El retablo de Riba de Saelices

sábado, 15 septiembre 1979 0 Por Herrera Casado

 

Muchas veces ha llegado el viajero, entre los barranquejos de la Sierra del Ducado conducido, hasta la Riba de Saelices. Recostado el pueblo sobre una suave ladera que mira al valle del río Linares, vigilante de uno de los más densos pretéritos de nuestra tierra, pues por allí moraron gentes prehistóricas, artistas exquisitos; celtíberos, árabes y cristianos luego que pondrían su devoción en un San Felices que hoy resta en su nombre y en el del pueblo frontero, Saelices de la Sal.

Y en la Riba fue en una ocasión la visita a la cueva de los Casares, que tanta admiración causa a cuantos, conocedores del arte paleolítico, recorren sus galerías y admiran sus grabados rupestres. En otra ocasión tuvo protagonismo la portada románica de su iglesia, un tanto cansada de soportar sobre sus columnas siglos y cantares; aun otro día fue la visita a un viejo amigo, a un gran hombre que allí en el pueblo reside y recuerda antañonas efemérides: don Rufo. Fue en una cuarta llegada cuando descubrí el tesoro que dentro del templo parroquial remata el muro de su presbiterio: un gran retablo mayor, de pinturas y esculturas, obra del siglo XVI, de tan gran calidad que muy pocos se le pueden comparar en toda la provincia de Guadalajara.

Nada más tiene la iglesia de Riba de Saelices. Pero éste su retablo mayor es suficiente motivo para hacerla una visita detenida. Se conservan en el pueblo los libros del archivo de la parroquia, pero por unas causas y otras todavía no hemos podido hojearlas y buscar datos a él referentes, que con toda seguridad existen. Así, de momento, sólo cabe hacer de esta gran obra de arte su descripción y elaborar conjeturas.

Llena el retablo todo el muro de la cabecera del templo. Es de estructura «de fachada» con un sentido arquitectónico renacentista colocado. De forma cuadrada, lo que es poco frecuente, la calle central sobresale muy escasamente sobre las laterales. Se divide en cuatro cuerpos horizontales, y estos a su vez, en cinco calles verticales. En el cuerpo inferior, banco o predela, cuatro cuadros muestran, por parejas, a los apóstoles de Cristo. Destacan la fuerza del trazo y posición de San Pedro y San Juan. Las otras tablas del retablo están, evidentemente, alteradas en su orden como si se hubieran desmontado y vuelto a colocar por alguien desconocedor del Evangelio. Los temas de dichas tablas son éstos: cuerpo inferior, de izquierda a derecha, el camino del Calvario, la Flagelación, Jesús ante Pilatos y la Oración en el Huerto. Cuerpo medio: la Anunciación, el Nacimiento de Jesús, Jesús resucitado se aparece a una santa mujer, la Magdalena penitente. Cuerpo superior: la adoración de los Magos una Asunción de María, otra Asunción, la Resurrección de Cristo. La calle central es de esculturas y en ella se muestra una hornacina avenerada vacía sobre ella, otra similar en la que aparece una talla de la Virgen, sedente, con el Niño en brazos, y arriba, un Calvario de magnífica ejecución. Separando tablas hay una abultada serie de frisos, molduras, pilastras y balaustres cuajados de decoración plateresca de extraordinaria ejecución. El conjunto resulta armónico bien distribuidas las piezas y los protagonismos. Es, sin duda, mucho mejor lo que lleva escultórico que lo pictórico aunque en el aspecto popular sea más llamativo lo segundo: es más amplia la superficie del retablo dedicada a pintura, pero la calidad de la talla, el arte del escultor era más depurada que el del pintor.

Así, los grutescos que cuajan en columnas, pilastras, balaustres y remates son de bastante buena factura. El Calvario que remata el conjunto, con una forzada postura de María y Juan, obtienen extraordinaria calidad plástica en su totalidad. Las pinturas, en cambio, que son sin duda de la misma mano, adolecen de unas prisas, de una falta de cuidado en las proporciones (grandes cabezas, pequeños cuerpos) que arregla, sin embargo, con el buen tratamiento de sombras y la dulzura de actitudes. Sin embargo, no es ni un maestro ni un consumado artista. Pero resulta hermoso el conjunto.

De sus autores, por el momento, nada se sabe. Aunque la existencia del archivo parroquial nos garantiza el que algún día pueda llegar a conocerse. Sin embargo, y dentro del terreno de las suposiciones, es fácil colegir que este retablo surgió de los artistas y talleres que funcionaban en Sigüenza en la segunda mitad del siglo XVI. La escuela en la que milita, y finalmente capitanea, Martín de Vandoma, uno de los mejores artistas del renacimiento seguntino, es la que produce este retablo. Tradiciones orales sin ningún fundamento señalan en el pueblo que este retablo es obra de valencianos, y que en El Escorial hay uno exactamente igual. Creo que está bastante claro que tanto en estructura como en forma de tratar las tallas la filiación seguntina es patente. Del autor de las pinturas, una segunda fila comarcal, podemos decir que imita lo que Juan de Pereda hizo en Sigüenza, y es similar a lo de los maestros de Bochones, de Bujarrabal, de Rienda o de Santamera. En el círculo de Diego Martínez, que hace la pintura de los retablos de Caltójar y Pelegrina, debe encuadrarse, por ahora, el desconocido «maestro de la Riba de Saelices».

Pero, ya con estas explicaciones someras y descripción rápida, tiene el viajero un punto de inicio, una razón más que le conmueva a visitar este enclave serrano, en el que una cueva prehistórica (la de los Casares, monumento nacional), una portada de arte románico, los restos del Castillo y la amabilidad de las gentes forman con este retablo la razón multiplicada y el poderoso empuje para su visita a Riba de Saelices. Que puede hacer ya mañana mismo.