El Cardenal Mendoza (y II)

sábado, 17 enero 1981 0 Por Herrera Casado

 

La carrera política de don Pedro González de Mendoza fue también sonada y típica de su época: en el valimiento de los Reyes, gracias no sólo al lustre de su apellido, sino de la energía del carácter y de su inteligencia para mantenerse en situaciones adversas, logró que su familia ensanchara notablemente sus posesiones y que todos sus miembros adquirieran firmes Posiciones y altos títulos. El Cardenal heredó las dotes políticas de su padre, el marqués de Santillana, que las había ejercido con éxito en el reinado de Juan II. Hasta el punto de que Pedro González, aun siendo el quinto de los hijos varones de aquél, muy pronto se alzó en el liderazgo de la familia Mendoza, no sólo de sus hermanos, sino del resto de las ramas segundonas de la misma. Tiene a su favor, desde un principio, a todos los cronistas oficiales de la época (Enríquez del Castillo, Hernando del Pulgar, Bernáldez y Medina de Mendoza) y entre 1454 y 1465 se desenvuelve de continuo en la corte de Enrique IV, pues aunque ya por entonces era obispo de Calahorra, apenas si visitaba su comarca. En la corte obtuvo algunas prebendas, y enseguida se hizo con enemigos políticos (como el marqués de Villena) al que debió un descalabro sonoro, siendo expulsado él y su familia de Guadalajara. Consiguió pronto que Enrique IV deshiciera el entuerto, nombrando «señor de Guadalajara» a su hermano primogénito don Diego Hurtado, pero éste no quiso nunca aceptar tal distinción y a lo más que consistió fue a que una hija suya casara con el favorito del rey don Beltrán de la Cueva. Con motivo de aquella boda, el Cardenal Mendoza consiguió del Rey que Guadalajara cambiara su título de villa por el de Ciudad.

Mendoza actúa de lleno en el reinado de Enrique IV: los deseos de la reina Juana, el nacimiento y consiguientes problemas de Juana «la Beltraneja», y las guerras desafortunadas con Aragón y Navarra. La nobleza se rebela, en un momento determinado, contra la inconstancia e ineptitud del Rey. Mientras el valido Beltrán de la Cueva coquetea con la reina, la nobleza (el marqués de Villena, el maestre calatravo Pedro Girón, el arzobispo de Toledo Alonso Carrillo, los condes de Benavente, Alba y Paredes) se va a la ciudad de Ávila y allí (el 5 de julio de 1465) quema en efigie a Enrique IV al que destronan figuradamente, proclamando monarca a su hermano Alfonso. En circunstancias tan difíciles, Mendoza apoya al rey y negocia con nobles y ciudades para ganarlos a su causa. La guerra civil se inicia, y frente a los rebeldes acuden junto a los Mendoza el Conde de Haro, los de Medinaceli y Almazán, el obispo de Sevilla Fonseca, y algunas ciudades, más Beltrán de la Cueva. La batalla de Olmedo, en 1467, es favorable al rey; Madrid y Toledo se le entregan. Al año siguiente muere el joven infante Alfonso. La causa medocina parece estar ganada.

La ineptitud para gobernar de Enrique IV «el Impotente» es bien clara. Quizá Por ello Pedro González de Mendoza se afilia a su partido a pesar de todo. Es el único modo de, amparado en el factor «legalidad», seguir dictando su palabra en Castilla. Llega un momento en que el rey sólo tiene favorable a los Mendozas. El resto de la nobleza se alza en contra: y eleva como sucesora a la hermana del rey, a Isabel. En los «toros de Guisando» (1468) Enrique la reconoce Por heredera, pero los Mendoza ven en este gesto una cesión inadmisible del monarca, y nO lo apoyan. Incluso consta que el Cardenal hizo un «acta de protestación» contra este pacto, que el mismo conde de Tendilla, su hermano, se encargó de clavar en la puerta de la iglesia de Colmenar, y luego en Ocaña, donde estaba Isabel. Hasta tal punto los Mendoza se encastillaron frente al resto de la nobleza del país, que pidieron la boda de Isabel con el rey de Portugal, como salida apta a la crisis y entreviendo la posibilidad de un acrecentamiento del reino de Castilla con dicha boda. Entretanto, el arzobispo Carrillo, -político, también de gran envergadura- consigue la boda de Isabel con Fernando, heredero del trono de Aragón. El rey Enrique se revuelve indignado frente a éste -quizás movido por Mendoza- y revoca el tratado de los «toros de Guisando», volviendo a proclamar por heredera a doña Juana «la Beltraneja». Pero los Mendoza, poco antes, ya habían dado su placet a la declaración de sucesora hacia Isabel ¿Cómo era posible que el sesudo e inteligentísimo Cardenal Mendoza se dejara arrastrar por un enfermo mental de la categoría de Enrique IV? Ante la historia, todo este ir y venir, firmar y revocar, no deja sino en el más espantoso de los ridículos a los Mendoza a los que se ve claramente que lo único que intentan es, con tal de seguir en la legalidad de un rey inepto, y a pesar de tener a todo el País en contra, apuntarse al siguiente monarca legítimo. La lucha entre los partidarios de Isabel y de Juana la Beltraneja estalla de nuevo. Los Mendoza, cautamente, no se pronuncian, aunque velan en su castillo de Buitrago la seguridad personal de esta última, con lo cual ya están tomando partido por ella. Los historiadores que solo vuelcan alabanzas hacia Mendoza, dicen de su actitud que es «neutral», incluso «prudente y retraída». Aceptan que la Beltraneja case con el duque de Guisema, según los deseos de Enrique IV, y con este motivo, el rey consigue el Cardenalato para Pedro González, y el señorío de las villas del Infantado, rico enclave alcarreño, para su hermano mayor Diego Hurtado. En la carrera ciega de las inconsecuencias, los Mendoza siguen sacando tajada. ¿Y esto era neutralidad y prudencia? Pero su juego sigue siendo peligroso: realmente no se pronuncian contra Isabel ni desautorizan las locuras de Enrique.

Quizás la fecha clave del cambio de actitud del Cardenal Mendoza es cuando la visita de Rodrigo de Borja (luego Papa Alejandro VI) en 1472, como legado pontificio: Mendoza le recibe y colma de atenciones. Con él visita a Fernando de Aragón, y en la ocasión se compromete a prestarle ayuda cuando se produzca la muerte del rey de Castilla. Mendoza escala más en la corte: tras ser nombrado por Enrique Cardenal de España, presentado para arzobispo de Sevilla, y elevado a la dignidad de canciller mayor de Castilla, en 1474 se produce la muerte brusca, violenta, misteriosa, de Enrique IV La tensión y ambivalencia en que vivían los Mendoza, se rompe con ello. Les falta tiempo para dar vivas a la reina Isabel. Ella les admite (es generosa e inteligente) sin reprocharles nada. Los Mendoza («a rey muerto, rey puesto») se erigen otra vez en brazo fuerte de la monarquía: guerrean contra Alfonso V de Portugal, que quiere quedarse con Castilla, y apoyan a los Reyes Católicos en todos sus actos: don Pedro González sigue siendo Canciller Mayor, y luego en 1482 sube a la silla del arzobispado de Toledo. La guerra de Granada, la Inquisición, el descubrimiento de América son temas elaborados entre él y los reyes. Pero éstos han comenzado a poner las bases de la monarquía absoluta, en la que nobles, magnates e intrigantes van a tener ya muy poco que hacer frente a la voluntad real. Los Mendozas van a pasar de ser árbitros, a figurar como acompañantes en guerras y cortejos. Al Cardenal se le respeta, se le piden consejos, pero finalmente se le retira, discretamente, a su palacio de Guadalajara, donde a poco, el 11 de enero de 1495, muere de una afección renal.

La gloria que el Cardenal Mendoza alcanza en sus vertientes de político y eclesiástico, quizás hayan quedado apagadas, tras cinco siglos, ante lo que más de perdurable tienen las acciones humanas: los edificios por él levantados, la piedra dura, tallada y deslumbrante, que pervive al latido de la carne, y dice el nombre y las ansias de quien ideara su construcción. Las obras de arte y arquitectura que han quedado de Mendoza, son hoy su mejor reliquia, el dato más claro del ya justificado «ánimo renacentista» de este hombre. Se supo rodear de artistas, humanistas y pensadores que pusieron en todo lo suyo el sello de lo nuevo venido de Italia. El Renacimiento literario entra en Castilla de la mano del marqués de Santillana, y el artístico lo hace de la de su hijo el Cardenal, y otros hermanos y sobrinos suyos, como el segundo conde de Tendilla. Con él, -que se había empapado del nuevo arte toscano y romano, comienza a levantar edificios: el castillo palacio de La Calahorra, el Colegio de Santa Cruz en Valladolid, el con vento de San Antonio en Mondéjar, el palacio ducal de Medinaceli en Cogolludo, el palacio de AntoniO de Mendoza en Guadalajara son obras todas en las que puso mano e ingenio el arquitecto Lorenzo Vázquez, formado en Italia y traído a Castilla por el Cardenal Mendoza.

El mismo enterramiento de éste, en la catedral toledana, fue trazado en sus líneas generales por el mismo purpurado, y luego realizado, tras su muerte, por diversos artistas toscanos, quizás Fancelli o Sansovino. La actividad constructora del más grande de los Mendoza no para ahí: es en Toledo, con su hospital de la Santa Cruz, en Sevilla, con diversas obras en la catedral, en San Francisco y en la iglesia de la Cruz en Sopetrán donde levanta la iglesia, en Alcalá de Henares, donde reforma el palacio; en Guadalajara, donde aún renueva la iglesia del monasterio de San Francisco, panteón familiar de los Mendoza; en Roma, reedificando la iglesia de Santa Cruz, y aún en Jerusalén, donde intervino para la consolidación de la iglesia del Santo Sepulcro. Mendoza es uno de los más altos protectores del arte de todos los tiempos, comparable incluso a los famosos Médicis florentinos que un siglo antes habían demostrado y allanado el camino de la renovación artística como una de las metas del humanismo.

Bibliografía

Enríquez del Castillo, D.: «Crónica de Enrique IV de Castilla», BAE, LXX (l878).

Hernando del Pulgar: «Crónica de los Reyes Católicos» edic. de J. de la Mata Carriazo. 2 Vols. Madrid, 1943.

Bernáldez, A.: «Historia de los Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel», BAE, LXX (1878).

Medina y Mendoza, F.: «Suma de la vida del Reverendísimo Cardenal Don Pedro González de Mendoza, Arzobispo de Toledo y Patriarca de Alexandría». Memorial Histórico Español, tomo Vl.

Salazar y Mendoza, P.: «Crónica del Gran Cardenal de España, Don Pedro González de Mendoza». Toledo, 1625.

Justi, C.: «Don Pedro de Mendoza, Gran Cardenal de España», en «Miscellaneen aus drei Jahrhunderten Spanischen Kunstebens». Berlín, 1908.

Merino, A.: «El Cardenal Mendoza». 1 942.

Cadena, Marqués de la: «El Gran Cardenal de España». 1939.

Layna Serrano, F.: «El Cardenal Mendoza, como político y consejero de los Reyes Católicos». Madrid, 1968.

García Rodríguez, E.: «Las joyas del Cardenal Mendoza y el tesoro de la catedral de Toledo». Toledo, 1944.

Herrera Casado, A.: «El Cardenal Mendoza pasó por Sigüenza», en «Glosario Alcarreño», tomo ll «Sigüenza y su tierra», 1976.