Pairones molineses

sábado, 13 septiembre 1980 1 Por Herrera Casado

 

Si hacer la vida es recorrer un camino, también pasar la vida haciendo caminares, paradas y admiraciones es un modo hermoso de dejar correr los días. Pisar los caminos de la propia tierra es tarea que deberíamos practicar con más frecuencia, y de ese modo-es una opinión-viviríamos la vida más intensamente.

Recorrer las trochas o anchas carreras del Señorío de Molina da siempre sorpresas y permite encontrar múltiples huellas de lo más destilado, de lo mejor de la raza. Las gentes que recorren Molina andando son todavía pastores, agricultores de pro, algún arriero. Y no sólo la charla con ellos, sino la admiración de los pueblos que se encuentran, de los bosques, de las mil cosas que a la orilla el viajero descubre: todo eso hace de la tarea un quehacer inolvidable y gustoso.

En los caminos de Molina hay muchas piedras que vigilan, hoy como hace siglos, los pasos resonantes. Son los llamados «hitos» o «pairones», aunque existen otras modalidades de apelación, con inflexiones de pronunciación que llegan a variar de pueblo en pueblo. Hoy los encontramos a decenas por toda la comarca de Molina. La costumbre, heredada de antiguo, es mantener uno de estos monumentos en cada uno de los caminos que llegan al pueblo. Así lo normal es que cada municipio tenga seis o siete de estos pairones. Todos tienen dedicación a un santo, advocación de la Virgen o figura cualquiera del celeste imperio. Lo normal es que pongan, sobre la columna pétrea, y dentro de breves hornacinas que la rematan, las imágenes de alguno de los santos que más devotamente son venerados en el pueblo. Y, en gran número de ocasiones, esos pairones están dedicados a San Roque (que fue un santo caminero) o a las ánimas del Purgatorio, por lo que luego veremos. Cada uno, pues, tiene su apelativo, y como digo, raro es el pueblo molinés que no tiene alrededor de la media docena de estos elementos, con lo que nos viene a salir una cifra que ronda los 500 pairones en todo el señorío. No es exagerada, y de ellos hay algunos ejemplares realmente hermosos. La mayoría están construidos en los siglos XVIII y XIX. Hay alguno que sobrevive desde hace varios siglos. Y otros relativamente recientes. La costumbre es de raíz celtíbera, como todo lo profundamente molinés, luego influenciada por el paso de los romanos, y dorada con el manto cristiano que hasta hoy sobrevive. Pero es algo tan realmente nacido de la esencia de la raza, que aunque pasen miles de años, yo diría que lo último que se perderá en Molina son sus «pairones».

En cuanto a su origen primitivo, podemos remontarnos a la costumbre romana, y muy posiblemente celtíbera, de que cada caminante que pasara por un lugar de frontera o por un cruce de caminos, debía ir echando una piedra en un montón ya previamente formado. Al pasar de un dominio a otro, al dejar un territorio y entrar en otro, o simplemente al llegar a un cruce de caminos: todo lo que podía suponer una novedad, un cambio en la marcha, se recordaba echando una piedra que pasara a engrosar un montón que, poco a poco, iba creciendo. Es curioso comprobar como esta costumbre aún permanece hoy en día. Al atravesar la raya de Castilla con Aragón, entre Milmarcos y Campillo, los habitantes y caminantes suelen echar pedruscos a lo que ya es casi una montaña de piedras sueltas, tras siglos de práctica y rito. Eso viene a ser el antecedente del pairón, que fue considerado como pieza definitiva, «montón de piedras reglamentado y permanente» de separación de municipios y de señalamiento de cruces de caminos.

Quizás de esta costumbre puede derivar el controvertido nombre de Milmarcos, pueblo de los más grandes de la sesma del Campo, en el Señorío de Molina. El prefijo Mil (que en documentos antiguos se escribe Mill, con dos eles) puede derivar de la palabra latina Milliarium (piedra que señala distancias en los caminos) y el resto de la palabra, Marcos, podría ser transformación latina «Martius» que significa: dedicado al dios Marte. De hecho, generalmente los Miliarios que se ponían en los caminos solían estar dedicados a algún dios, y a Marte, el de la guerra, era especialmente numeroso. Así, Milmarcos vendría a significar: piedra dedicada a Marte, y en ese nombre veríamos una prueba del antiguo origen de los pairones, que podrían ser derivaciones domésticas, estrictamente rurales, de los Miliarios de las calzadas romanas. En Milmarcos se han mantenido en pie los correspondientes pairones de todos sus caminos. Y así recordamos el de San Antonio, tras la ermita de Jesús Nazareno; el de San Blas, en los caminos de Calmarza y Algar de Mesa; el de Santa Lucía, en el camino de Campillo de Aragón; el de San Miguel, en el camino vecinal que enlaza con la carretera de Cillas a Alhama de Aragón; el de Nuestra Señora de la Cabeza en la carretera de Hinojosa, y el de Jesús Nazareno, en el camino de Jaraba. Todos ellos son grandes ejemplares, bien cuidados, merecedores de un recuerdo.

Pero aún hay otro aspecto de interés relacionado con estos monumentos. Es evidente que muchos de ellos, podríamos decir que la mayoría están dedicados a las ánimas del Purgatorio, que se representan en populares azulejos, tallas simples, o el nombre exclusivamente. Es, en definitiva, en recuerdo a los muertos, a los hombres y mujeres del pueblo que vivieron en épocas anteriores. Los romanos enterraban sus muertos a la orilla de los caminos, a la salida de las poblaciones. Allí, unas simples lápidas o estelas ponían el nombre del muerto, y tras él aparecía la frase simple «Séate la tierra leve» que como plegaria todos recibían. Esos pairones molineses, a la orilla de los caminos, a la salida de, las poblaciones, en que se pide un recuerdo y una oración cristiana para las ánimas del Purgatorio, son claros herederos del culto a los muertos practicado en nuestra tierra desde lejanos siglos. En definitiva, todos estos datos vienen a demostrar el antiquísimo e hispano origen de los pairones molineses, que tan honda raíz meten en el pretérito.

Son centenares los que todavía quedan distribuidos por los 3.000 kilómetros cuadrados del Señorío de Molina. Es curioso que, fuera de él, son rarísimos de encontrar en el territorio provincial de Guadalajara. La costumbre queda, pues como una prueba más de la autóctona cultura molinesa, con razones prehistóricas incluso que prueban su idiosincrasia. Los hay entre ellos muy hermosos. Estas palabras quisieran ser un acicate para que tú, lector, pruebes a descubrir estos pairones, recrearte en el hallazgo de los más grandes y pulcros, admirarte por la visión sencilla de los más austeros y populares. Algunos de ellos son tan peculiares que han quedado registrados incluso como elementos conformantes del patrimonio artístico de Guadalajara. Entre estos valiosos recordamos ahora el dedicado a las ánimas a la entrada de Tortuera, o el mismo que hoy adorna una de las plazas de este pueblo. En Rueda de la Sierra hay otro magnífico, del siglo XVIII.

En Cillas también hay pairón barroco, lo mismo que en Cubillejo del Sitio, muy bien cuidado. En Milmarcos destaca el de San Antonio, tras la ermita de Jesús Nazareno, y son especialmente curiosos los que en término de Tordesilos se esparcen por los campos señalando en medio de las extensiones de cereal el trazo de sus caminos.

Será, de todos modos, su descubrimiento y admiración, uno a uno por el viajero interesado, lo que le haga cobrar un valor real e inolvidable a estas piezas sencillas y hermosas del patrimonio molinés: los pairones.