Casonas molinesas (III)

sábado, 3 marzo 1979 0 Por Herrera Casado

 

La villa de Tortuera, también en el Señorío molinés, es uno de los enclaves donde con profusión de cantidades y calidades se nos ofrece ejemplos de esta sencilla arquitectura civil que son los palacios o casonas nobiliarias. Es una de ellas, en el extremo oriental del pueblo, la de los Romero de Amayas hoy deshabitada, pero Íntegra en su conservación. No es un ejemplo característico, pues a más de haber sido construida en el siglo XVIII, sufrió luego reformas especialmente en la fachada, con profusión de balcones y grandes ventanas, que la desligan de la corriente general de estas construcciones. Presenta sobre la puerta, eso sí, el gran escudo familiar, sostenido de dos niños, y apoyado sobre la furiosa cabeza barbada de un viejo. Quizás en simbolismo de una estirpe. Linaje éste de los Romero de Amayas que no fue demasiado prolífico ni importante. En Tortuera se recuerda entre los habitantes de la casa a dos personajes del siglo XVII, eclesiásticos ilustres. Don Juan de Amaya Malo y don Marcos Antonio de Amaya, canónigos e inquisidores en Córdoba, y a un fraile del siglo siguiente, fray Antonio Romero Colás, misionero en el Perú.

La plaza mayor de Tortuera, con su copuda olma en el centro, es ejemplo aún vivo de urbanismo molinés y tradicional. Se rodea en tres de sus costados por señoriales casonas, dejando el cuarto para que luzca su maciza presencia la iglesia parroquial. Entre las varias casas de esta plaza, destaca la de los Moreno, bien conservada, y sencilla, en cuya fachada de cuadradas dimensiones destacan el portón de grandes dovelas, semicircular, rematado por escudo, y las pequeñas ventanas.

Este característico aire militar, tan propio de estas construcciones molinesas, se va conservando como rémora de la Edad Media y sobrevive en esta avanzada fecha de los siglos XVII y XVIII. Buen ejemplo, de los mejores del Señorío, es la casona de los López Hidalgo de la Vega, situada en lo más alto del pueblo, totalmente aislada del resto de las construcciones con un ancho espacio abierto en su frente. algo modificada a comienzos de siglo al haber heredado dos familias mal avenidas, separando en el interior del caserón sus viviendas, abriendo una puerta en lo que fue ventana lateral de la fachada, y tratando con diverso criterio los elementos exteriores de sus moradas, pero sigue mostrando su empaque y traza ejemplar. Se trata de una gran fachada de rectangular proporción, de mampostería reforzada con sillar en las esquinas, basamentos y vanos, con alero simple de ladrillo. En esta fachada se muestran tres niveles bien diferenciados: el inferior, donde aparece la puerta de entrada, arquitrabada y sin otro motivo ornamental que el gran escudo familiar, cubierto de yelmo y lambrequines, y dos ventanas laterales, cuadradas, cubiertas con reja la derecha. El segundo nivel es de ventanales cuadrados, uno por cada vano del nivel inferior, también cubiertos de magníficas rejas de hierro trabajado a mano. Y, finalmente, el nivel superior, con otras tres ventanas que se corresponden a los camaranchones. Al costado, occidental del edificio se aplica el patio, delimitado por altísimo paredón rematado en almenas, con un aire muy marcado. En el costado oriental se abren también grandes ventanales cubiertos de buenas rejas.

La historia de esta familia es abundante, su descendencia numerosísima, y creo que ha de ser de algún interés aprovechar esta oportunidad para dar algunas noticias, hasta ahora inéditas, obtenidas en los archivos parroquiales de Tortuera y Rueda de la Sierra, acerca de la familia que construyó y habitó esta, no ya casona, sino verdadero «palacio» como en el libro «becerro» de la villa se le llama.

El abolengo de los López en el señorío de Molina, se remonta a los mismos orígenes de esta entidad territorial. Ya a comienzos del siglo XIII aparecen, en documentos del Infante don Alonso de Molina, Garci López, Fernán López de la Parra, ambos del estado noble. Más adelante en el testamento de la Infanta doña Blanca, señora de Molina, aparecen como albaceas Fernán López, Garci López, Miguel Y Martín López sus capellanes; Sancho López, su despensero, entre otros. Ya en 1326 don Hernán López de Traid ocupaba el cargo de Jurado de Molina. Y es a fines del siglo XIV cuando aparece Juan López de Cillas, alcalde que fue de Molina, y auténtico iniciador de esta estirpe numerosísima. Extendida por los lugares de Cillas, Tortuera, Rueda, Fuentelsaz, Milmarcos, Cubillo de la Sierra, Morenilla y Tordelpalo incluso por Embid y Mazarete, donde entroncan con los López Mayoral, es finalmente en Tortuera donde se asientan. Inicialmente funcionarios del estado molinés, servidores en la casa condal de Lara enseguida se enriquecen, haciéndose prepotentes ganaderos. De sus filas surgen militares, letrados, eclesiásticos, en nutrida grey de la que sería prolijo hablar en detalle. No podemos dejar de hacerlo, sin embargo, de los constructores de la casona que comentamos, pues constituye dicha familia un ejemplo clarísimo de la ordenación social que en el siglo XVII se disponía en el seno de una familia de la nobleza. Aunque, como en este caso, fuese una nobleza totalmente de entronque rural, pues consta que los constructores vivieron siempre en Molina, o en esta su casa de Tortuera, que cuidaron de hacerla en todo, y de ordenarla en su interior, como cualquier palacio de la corte.

Construyó la casona don Diego López Hidalgo Mangas, en los primeros años del siglo XVII. Heredero directo del linaje de los López, ya con varias ejecutorias de nobleza ganadas por sus antepasados. Casado con doña Magdalena de la Vega García, tuvieron numerosa e ilustre prole. Uno de los caprichos que tuvo este matrimonio fue el de ir colocando los retratos, al óleo y de cuerpo entero, de sus hijos en el portalón de entrada y en la escalera principal; cuatros que aún perduraban a principios de este siglo, y en los que aparecían, revestidos de hábitos, togas y becas, rodeados de escudos y leyendas explicativas de sus méritos, los ilustres vástagos de la familia. Allí estaban retratados doña María López y doña Brígida López, ambas monjas del Convento de Concepcionistas de Berlanga, donde murieron muy jóvenes, comidas quizás de la humedad y de la tisis, pero dentro de esa recia tradición castellana de dedicar a la clausura a las hembras que, pasada cierta edad, bastante temprana, no habían tomado estado de casada. Sus hermanos fueron dedicados a las letras y los latines: don Marcos López, colegial que era del de Lugo, en la Universidad de Alcalá, murió el año 1623, a los veinticinco años de edad, siendo aún estudiante. Don Lucas López, colegial del de Artes de San Ambrosio, también en la Universidad Complutense, alcanzó altos puestos en la carrera religiosa: visitador de los obispados de Calahorra y Sigüenza; mayordomo del obispo de esta Diócesis, provisor de Badajoz, Vicario General del Ejército de Extremadura y Visitador de sus Hospitales. Don Mateo López se quedó en cura de Prados Redondos. Pero el cuarto de los varones, don Diego López Hidalgo de la Vega, alcanzó los obispados de Badajoz, y Coria, muriendo cuando lo era electo del de Pamplona.

Tras los momentos de esplendor conocidos por la casona de Tortuera en el siglo XVII, su vida fue haciéndose lánguida y escurrida. Quedaron los recuerdos: un gran archivo familiar, en el que las ejecutorias de nobleza, los inventarios de ingentes bienes, las escrituras de compraventa, los libros de testamentos y fundaciones, daban la medida exacta del poder alcanzado por estos López Hidalgo; una biblioteca riquísima, con numerosas ediciones del siglo XVII; los mencionados retratos de la familia constructora; una numerosa colección de lienzos con escenas de caza, paisajes, e incluso una serie de escenas y leyendas alegóricas; bargueños, cobres, estampas, tapices y un sinfín de riquezas. En el transcurso de este siglo, los herederos vendieron todo seguramente por cuatro dineros a los anticuarios, y el archivo que al parecer a nadie interesaba, lo quemaron solemnemente.

De tanta historia contenida, hoy queda en Tortuera, y esperemos que por mucho tiempo, el caserón solamente: la casona nobiliaria de los López Hidalgo de la Vega, viva aún ante nuestros ojos.