El palacio ducal de Pastrana

sábado, 20 enero 1979 0 Por Herrera Casado

 

Hay una villa en la Alcarria, y dentro de ella un monumento, de los que es preciso acordarse de vez en cuando, siempre en el mismo tono, de lamento, de solicitud, de reproche. Y, aunque convencidos de que las palabras de este tono caen en el vacío casi etéreo de la despreocupación, es la única salida que nos queda. Porque el silencio sería el mejor aliado de la nada.

La villa es Pastrana. El monumento es su palacio ducal. Tanto uno como otro en malas condiciones de conservación. Y ambos con inmensas posibilidades para servir de receptáculo a un denso turismo, y, lo que es más importante, con un valor intrínseco (por su historia, su arte y su valor ambiental) que reclama una atención decidida.

El palacio comenzó a construirse en la primera mitad del siglo (…) (por la primera señora de Pastrana después de su enajenación a la Orden de Calatrava: doña Ana de la Cerda) y fue proseguido por sus sucesores los duques y príncipes de Éboli, Ruy Gómez de Silva y su esposa la tuerta doña Ana. Aunque sin llegar nunca a terminarse, presenta muy interesantes detalles que le convierten en monumento singular y muy característico de una época y de una comarca. Es, además, Monumento Nacional con declaración propia e independiente del Conjunto del pueblo (O. M. de 12 junio 1941). El abandono en que le tuvieron sus dueños, los duques de Pastrana, se transmitió a sus herederos los duques del Infantado, y de Osuna; a los herederos de éstos, los Jesuitas; y a los herederos de éstos, los obispos de la diócesis de Toledo, y ahora de Sigüenza. Tras el paso de unas a otras manos, este palacio de Pastrana es hoy un bien perteneciente al patrimonio primado de la Mitra seguntina. El estado de abandono, a pesar de esporádicas, parciales e insuficientes labores de restauración en las techumbres llevadas a cabo por la Dirección General del Patrimonio Artístico y Cultural, es innegable. Causa pena contemplarlo, visitarlo. El palacio ducal de Pastrana, que se brinda por una parte al fácil ditirambo de un glorioso pasado histórico, es por otra parte una fácil y cómoda presa para el reportaje sensacionalista y acusador.

Ni una ni otra especie barajamos aquí. Esta es su descripción somera: El Palacio Ducal de Pastrana es una muestra valiosa de la arquitectura civil de la segunda mitad del siglo XVI. Consta que se inició su construcción hacia 1545, por parte de la primera señora de Pastrana, doña Ana de la Cerda, quien para mantener sobre el pueblo y su comarca una preeminencia que a duras penas y tras largos pleitos, intentaba conseguir, comenzó a erigir una mansión más guerrera que residencial, derribando para ello parte de la cerca o muralla que desde la Edad Media tenía la villa, y que justamente en este lugar limitaba el poblado por levante. Aunque el pueblo y Concejo se opuso tenazmente a la construcción de esta fortaleza la señora lo llevó adelante, aunque no pudo terminar. El primer duque don Ruy Gómez de Silva prosiguió las obras, que concluyeron finalmente en los últimos años del siglo XVI, sin llegar nunca a completarse del todo, pues, por ejemplo, el patio central, proyectado seguramente con doble arquería arquitrabada y columnata de severo clasicismo, nunca llegó a construirse.

Presenta robusta fachada de sillería, cuyos extremos se ocupan por salientes torreones cúbicos y que primitivamente se unían rematando el paño central de la fachada, por una galería de matacanes corrida. Escasos vanos consistentes en ventanas antepechadas. Puerta de entrada, formada por arco de medio punto escoltado de dos columnas estriadas, de orden corintio sosteniendo el clásico arquitrabe del renacimiento español. En las enjutas aparecen sendos medallones con bustos, y en el friso se leen los apellidos «De Mendoza y de la Cerda». Sobre la puerta, amplio balcón de hierro, abierto posteriormente, muy volado y sostenido por palomillas, con baranda de forja, sencilla. Este balcón se puso sobre el triangular tímpano que en principio completaba la portada. La severidad constructiva de esta fachada es clara herencia de la arquitectura medieval española, que en muy escaso grado modifica y aligera el estilo renacentista, máxime cuando en la España del momento en que se termina de construir este Palacio, prime el orden gris y lineal que impone El Escorial, al que sin duda intenta asemejarse este edificio. Tras el amplio zaguán, cubierto con sobria y robusta viguería, apoyada en sus canes y formando majestuoso artesonado, se entra al patio, formado por las cuatro crujías a las que se abren algunos balcones y ventanas con molduras jambas y dinteles. Una estrecha escalerilla conduce a las superiores, las salas nobles, en las que destacan magníficos artesonados renacentistas, cuajados de tareas geométricas y de frisos con figuras, todo ello en muy mal estado de conservación. Destacan los del salón central y el de la capilla u oratorio, donde Santa Teresa de Jesús y los duques de Pastrana impusieron los hábitos a los primeros carmelitas que vinieron a poblar el monasterio de monjas del Carmelo reformado que en la villa se fundó.

Una vez realizada la descripción, llegados al conocimiento, se desemboca en el obligado campo de la apreciación. Ni que decir tiene que su traza y aspecto, su arquitectura y detalles ornamentales, le colocan entre lo más importante de la arquitectura civil alcarreña y castellana del siglo XVI. Es ejemplo de una modalidad de la historia de la arquitectura muy escaso, especialmente de época tan remota: surge al tiempo de las obras de los Austrias españoles. Cuando los Éboli construyen su mansión pastranera, Felipe II levanta en El Escorial su palacio-monasterio y en Madrid su Alcázar. El segundo de ellos ya no existe. Es, pues, un testimonió valiosísimo de una época. Viene a ser, al mismo tiempo, el paradigma de la lucha que subyace, y a veces explota, entre los hombres buenos de los Concejos castellanos y los nobles que apoyan y son apoyados a su vez por él) al Rey absoluto que ha derrotado a las Comunidades: Pastrana, en este sentido es reveladora de esa tensión, pues un largo pleito ocupó a los letrados de la Chancillería de Valladolid, tratando de dirimir las razones alegadas por los vecinos de Pastrana que se oponían a la construcción del palacio, y sus señores que se empeñaban en ello. La resolución del poder judicial dio la razón al pueblo. Pero el palacio se hizo.

Otras razones se añaden para calificar este monumento de pieza única, de auténtica joya de nuestro patrimonio artístico: los artesonados de sus salas son soberbios. Obras magníficas de carpinteros moriscos que elaboraran programas geométricos bajo pautas renacentistas, pero con técnicas viejas de su raza, con habilidad suma, dando ese toque de irrealidad y milagro a cuanto tocan que los mudéjares o moriscos hispánicos saben dar a lo que hacen. Frisos cuajados de figuras, de roleos, de grutescos sorprendentes. Piezas únicas, de gran valor.

Conociendo,  y valorando, se llega a amar. Pasión auténtica despierta el palacio ducal de Pastrana a cuantos han recorrido esas dos etapas en la apreciación y acceso de este monumento. Y el cariño, el interés que despierta este edificio, nos lleva a pedir para él un cuidado. Una restauración. Una puesta en valor.

El palacio de Pastrana necesita que definitivamente se le reteje. Que de una vez por todas se le limpie. Que para siempre se aleje el diario peligro de incendio (uno de los actuales inquilinos tiene en su interior un inflamable taller de carpintería). Que se protejan adecuadamente sus colecciones de azulejería toledana. Que se restauren los artesonados conforme a la técnica más moderna. Que se posibilite su visita para el turista, el viajero, el estudioso. Y, esto es crucial, que se le dé un valor social del que ahora mismo carece: un caserón viejo, admirado a ciegas, sin más utilidad que servir de habitáculo imperfecto a unas familias, a un taller artesano, y de punto de referencia para unas guías de turismo, no está en la más perfecta de sus utilizaciones. Esta hay que buscarla. Entre todos, honradamente.

A la restauración, muy necesaria, del palacio ducal de Pastrana, ha de seguir su uso: el Museo de lo que guarda la parroquia (la colección de tapices flamencos que relatan historias de las conquistas africanas de Alfonso V de Portugal; una muestra increíble de orfebrería sacra; cuadros, esculturas, libros, telas, marfiles, etc.) podría ser un buen destino. Edificio a usar y contenido a poner, son bienes particulares, de la Iglesia Católica. Las posibilidades de restaurarlo, de salvarlo, corresponden al Estado. Es imprescindible un acuerdo. Y para llegar a ese acuerdo nos consta -hemos sido testigos- que ha habido conversaciones. Pero se impone una solución. Nuestras autoridades  en las que confiamos, deben darla ya, sin dilación. Está en juego una parcela, preferente y valiosísima de nuestro común histórico-artístico-cultural.