El púlpito gótico de Cifuentes
La villa de Cifuentes, capital geográfica de la Alcarria, población antiquísima por su historia y rica todavía en reliquias artísticas, muestra al viajero un interesante ejemplar de escultura, que ha sido calificado como la más importante joya que posee el pueblo, en discutida confrontación con el rico acervo iconográfico de la portada de Santiago de su iglesia parroquial. Se trata del púlpito gótico que hoy luce adosado a uno de los fuertes pilares de la iglesia del pueblo, reconstruido bastante acertadamente tras la guerra civil, en que quedó muy deteriorado. Es obra de regulares proporciones, ejecutada por un solo artista en alabastro fino, de intenso tono mielado, y adopta la forma de recipiente hexagonal, con otras tantas caras, de las que hoy quedan íntegras cuatro, otra a medias, y otra que quizá nunca existió, por la que se adosaba a la pared o pilar primitivo. Se sustenta sobre base también adosada al muro, formada por paneles de calado goticismo, con escudo nobiliario y sobre curiosa figura.
Los autores que han tratado sobre este monumento (Layna Serrano especialmente, en su «Historia de la villa de Cifuentes») aceptaron sin más que se trataba de una obra gótica, ejecutada en la segunda mitad del siglo XV, y ofrecida en donación por los condes de Cifuentes a la iglesia parroquial de su pueblo, teniendo por motivo Ornamental la venida del Espíritu Santo y otros temas diversos. Creemos que el examen atento de esta pieza escultórica ha de llevarnos a otra interpretación diferente, que ahora exponemos.
Sabido es también, por cuantos conocen la historia de Cifuentes, que en esta villa hubo convento de monjas dominicas desde el siglo XIV, fundado por el señor del pueblo, don Juan Manuel, y que posteriormente, en el siglo XVII ya se trasladó a Lerma, siendo sustituidas las monjas por frailes de la misma orden, que bajo el amparo del también dominico obispo de Sigüenza, fray Pedro de Tapia, pusieron en la mitad del Siglo de Oro un nuevo convento frontero de la iglesia parroquial (edificio hoy reconstruido y utilizado para albergue de las manifestaciones culturales cifontinas). Sabido es también que tras la exclaustración de estos monjes, muchos altares y obras de arte del convento dominico pasaron a ser depositados en la iglesia parroquial.
Si analizamos detenidamente la iconografía de este púlpito de Cifuentes, nos percatamos que es una obra totalmente dominicana, no sólo con expresión concreta de diversos santos y figuras de la Orden, sino que representa el espíritu apostólico de la Orden de Predicadores en su más abierta expresión. De los monjes que vemos perfectamente tallados en cuatro de sus caras, y con diversas cartelas de muy difícil lectura, todos coinciden en vestir los hábitos de la Orden de Santo Domingo, y dos concretamente son fácilmente identificables. Así, el que presenta una estrella sobre su frente, no puede ser otro que el mismo fundador Santo Domingo de Guzmán, y aquel que a un extremo muestra una iglesia en forma de maqueta sobre su brazo, es sin duda Santo Tomás de Aquino: así se suelen representar habitualmente estos santos en la iconografía de siglos pasados. La escena central del púlpito muestra efectivamente, la llegada del Espíritu Santo, pero no es solamente sobre el Colegio Apostólico, lo que daría una interpretación estricta de Pentecostés a secas, sino que la cabeza anciana de Dios Padre deja derramar de su boca una pequeña lengüeta de fuego, que va a caer sobre un grupo de personas centrado por una mujer sentada con un libro abierto (¿La Virgen María? ¿la Iglesia Católica?) a cuyos lados se amontonan, por una parte, diversos ancianos orantes (quizás los apóstoles) y por otra diversas figuras de mártires, una mujer orante, etc. (posiblemente el conjunto de bienaventurados o justos). La escena viene a ser una «llegada de la palabra de Dios sobre la humanidad reunida en torno a la Iglesia». La base del púlpito está formada por un gran escudo en el que aparecen las armas de los Guzmán, Cisneros y otras, viéndose exclusivamente el león de los Silva en un pequeño escudo al pie de la referida escena. La familia Guzmán, titular en primer grado del complejo escudo que sirve de soporte a este púlpito es, por una parte, la de la primera señora de Cifuentes (doña Mayor Guillén de Guzmán, en el siglo XIII); por otra, la familia del fundador de la Orden dominica (Santo Domingo de Guzmán) y aun por otra, la del valido de Felipe III que protegió notablemente a las dominicas de San Blas de Cifuentes, trasladándolas desde esta alcarreña villa a la suya de Lerma, en los comienzos del siglo XVII. Una familia Guzmán que, como se ve, siempre tuvo relación con Cifuentes y su convento dominico, y que fue la que patrocinó este hermoso púlpito.
Todavía queda otro detalle a examinar en esta pieza monumental, y es la figura de doble faz que soporta, como ménsula poderosísima, todo el peso y estructura del púlpito. Es una figura que nos enseña una cabeza con dos caras: la de un hombre joven, barbilampiño, y la de un anciano de venerable y luenga barba. Esa figura sostiene en sus manos un pesado libro. La interpretación es sencilla: se trata de la Sagrada Escritura, en su doble dimensión de Antiguo y Nuevo Testamento. Y ello completa, el sentido apostólico, paradigmático, de la Orden de Santo Domingo: orden de Predicadores, como oficialmente se llama, que no podía encontrar mejor aposento que un predicatorio (púlpito) para exponer su misión: apoyados en la Sagrada Escritura, con su palabra, su enseñanza y su ejemplo constantes (idealizados en algunos de sus más preclaros monjes, como el mismo fundador y Santo Tomás) son los mediadores ante la humanidad de la Palabra de Dios, que en los púlpitos de las iglesias monacales llega a todos por su intermedio.
No cabe duda, pues, que este púlpito, obra de la primera mitad del siglo XVI, fue regalado por la familia Guzmán al convento de dominicas de San Blas, de la villa de Cifuentes, de donde luego pasaría al convento de frailes de la misma orden, y finalmente a la iglesia parroquial, donde se conserva y admira como merece.