Tradiciones de Sigüenza

sábado, 1 marzo 1980 0 Por Herrera Casado

 

Lentamente, y con más intensidad en las ciudades, por todas partes se van perdiendo las celebraciones comunitarias que daban calor a un colectivo de habitantes y le hacían sentirse más unido y entrañablemente anclado en una tradición; fundamento éste que es clave en el sentimiento de seguridad de un pueblo. La colectividad que se desancla totalmente del pasado, al fin se inestabiliza y muere. El equilibrio mesurado entre una historia respetada con unas tradiciones vivas, y el presente dinámico creador de un futuro atrayente, es el estado perfecto de un pueblo.

La ciudad de Sigüenza, vivero de recuerdos del pasado, a grandes rasgos muestra su origen celtibérica, su esplendor romano y su plena constitución en el Medievo cristiano como cabeza de un importante señorío eclesiástico, episcopal. De tan largo trayecto en la historia, y de su ser como ciudad, pequeña, pero con todas las características de burgo agrícola, artesano, comercial e intelectual, ha heredado un acervo de tradiciones y celebraciones festivas muy denso y con influencias de todo tipo. El filón primitivo es sin duda el ritmo celtibérico de muchos de sus rituales: las hogueras de San Vicente, los cánticos y fiestas de San Juan, las rondas y tradiciones de amor, son de hontanar remoto. Aquellas que de agrícola y ganadero tienen algún sello, también lo reciben de nuestros antepasados celtíberos, y solo las que se centran en la celebración religiosa plena, cristiana por los cuatro costados, podemos decir sean emanaciones de esos siglos en que una nutrida organización eclesiástica se adueñó de la ciudad y su comarca.

Dentro de los ritos más antiguos podemos colocar los relativos al toro. Se dice que los «encierros de Sigüenza» son de los más antiguos de España, tanto como los de Cuéllar y Pamplona, y en verdad que no nos cuesta creerlo, pues de una misma raíz salen todos ellos. Durante siglos hubo la costumbre de soltar a los bichos por el campo y luego correrlos en juvenil algaraza hasta la Plaza de la lidia, que desde el siglo XV fué la actual Plaza Mayor, en la que aún vive el «Arco del Toril», por donde entraban. Fué costumbre lidiar 3 toros en las fiestas de San Roque, y en otras fiestas de cariz religioso, pagano o simplemente conmemorativo. Pero en 1783, cuando ya las relaciones andaban muy tirantes entre el señor de la ciudad (el obispo) y los hombres del concejo, don Juan Díaz de la Guerra prohibió terminantemente las fiestas de toros coincidiendo con las de cualquier santo.

También de teatro estuvieron siempre bien provistos los seguntinos. Una de las ocasiones de mayor arraigo en que se daban representaciones era la festividad del Corpus, en la que, tanto a lo largo del momento de la procesión, como en los días de la octava, se escenificaban autos sacramentales, piezas religiosas e incluso profanas, con «saraos» o bailes en el transcurso de la procesión. Este se amenizaba, lo mismo que muchas otras festividades de la religión y la ciudad, con estrenos musicales de los maestros de capilla de la catedral, organistas de fama, que componían y dirigían masas corales integrales por los Infantes de Coro, de los que hablan cronistas antiguos con admiración, pues constituían uno de los grupos de mayor importancia y calidad de la España antigua.

Para funciones comerciales y periódicas de teatro, se habilitó un típico «corral de comedias» en el patio del Hospital de San Mateo, creado en 1620, en el que durante mucho tiempo, y con gran contento de los seguntinos, se dieron «comedias, bolantines y otras públicas diversiones». Las tensiones del Obispo con el Concejo hicieron que este «corral» cerrara definitivamente sus puertas a fines del siglo XVIII. Pero en muchas ocasiones y lugares siguieron dándose obras teatrales, y así era clásico que en el mismo patio del Colegio‑ Universidad de San Antonio de Portaceli se representaran obras de los monstruos: Lope de Vega Calderón, etc. Con motivo del celebrado parto de la reina María Luís de Saboya, esposa de Felipe V se dio gran jornada teatral en la Plaza Mayor de Sigüenza. Esa tradición fué renovada, siglos después por el Grupo Antorcha que puso en escena «el Caballero de Olmedo» bajo las renacientes arcadas del Ayuntamiento.

Muchas danzas ingeniaron los seguntinos en ocasiones diversas. Así, cuando Felipe III cruzó las Alcarrias, al pasar por territorio seguntino, la ciudad le obsequio con tres vistosísimas danzas, interpretadas por diversos gremios artesanales: la una pusieron en marcha los mercaderes de paños y los joyeros; la otra, los calceteros, sastres y tejedores y una tercera corrió a cargo de los curtidores, zapateros y tratantes en corambres. Por San Roque, y en el Corpus, eran típicas las danzas de gremios y espontáneos.

Pero la tradición riquísima de ciudad como Sigüenza, de honda raíz celtíbera y castellana, se cimenta en el ciclo habitual de las fiestas profanas relacionadas con devenir de las estaciones; de las relacionadas con los diversos momentos de la vida (nacimiento, bodas muertes, etc.) y con el calendario litúrgico. Los gigantes y cabezudos, presididos por las ironizadas figuras del rey y la reina, con escobas por cetros, eran símbolos del crecimiento y la fertilidad; de origen, pues, agrario. Todavía salen para regocijo de chicos y grandes. Graciosísimas eran las cencerradas que se daban a los viudos o viudas que celebran nuevo matrimonio: solo se libraban de ellas si invitaban a los mozos a una buena merienda. Y las rondas, variadísimas en los motivos chispeantes siempre eran el más claro ejemplo de la familiaridad del núcleo poblacional, el aire de pasillo, de salón de estar que tiene la ciudad, en la que nadie es enemigo de nadie: de noviazgo, de boda, de quintos; muchas más que se extienden hasta ahora mismo, pues las pasadas Navidades fuimos testigos de las rondas varias que, durante todo el día, armados de sus laúdes, bandurrias, almireces y botellas de anís, daban la murga y soltaban al aire helado de Sigüenza graciosas coplas alusivas a la actualidad chispeante del momento, sin olvidarse, por supuesto, del alcalde de turno.

En el ciclo litúrgico (Pero con hondísimas raíces en el más puro celtiberismo) destacan las fiestas de San Vicente; la noche del 21 al 22 de enero, una gran hoguera se enciende en la plazuela del mismo nombre, frente a la casona del Doncel, y allí los chicos saltan sobre las ascuas y se tiznan las carnes con los carbones. Es luego el día 23, el «San Vicentillo» que llaman cuando se celebra el «bibitoque», tocando dulzaina y tamboril (son de Castilla primera) en los prados cercanos al castillo, y allí entregan los de la Hermandad del santo unos cuantos litros de vino, con naranjas y caramelos, a cantos se acercan. Sin duda se trata de una fiesta del ciclo carnavalesco de botargas y águedas, muy primitiva. Además son típicos los villancicos de Navidades, con música y letra muy peculiar. Incluso la Semana Santa, con la clásica «quema de Judas» tras la procesión de la torreznera el domingo de Pascua, es otra de las celebraciones litúrgicas con un cariz popular muy marcado.

Y, en fin, muchas otras tradiciones aún mantiene la ciudad de Sigüenza, cuidadas con mimo por sus habitantes, pero que deben mantenerse siempre alerta para no enturbiar la puridad del sentido de las mismas, y evitar que se pierdan. Solo así, en el entronque con la raíz de antiguos hechos y ritos, se vive más ancha y hondamente la palpitación ciudadana.