Viaje a Milmarcos (III)

sábado, 5 abril 1980 0 Por Herrera Casado

 

Tras este repaso a la sombra, seguimos el paseo por Milmarcos. Y ahora veremos sus casonas, diversas, múltiples, encantadoras todas. Los palacios, casonas, caserones nobiliarios y aun simples ruinas de esta villa, forman nómina de hazañas, de apellidos, de guerras y episcopados entre sus muros. En la misma plaza mayor está el palacio de los López Montenegro, que muestra en su portada un arco semicircular adovelado que remataba hermoso escudo de armas, hoy desplazado. En la esquina hay un balcón con magnífica balaustrada de hierro forjado, y en todo su costado norte, múltiples rejas de complicada tracería cubren ventanas y balcones. La casona fue edificada entre 1630 y 1712-que son las fechas que acá y allá entrevemos talladas en puertas y llamadores-. El interior enseña un amplio portal del que surge la escalera, apoyada en los hombros de monstruo diablesco en lucha con un angelillo. Más allá de la iglesia, cerca de la ermita del Nazareno, se alza el mejor de los palacios molineses: el de los García Herreros, obra de una pieza en el siglo XVIII.

La fachada es de tres cuerpos, en sillar del bueno, tallado con gusto y mesura. Su cuerpo bajo contiene la portada y dos ventanas laterales. El principal enseña balcón central, que forma cuerpo con la puerta, y remata en barroco escudo de armas de la familia constructora, añadiendo dos laterales. El cuerpo alto muestra dos pequeños vanos correspondientes al tinado. Unos cuerpos de otros se separan por frisos lisos, y el interior, muy bien conservado, presenta gran portal en el que quedan restos de empedrado, con escalera muy amplia y de alto hueco, que remata en lo más alto con una bóveda de interesantes adornos barrocos vegetales, mascarones representando un diablo y un ángel, etc. La distribución del piso es clásica, con salón central y salas laterales, y arriba del todo, un amplio tinado, con la viguería y ripia a la vista, en alarde de arquitectura simple y duradera.

Otros palacios y casonas se reparten aún por el pueblo. El de los Angulo -que llamam «la posada vieja»- muestra su escudo pétreo sobre la puerta, y está hoy en vías de restaurarse. El de los López Celada‑Badiola completa la plazuela de la Nuela; es obra del s. XVIII y aún luce un complicado escudo de armas sobre la puerta. La casona de los López Olivas sólo conserva la portada y el blasón primero, y, en fin, el caserón de la Inquisición, también en ruinas, nos deja ver su portón de molduras con bolas, y el bello escudo, limpio y parlante, que muestra la cruz, la palma y la espada (emblemas en haz de una intransigencia) con las llaves parejas y la frase «Veritas amica fides» que un remoto familiar del Santo Oficio pensó sería bueno para convencer a los milmarqueños de la utilidad del invento.

Si todo esto-así de grande y de interesante es Milmarcos- se puede contemplar en cualquier día del año, la estancia en esta villa cuando se pone en fiestas resulta aún más aleccionadora, rica en recuerdos. El Cristo Nazareno es patrón y razón de fiesta: para el 3 de mayo y el 14 de septiembre la organizan. También a San Roque se celebra. Son todas ellas ocasiones de baile, de música (dos bandas completas, de viento fundamentalmente, tuvo siempre el pueblo) y de jugar a la tanga, deporte castizo en Milmarcos. Consiste en un cilindro de madera que se sitúa a unos 20 metros de la línea de tiro, y desde ésta ha de derribarse con un tejo redondo y metálico; para conseguir hacer partida, el tejo debe quedar mas cerca de «la pita» (piedra pequeña que se coloca al lado de la tanga) que de la tanga derribada. A los jugadores se les llama «tanguistas», y a los que mejor lo hacen se les dice que están en posesión de un buen estilo cordachero». También son tradicionales los juegos de las «chapas» y la «pelota», y entre las cumbres de su gastronomía cuenta -cuento, mejor dicho- las «migas con chorizo» y el turrón de tira-tira, hecho con miel y harina, que está para chuparse los dedos, como yo hice.

Todo esto, que no es poco, encontrará el viajero por Milmarcos. Y aire sano, y simpatía entre las gentes, «en cantidad».