronista del siglo XVI, el licenciado don Francisco Núñez, que fue vicario del arciprestazgo de Molina y abad de su Cabildo de Clérigos (1), habiendo redactado la primera de las historias del Señorío entre 1590-­1606. Esta obra, inédita y prácticamente perdida, la tituló su autor «Archivo de las cosas notables de Molina», y sólo contamos para su examen con algunas copias fragmentarias de la dicha obra, pero que todavía nos sirven, en algunos temas de la historia molinesa, de inestimable ayuda.

Escribe el licenciado Núñez al mismo tiempo que Zurita, aunque es posible que no usara, a nivel de historia general del reino de Aragón, fuentes tan de primera mano como este último historiador. Núñez poseía, sin embargo, la carga de una tradición oral muy fuerte, y los documentos fidedignos y más difíciles de consultar que se conservaban en el archivo municipal y capitular eclesiástico de la ciudad del Gallo. Ello supone que el autor hoy comentado pone en su obra datos fieles documentales junto a otros nacidos de la tradición que, en ocasiones, raya en lo legendario. Trataremos de ir desgranando unos y otros, en orden a conocer los primeros años de esta conquista y repoblación molinesa.

Según Núñez, «el primer Príncipe cristiano que sujetó esta tierra de Molina fue el Cid Rui Díaz y no ganándola por guerra, sino que la misma tierra y su Rey Abencanón se le sujetaron al Cid, reconociéndole vasallaje y dándole parias…» Y sigue diciendo nuestro autor que esto ocurrió cuando el Cid Campeador, en su primer viaje del destierro desde Burgos a Valencia, tras haber conquistado Castejón y Alcocer, pasó el río Jalón «y llegó a un poyo o cerro cerca de Monreal», que supone no puede ser otro que la eminencia montuosa que se alza junto al pueblo molinés de Hinojosa, a la que llaman «el Poyo o Cabezo del Cid» y en la que hay un bien conservado castro celtibérico que la imaginación de los naturales siempre creyó eran los restos de un campamento o ciudad edificado por el héroe castellano.

La verdad es que en estas y otras noticias que siguen, Núñez está poco afortunado, pues el paso del capitán castellano Rodrigo Díaz de Vivar por el territorio molinés, que hacia los finales del siglo XI estaba regido por un reyezuelo (Aben­-Galvón) subsidiario de Toledo, se hace de una manera silenciosa, y desde luego, no en son de conquista. Recibe el Cid acogimiento (proverbial en los árabes) como caminante de paz, y no les cobra impuestos ni los somete en absoluto.

Luego sigue el licenciado Núñez a Zurita (2) y enlaza con la historiografía real, diciendo: «el primer Rey que vino con ejército y ganó Molina fue el Rey don Alonso de Aragón perteneciéndole a él la conquista de testa tierra, y no al de Castilla». Citando bibliográficamente los «Anales de la Corona de Aragón», Núñez refiere que en 1122 Alfonso el Batallador ganó a Calatayud, y en 1124 a Medinaceli, sujetando Molina y sus alrededores (quizás el lugar de Castilnuevo, donde al amarecer acampó) en 1125, pero luego ya concreta diciendo «que se le rindió Molina año de 1129, con lo cual quedó toda aquella tierra debajo de su imperio y tributo». Y añade Núñez el testimonio del historiador Mariana (3) en el mismo sentido.

Relata luego las rencillas que surgen, a partir de 1133, entre los reinos de Castilla y Aragón, al morir el Rey Alfonso el Batallador, monarca de este último. Dice Núñez que «con estas disensiones y guerras, no se pudo reparar y poblar Molina», quedando esta tierra prácticamente desierta, pues desde el acto de conquista y toma de posesión que hizo en 1129 don Alfonso I de Aragón ninguna otra actividad repobladora se había llevado a cabo, y tampoco los moros se atrevían a intentar recuperarla por miedo a una represión más fuerte de los cristianos. Y respecto al modo en que Molina salió de este «parón» histórico, el licenciado Núñez nos informa que «a esta sazón pidió el Conde Almerich (Manrique de Lara) a Molina y la reedificó, y según esto fue la fundación de Molina en el sitio que ahora está, año 1134, o por allí cerca». Indudablemente, Núñez no puede fijar una fecha de toma de posesión de Molina por parte del conde don Manrique, pero sí que centra muy bien (en 1134 el momento en que, fruto de paces y concordatos entre Alfonso VII de Castilla y Ramiro II de Aragón, Molina y su tierra quedan ya definitivamente consideradas como territorio castellano.

El licenciado Francisco Núñez, en su valioso «Archivo de las cosas notables de Molina» dice que don Manrique puso la ciudad moderna en el sitio actual, trasladándola desde Rillo de Gallo, en que asentaba Molina la Vieja. Y que allí había habido, sin duda, gran población, centro vital de los moros molineses, y que en sus días (finales del siglo XVI) se habían descubierto en Rillo los fundamentos o cimientos de la mezquita mayor de aquella ciudad. Y cuenta que su padre refería que, todavía a comienzos del siglo XVI, eran muchos los moros que vivían en el Señorío, que tenían por costumbre ir en romería cada año a Rillo, para considerar que allí estuvo la mezquita mayor de sus antepasados.

Vemos que este autor utiliza las referencias legendarias con mayor fuerza y entusiasmo que Zurita y otros historiadores contemporáneos. Aun nos refiere más relatos tradicionales, que sólo a punto en su calidad de curiosidad y anécdota. Dice Núñez que había visto «en un memorial antiguo» del que no cita autor, título ni fecha aproximada, la noticia de que había sido el noble cortesano de Castilla don Pedro de Lara quien había conquistado el territorio molinés a los moros, al negarse éstos a pagar el tributo que debían a la mujer del castellano, como descendiente del Cid que era, sucediéndole luego de modo natural el Conde Almerich (don Manrique de Lara) «que fundó a Molina la Nueva». Y aún insiste Núñez con otra razón incierta y legendaria para justificar que, tras la indudable conquista por los aragoneses del territorio de Molina, apareciera Manrique como su primer señor: y ello es que, tras la reconquista, y al quedar desarmado el ámbito geográfico molinés de los monarcas aragonés y castellano, el noble cortesano «pidió por merced» a su monarca que le diera el señorío de tan desértico territorio, lo cual consiguió sin problemas.

Como vemos, de todos modos, son nuevos datos que aportar para el progresivo y exhaustivo conocimiento de esos diez o doce años claves en la formación del Señorío de Molina como micro ‑ estado independiente y aforado en el corazón de la Celtiberia hispana. La semana próxima examinaremos otro conocido autor y texto del siglo XVII.

NOTAS:

(1) Ver el capítulo titulado «Biblioteca Molinesa» en las páginas 19‑22 de mi obra El Señorío de Molina, editada por la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana» en 1980.

(2) Gerónimo ZURITA, Anales de la Corona de Aragón.

(3) Juan de MARIANA, Historia General de España

La conquista de Molina según Zurita

 

Uno de los puntos de la historia del Señorío de Molina, que aún permanecen más oscuros, es el referente a su reconquista y primer poblamiento ¿Fue Castilla o Aragón el Estado cristiano medieval que sustituyó a los árabes en el dominio de la comarca? ¿Cuándo y cómo entró don Manrique de Lara en posesión del territorio molinés? Estas preguntas, hoy ya más o menos afirmadas en el conocimiento de todos, han ido siendo contestadas por diversos historiadores a lo largo de las últimas centurias.

Hemos revisado a fondo algunos textos originales de los siglos XVI y XVII, en los que diversos historiadores de Aragón y de Molina se ocupan del tema con más o menos extensión y profundidad. Del cotejo de unos y otros textos podrá el lector formarse una idea bastante aproximada de lo que pudo pasar o pasó en aquel remoto siglo XII en el que los reinos de Castilla y Aragón, con sus animosos monarcas al frente, y el genio creador y político de sus hombres, hizo de una tierra desierta y remota cual era el territorio de Molina, un emporio de riqueza y un espejo de prosperidad.

El primero de estos autores que vamos a examinar es el ya clásico y prestigioso Gerónimo Zurita, quien en su magna obra «Anales de la Corona de Aragón» aporta algunas -no muy abundantes-noticias sobre los momentos de conquista de Molina por parte de los monarcas aragoneses, muy en especial dentro de la campaña que en la tercera decena del siglo XII realizó Alfonso I el Batallador por todo el territorio de la antigua Celtíbera. Aunque este autor trabajó a finales del siglo XVI, y editó su obra por vez primera en 1610, en esta ocasión nos hemos servido para el estudio de su trabajo de la reedición de los «Anales de la Corona de Aragón» hechos en Valencia (1967) por el profesor Ubieto Arteta y colaboradores, que la notaron con fuentes y la indicaron.

Dedica esta obra, clásica en la historiografía española, una buena porción de páginas al reinado de Alfonso I de Aragón, dicho «el Batallador» ya por sus contemporáneos. El mismo Zurita expone así la opinión que le merece tan gran monarca, auténtico creador del reino de Aragón en el siglo XII: «Fue el valor de este príncipe tan grande, y él tan diestro y venturoso en las guerras que emprendió contra los infieles, que hubiera adquirido la mayor parte de la gloria que alcanzó después en muchos siglos por grandes príncipes, que sin ninguna contradicción se emplearon en aquella santa guerra» (1).

En un orden cronológico, aparece primero la noticia de la conquista por Alfonso I de la ciudad de Calatayud, importante bestión árabe, y el inmediato repoblamiento del valle del río Jalón: esto ocurrió en el mes de junio de 1120, e inmediatamente «púsose grandísima diligencia en poblarla de gente de guerra porque era la más principal fuerza contra los moros que estaban poblados en las serranías de Cuenca y Molina». Por medio de un Fuero otorgado al naciente común de Calatayud, en 1131, el rey de Aragón marcó los términos de su territorio. El límite sur incluía claramente las aldeas de Anchuela (del Campo), Codes, Milmarcos y Guisema, todas ellas reforzadas con castillos o torreones defensivos de frontera.

Posteriormente, en fecha de 1129, aparece referida la conquista de Molina. Copio a Zurita: «Después continuó la guerra por las fronteras de Molina y Cuenca contra los moros de aquellas ciudades, que, como dicho es, eran su tributarios. Y prosiguió la conquista por aquellas comarcas. Y hallamos en muy ciertas memorias de aquellos tiempos que en el año de 1129 se le rindió Molina y Cuenca contra los moros de aquellas ciudades, que, como dicho es, eran sus tributarios. Y prosiguió la conquista por aquellas comarcas Y hallamos en muy ciertas memorias de aquellos tiempos 1ue en el año de 1129 se le rindió Molina, y quedó toda aquella región debajo su imperio y tributo». Esas «ciertas memorias» que Zurita alega en defensa de esta noticia, son diversos documentos emanados de la Cancillería del monarca aragonés, y que hoy se conservan en el Archivo general de la Corona de Aragón, publicados por el investigador Lacarra en su «Colección de documentos inéditos para la Historia de Aragón» (2).

El año de 1133, en el discurso de la enconada batalla de Fraga contra los moros, murió peleando el rey Alfonso I de Aragón. Uno de sus nobles colaboradores muerto también en aquella ocasión fue don Aymerique de Narbona, de la casa condal de Aquitania, con la que emparentaron luego los Laras, señores de Molina. Parece evidente, aunque Zurita no lo dice expresamente, que don Alfonso el Batallador no hizo en Molina sino el acto de la conquista y toma de posesión, pero sin iniciar repoblación ni actividad civilizadora alguna.

En 1134, el rey de Castilla Alfonso VII, dicho «el Emperador» Por sus contemporáneos, se creyó con derecho al trono de Aragón, y se dirigió a estas tierras en son de guerra. Durante este año ocupó todo el territorio de la Celtiberia, llegando hasta Zaragoza (3). Así pues, en ese año de 1134, Molina y su tierra todavía despoblada, pasaba a depender del reino de Castilla. Pero poco después, en 1135, quedará el territorio molinés en posesión del monarca castellano de una manera legal y pactada. Zurita refiere (4) que en ese año el rey aragonés Ramiro II «el monje» «puso su amistad y confederación con el emperador don Alfonso (VII de Castilla)» entregándole Calatayud, Daroca, Tarazona, Molina y otros lugares y territorios de la margen derecha del Ebro. Aun señala Zurita poco más adelante cómo en 1136, Alfonso de Castilla reinaba, entre otros lugares, sobre Calatayud y su tierra circundante. Cuando, al año siguiente, en 1137, el nuevo rey aragonés, conde don Ramón Berenguer IV, quiso hacer nuevamente paces con el castellano Alfonso, juntos en Carrión «se concretó que se entregasen al príncipe (aragonés) las ciudades de Zaragoza y Tarazona, y las villas de Calatayud y Daroca, y otros lugares que estaban ocupados por castellanos, con juramento y homenaje que por ellos le reconocían señorío». He aquí un punto en el que se mantiene oscura la evolución histórica de Molina. ¿Pasó en este momento de nuevo al reino de Aragón, o bien se quedó definitivamente en el de Castilla? Ni Zurita ni historiador alguno lo especifica, por lo que hemos de colegir, con arreglo a lo ocurrido posteriormente, que el desértico territorio molinés, a pesar de su importancia estratégica, quedó un poco de lado, y permaneció en dominio del rey castellano.

Esta suposición nos la confirma la obra de Zurita algo más adelante, cuando historiando el reinado de Ramón Berenguer de Aragón, nos dice que en 1142 este monarca marcó a Daroca y su común de Villa y Tierra como «la principal fuerza contra los moros». Significa ello que Molina estaba ya por Castilla. Y los límites del Común de Daroca (y, por lo tanto, de Aragón) son, entre otros, éstos: Atea (en el Jiloca), Cimballa, Cubel, Torralba, Odón, Ródena, y señala incluso a Cubillejo y Zafra como límites extremos, especificando de ellos «que son dos lugares de tierra de Molina» (5).

El tema que, aun sin mentarse, subyace be la crónica de Zurita, es la indecisión que en esos primeros años (1129-1142) se mece sobre la pertenencia de la tierra de Molina. Ya hemos visto la probable sucesión de los hechos: 1129, conquista de Molina por Alfonso I; 1134, ocupación guerrera por parte de Alfonso VII; 1135, ocupación pactada del territorio por este monarca; 1142, aparece netamente como territorio castellano. Dice así Zurtia: «Una de las mayores contiendas que hubo entre estos reyes fue por el señorío de Molina, pretendiendo cada uno que era de su reino, y por el rey de Aragón se aducía haber sido de la conquista de sus predecesores, y que fue ganado por el Emperador don Alfonso I el Batallador, y era estado que le codiciaba grandemente cada una de las partes». Entonces, como para aclarar este tema, Zurita se deja llevar por la leyenda que el Conde don Pedro de Portugal en su «Libro das Linhages» propagó en el sentido de que ambos reyes propusieron como mediador en este tema a don Manrique de Lara, cortesano del castellano y compadre del aragonés, comprometiéndose ambos a aceptar la solución que éste diese al conflicto. Manrique dijo que él se quedaba con el territorio en calidad de señorío, y así zanjaba el asunto. Los autores modernos (6) juzgan la leyenda como fantástica.

¿Cómo pasó el señorío de Molina a behetría de linaje de los Laras?

Ni documentos ni crónicas han dicho todavía palabra sobre el tema. La leyenda no aclara nada, la historia no encuentra razones. Será un punto oscuro todavía. Pero creemos que los datos aportados por Gerónimo Zurita en sus «Anales» respecto a la reconquista de Molina son, de todos modos muy interesantes.

(1) ZURITA, G.: Anales de la Corona de Aragón, edic. de Ubieto Arteta y cols.; Valencia, 1967; tomo 1, pág. 144.

(2) LACARRA, Colección de documentos inéditos para la Historia de Aragón, documentos 146, 147, 148, 149, 151 y 324.

(3) Cff. LACARRA, op. cit. docs. 86 y 89.

(4) Cf la Crónica del Monasterio de San Juan de la Peña, edic de Ubieto, pág. 93

(5) ZURITA, G, op cit., tomo I pág 20.

(6) y así UBIETO en las anotaciones al texto citado de ZURITA, tomo II, pág.308.