El Olivar, un ejemplo a seguir

sábado, 21 abril 1979 0 Por Herrera Casado

 

En la tarde ventosa y gris de primavera, hemos viajado hasta uno de los pueblos que hoy más interés guardan para cuantos quieran descubrir la esencia de la Alcarria, el íntimo latir de sus pueblos: hemos llegado hasta El Olivar, que sobre la meseta alcarreña se empina frente a la inmensa vaguada, arrugada y policromada, donde el Tajo se amansa formando el embalse de Entrepeñas. Desde El Olivar, a más de mil metros de altura, se vislumbra un espléndido paisaje de tierra, de aguas, de montañas y caminos. Solamente por darle un gustazo a la vista, y poder decir sin exageración alguna que se ha estado frente al más impresionante paisaje de la Alcarria, merece la pena ir al Olivar.

Pero en el gris poblado que encontramos tras varios kilómetros de viaje por la árida meseta cerealista, hay muchas otras cosas interesantes de las que el viajero ha de tratar de conseguir el más directo sabor, la genuina esencia que se esconde tras su monótono tinte pétreo y la aparente inexpresividad de su silueta.

La historia de este pueblo es bien sencilla: construido en lugar abierto y cómodo, tras la reconquista de la comarca a los árabes, perteneció en un principio a la tierra del común de Atienza, por cuyo Fuero se rigió, pasando luego a formar en el sexmo de Durón de la tierra de Jadraque, independizada de aquella. Así estuvo en poder de las familias de los Carrillo y de los Mendoza, quedando con éstos hasta la abolición de los señoríos en el siglo XIX. Dedicadas sus gentes al cultivo de la tierra y al comercio de la arriería y de los huevos, tuvo sus momentos de esplendor en el siglo XVI, en el cual se levantaron sus edificios más notables, hoy considerados monumentos valiosos, y cuidados con mimo por sus habitantes. El último siglo, y en especial los últimos años fueron de progresividad para El Olivar, que fue viendo la masiva emigración de sus hijos, y la paulatina desaparición de sus más nobles y antañones elementos de identificación: se perdió la picota que daba señal de haber sido villa; se quemó y destrozó el altar de su iglesia, valiosa joya del Renacimiento, en 1936‑39; se hundieron ermitas y muchas de sus casas, corrales, incluso calles enteras, vinieron a ser montones de ruinas ya casi sin posible recuperación.

Pero desde hace unos cuatro o cinco años, no más, El Olivar ha tomado un giro inesperado, un ejemplar camino que comienza a señalarle como pionero y guía en lo que puede ser el futuro de los pueblos y núcleos de nuestra tierra de Guadalajara. La gente que allí nació o tuvo su ascendencia, ha vuelto al pueblo en fines de semana y vacaciones; muchas otras personas y familias, algunos artistas ilustres, y aún gentes que desean encontrar un rincón de descanso y auténtica vida rural, han escogido El Olivar para poner en él su vivienda de recreo. Pero, he aquí lo ejemplar del tema, aunque ha sido mucho, más de las tres cuartas partes del pueblo lo que se ha construido recientemente, todo se ha hecho conforme a la más completa pureza de la arquitectura popular de la comarca, respetando rigurosamente lo que ya había, o levantando de nueva planta conforme a unos cánones de pulcritud y respeto por el entorno rural, consiguiendo mostrar un pueblo habitado, vivo cien por cien, pero en nada disonante en cuanto a aspecto externo con lo que era hace cincuenta, cien, doscientos años. Se ha respetado la estructura urbana del pueblo, y se ha mantenido con rigor la arquitectura popular, en sus elementos constructivos, en su distribución, en sus materiales y aún en el espíritu vivencial que animó hace siglos a estas comarcas. Se están recuperando incluso las ya abandonadas bodegas, y en las eras se quiere respetar su antigua distribución para asegurar las magníficas vistas que desde el pueblo se goza de la Alcarria.

Este paso, único y ejemplar, se ha dado gracias al empuje de un hombre, su alcalde actual, don José María Valero Moreno, y al apoyo y comprensión que ha encontrado entre sus convecinos. No ha sido una legislación lo que ha tenido detrás para asegurar la conservación de la arquitectura popular, porque esa legislación, por desgracia, todavía no existe. Ha sido un ánimo sereno y una clara y razonable visión de lo que es levantar un pueblo: darle vida y conservar sus esencias. Porque no sólo se ha limitado este alcalde al aspecto externo de la villa; su tarea se centra en ser un adelantado de la cultura en los pueblos, haciendo que en sus fiestas sean tan numerosas los actos culturales como los de mera diversión, y tratando de formar un pequeño museo municipal, restaurar el edificio concejil conforme a su estilo primitivo, etc. Tarea para la que pedimos la máxima ayuda por parte de las autoridades competentes.

Si la villa de El Olivar sorprende al visitante por su rigurosa conservación de la arquitectura popular, que muestra la posibilidad de dar vida a un pueblo, y llenarlo de veraneantes, precisamente por ser exigentes en la construcción de sus casas, en la distribución de sus espacios comunes y en el cuidado de los detalles todos del pueblo, también posee otros elementos de arte, que bien merecen su visita detenida, su estudio paciente y de detalle, pues marcan un capítulo en el abultado libro del arte en la Alcarria.

Así, a la entrada del pueblo sorprende la ermita de la Soledad, un edificio del siglo XVI construido de recio sillar, con buena portada tallada en la que aparecen dos vanos gemelos orlados de adosadas pilastras y rematadas por clásico friso, hornacina y frontón triangular, culminando en espadaña china, sin campana ya; el interior tiene nave cuadrada y más reducido presbiterio, con cúpulas de piedra de buena fábrica.

La iglesia parroquial, dedicada a la Asunción de la Virgen (aunque en documentos figura como iglesia de Nuestra Señora de la Zarza, es obra magnífica de la arquitectura del Renacimiento. Se precede de un amplio atrio descubierto en su costado sur, el que da a la plaza mayor, rodeado de barbacana de sillar. El templo está construido con recia piedra gris de la zona, es de planta rectangular, alargada de poniente a levante, mostrando la torre cuadrada sobre el primero de estos lados, y el ábside poligonal sobre el segundo medio punto, columnas adosadas laterales sobre pedestales, friso y hornacina vacía dentro de un frontón triangular. Los muros se refuerzan al exterior con contrafuertes. El interior es de cuatro tramos (el primero de ellos ocupado por el coro alto) y rematando en presbiterio y ábside, todo ello cubiertos por apuntadas bóvedas cuajadas de complicada tracería de nervaturas gotizantes. La esbeltez y elegancia de este templo tienen muy pocos competidores en toda la comarca de la Alcarria. Está construida hacia 1560‑1580, y a principios del siglo XVII se le colocó un magnífico altar mayor, renacentista, del que no queda sino una pequeña tabla tallada con la «Ultima Cena». El altar actual está pintado al fresco sobre los muros de la capilla mayor, y es tan feo que lo mejor que podía hacerse con él era borrarlo por completo. En el suelo del presbiterio están las lápidas mortuorias de diversos personajes del pueblo, del siglo XVI. Entre ellos, que aparecen retratados y esculpidos sobre el blanco mármol de la losa, se encuentra el cura del lugar Juan Martínez del Puey, los esposos don Juan Manuel y doña Elena, fundadores del antiguo hospital del pueblo, y aún el caballero don Miguel Díaz de Espinosa con sus sucesivas esposas, ambas llamadas Mari Sánchez. También existen varios ornamentos y vasos sagrados, regalados por la reina Isabel II en 1856 cuando pasó en dos ocasiones por El Olivar, y un interesante archivo en el que hemos encontrado datos de gran importancia para la historia de la iglesia y del pueblo.

Pero una vez que nuestra breve visita concluye, y que estas cuartillas quedan plasmadas y guiadas por la admiración que nos ha despertado lo que hemos visto en este pueblo de la Alcarria, lo único que se no ocurre es pedir que El Oliver sea tomado como ejemplo de lo que, con lógica y buen hacer, puede todavía realizarse en nuestros pueblos para ponerlos en marcha, y encauzarlos en la hora actual. Alcaldes como don José María Valero Moreno, gentes como las de El Olivar, son las que está necesitando la tierra de Guadalajara para ser otra vez vida y empuje, para tener voz y recuperar su sentido.