Alcarreños en Indias
Estas modestas entregas del Glosario Alcarreño, que sólo persiguen dar a conocer, y por tanto a querer, parcelas las más variadas de nuestra tierra de Guadalajara, a un número, cuanto más grande, mejor, de gentes, han conseguido arribar a ciertos núcleos de hispanistas americanos, muy especialmente en los Estados Unidos de Norteamérica, que gustan de leer éstos retazos del pasado histórico, artístico o costumbrista, de nuestra provincia. A ellos, con un saludo cordialísimo, van dedicadas estas líneas.
Que no pueden ser más ajustadas, pienso, en tratando de personajes alcarreños, si no es sacando a la luz temblorosa del recuerdo aquellas figuras de hombres que, nacidos en las tierras del Henares, de Alcarria, de Sierras y de Molina, fueron a América y allí dieron la talla, siempre gigantesca como a aquel continente le cuadra, de sus virtudes, sus saberes y su heroísmo. Alcarreños en Indias: una tradición que no ha cesado, desde aquél arriacense don Diego de Mendoza que con Cristóbal Colón se metió en el primer barco que llegó a sus costas, hasta insignes figuras que, en renovada misión cultural, siguen dando la voz de Alcarria por sobre las inacabables extensiones americanas. Recuerdo a José de Creeft, a Ciriaco Morón, a Julia González Barba, por colocar aquí tres nombres representativos. Hay muchos más.
Tratar de todos los naturales de la actual provincia de Guadalajara, que fueron en América conocidos y triunfantes, sería llenar de apretadas líneas varias páginas de este periódico. Por ello me limito a recordar, con brevedad y dejando la puerta abierta para que cada cual penetre a gusto en la vida de cada uno de ellos, a los que más destacaron en el Nuevo Mundo.
La más alta presencia de Guadalajara en América, es esa otra, ciudad hermana, la Jalisciense Guadalajara, que entre los alcarreños, don Nuño Beltrán Guzmán, el capitán Juan de Oñate, y el Virrey Mendoza, fundaron y dieron vida en la primera mitad del siglo XVI. Allí mismo y siglos más tarde, otros alcarreños dieron fruto abundante, como fray Pedro de Ayala, franciscano natural de nuestra ciudad, que alcanzó el puesto de obispo de Guadalajara de Méjico, o don Juan Ruiz Colmenero, natural de Budia, que desde una canonjía en la catedral de Sigüenza, fue enviado a América, a fines del siglo XVI, para ocupar la misma mitra, aunque no llegó ello a ser realidad.
Entre las gentes de armas que cruzan el Atlántico, recordamos a don Blas de Atienza, que acompañó a Vasco Núñez de Balboa en el descubrimiento del Océano Pacífico; a Alonso de Molina, que formó con los famosos trece de Pizarro en la conquista del Perú; a Alonso de la Fuente, pastranero, en la misma aventura embarcado; al capitán molinés don Diego Agustín de Ortega, que llegó a gobernador de la isla de Puerto Rico en 1601; a don Rodrigo Campuzano Sotomayor, maestre de campo en Perú; y tantos otros.
La más abundante tropa fue la de religiosos, que desde Guadalajara regó con, abundancia las tierras americanas. Simples frailes, misioneros audaces; y orondos arzobispos: de todo prestó la Alcarria al recién descubierto continente. No mencionaremos sino más conocidos o sobresalientes: el famoso fray Pedro de Urraca, fraile mercedario, «nacido al mundo en la villa de Xadraque, a la religión en el Convento de la ciudad de Quito, al cielo en el de la ciudad de Lima en el Perú», según reza la portada de su biografía, escrita por el padre Colombo en 1674, viniendo a resumir su vida de viajero y hombre piadosísimo, que dejó imborrable huella en los lugares en que desarrolló sus virtudes gigantescas. Otro famoso clérigo, el cifontino fray Diego de Landa, fue abanderado de su Orden en el Yucatán, escalando puestos ‑y en América se escalaba por el propio esfuerzo ‑ hasta la dignidad episcopal de Mérida. Convirtió gran porción de indios al cristianismo, aunque, según todos los indicios, se le fue la mano en ocasiones, llevado de su entusiasmo misionero, y ejecutó algunos sonados castigos; nosotros le recordamos especialmente por su obra «Relación de las cosas de Yucatán», sabrosa crónica social de los indios en el siglo XVI. También de Cifuentes era fr. Diego Ladrón de Guevara Orozco y Calderón, quien a fines del S. XVII alcanzó los obispados de Guamanga, el Cuzco y Quito, y ya en 1710 ocupó el cargo de virrey del Perú. El arzobispado de Santa Fe de Bogotá, lo ocuparon, en diversas épocas, don Antonio Sanz Lozano, natural de Cabanillas del Campo, y don Juan Bautista y Martínez‑Atance, que lo era de Maranchón, según recientemente nos ha mostrado José Sanz y Díaz. Alcarreño universal lo fue don Tomás López Medel, de Tendilla, quien en la primera mitad del siglo XVI pasó a Méjico, llegando a ser Oidor de Guatemala y gobernador de Yucatán. Propuesto para varios obispados, decidió regresar a la península, y dispuso una generosa fundación, con capilla y abundantes obras de arte, en el convento jerónimo de su villa natal. Fray Francisco Miño, de Horche, fue vicario general de la orden de los Mercedarios en Indias. Entre la tropa de jesuitas, con las finas dotes políticas de que la orden, ha sido dotada, destacaron Alonso Sánchez, de Mondéjar y Gregorio López, de Alcocer, que trabajaron en Méjico, y pasaron posteriormente a Filipinas. En el territorio de la Florida destacó, cómo evangelizador, fray Francisco Pareja, natural de Auñón, en el siglo, XVII. Y el fundador de los franciscanos en el territorio de Guatemala ha sido considerado unánimemente el alcarreño fray Gonzalo Méndez de quien, muerto «en olor de santidad» el año 1588, se cuenta todavía el curioso «milagro de los peces del lago de Atitlán». Y seguiríamos mencionando obispos, y no acabaríamos en largo trecho: el molinés don Martín Garcés de Velasco, obispo de La Paz; el arriacense fray Juan Beltrán de Guzmán, electo arzobispo de Méjico; don Francisco Fabián y Fuero, y don Victoriano López Gonzalo, ambos molineses de Terzaga, y ambos obispos de la Puebla de los Ángeles, en Méjico…
Centenares, por supuesto, de gentes alcarreñas, que dieron todo lo mejor que en sí llevaban por dejar el sello de España, que era su lengua, su religión, su forma de ser, su apasionamiento, su gallardía, su raíz universal e inconfundible en las tierras americanas. Los ánimos emprendedores del briocense don José López Pérez; la energía política y constructora de don Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, eternizado en sus virreinatos de Méjico y Perú; la curiosidad perenne del médico y científico don Juan de Cárdenas, que escribió un curioso libro sobre las costumbres de los indios; el arte insuperable de Juan del Campo, natural de Hita, que desarrolló sus habilidades de pintor por diversos lugares de la nueva América…
Y, sin proponérmelo, se ha ido haciendo en exceso larga la relación de estos «alcarreños en Indias» que he querido brindar, a modo de evocación y, quizás, de acicate para un estudio más detenido, a cuantos en los Estados Unidos y otros lugares de América gustan de conocer las múltiples facetas que esta nuestra tierra de Guadalajara ha ido dando, en desbordamiento de generosidad, a la historia y el arte de España y del mundo.