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octubre, 1977:

La Flórula arriacense

 

Quisiera ser esta breve nota bi­bliográfica, un recuerdo para uno de los autores alcarreños de quien menos se ha hablado, y, sin embargo, de los que mejor y más entrañablemente han conocido la provincia de Guadalajara, piso­teada palmo a palmo, escrutada con la lupa en la mano, en una actividad de largos años, de den­so silencio, de apasionado amor por lo que de grande ‑campiñas, páramos, serrijones ‑ y de pe­queño ‑tomillares, amapolas, tri­gos ‑ hay en ella. Se trata de don Sergio Caballero y Villaldes.

Concibió este investigador una magna obra, en tres partes, que tratara de todo lo concerniente al mundo vegetal de la provincia, estudiando detenidamente no sólo las plantas de nuestra tierra, sino cobijado todo el trabajo en un ropaje de investigación histórica completo. Nada menos que diez tomos necesitaba Caballero para dar a la luz de la imprenta todo su trabajo. De ellos, sólo el primero llegó a las librerías, y, a pesar de ello, su visión panorá­mica de la flora (o flórula, como él la llama) de Guadalajara, es completísima, añadida con valio­sos documentos en que revive la presencia de lo vegetal a lo largo de toda nuestra historia.

Repasa Caballero las referen­cias que en libros, códices, docu­mentos, crónicas, etc. que se refieren a la provincia de Guadala­jara, aparecen nombrados algu­nas especies vegetales, o lugares y conjuntos arbóreos de los que hay memoria. Desde el siglo X aporta datos, haciendo gala de una erudición amplísima, pues ha repasado todo tipo de monumen­tos bibliográficos en su original búsqueda, haciendo a veces tra­bajosas investigaciones del texto.

Tras esta importante entrega de material histórico‑vegetal, Ca­ballero acomete el estudio de las regiones naturales de la provincia de Guadalajara, examinando igualmente antiguos relatos y documentos, concretando muy bien tres regiones, que incluso sitúa en un mapa, cual son la Alcarria, la Campiña y la Sierra, esta última abarcando los partidos de Cogolludo, Atienza, Sigüenza, Molina y gran parte del de Cifuentes, lo cual es a todas luces excesivo considerarlos como región única. La Alcarria y Campiña, sin embargo, quedan muy bien centradas y demarcadas, guiado fundamentalmente por los textos de las Relaciones Topográficas enviadas a Felipe II en el siglo XVI. A tenor de esta división, termina haciendo un breve esquema de «Geografía botánica» de estas regiones. Y lo completa con amplia bibliografía, entresacando capítulos, páginas, pasajes, en los que los autores que han tratado sobre Guadalajara en algún aspecto, lo han hecho más en concreto con su temática biológica y vegetal.

Sigue aún en este libro un «Catálogo de Flora arriacense prelinneana», localizando las diversas especies en las regiones provinciales, y acaba con un «Diccionario de los nombres vulgares de las plantas arriacenses prelinneanas». El libro, de 184 páginas en cuarto menor, es una verdadera delicia para el amante del campo alcarreño, y para todos aquellos que hacen del conocimiento profundo de la tierra de Guadalajara su afición favorita. Lástima que de este libro, editado en muy escasa cantidad el año 1924, no queden apenas ejemplares hoy en día.

Las misiones pedagógicas (1931-1933)

 

Un capítulo de la historia cultural de Guadalajara, escasamente tratado hasta ahora, y que por su auténtica  importancia no merece caer en el olvido, son las misiones pedagógicas que, por las tierras de Guadalajara se desarrollaron, en un noble intento de llevar la cultura, o al menos buenas parcelas de ella, a los abandonados y casi primitivos núcleos rurales de nuestra geografía, allá .por los años 1931 y 1933.

Con el advenimiento de la segunda República Española, en un momento de exultante jovialidad nacional, abierto el horizonte a todas las metas marcadas, por difíciles que fueran, se creó el «Patronato de Misiones Pedagógicas», por Decreto de 29 de mayo de 1931, constituyéndose oficialmente el 19 de agosto. Incluido en el Ministerio de Instrucción Pública, pretendía lo siguiente: «Se trata de llevar a las gentes, con preferencia a las que habitan en localidades rurales, el aliento del progreso y los medios de participar en él, en sus estímulos morales y en los ejemplos del avance universal, de modo que los pueblos todos de España, aun los apartados, participen en las ventajas y goces nobles reservados hoy a los centros urbanos». Y se trataba de conseguirlo mediante el lanzamiento a toda la geografía española de entusiastas grupos de personas que repartían su saber, que habilitaban locales para bibliotecas, que proyectaban películas, que comentaban música y audiciones musicales, que llevaban exposiciones de cuadros famosos, que leían poesía, etc.

Concentrándonos a la provincia de Guadalajara, y como datos a aportar para una visión integral de nuestra cultura, recordaremos los pasos que en pro de ello hicieron las Misiones Pedagógicas por nuestra geografía. Se destacaron fundamentalmente dos «Misiones»: la de Valdepeñas de la Sierra y pueblos limítrofes, y la de la, Serranía de Atienza.

A Valdepeñas de la Sierra se fue entre el 18 al 25 de febrero de 1932, visitando Valdepeñas, Alpedrete, Puebla, de Beleña, La Mierla y Tamajón. La integraban doña Matilde Moliner, profesora del Instituto local de Talavera; don Alejandro Rodríguez, inspector de Primera Enseñanza de Madrid; don Modesto Bargalló, profesor de la Escuela Normal de Guadalajara; don Antonio Sánchez Barbudo, estudiante, y los señores Herranz y Arenas, maestros nacionales de Brihuega y Valdepeñas.

A la Serranía de Atienza se viajó entre el 24 de mayo y el 1 de junio de 1933. Recorrió los pueblos de Condemios de Abajo, Galve de Sorbe, Cantalojas, Valverde de los Arroyos, Campillo de Ranas y Colmenar de la Sierra. La dirigía don Eusebio Criado, profesor de la Escuela Normal de Magisterio de Guadalajara, y colaboraban don Ricardo Martínez Franco, y los alumnos de Magisterio Palmira Martín Nee, Fernando Martín Nee, Luz de la Rica, Eusebio Sánchez Zayás, Lorenzo Vázquez, Emilio Fraile, Aurelio Olivier, Bernardino Moya, Visitación Herranz, Antonio de las Heras, Sánchez Miguel, Archilla y Torres, dando todos ellos una gran talla, en su espíritu de entrega a las gentes de estos remotos lugares, por las que fueron muy bien recibidos.

En ellas se hicieron, con las pautas establecidas a nivel nacional, entrega de bibliotecas, cada una con 100 volúmenes de varias materias; entrega de gramófonos con colecciones de discos de música clásica, popular y de zarzuela; proyecciones de cine, con películas formativas de temas tan varios como la agricultura, la historia, las Ciencias Naturales, tema sanitario, películas cómicas, etcétera, e incluso proyección de diapositivas fijas de muchos otros temas. Y conferencias, y charlas con todos de sus problemas. En los relatos que los misioneros dieron luego se palpa perfectamente el ambiente de cálida acogida que tuvieron estos intentos, por desgracia cortos y limitados, de transportar la cultura hasta los más apartados rincones de Guadalajara.

Otra de las facetas de estas Misiones Pedagógicas fueron el Teatro‑Coro de las Misiones, que llevaba en su repertorio danzas regionales, canciones populares, y entremeses de Juan del Encina, Lope de Rueda, Cervantes y Calderón. Este teatro y coro actuó en Uceda, Azuqueca, Alovera, Loranca de Tajuña, Aranzueque, Quer Valdeavero, Villanueva de la Torre y Usanos, desde abril a diciembre de 1933.

El Museo Circulante era otra de las beneficiosas actividades de las Misiones Pedagógicas. Integrado por magníficas copias, a tamaño igual al auténtico, de las mejores obras de la pintura española, se colocaba en algún local público de los pueblos cabeceras: de comarca, y allí se congregaban gentes de las otras localidades de ella. Allí se daban cada día conferencias para iniciar en la historia de la pintura, y se repartían grandes litografías de los cuadros expuestos, para que los aldeanos las pusieran, enmarcadas, en lo más principal de sus viviendas. El museo llegó a Cifuentes en octubre de 1932, y luego caminó hacia Atienza, donde se expuso en noviembre del mismo año. La acogida que en todos los lugares de nuestra provincia recibieron las misiones pedagógicas en sus diversas facetas fue clamorosa, hecha por gentes que ansiaban tomar contacto con esa cultura magnífica, de dimensiones universales, que España ha producido a lo largo de los siglos, y que por unas u otras razones no había llegado aún hasta ellos.

No sería mala idea volver a intentar estas experiencias, con el nombre que quiera dársele, con los adelantos y las variaciones que un indudable cambio en la sociedad rural se ha operado en los últimos años. Pero ese entronque de los pueblos, de la provincia viva, con el mundo de la cultura y la corriente de la inagotable potencia intelectual española, sería muy acertada idea que podrían nuestros políticos, deseosos de cuajar en hechos sus palabras, brindar a todo el pueblo español.

Noticia de los Dávalos y de su caserón arriacense

 

De entre los escasos monumentos y edificios singulares que le van quedando a nuestra ciudad de Guadalajara, destaca uno que merece ser comentado, repasado, en sus varias dimensiones, con objeto de hallar la razón suficiente que le acredite digno para, sobrevivir a cualquier intención demoledora que le aqueje, como, parece ser que ahora en dolencia común y epidémica que afecta al casco antiguo de la ciudad, se han observado algunos síntomas. Y el caserón, el palacio único, y magnífico de los Dávalos posee las razones suficientes para que sea respetado y conservado. Y aun restaurado, si ello no fuera soñar demasiado.

Don Hernando de Avalos (o Davalos) Carrión, casó con doña Catalina de Sotomayor. Fue él quien inició, a principios del siglo XVI, la construcción de su palacio de Guadalajara. Pero, aunque a él se debe el arranque del edificio, y muchos detalles ornamentales que le prestan su categoría, fue su hijo, Don Fernando Dávalos y Sotomayor, quien continuó y remató la tarea. Era éste un notorio personaje afincado muchos en Guadalajara, que ostentó el título de marqués de Peñaflorida, siendo procurador en Cortes por la capital alcarreña, además de miembro del Consejo Real de Castilla y regente de la vicaría dé Nápoles. Su hermano, don Antonio Dávalos, pasó a Indias. Es, por tanto, durante todo el siglo XVI que este magnífico palacio va siendo construido, y a él añadidas notables piezas de arte y decoración de las que aún restan algunas.

Se sitúa el caserón de los Dávalos en la plaza de su mismo nombre, a la espalda del cogollo de edificaciones que se arraciman en torno al Ayuntamiento. Dos fachadas guardan hoy a la plaza, en el ángulo sur de ésta, lucen los paramentos al norte y poniente, siendo este último el principal, En él, a su extremo esquinero, se abre la gran portada de estilo herreriano. Es una puerta coronada por friso con modillones y escudos varios, ya muy desgastados A los lados intentan pelear dos caballeros armados. Gran balcón (que corresponde a una sala de magnífico artesonado) que remata en escudo nobiliario con las armas de los Dávalos y Sotomayor. Obra indudable de la segunda mitad del siglo XVI.

En esa misma fachada de poniente, hoy incluida en lo que es un amplio almacén de frutas, aparece un magnífico y grandilocuente atrio con columnata jónica, ostentando empotrados, en la pared del fondo, los escudos de la familia, tallados en piedra.

La pieza quizás más destacada del palacio es el patio central, un, hermoso ejemplar de principios del siglo XVI, dentro de lo que se ha dado en llamar renacimiento alcarreño porque en él aparecen unos capiteles peculiares, que ya estudió don Elías Tormo y Monzó como propios de las primeras obras plenamente renacentistas, y que, de la mano de los Mendoza y de sus arquitectos alcarreños, aquí en nuestra ciudad tuvieron su primer pálpito. Cuatro lados, aunque rectangular, en este patio se veían dos series de arquitrabados vanos, sujetos por columnas que ostentaban capiteles y escudos tallados. La garra de la contienda civil mordió el ala oriental, siendo luego reconstruida con columnas de ladrillos, aunque utilizando las vigas primitivas (pino finlandés) y desafortunados tabicamientos.

El interior es difícil de evaluar en toda su magnitud. Sucesivas y siempre ultrajantes reformas han ido desvirtuando no sólo los detalles, sino aun la estructura toda del palacio. Hoy puede todavía admirarse como ejemplo sober­bio de la decoración civil renacentista, el artesonado de la gran sala noble situada sobre la puerta de entrada, cuyo balcón se en marca, en ella. Esta sala posee un friso alto, enyesado (quizás portaba alguna leyenda o dibujo), y sobre él, en esquinas, y al, comedio de los muros, sendos escudos en madera policromada de los apellidos familiares. El artesonado, de madera, es soberbio, y muy bien conservado: dorado y policromado, llano, lleva casetones y llorones componiendo variadísimos dibujos donde se desborda la imaginación plateresca renacentista. En otra sala, también del piso alto, directamente abierta al patio, existe un enorme ar­tesonado, muy deteriorado en forma de gran artesa vuelta en cuyo friso aparecen policromados diferentes escudos habiendo podido distinguir uno de Zúñiga. Bajo esta techumbre majestuosa se construyeron diversos tabiques, transformando el salón en varias habitaciones, que eliminan la posibilidad de admirarlo en toda su grandeza.

Muchos otros elementos de carácter artístico tuvo este palacio, uno de los más renombrados de la nobleza alcarreña, pero que ya se han perdido a lo largo de los tiempos. Algunos otros, además de los aquí reseñados, probablemente subsistan, y escaparan a mi rápida visita. Con todo ello empero, poseemos los suficientes elementos de juicio para demostrar lo valioso que en el contexto del capítulo de la arquitectura civil arriacense es este palacio de Dávalos, y el motivo más que sobrado que posee para acreditar su bien ganado salvoconducto de salvación. La casona de los Dávalos es elemento consustancial a Guadalajara, y forma parte de su patrimonio artístico en una primera línea de méritos y querencias.

Sin adoptar posturas grandilocuentes, sin insultar a nadie, y con las razones de suficiente peso artístico que aquí hemos expuesto, el palacio de los Dávalos no puede ser tocado en elemento alguno capital de su conjunto. Salvo para restaurarlo.