Sesmas, veintenas y quiñones en Molina

sábado, 28 abril 1979 0 Por Herrera Casado

 

El concepto actual de la ciencia histórica es de totalidad, agrupando en su estudio los aspectos más diversos del devenir de los grupos humanos sobre la tierra y a lo largo del tiempo. De una «historia de reyes y batallas» hemos pasado al desmenuzamiento de las causas por las que unas y otras cosas sucedieron, dando paulatinamente al pueblo el papel que en este dinámico proceso le corresponde. Aún se acentúa, como quería Unamuno, el valor de la «intrahistoria», que es ese cúmulo de pequeños hechos, al parecer inconexos entre sí, de escasa importancia, pero que unidos e interpretados en conjunto dan muchas veces la clave para comprender algún paso más significativo e importante del devenir de un país. Las grandes batallas de la reconquista son fundamentales para conocer la historia de España, pero seguramente esas batallas no se habrían dado, si no se hubieran reunido una cierta cantidad de hechos menores, pero capitales: dinámica económica de los judíos, procesos migratorios, ansias culturales o de riqueza de otros grupos, tensiones en grandes familias, epidemias, modos de asociación nuevos, etc. Y es a esos puntos a los que el investigador actual se acerca, para llegar a la comprensión total de un fenómeno que, es indudable, posee unos fundamentos extensos sobre cosas en apariencia simples.

Traigo hoy a esta habitual ventana de la historia provincial, un tema que quizás pueda parecer inútil, ingenuo, carente de valor. Es, qué duda cabe, un mínimo reflejo de la intrahistoria que aisladamente dirá muy poco, pero que puede mostrar los quilates de su verdadero valor cuando se le engarce en el contexto de un estudio más general. Tratamos de la tierra de Molina: y si ya son conocidos los señores que durante los siglos XII y XIII dieron su tono de independencia, y las diferentes efemérides que, en plan de revolución de petición de los fueros, fueron ocupando las páginas de su historia a lo largo de las siguientes centurias, quizás quedamos un tanto cortos al recordar tan sólo a don Manrique, a doña Blanca, a Sancho IV o a Beltrán du Guesclín. Porque la historia del señorío de Molina la hicieron ellos, sí, pero totalmente envueltos (no conduciendo, sino conducidos) por un pueblo con dinámica propia. Ese pueblo molinés debería ser mejor observado, para que poco a poco fuera dando las claves de muchos hechos.

Una de estas observaciones es la que ahora pongo ante la benévola paciencia del lector. Al estudioso y buen conocedor del Señorío de Molina, no se le escapa que el territorio todo está sistemáticamente dividido en una serie de demarcaciones: sesmas, veintenas y quiñones. Unas y otras, todavía utilizadas con mayor o menor asiduidad actualmente. Tales denominaciones proceden del momento mismo de la repoblación y creación del territorio, allá por el siglo XII, y están planteadas como un modo homogéneo y justo de distribuir la tierra a sus nuevos pobladores. Desde el primer momento de la ocupación del territorio tras la reconquista a los árabes (y así ocurre en otros lugares de Castilla en la misma época) se establece una capital donde va a radicar el señor, su castillo o palacio, y todo el poder legislativo, administrativo y judicial. En esa capital, y por delegación del señor, asientan unos individuos llamados sesmeros que tendrán por misión subdividir y repartir las tierras de cada una de las Sesmas o partes en que el Señorío se ha fragmentado. Eran en un principio, y como la palabra expresa, seis sesmas. De ellas sólo quedan cuatro en la actualidad (el Campo, el Sabinar, el Pedregal y la Sierra), y las otras dos se perdieron con los territorios que en el siglo XIII fueron a pertenecer a los Consejos de Cuenca, Daroca y Albarracín, entonces en imparable expansión. Cada sesma era dividida en veintenas, de las que, lógicamente, había veinte en cada una de ellas. Equilibradamente dispuestas a lo largo y ancho del territorio de la sesma, la veintena venía a corresponder con el actual municipio. Prueba de ello es que, de los 80 núcleos de población que actualmente posee el señorío de Molina, corresponden casi exactamente veinte a cada sesma. Para no alargar este artículo con una larga serie de nombres, me limito a invitar al lector a que consulte un buen mapa del señorío molinés y podrá comprobar este aserto.

Cada veintena o término municipal se dividió, y aún siguen algunos con estas viejas denominaciones, en quiñones, que viene a ser la quinta parte de un término. Estos quiñones se entregaban a individuos que por ello adquirían el título de quintaneros, y que tenían ya por misión concreta trabajar y hacer producir a ese pedazo de tierra del Señorío. Pero en esta distribución del término municipal en quiñones, aún es de destacar el carácter de proporcionalidad y equidad que este sistema tiene: cada parte definida del término era dividida en cinco partes (la vega se dividía en cinco partes, lo mismo que los carrascales, pinares, yermos» campos de cereal, etc.) y cada quiñón llevaba una parte de los diferentes parajes, con lo que a cada quintanero le correspondía una parte del municipio que era muy similar en calidades a las otras cuatro, estando prohibido, por lo menos en los años de la Baja Edad Media, hacer permutas de partes del quiñón: este se traspasaba en su totalidad o no se traspasaba. Con el tiempo se relajó esta costumbre, siendo divididos los quiñones y aún sus diversas partes, en otras muchas. El fraccionamiento de tierras comenzó a incrementarse en los siglos XV y XVI, alcanzando su máximo en el XIX.

Este curioso sistema, casi matemático, de dividir un territorio, era, sin embargo, muy lógico y útil. Por una parte, porque posibilitaba el buen gobierno del Señorío, al estar todo él representado en el Común de un modo proporcional; por otra parte porque se tenía un modo equitativo de distribuir las tierras entre colonos y nuevos habitantes; y, en fin, porque se atendía de modo cabal a los diversos aspectos geográficos de la comarca, unificando las tierras llanas (el Campo) frente a las más agrias (la Sierra) o las dedicadas al pastoreo, minas y otros cultivos. Un sistema, en fin, para seguir teniendo en cuenta hoy en día con vistas a una más racional planificación de un territorio; aunque reconociendo que son éstos métodos antiguos que gozan ya de escasa vigencia y utilidad hoy en día. Son, en cambio, muy elocuentes desde el punto de vista organizativo: en la Edad Media se sabía lo que se quería, y se ponían las medidas para conseguirlo.

¿En qué modo influyó esta forma de dividir el Señorío molinés para conseguir su prosperidad y poblamiento, su grandeza económica y social que en los siglos XVI y XVII gozó? La observación de otros datos, quizás tan simples como este, pero en razonado haz conjuntados, podrán darnos una clave para entender aún mejor el devenir de esta tierra impar que es el Señorío de Molina: que en sesmas, veintenas y quiñones tuvo su latido multiplicado durante siglos.