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agosto 16th, 1980:

Sigüenza, ciudad

 

Tiene Sigüenza, como núcleo urbano, varias facetas, todas ellas a cual más interesante, y que de, un modo y otro ya han sido puestas de manifiesto por escritores y comentaristas. Por una parte, su rango multisecular de burgo cabeza de una diócesis, señorío durante largas centurias de unos obispos omnipotentes. Por otra, asiento del arte hispano en sus más característicos estilos y facetas. Y aún, en un sentido más moderno, ciudad eminentemente de atractivo turístico, por la voluntad de sus habitantes de mantener y defender a toda costa esos valores históricos y artísticos que la confieren rango y categoría únicos.

Otro aún es su valor o faceta de subido interés: el de Sigüenza como ciudad, simplemente; como burgo corazón de un territorio, en el que se concentra una población, unos servicios y unas funciones que le confieren supremacía sobre las villas y aldeas que la circundan. Esa función de Sigüenza como ciudad ha sido analizada en otros aspectos secundarios por diversos investigadores, recientemente. Así, Terán estudió su tipología constructiva y la división del burgo en barrios y funciones. Blázquez ha hecho un análisis cuidadoso de su funcionalismo ciudadano desde la neofundación en el siglo XII por los obispos aquitanos; y la señorita Martínez Taboada ha indagado  sobre el desarrollo y estructuración progresiva de barrios, calles y funciones a lo largo del tiempo. Esos aspectos urbanísticos, sociales y geográficos se imbrican entre sí perfectamente, y su evolución a lo largo del tiempo entronca con la actualidad. De ser una ciudad de mera avanzadilla ante territorio enemigo, árabe, pasa a ser cabeza de tierra señorial, con el prestigio que una catedral, un cabildo y un obispo le daban a una población en la Edad Media. Se circunda de murallas, abre puertas a los cuatro puntos cardinales, y ejerce sus funciones de centro jurídico, administrativo, mercantil y cultural. En ella se asientan conventos, luego la Universidad, también cuarteles y se hace con una gran Plaza de Mercado que ejerce lo que en definitiva alza y prima a un burgo sobre el resto de la tierra circundante: el poder económico. La pérdida del señorío sobre ciudad y tierra por parte de los obispos, en las postrimerías del siglo XVIII, y su consiguiente igualación -a nivel de simple ayuntamiento- con las poblaciones antaño supeditadas, parece imprimir un parón en la vida ciudadana. La igualdad social que apunta la Constitución de Cádiz, heredera directa de la Revolución francesa, parece frenar su función de ciudad con batuta. Su propio dinamismo la saca del episodio, y vuelve a tener rango y cuerda para rato. Una población muy reducida hoy en día (pero al máximo de habitantes de toda su historia) se conjunta a la perfección con su cometido: ciudad cabecera de comarca, con los servicios correspondientes. Ciudad cabecera de obispado, con otros tantos de su rango. Centro cultural en cuanto a densidad de colegios y escuelas, y en el sentido de conglomerar actividades culturales veraniegas sobre un círculo más amplio, que abarca a la capital de España. Y, en fin, burgo de capacidad y posibilidad turística, con ofrecimiento de un patrimonio histórico‑artístico de alto rango, que atrae miles de visitantes esporádicos, y con clima e infraestructura que permite el asentamiento permanente de veraneantes en creciente número. La posibilidad industrial siempre anduvo a trasmano, nunca fue pedida con entusiasmo por la población consciente de que no es ese su camino, y en el clima de permanente crisis industrial y económica que vive actualmente la sociedad occidental, está claro que no va a ser por ahí su despegue.

Sigüenza, ciudad, es en estos días núcleo festivo de toda su comarca. Acumulando funciones, los cultos religiosos y festejos populares en honor de San Roque, el hombre que anduvo errante por los caminos de Europa, son también fiesta para toda la comarca, que aquí se reúne en torno a unos fuegos de artificio, un desfile de carrozas, un pregón y unas peñas que suponen un espejo, inalcanzable, para las aldeas y lugares del entorno. Aparte de estatuas, portadas, joyas de orfebrería, castillos; aparte de abultadas nóminas de obispos y escritores, de hechos y fábricas, está la realidad densa de Sigüenza como ciudad simplemente. Como otro aspecto capital de su personalidad inconfundible.

El púlpito gótico de Cifuentes

 

La villa de Cifuentes, capital geográfica de la Alcarria, población antiquísima por su historia y rica todavía en reliquias artísticas, muestra al viajero un interesante ejemplar de escultura, que ha sido calificado como la más importante joya que posee el pueblo, en discutida confrontación con el rico acervo iconográfico de la portada de Santiago de su iglesia parroquial. Se trata del púlpito gótico que hoy luce adosado a uno de los fuertes pilares de la iglesia del pueblo, reconstruido bastante acertadamente tras la guerra civil, en que quedó muy deteriorado. Es obra de regulares proporciones, ejecutada por un solo artista en alabastro fino, de intenso tono mielado, y adopta la forma de recipiente hexagonal, con otras tantas caras, de las que hoy quedan íntegras cuatro, otra a medias, y otra que quizá nunca existió, por la que se adosaba a la pared o pilar primitivo. Se sustenta sobre base también adosada al muro, formada por paneles de calado goticismo, con escudo nobiliario y sobre curiosa figura.

Los autores que han tratado sobre este monumento (Layna Serrano especialmente, en su «Historia de la villa de Cifuentes») aceptaron sin más que se trataba de una obra gótica, ejecutada en la segunda mitad del siglo XV, y ofrecida en donación por los condes de Cifuentes a la iglesia parroquial de su pueblo, teniendo por motivo Ornamental la venida del Espíritu Santo y otros temas diversos. Creemos que el examen atento de esta pieza escultórica ha de llevarnos a otra interpretación diferente, que ahora exponemos.

Sabido es también, por cuantos conocen la historia de Cifuentes, que en esta villa hubo convento de monjas dominicas desde el siglo XIV, fundado por el señor del pueblo, don Juan Manuel, y que posteriormente, en el siglo XVII ya se trasladó a Lerma, siendo sustituidas las monjas por frailes de la misma orden, que bajo el amparo del también dominico obispo de Sigüenza, fray Pedro de Tapia, pusieron en la mitad del Siglo de Oro un nuevo convento frontero de la iglesia parroquial (edificio hoy reconstruido y utilizado para albergue de las manifestaciones culturales cifontinas). Sabido es también que tras la exclaustración de estos monjes, muchos altares y obras de arte del convento dominico pasaron a ser depositados en la iglesia parroquial.

Si analizamos detenidamente la iconografía de este púlpito de Cifuentes, nos percatamos que es una obra totalmente dominicana, no sólo con expresión concreta de diversos santos y figuras de la Orden, sino que representa el espíritu apostólico de la Orden de Predicadores en su más abierta expresión. De los monjes que vemos perfectamente tallados en cuatro de sus caras, y con diversas cartelas de muy difícil lectura, todos coinciden en vestir los hábitos de la Orden de Santo Domingo, y dos concretamente son fácilmente identificables. Así, el que presenta una estrella sobre su frente, no puede ser otro que el mismo fundador Santo Domingo de Guzmán, y aquel que a un extremo muestra una iglesia en forma de maqueta sobre su brazo, es sin duda Santo Tomás de Aquino: así se suelen representar habitualmente estos santos en la iconografía de siglos pasados. La escena central del púlpito muestra efectivamente, la llegada del Espíritu Santo, pero no es solamente sobre el Colegio Apostólico, lo que daría una interpretación estricta de Pentecostés a secas, sino que la cabeza anciana de Dios Padre deja derramar de su boca una pequeña lengüeta de fuego, que va a caer sobre un grupo de personas centrado por una mujer sentada con un libro abierto (¿La Virgen María? ¿la Iglesia Católica?) a cuyos lados se amontonan, por una parte, diversos ancianos orantes (quizás los apóstoles) y por otra diversas figuras de mártires, una mujer orante, etc. (posiblemente el conjunto de bienaventurados o justos). La escena viene a ser una «llegada de la palabra de Dios sobre la humanidad reunida en torno a la Iglesia». La base del púlpito está formada por un gran escudo en el que aparecen las armas de los Guzmán, Cisneros y otras, viéndose exclusivamente el león de los Silva en un pequeño escudo al pie de la referida escena. La familia Guzmán, titular en primer grado del complejo escudo que sirve de soporte a este púlpito es, por una parte, la de la primera señora de Cifuentes (doña Mayor Guillén de Guzmán, en el siglo XIII); por otra, la familia del fundador de la Orden dominica (Santo Domingo de Guzmán) y aun por otra, la del valido de Felipe III que protegió notablemente a las dominicas de San Blas de Cifuentes, trasladándolas desde esta alcarreña villa a la suya de Lerma, en los comienzos del siglo XVII. Una familia Guzmán que, como se ve, siempre tuvo relación con Cifuentes y su convento dominico, y que fue la que patrocinó este hermoso púlpito.

Todavía queda otro detalle a examinar en esta pieza monumental, y es la figura de doble faz que soporta, como ménsula poderosísima, todo el peso y estructura del púlpito. Es una figura que nos enseña una cabeza con dos caras: la de un hombre joven, barbilampiño, y la de un anciano de venerable y luenga barba. Esa figura sostiene en sus manos un pesado libro. La interpretación es sencilla: se trata de la Sagrada Escritura, en su doble dimensión de Antiguo y Nuevo Testamento. Y ello completa, el sentido apostólico, paradigmático, de la Orden de Santo Domingo: orden de Predicadores, como oficialmente se llama, que no podía encontrar mejor aposento que un predicatorio (púlpito) para exponer su misión: apoyados en la Sagrada Escritura, con su palabra, su enseñanza y su ejemplo constantes (idealizados en algunos de sus más preclaros monjes, como el mismo fundador y Santo Tomás) son los mediadores ante la humanidad de la Palabra de Dios, que en los púlpitos de las iglesias monacales llega a todos por su intermedio.

No cabe duda, pues, que este púlpito, obra de la primera mitad del siglo XVI, fue regalado por la familia Guzmán al convento de dominicas de San Blas, de la villa de Cifuentes, de donde luego pasaría al convento de frailes de la misma orden, y finalmente a la iglesia parroquial, donde se conserva y admira como merece.