Un general guerrillero: EL EMPECINADO

sábado, 10 noviembre 1979 0 Por Herrera Casado

 

Entre las muchas y curiosísimas figuras que participaron en la Guerra de la Independencia contra Napoleón -guerra civil velada por el odio al frarcés- y entre esos límites que son el cura Merino o Agustina de Aragón, el general Palafox y Goya, cada uno haciendo a su aire la contienda, aparece la figura gallarda y llamativa de Juan Martín Díaz, a quien por su apodo de «El Empecinado» se le conoce en todas las historias y tradiciones que sobre él todavía ruedan, de labio en labio, por las tierras de la Alcarria. Se ha escrito mucho sobre tal personaje, más en plan legendario que real, a pesar de que su auténtica línea biográfica es una permanente y apasionante secuencia de aventuras. En las escalas del ejército español ascendió hasta el grado de general, pero su guerra fue particular, independiente, pues si empezó de guerrillero, así continuó a pesar de todos los nombramientos que Juntas y Consejos le hacían. Guerrillero genial, verdadero maestro de una estrategia intuitiva (1), añadía a su sabio guerrear una gran nobleza de comportamiento, una bravura sin par, y una increíble fuerza física. Nombrar al Empecinado entre los franceses de comienzos del siglo XIX, era nombrar a España bravía e indomable, a la España que, como se demostró, jamás se dejaría vencer por nadie. Sólo su presencia infundía terror. Con el uniforme de general le retrató Goya (hoy se conserva este cuadro en el Museo del Ejercito, en Madrid) y resalta de su poderoso gesto-incluso en una cabeza cuadrada, bajo un revuelto y oscuro pelo, tras unos mostachones espesísimos- el destello resuelto de quien sabe unir la cazurrería a la experiencia, el ánimo noble a la llaneza.

La vida de Juan Martín Díaz fue de continua lucha, militar muchas veces, política otras (2). Recordaremos aquí solamente, tras los obligados paréntesis de sus orígenes y sus postrimerías, la pelea que mantuvo contra el ejército napoleónico en tierras de la Alcarria, donde quedó marcado con el sello de la leyenda. Porque si de él se cuentan muchas cosas irreales, también es cierto que una breve relación de sus hazañas ciertas no alcanza siquiera a dar su dimensión auténtica de guerrillero tenaz, que no descansó un solo día mientras olfateó en la distancia el olor del enemigo.

Nació Juan Martín en Castrillo de Duero (Valladolid), en 1755, y ya fue valiente soldado en el Rosellón luchando contra las tropas napoleónicas. Al estallar la guerra de la Independencia contra los franceses, pasó a constituirse, junto con otros camaradas de su pueblo y comarca, en guerrilleros dispuestos a hostigar, a molestar, a no dar paz a las huestes invasoras. Adoptó su nombre, al parecer, de un arrollo o pecina que pasa cerca de Castrillo, su pueblo natal. Pronto adquirieron por extensión el nombre de empecinados todos cuantos luchaban junto a Juan Martín, quien llegó a reunir un auténtico cuerpo de ejército en su torno, con algunos miles de hombres a sus órdenes. Entre ellos figuraron gentes como su propio hermano, Antonio Martín, y destacados guerrilleros que luego destacarían en el ejército por unos u otros motivos: Nicolás Isidro, Diego de Ochoa, Vicente Sardina, Saturnino Albuin «el Manco», José Mondedeu y otros muchos. Algunos de ellos traicionaron al Empecinado en los momentos más difíciles, pasándose al enemigo y creándole problemas que casi le costaron la libertad.

Comenzó Juan Martín luchando en territorio de Castilla la Vieja y León, en las cercanías del Duero. Pero en septiembre de 1809 fue llamado por la Junta de Guadalajara, que enterada de sus valentísimas y útiles acciones, quiso contar con su presencia guerrillera en tierras de la Alcarria. El día 11 de septiembre de 1809 entró el Empecinado procedente de Soria, en tierras de Guadalajara, pasando el 16 por Cogolludo y teniendo el 17 un encuentro con una columnilla francesa junto a Fontanar, desbaratándola. En noviembre de este año, entró el Empecinado, con 200 de los suyos, en la ciudad de Guadalajara, que los franceses habían dejado sin guardia. Al día siguiente, el ejército imperial les tiende una emboscada: guarda los caminos, controla desde el exterior las puertas de la ciudad, y ataca con gran número de soldados para destrozar dentro al guerrillero y sus huestes. Con un valor sin límites, estos se deshacen del enemigo, salen por la puerta de Bejanque tras dura lucha cuerpo a cuerpo, matando él mismo al comandante de caballería.

El año de 1810 será pleno de acciones del Empecinado por la tierra alcarreña. A mediados de marzo, cerca de Sigüenza, en los altos de Mirabueno, con unos cuantos hombres se enfrentó a un millar de franceses que venían de la ciudad mitrada con un importante cargamento de trigo. Entre mayo y abril, estuvo Juan Martín destacado en la provincia de Cuenca, puesto bajo el mando del Comandante general de aquella provincia, pero ello impidió que su gente militar libre y espontánea diera sus frutos tradicionales. En mayo volvió a las alcarrias de Guadalajara. Una gran partida francesa, formada por 300 de a caballo y 500 infantes, dio una batida por Trillo, Valdeolivas, Salmerón y Alcocer a mediados de este mes, recogiendo trigo de la cosecha anterior a los agricultores de la zona. Cuando, el día 16, este grupo regresaba a Guadalajara, el Empecinado los atacó junto al puente del Tajo, propinándoles una derrota y haciéndoles huir, forzándoles a encerrarse en la fábrica de paños de Guadalajara. Le ayudaron en la acción los voluntarios de Molina, y los coroneles Gastón y Orea. El mismo mes, el día 23, el Empecinado atacó a la columna volante del Tajuña, francesa, obligándoles a encerrarse, y destruyéndoles en parte, cerca de Brea.

Tanto hostigaba Juan Martín a las tropas francesas, especialmente a lo largo del camino real de Madrid a Zaragoza, con una técnica de sorpresa y castigo continuo, que en julio de 1810 llegó a la Alcarria el general Hugo, con unos 5.000 soldados a su mando, para acabar con él de la manera que fuese. Distribuyó el francés a sus hombres por Guadalajara, Brihuega, Jadraque y Sigüenza, poniendo cañones y fortines en los lugares estratégicos. Estaba en esos días el Empecinado en el grado más alto de su fama, con 1.500 hombres tras sí. Tuvo encuentros con los franceses el 19 de julio, cerca de Trillo, y el 24 de julio, en las cuestas de Mirabueno. Su tarea de hostigamiento continuó dando por resultado el abandono de la ciudad de Sigüenza por los franceses, en septiembre, y su inmediata ocupación por el Empecinado. Aunque en octubre es llamado por el Consejo de Regencia para que se ocupe en el ataque y alarma continua de Madrid y su contorno, el Empecinado aún realiza algunas notables acciones en la Alcarria: el 18 de ese mes obtiene la importante victoria de «las alcantarillas de Fuentes», haciendo huir y refugiarse tras las murallas de Brihuega a la fuerza del general Hugo. Poco después, ataca otra vez Guadalajara, derrotando y obligándole a rendirse al general suizo Preux, con 800 soldados imperiales. Pocos días más tarde, en el puente de Auñón, sobre el Tajo, infringe sonada derrota al comandante Luís Hugo. El hermano de éste, el famoso general padre del poeta Víctor Hugo, envía unas cartas al Empecinado, proponiéndole pasarse al enemigo, reconociéndole grados y garantizándole ascensos. El Empecinado contestó al francés con tal dureza, que Hugo le atacó, en Cogolludo, donde se hallaba a la sazón Juan Martín. Este tuvo que huir hacia Atienza (era diciembre de 1810) y perdió varios de sus guerrilleros. Enterado que los franceses tenían el grueso de su fuerzas en Jadraque, y allí custodiados a sus compañeros, atacó la villa mendocina, obligando a la guarnición francesa a encerrarse en el Convento de los Capuchinos, y liberando a sus compañeros. Fue a final de este año cuando la Junta de Guadalajara llamó al Empecinado con objeto de someterle a un juicio de residencia, por supuestos desacatos e irregularidades en el ejército de su cometido militar. Él protestó enérgicamente, incluso por considerar que era improcedente el nombramiento que la Junta había hecho de Sardina, Albuin «El Manco» y Mondedeu al grado de capines.

Durante el año 1811 continuó el Empecinado y su tropa cosechando éxitos frente al invasor. Durante los meses de junio a agosto atacaron varias veces Alcalá de Henares. En octubre tomó la villa de Molina de Aragón, y pocos días se le rindió la de Calatayud. Nuevamente el 1812 ve acciones del Empecinado por nuestra provincia: el 7 de febrero tiene un fuerte encuentro con los franceses en el Monte del Rebollar, cerca de Mirabueno. Juan Martín sufre una derrota, que casi le cuesta la libertad, y tras de la cual cae gravemente enfermo. En aquella ocasión le atacó el general francés Duye, auxiliado por más de 600 españoles renegados, entre los que iba el joven Villagarcía, ayudante de caballería, que había sido uno de sus más valerosos guerrilleros, de quien se dice pasó al enemigo por no soportar el fuerte genio de Juan Martín.

En ese mismo mes de febrero, la partida del Empecinado sufrió un nuevo revés cerca de Tamajón, siendo apresado Saturnino Albuin, el Manco, que días después, renegado, figuraba ya como uno de los capitanes de compañía franca de húsares de Guadalajara. La primavera de 1812 fue nuevamente de marcados éxitos para los guerrilleros. Mientras que Mondedeu derrotó a los franceses cerca de Cogolludo, el Empecinado siguió atosigando a Guadalajara y Brihuega. El verano lo pasó Juan Martín hostigando Madrid y sus cercanías, hasta que, ya liberada la capital por Wellington, el 13 de agosto entró el Empecinado en Alcalá, recibiendo un clamoroso homenaje. Tres días después, llega a Guadalajara, que se le rinde, apresando a 775 franceses y a muchos españoles renegados, entre ellos a Villagarcía.

Pero aún no estaba terminada, ni mucho menos, la cruel guerra que destrozó a España. El 31 de marzo de 1813, una partida de empecinados, al mando en esa ocasión de Antonio Martín, hermano del jefe, derrotó a sablazos, en Talamanca de Jarama, a un gran número de franceses. En abril seguirá el Empecinado hostigando a los galos: primero en Meco, luego por Alcalá y retrocediendo tácticamente hasta Armuña y Horche, el 22 de mayo dio la definitiva batalla en Alcalá: allí se situaron los españoles, en la orilla izquierda del Henares, entre los barrancos y las cuestas de Zulema y Villalbilla haciendo huir tras larga refriega a los franceses, que ya abandonaron definitivamente la comarca. En recuerdo de esta hazaña memorable, Alcalá puso el nombre del Empecinado a una calle, levantándole incluso una estatua.

Pero la historia de este hombre, siempre a caballo entre la leyenda y la realidad, no terminó ahí. Restablecida la monarquía borbónica en España, tras el regreso de Fernando VII al trono, el Empecinado–hombre liberal como el que más-pidió al rey el restablecimiento de la Constitución de 1812, lo que motivó su traslado y destierro a Valladolid. Secundó luego el levantamiento constitucionalista de Riego, en 1820, y tras ello fue nombrado gobernador militar de Zamora, combatiendo desde ese puesto a los restos de absolutismo en la comarca. Restaurado éste, huyó a Portugal, aunque pronto pidió permiso para volver a España, lo cual le fue concedido, asignándosele Aranda de Duero para residencia. Pero al pasar por Roa, una orden del corregidor absolutista de ese pueblo dio con los huesos del Empecinado en la cárcel de esta villa castellana. Allí acumuló un inmerecido calvario, pues era sacado en una gran jaula de madera, los días de mercado, a la plaza Mayor, donde la gente se mofaba de él, insultándole. Dos años duró el encierro, hasta que finalmente condenado a muerte, en el momento de ser llevado a la horca se revolvió con su fuerza extraordinaria, soltándose de sus ligaduras, arremetiendo contra sus guardianes, a los que intentó coger su pesadísima espada; pero tomándola por el filo, se cortó algunos dedos, cayendo entonces derribado por una manta tirada por el público. Los guardianes aprovecharon para acribillarle con las bayonetas. El cadáver fue puesto, a continuación, colgado de la horca, Terrible muerte-era el 19 de agosto de 1825-para un hombre valiente que había dado su vida entera por lo que él siempre creyó como más justo para su Patria y sus gentes. Su memoria, o la huella de su valentía.

(1) Marqués de Lozoya, Historia de España, Salvat, 1966. Tomo V, página 460.

Gómez Arteche, Guerra de la Independencia: Historia militar de España de 1808 a 1814, Madrid 1891; Vida y hechos del Empecinado, por un admirador de ellos, Manuscrito de 1814; García López, J.C.: Diario de un patriarca Complutense en la guerra de la Independencia, Madrid 1894: Rodríguez Solís, Los guerrilleros de 1808; Hardman, F.: El Empecinado visto por un inglés, Austral, 1943; Pareja Serrada, A.: Brihuega y su Partido, Guadalajara, 1916.