En recuerdo de Layna Serrano

sábado, 6 mayo 1978 0 Por Herrera Casado

    

Se cumple en estos días el séptimo aniversario de la muerte de don Francisco Layna Serrano. Sí durante su vida fue casi constante la presencia de su nombre, de su palabra y de su encendida ilusión en estas páginas de NUE­VA ALCARRIA, por las que paseó su entrega y su trabajo en pro de la provincia, tras su muer­te también ha surgido su nombre y su tarea. No está olvidado el Dr. Layna, ni lo deberá estar jamás, pues el conocimiento de un hombre está en lo que saber nos de su personalidad y de su obra, de su trabajo y de sus ilusiones, y así para este hombre, que durante cuarenta años laboró escribiendo, investigando y defendiendo el acervo cultural de la provincia, quedará siempre durante siglos, el recuerdo entre todos los que pueblen este pedazo de España que es Guadalajara. Cuando ahora se usa tanto la fácil adulación el vivo y denuesto cobarde al muerto, nos pararemos un momento a recordar y revivir al Dr. Layna Serrano, para que no llegue a morir nunca del todo. Porque en el mundo cada cual tiene su parcela gloriosa y su parte negativa. Aquel que consiga que la primera borre a la segunda, será el afortunado con la gloria.

En breve recuerdo biográfico, den Francisco Layna Serrano nació en Luzón (Guadalajara), donde su padre ejercía de médico rural, el 27 de junio de 1893. Estudió el bachillerato, en Guadalajara, la carrera de, Medicina en, Madrid, donde­ en 1916 se afincó y ejerció muy dignamente su profesión, en la especialidad de Otorrinolaringología, hasta su jubilación. De siempre gustó recorrer los pueblos de la provincia, visitar las iglesias y monumentos, las ruinas y los archivos, y aún sin haber cursado estudios universitarios de la materia, alcanzó a ser reconocido como uno de los más destacados historiadores es pañoles de la primera mitad del siglo XX. Lo que viene a demostrar, una vez más, que en la Universidad Española sólo se obtienen “Títulos” y el conocimiento, hondo de las cosas lo encuentra cada cual en el propio trabajo y en ja concienzuda dedicación.

No referiré aquí la larga lista de homenajes populares, de nombramientos de hijo adoptivo y predilecto que varios pueblos de nuestra provincia le concedieron, así como premios y sociedades a las que pertenecía. El título que siempre tuvo el Dr. Layna Serrano como más importante y querido para él, fue el que en 1934 le concedió la Diputación de “Cronista Provincial de Guadalajara» y ello porque era el que más le obligaba trabajar por la provincia, y le exigía, ante su propia conciencia de cristiano y castellano honrado, un esfuerzo diario en la tarea de investigar, de escribir, de divulgar, de defender contra viento y marea todo aquello que juzgaba de interés en lo concerniente al patrimonio histórico­-artístico, y cultural, de las tierras de Guadalajara.

Decía de él, el recientemente desaparecido marqués de Lozoya, cuando era director general de Bellas Artes, que Layna Serrano, si le dejaran, declararía oficialmente Monumento Nacional a toda la provincia de Guadalajara entera, y a ella sola aplicaría el presupuesto de Bellas Artes. Tuvo, eso sí, importantes y generosas ayudas: los archivos se le abrían sin condiciones, y algún importante pueblo de la provincia le llevaba a su casa de Madrid, en baúles de da y vuelta, los importantes fondos de su archivo municipal, para que el historiador pudiera trabajar en las horas que le restaban de su ocupación profesional. El ponía su sabiduría, su conocimiento exhaustivo, de la historia de España y de la provincia, su rigor científico en cada ­página.

Y así salió ese monumento bibliográfico, de casi 50 obras, dedicadas en su mayoría a, nuestros pueblos y nuestras tierras. La gran «Historia de Guadalajara y sus Mendozas» en cuatro gruesos tomos; la «Historia de Atienza», la «Historia de Cifuentes», el «Monasterio de Ovila», los «Castillos de Guadalajara» que alcanzó tres ediciones, ya totalmente agotadas, el «Románico de Guadalajara» y multitud de artículos en revistas, semanarios y en estas páginas amigas, dando a conocer y defendiendo lo nuestro. El conocido poeta torijano José María Alonso Gamo dijo de él: «Layna Serrano pertenece a ese tipo de hombres locamente enamorado de su tierra, entregados en alma y vida  a ella», y el justo y poético decir de Pepe de Juan lo retrató en una línea: «su carne mortal, tan escueta y, magra, era la justa para vestir su espíritu encendido».

No quieren ser estas palabras sino recuerdo breve, actualizador, de la figura y la obra de Layna. El 8 de mayo de 971, hace ya 7 años, falleció en Madrid. Tras su muerte, los homenajes: la Medalla de Oro de la provincia, el busto en bronce que se inauguró el 20 de septiembre de 1971 frente al Palacio de la Diputación; el homenaje de mayo de 1972 en Sigüenza, y pocas cosas más.

Yo me atrevería a sugerir otro modo de honrar la memoria de Layna Serrano, que además de recordamos su figura, proporcionara aliento de trabajo en pro de la provincia a las, nuevas generaciones de alcarreños. Al igual que la Diputación concede anualmente unos premios de dibujo (Antonio del Rincón), Fotografía (Tomás Camarillo), Poesía (José Antonio Ochaíta) Literatura (Camilo José Cela) y. Periodismo (José de Juan García), ¿no podría crearse un premio, también modesto en su dotación, pero de alto simbolismo para quien lo ganara, de investigación histórica sobre temas provinciales, que llevara el nombre de Francisco Layna Serrano?