José de Creeft, otra vez con nosotros

sábado, 4 abril 1981 1 Por Herrera Casado

 

En los pasados días, y gracias a la actividad cultural que despliega incansable la Caja de Ahorro Provincial de Guadalajara, hemos tenido los alcarreños la oportunidad de contemplar una de las más extraordinarias exposiciones de arte que han pasado por nuestra tierra: la titulada como «La Aventura humana de José de Creeft», que nos ha permitido conocer y admirar la obra viva, magnífica y enriquecedora para el arte universal, de uno de nuestros más ilustres paisanos: José de Creeft, en estos momentos todavía vivo (tiene 96 años) y residente en Nueva York, y que está mundialmente considerado como uno de los más calificados renovadores de la escultura del siglo XX. Han sido esos días que ha durado la exposición, un continuado desfilar de gentes, un permanente encomio ante lo que de genial actividad artística puede calificarse. Por añadidura, la entidad patrocinadora de la exposición ha realizado un catálogo, también titulado «La aventura humana de José de Creeft», en el que a lo largo de sus 100 páginas y varios centenares de fotografías, se recopila todo lo que de interesante reúne la biografía y la obra de este escultor.

Para introducir a su conocimiento o recordárselo a los que ya saben de él, y vieron su obra, es preciso anotar que este relevante artista nació en Guadalajara, el 27 de noviembre de 1884, de padres catalanes: Mariano de Creeft y Masdeu, militar y a su vez hijo de general, y Rosa Champane y Ortiz. Su padre había participado en la Revolución de 1868; de ideas liberales y revolucionarias, poco después fue degradado y encarcelado, vagando por España algún tiempo, siendo así que, en una estancia en la ciudad de Guadalajara, naciera su hijo José, y aquí pasara sus años de primera infancia. Poco después volverían a Barcelona, donde el padre moría en 1890, dejando a la familia en la miseria. Siendo todavía un niño, José se dedicó a elaborar figuritas de nacimiento, en barro y pintadas, que vendía por las Ramblas, para obtener algún dinero para la familia. Su formación auténtica la hace en Barcelona, trabajando durante algún tiempo con el imaginero Barradas, para poco después pasar como aprendiz a la Fundición Masriera y Campins, que dirigía Mariano Benlliure. Allí contactó con Manolo Hugué y con Pagés i Serratosa, quienes le introdujeron en las ideas del nuevo arte. Poco después viajó a Madrid, entrando allí en el taller del escultor Agustín Querol, academicista a ultranza, y poco tiempo más tarde se dedicó al estudio del dibujo con Rafael Hidalgo de Caviedes. Al fin, decidió su carrera en la moderna tendencia artística, y marchó a París en 1905. Fue a residir en el «Bateau‑Lavoir» en el barrio de Montmartre, donde toda la vanguardia del siglo XX tenía su cuartel creativo: allí se reunió con Picaso, Juan Gris, Brancuci, Modigliani, Apollinaire, Cocteau, Gertrude Stein, Jacob, etc. y con ellos participó en el parto del arte nuevo, de esa explosión que abrió los cauces -desde el fauvismo, el expresionismo, el cubismo o el futurismo- el arte abstracto. Es así que José de Creeft puede considerarse hoy día, tras la muerte de Picasso, el más destacado sobreviviente de aquel bullir parisino trascendental en la historia del arte.

Desde los primeros años de estancia en París, José de Creeft se inclinó por el trabajo de la materia en forma de «talla directa», al estilo de los antiguos escultores primitivos y renacentistas, por los que sentía una gran admiración. Sobre esa técnica de gran fuerza, nuestro artista se inclinó hacia las formas surgidas de antiguas y remotas culturas: lo africano, asiático, egipcio, americano precolombino, prehistórico europeo, etc. le llamaban con fuerza a crear en su ámbito. Rechazando enérgicamente el trillado camino del academicismo romántico, de Creeft pasó al estudio y creación genial de formas simples pero elocuentes. Siguiendo a Miguel Ángel, de Creeft dirá que «esculpir» consiste en eliminar el exceso de materia que cubre las formas». En esa tarea, humana fundamentalmente, por creativa y dura, tenaz y esforzada, está José de Creeft desde un principio. Trabaja sobre variadas piedras: desde las más o menos blandas, como la esteatita, la pizarra, areniscas, calcáreas y otras algo más duras como el mármol y el granito, hasta la durísima diorita. Hace sus tallas también sobre la madera: en una gama amplia, desde el pino, olmo y castaño hasta las más resistentes de nogal, teca y ébano. Y de los metales también usa el bronce y el plomo para el repujado. Otros diversos materiales completan en ocasiones sus obras: el papel, los hierros viejos, el cemento, etc. Sus herramientas son simples, siempre necesarias de la mano humana que las guíe: él mismo, en una forja propia, las realiza justas para cada tarea. El pico y la escoda son sus amigos y fieles colaboradores. Al enfrentarse a un gran bloque pétreo, no piensa siquiera en la posibilidad que la técnica le ofrece de atacarle con un compresor: «el uso del compresor sobre la piedra distrae el pensamiento. Se me ha acusado de utilizar los utensilios del hombre de las cavernas, pero yo digo: el ruido y la velocidad de la máquina se interponen entre la piedra y yo» dijo en cierta ocasión. La fuerza de José de primitivismo una gloria perenne del arte español.

En cuanto a su biografía posterior, una vez hecho como artista en el París de los años 20, sólo podemos decir que, aunque larga en años ha sido breve en acontecimientos. Volvió a España durante la República, y en el transcurso de la Guerra Civil marchó exiliado a Estados Unidos, donde desde entonces ha trabajado y ha estado considerado como una de las glorias del arte contemporáneo yanqui. Allí sigue, en su casa de New York, con la juventud perenne en su mirada, y el ímpetu ágil de la genialidad creativa entre sus manos. Su avanzada edad le ha impedido, como hubiera sido su deseo, «cruzar el charco», y estar entre nosotros, pero la provincia de Guadalajara, y la región catalana, saben que este hombre es una de sus figuras más preciadas, más destacadas de su larga y generosa nómina de artistas.

Haber contemplado esta exposición de «La aventura humana de José de Creeft», en la sala grande de la Caja de Ahorro Provincial de Guadalajara, ha sido un ejercicio útil de aprendizaje, para cuantos por allí hemos pasado. Pero también ha sido, y creo que eso es lo más importante en el caso del arte, una ocasión de sentir que la actividad del hombre, cuando vuelca su pasión creativa sobre la materia, es superior a la naturaleza, y en todo caso generadora de optimismo para el resto de la humanidad, que sabe es capaz de regenerarse perennemente en esta función de la creatividad artística. Además, ha sido un alcarreño, José de Creeft, quien nos lo ha dicho.