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abril, 1978:

Guadalajara Virgen: El Sotillo

 

Uno de los grandes placeres que tiene a viajar por la provincia, por nuestra provincia de Guadalajara, es el de ir descubriendo pueblos, retazos de antigua vida, pervivencias de modos de comportamiento, comunitario que viene a descubrir el alma auténtica de nuestras gentes, la tradición viva en unas actividades, que hoy llamamos folklore, por las que el pueblo anónimo, el pueblo lejano, se manifiesta y parece querer llamar nuestra atención con sus ritos.

En uno de los escondidos pueblos de la serranía de Cifuentes, oculto entre montes azules y escoltado de barrancos, de arboledas, de fuentes y de silencios, hemos encontrado en días pasados unas tradiciones que, aunque comunes a otros lugares de la provincia, aquí se visten de una recia hondura de participación y sentimiento veraz. En El Sotillo, hombres y mujeres siguen guardando su tradición con mimo y fe, y su cumplimiento cabal, puntual, riguroso, les hace sentirse seguros y afirmados en su propia identidad. Ese es, en definitiva, el objetivo del rito: conferir seguridad en quien lo practica. Se trata, ni más ni menos, que de un fenómeno psicológico ya muy estudiado.

La pequeña comunidad que hoy forma el pueblo del Sotillo necesita afirmarse en su identidad. La marcha a otras ciudades y regiones de los más de sus habitantes, hace que los que quedan se aferren con fuerza a su latiente vida comunitaria, y renueven con exactitud sus más antiguos modos de expresión.

Lo vimos  el Viernes Santo: un cielo tersamente azul sobre campos y colinas, sobre los tomillares y aliagas apuntando flor. Aunque han venido de fuera, con los coches y los chicos, algunos que se fueron; en El Sotillo todo es paz y silencio. Las calles de piedra viva, de cuestuda armonía, sirven al tiempo de cauce a las gallinas, a las bicicletas, al sobrante de alguna fuente. Después de la comida, las mujeres se reúnen delante de la iglesia, y se echan a los caminos, a rezar los treinta y tres Credos. Un grupo de sencillas mujeres, todas enlutadas, recias, con cierto aire compungido, se alejan de las casas y tiran al  monte, a los campos, se van por las trochas. Empiezan a rezar Credos, el principio lenta y solemnemente; luego cada vez más deprisa. Entre Credo y Credo, jaculan: «Apártate Satanás / que a mí no has tenido parte ni tendrás / treinta y tres Credos he de rezar sin volver la cabeza atrás».

La fuerza del rito les empuja. Parece ser lo más importante en la femenil marcha: no volver la cabeza ni la vista hacia atrás. Los chicos les llaman, les atosigan, les incordian: ¡Señora Juana, que ha venido su chico de Valencia!… ¡Tía Genara, que se le está quemando la casa por las cuatro puntas!… y ellas nada, impasibles, serenas, rezando Credos y jaculatorias como si no estuvieran en el mundo, como si una marca angélica les hubiera dotado de alas, de celeste impasibilidad, de santificada resistencia.

Y los chicos sin parar: … ¡Señá Melchora, tenga cuidado, que viene por ahí detrás un perro mordiendo! Son tres o cuatro las que vuelven al mismo tiempo la cabeza, asustadas, temiendo el ataque de algún chucho. Pero es también mentira. Los chicos se parten de risa. Y ellas, en su rito severo, magnífico, de férrea, disciplina, cumplen la estipulada condición, y vuelven a empezar la cuenta de los treinta y tres Credos., Por los caminos, y las sierras de Cifuentes, una Guadalajara virgen se ve y se pierde, rezando, monótona…

Esta costumbre, que tienen las mujeres del Sotillo de celebrar comunitariamente, mediante extraños ritos sus festividades religiosas, cuaja más tarde, el día de la Cruz de Mayo, que es el tercero de ese mismo mes, con el rezo de los Mil Jesuses. En una solanilla, a la puerta de la casa de alguna comadre de especial piedad, se reúnen a la práctica de esta devoción antigua cuantas mujeres puedan en ese día y momento. Rosario en mano, muy serias y compuestas, empiezan a pasar las cuentas de raída maderilla o plástico: se pasarán veinte veces el rosario entero (cien misterios en total), y en cada cuenta dirán la palabra Jesús. Al llegar al cuentón del Padrenuestro, en coro recitan; «Apártate Satanás, / que en mí no. has tenido parte ni tendrás/ porque en el día de la Cruz/dije mil veces Jesús». Al final del recitativo de Jesuses algunas ya están cansadas, que les traba la lengua, y  hasta se ríen. Parece una colmena, un fluido de sílabas chocantes, un cantar mágico: jesús jesús jesús jesús jesús jesus jesús jesús jesús y luego la jaculatoria como contrapunto. Un ritmo desigual, un aire dodecafónico envuelve a la solanilla del Sotillo. Será una tarde de sol en la primavera. Y esa costumbre, ese rito ancestral seguirá puntual de esta Guadalajara virgen que aún, aún está por descubrir.

La Catedral de Sigüenza según Lambert

 

¿Queda algo por decir sobre la catedral de Sigüenza? Después de que personas como Pérez‑Villamil, Aurelio de Federico y otros varios hayan dedicado hasta libros enteros acerca de este monumento, y aunque parezca increíble, la respuesta es, sí. Queda todavía mucho que decir sobre la catedral de Sigüenza. Porque a cualquier  turista u observador avispado e interesado profundamente en el arte español, cuando entre a este templo, y después de haberse leído todos los libros y guías que sobre él se han escrito, se le despertarán preguntas, interrogantes, y ante sus ojos aparecerán datos diversos que aumen­tarán el misterio que esta catedral, en el todo y en las partes, tiene. Se acaba de editar ahora en España una famosa obra de arte hispano que, por estar escrita originalmente en francés, fue siempre difícil de consultar: se trata de «El arte gótico en España (siglos XII y XIII)» del profesor francés Elie Lambert, publicada originariamente en los años 20 de este siglo, y por fin dada a las prensa ibéricas, en nuestro idioma, aunque con los dibujos originales. La obra es magnífica por cuanto trata de emparentar las construcciones góticas de España con las de diversas regiones francesas, estableciendo todo tipo de relaciones estilísticas e iconográficas.

En las páginas 175 a 189 de esta obra, trata Lambert con gran detalle la catedral de Sigüenza, acompañando el texto con cinco fotografías, cuatro esquemas y un dibujo. Las frases de Lambert sobre nuestra catedral guardan para los seguntinos y alcarreños todos, el grato sabor de la opinión laudatoria de un extranjero: «el interior de esta catedral es tan original e impresionante como el exterior». «Al llegar al crucero, quedamos sobrecogidos por la amplitud de esta gran nave, en cuyos, extremos se abren dos grandes, rosetones…» frases que cobran aún mayor valor cuando se conoce el estilo, frío y seco, estrictamente técnico, que el profesor Lambert utiliza a lo largo de su obra.

En realidad, este estudio sobre nuestro templo primado es el primero en el tiempo que se hace con el rigor científico del maestro en arte gótico. Reconoce el autor las sucesivas superposiciones de estructuras, y encuadra al edificio muy claramente en la escuela arquitectónica «cisterciense hispano-languedociana», en la que se incluyen, también la catedral de Tarragona y el monasterio de Santa María de Huerta. Es preciso tener en cuenta el origen languedociano de los primeros obispos seguntinos, que trajeron de su tierra (todavía española) ideas y artistas. Se añade luego, según Lambert, un nuevo influjo sobre el primer inicio: es el del norte francés, borgoñón que viene a culminar en naves y capilla mayor ese inicial influjo meridional.

Lo dice el profesor galo: «la catedral de Sigüenza presenta una característica única entre todas las catedrales de la Edad Media: está formada, por así decirlo, por dos iglesias superpuestas, una las cuales, completamente meridional, es todavía en gran parte románica, mientras que la otra es una audaz, y ágil obra de la arquitectura gótica del norte de Francia, y esta última cubre a la otra con tal  precisión que hasta el momento no se ha reconocido exactamente la superposición de estas dos obras». Y concluye diciendo que «nada podía simbolizar mejor la victoria del arte ojival del norte como la elegante y luminosa elevación realizada por un maestro franco‑borgoñón en un monumento poderoso y sombrío dejado sin acabar por los arquitectos hispano – languedecianos»

La primera impresión que el visitante recibe al penetrar en la catedral seguntina, es de oscuridad y pesadumbre. Esa impresión, pocos segundos después, se transforma en una sensación de pujante ingravidad, de elevación sin peso, de esfuerzo hacia la altura. El románico de junto al suelo, se hace volátil gótico cerca de la luz y las nubes. Y, aunque parece que poco se podía ya decir de nuevo, sobre la catedral de Sigüenza, he aquí que viene un antiguo profesor francés, Elie Lambert, y nos dice sobre datos, cifras, fechas y observaciones que vienen a desvelar misterios, a comprender mejor, en definitiva, este monumento.

Monarcas castellanos por Guadalajara, Sigüenza y Molina

 

Tras muchos años de paciente espera, cincuenta exactamente, un Rey dé España, un Rey de Castilla, un Jefe del, Estado Español va a realizar una, visita, oficial y densa, a la ciudad de Guadalajara, y a las de Sigüenza y Molina. Va a saborear la distancia y la belleza de nuestros paisajes; va a recorrer las viejas callejas y edificios de sus poblaciones, a recibir el calor de sus habitantes en el grito entusiástico de sus gargantas. Dentro de unos días, las tres ciudades que, con el rango de tales, hay en nuestra provincia, vibrarán encendidas al paso de su Rey: Guadalajara, Sigüenza y Molina recibirán alegres a Don Juan Carlos, primero de su nombre, cabeza de la dinastía de Borbón, y caballero egregio de la europea Orden del Toisón de Oro. El Monarca Reconciliador y va a recorrer, ante la vibrante manifestación del cordial recibimiento, las ciudades castellanas de Guadalajara, Sigüenza y Molina, por las que, hace ya muchos años, sus antecesores en el Trono también pasaron.

Y creo que ha de ser esta ocasión buena para recordar algunas efemérides de visitas reales a nuestra tierra. Siempre fieles a sus monarcas, Guadalajara y su tierra; Sigüenza y su episcopado; Molina y su Señorío, se han manifestado entusiastas a su paso.

Así ocurrió, por ejemplo, cuando en varias ocasiones cruzó las ondulaciones alcarreñas la Majestad Imperial de Carlos I. El 29 de octubre de 1533 fue hospedado con gran pompa en el palacio del Infantado, recibiendo las atenciones de su dueño, don Iñigo López de Mendoza, cuarto duque, y de todo el pueblo arriacense. Dos años después, el 3 de marzo de 1535, vuelve a alojarse el Emperador en este Palacio, y fue entonces cuando el monarca, impresionado vivamente por la majestuosa belleza del artesonado mudéjar de la «sala de la Linterna», obra en la que participaron, entre otros, Mohamad Sillero, y Alfonso Díaz de Berlanga, pidió un hachón y una escalera, y subió por sí mismo a contemplar de cerca aquella obra a la que calificó de «cosa maravillosa de ver». Cuando al día siguiente continuó el camino hacia Barcelona, los caballeros alcarreños le ofrecieron, con toda la colorida magnificencia de su boato, el «paso honorroso» de Torija, en que justaron e lucieron alarde los nobles de la ciudad. Y aun en 1543, también a principios de marzo, se alojó Carlos I en el palacio de los Mendoza, cuando viajaba rumbo a Alemania

Pero la visita real más sonada que tuvo Guadalajara a lo largo de toda su historia, fue sin duda la que en enero de 1560 hizo el omnipotente Felipe II cuando vino a casarse con doña Isabel de Valois. El duque del Infantado, y toda su corte, viajaron hasta Roncesvalles a recibir a la “princesa de la Paz” y la acompañaron costosamente hasta llegar a Guadalajara, done ya esperaba el Rey. El 28 de enero, por la tarde, y en el interior del palacio mendocino, se celebraron los desposorios, siguiendo luego varios días de fiestas, de danzas, de demostraciones de ingenio y caballería, de comidas, de corridas de toros frente a palacio, de manifestaciones concejiles en la plaza mayor, terminando con el gran reparto de «joyas y preseas» que el duque don Iñigo hizo a los reyes y a toda su corte. Aún volvió  don Felipe, en 1585, acompañado de su cuarta esposa doña Ana de Austria, el príncipe heredero y otros infantes, pero en esta ocasión no refieren los cronistas que se dieran fiestas ni saráos, pues, no era el rey amigo de estas cosas. Por Sigüenza pasaron en muchas ocasiones las comitivas reales, en su trasiego de cortes y de quehaceres. En los, últimos días de noviembre de 1487, llegaron a la ciudad del alto Henares los Reyes Católicos, doña Isabel y don Fernando, acompañados de todos sus hijos, en viaje hacia Aragón, en cuyas Cortes había de ser reconocido heredero el príncipe don Juan. Llegaron acompañados de su canciller mayor, del Cardenal y Obispo seguntino don Pedro González de Mendoza, en ocasión que éste aprovechó para lucir su generosidad ante la que esperaba de sus señores monarcas: reparó y aun elevó más las techumbres de la catedral, donó ornamentos y obras de orfebrería, y se encargó de comenzar el coro nuevo, de tallada madera gótica, en imitación de los que poco antes se habían concluido en los monasterios de Miraflores de Burgos y Santo Tomás de Ávila. Quizás fue la magnificencia de los reyes la que quiso que Sigüenza luciera el gótico en toda su gala más alta y esplendorosa. En el siglo XVI, la presencia física de los Reyes fue frecuente, si no por la misa ciudad seguntina, si por sus cercanía y caminos. En el episcopado de don Fray  Lorenzo de Figueroa y Córdoba, pasaron por Torremocha una vez, en 1585, y por Atienza otra, poco después, el Rey Felipe II y toda su familia. En la primera ocasión, se entretuvo varios días, lo mismo que había hecho en varias ocasiones anteriores, en el monasterio jerónimo de San Bartolomé de Lupiana, del que era patrón de su capilla mayor, y en el que tenía buenos amigos entre los monjes. Siglos más tarde, otra visita sonada a Sigüenza fue la que realizó el absolutista Fernando VII, quien acompañado de su esposa María Josefa Amalia de Sajonia, d1l duque del Infantado, del ministro Calomarde y numeroso séquito, moró tres días de agosto de 1827 en la ciudad medieval, hospedándose en el castillo-­palacio de los Obispos. Su visita obedecía al deseo, y necesidad, que tenía de haber una descendencia que asegurara el trono a su dinastía, pues volviendo del balneario conquense de Solán de Cabras, donde dice, la popular tradición que son sus aguas remedio seguro de cualquier esterilidad, quiso Fernando VII  agotar todos los recursos sobrenaturales que para este objeto disponía la piedad popular y así en Sigüenza oraron largos ratos ante los restos de Santa Librada, patrona de la ciudad, y abogada celeste contra la infertilidad (nació en un parto de nueve hermanas, todas ellas santas y compañeras. en el martirio y en el altar que en la catedral seguntina mandó erigir a principios del siglo XVI el obispo don Fadrique de Portugal).

El paso de los Reyes de España por Molina de Aragón también fue frecuente en siglos pasados. A fines del XV, don Fernando el Católico, pasando de Aragón a Castilla, se detuvo en la capital del Señorío molinés, y allí cumplió el rito que todo visitante, popular o ilustre, tenía impuesto: Regando junto a la inclinada torre de San Gil que parecía tenerse en el ayre y ponía temor verse qualquiera debajo delta, se entretuvo en comprobar, con su propio cuerpo la prodigiosa ‑ inclinación del monumento, poniendo ‑el rey‑ las puntas de los pies y la tripa pegada a la misma torre, no se podía tener si no le ayudaban, y así llevó que contar de esta torre, como cosa que parecía maravillosa. Antes se hundió el resto de la iglesia que la torcida torre, y ya en el siglo XVII hicieron una nueva.

Memorable fue, en Molina, la estancia que el rey Felipe IV tuvo el año 1642. Los graves sucesos de Aragón y Cataluña, sublevados contra la autoridad real, fueron causa de guerra cruel y el mismo monarca encabezó la expedición, que, saliendo de Madrid a través de Aranjuez y Cuenca llegó a Molina en el mes de Julio deteniéndose el rey por espacio de 20 días, ya en la antesala del Aragón insurrecto. Se ocupó allí de organizar el ejército que iría hasta Cataluña, preparando una gran revista general en el arrabal del Humilladero, el día 17 de julio de dicho año, a la que acudió el rey acompañado del entonces capitán de los Caballeros de Doña Blanca, e ilustre cronista molinés, don Diego Sánchez Portocarrero; visitó y alentó a las fábricas de artillería y balas establecidas en Corduente y en Orea;  asistió al Santuario de la Virgen de la; Hoz patrona del Señorío, y oró ante su imagen, regalándole ricas alhajas: visitó también el Real Convente de San Francisco; y, en fin, procuró deleitar el paladar con las sabrosísimas truchas del río Gallo, que luego bien entrado en Aragón se, haría servir con puntualidad, pues le encantaban.

Otra señalada jornada monárquica en Molina, la más reciente fue el año de 1928, hace ya medio siglo. El día 5 de junio acudió el rey don Alfonso XIII, acompañado del general Primo de Rivera presidente del Directorio, y otros altos cargos del Ejército español, a la inauguración del monumento al capitán don Félix Arenas, molinés y héroe destacado de la batalla de Annual en África el año 1921. Se celebró en la Plaza Mayor una misa de campaña, oficiada por el entonces ‑obispo de Sigüenza don Eustaquio Martín. El gentío procedente de todos los pueblos del Señorío, que acudió a aclamar a su Rey, fue impresionante. Dijeron discursos el, alcalde, don Francisco Checa; el ingeniero don Anselmo Arenas; don José María Araúz, y el general Primo de Rivera. Finalmente, Alfonso descubrió el monumento, que consistía en un pedestal sobre el que se alzaba el busto del capitán Arenas, tallado por el escultor Coullaut‑Valera. Hoy continúa en el mismo lugar que entonces.

Nos estaríamos horas y horas hablando del paso por nuestra tierra de los Reyes y sus familias a lo largo de la historia. Es tema como se puede colegir por las líneas anteriores, de verdadera curiosidad, y que bien merecería ser tratado, con amplitud de detalles, mapas y documentación en un libro.

Ahora, de nuevo las gentes de Guadalajara, de Sigüenza y de Molina, se disponen a participar en esta próxima jornada en que, tras 50 años justos de ausencia, el Rey de España vuelve a visitarnos. Sabrá nuestro pueblo rendirle homenaje, pues su historia está plena de semejantes ocasiones. Sirvan estas líneas de fehaciente muestra.

Bibliografía de Molina

 

Una de las tareas que, en nuestra provincia, están por hacer to­davía, y espera la decisión de alguien que, con tiempo y fuerzas suficientes, se atreva con ella, es la recopilación de un gran «Corpus bibliográfico» sobre temas provinciales, es decir, un estudio sistemático de todas aquellas publicaciones (libros, artículos de revistas, folletos, le incluso artículos de periódicos) en que haya aparecido algún dato de interés respecto a cualquier tema de la 1 provincia de Guadalajara, o sobre personajes nacidos en ella. El tema es, por supuesto, inagotable, y las fuerzas para acometerlo han de ser muchas y mantenidas.

Pero lo curioso es que, respecto a una parte de nuestra provincia, concretamente al Señorío de Molina, ya hay hecho un trabajo bibliográfico de este tipo, de gran volumen y significativo valor. Su autor es el por tantos motivos ilustre molinés don José Sanz y Díaz, y el título de su trabajo «La Geografía en fichas: Apuntes para una bibliografía completa del antiguo Señorío de Molina, hoy partido judicial de la provincia de Guadalajara» impreso en folleto de 92 páginas densamente ocupadas de citas y fichas bibliográficas referentes, a los más diversos temas molineses. Lo publicó en 1951 la Real Sociedad Geográfica, en Madrid.

Otros intentos  se han hecho, como los varios trabajos que con el título de «Biblioteca Alcarreña» ha publicado don Gregorio Sánchez Doncel ‑ en las revistas «Investigación» y «Wad‑al‑hayara», y la encomiable iniciativa que en septiembre de 1973 tuvo la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana» al presentar su «Primera Muestra Bibliográfica de la Provincia de Guadalajara», editando un Catálogo de 40 páginas. Pero la tarea amplia, sistemática y general está esperando, servirá para echar un gran vistazo hacia atrás respecto a lo que Ya está hecho, y así poder plantearse con mayor seriedad y rigor lo que aún queda por hacer, que es mucho. Atención, pues, a los grupos cul­turales: el «corpus bibliográfico» de Guadalajara, tarea eminentemente científica, creadora de cultura para quienes la hagan y la reciban, y labor de equipo por excelencia, están por hacer.

El trabajo que comentaba líneas arriba, relativo a la bibliografía del Real Señorío Molinés, comienza con un breve esquema de su historia, y luego ordena las publicaciones en dos órdenes: por una parte, libros y documentos, de los que reseña un total de 357. Por otra, los artículos aparecidos en la prensa, principalmente en «El Alcázar», «Nueva Alcarria» y otros periódicos molineses de vida breve, con artículos en su mayoría firmados por don Claro Abánades, don Carlos Arauz ‑ de Robles, doctor Layna y el propio Sanz y Díaz.

Recorrer las páginas de este folleto ‑ hoy ya rarísimo de encontrar, y que debo a la gentileza de su autor es como hacer un largo viaje por los páramos, las sierras y los bosques molineses: se encuentran los estudios históricos sobre su peculiar organización social de las sexmas y el común; junto a los temas de geología del Señorío; libros de historia pura, con los clásicos historiadores de Molina (Ribas, Núñez, Sánchez de Portocarrero, López de la Torre Malo, etc.) a la cabeza; estudios biográficos de molineses ilustres y un sin fin de temas. En el apartado de los artículos de prensa, encontramos esos temas que, por más pasajeros, quedan reflejados en un periódico que vive unas horas, unos días, y luego desaparece, pero que en muchas ocasiones presenta temas inéditos y valiosos. Son precisamente estos índices o catálogos de artículos periodísticos referidos a una región o a un tema, los que rescatan cuanto en ellos se ha dicho, y les confieren en valor de permanencia y de utilidad para el futuro.

Tenemos, pues, un digno antecedente de la tarea que espera en esta obra de Sanz y Díaz relativa al Señorío de Molina: los estudios de bibliografía, quizás un poco áridos, que requieren mucha paciencia de búsqueda y anotaciones, son en todo caso imprescindibles para llegar a tratar una región con seriedad y visos de totalidad.,

La tabla de Pozancos

 

Dentro del buen sentido necesario para proteger y salvar elementos valiosos del patrimonio artístico, la diócesis hizo trasladar, hace ya años, una magnífica pintura que se encontraba en la iglesia parroquial de Pozancos, hasta el Museo de Arte Antiguo de Sigüenza, donde hoy se contempla. Esta tarea de rescatar obras de valor que se encuentran en las iglesias de los pequeños pueblos, y trasladarlas a un museo que tiene, entre otras ventajas, las de proporcionar seguridad, y acceso fácil al interesado en el arte, se pone más de relieve ante los recientes expolios que han sufrido algunas pequeñas iglesias de la región seguntina.

Esta pintura que hoy comentamos, es una magnífica tabla de comienzos del siglo XVI, realizada por artista de la región castellana, exprofeso para el lugar In que se encontraba, y catalogable entre lo más destacado del grupo de primitivos castellanos. Representa un Entierro de Cristo, y, aunque restaurada, deja al espectador asombrado y entusiasmado durante unos minutos por la magnífica ejecución y la disposición de las figuras.

Fue esta pintura hecha para colocar en el luneto semicircular del enterramiento (que aún permanece en su sitio) de don Martín Fernández, señor de Pozancos, capellán que fue de la iglesia de Sigüenza, arcipreste de Hita, cura de las Inviernas… En la iglesia parroquial de Pozancos. El sepulcro consta de la estatua sepulcral, yacente, del clérigo, con un frontal en el que aparece su escudo tenido por ángeles, y en las enjutas del arcosolio, tres figuras de talla en alabastro, magníficas, representando las del Calvario. Un Adán y una Eva que escoltaban a la pintura, también se trasladaron al Museo de Sigüenza. El goticismo de sus detalles inclina a fechar toda la obra a finales del siglo XV, aunque otros elementos nos permiten enjuiciar y en cuadrar la obra en los primeros años del XVI. Escultóricamente, este enterramiento está en íntima relación iconográfica, y de taller, con los de Alonso Fernández, el Dorado de, Jirueque (¿hermano o pariente de este Martín Fernández de Pozancos?), y de don Juan Ruiz de Pelegrina, en la catedral de Sigüenza. Esta cronología se confirma con el decadente sentido gótico en la composición y posturas de la tabla que comentamos, así como con su técnica y algunos detalles iconográficos.

Describiremos someramente la tabla, y, de todos modos, recomendamos su detenido examen y degustación en el museo, pues no serán perdidos los minutos que ante ella se permanezcan examinando ‑ personajes, posturas, rostros, paisaje, sepulcro, vestiduras y técnica. Se trata de un Santo Entierro con las clásicas figuras: Cristo muerto, envuelto muy levemente en el sudario, es colocado en el sepulcro, de clarísima filiación toscana, renacentista ya, por Nicodemo y José de Arimatea, mientras. María, con las manos juntas, contempla desconsolada a su Hijo; el apóstol Juan la, consuela, y las tres santas mujeres se ocupan en arreglar el cuerpo, a los pies de la escena. La riqueza de detalles en sepulcro y vestiduras de los personajes queda incluso ensombrecida ante los magníficos rostros que aparecen: el de Cristo se presenta de frente e inclinado; cuatro aparecen tomados desde la derecha; dos des de la izquierda, y el de Nicodemo desde detrás. Son diversos estudios de rostros; todos distintos y en diferentes escorzos. Tratados, además, con un rigor y una perfección completa.

Es necesario incluir esta pintura en el círculo de Juan de Flandes y Juan de Borgoña, y, de momento, ha dé inscribirse en la escueta nómina de un maestro de Pozancos. Este artista hereda de los citados el gran interés por el trato preferente de los rostros, en los que se extasía y pone lo mejor de sí, lo más elaborado, lo más perfecto. Del primero, contrae el débito, de un cierto desinterés por el fondo, de tema siempre paisajístico, pero abandonado, escuetamente tratado: su pasión y su arte se centra en las­ figuras humanas.

Se trata, en definitiva, de un ejemplo magnífico de nuestro arte provincial, recogido y para siempre salvaguardado en las salas del Museo Diocesano de Arte Antiguo, de Sigüenza. Su autor, el maestro de Pozancos, entra ya en la nómina de pintores seguntinos, que tan rica muestra de arte dio al mundo desde el siglo XV.