Gregorio Quintero, corredor marchamalero

sábado, 17 septiembre 1977 0 Por Herrera Casado

 

Una página para la historia  del correo podría subtitularse esta añoranza, que entresaco de las páginas de este libro, magnífico y largo en la dádiva de buenos ratos con que recompensa a quien lo tomó, que es la «Historia de Guadalaxara», del padre Hernando Pecha. Es éste tomote, que hasta hace poco sólo existía en único manuscrito en la Biblioteca Nacional, el fruto, que nos ha deparado la Institución Provincial de Cultura «M. de Santillana», en su actividad editora de antiguas obras relacionadas con la ciudad y provincia de Guadalajara, y que quiere servir no sólo para dar a conocer la historia, enjundiosa y plena de escarmientos, de nuestra tierra, sino para afianzar a todos los alcarreños, cada día más, y con base más auténtica; en su identidad irrenunciable ‑ancha como los paisajes de sus parameras, generosa tomo los muros de su terruño secular ‑ de gentes castellanas, de gen­tes alcarreñas, seguntinas, serranas n aún y molinesas, que tanto tiene  que hacer y decir en la común forja de la patria, como lo hicieron y dijeron en siglos pasados.

Esta página para la historia del Correo la protagoniza un simpático marchamalero, Gregorio Quintero llamado, quien en el siglo XVI profesaba de Correo ducal de la casa del Infantado. Dice el padre Pecha, que, aunque no está muy seguro, le parece haber sido el tercer duque, don Diego Hurtado de Mendoza, quien primero usó de Correos a pie con uniforme propio, encargándose estos individuos, que debían ser unos andarines consumados, en trasladar noticias y misivas de sus señores a otras partes del reino, o de sus propios estados. En todo caso, el uso del Correo a caballo era ya muy antiguo y generalmente usado. Pero la transmisión de noticias peatonales no perdía su utilidad en época de asaltos e inseguridades, el hombre sólo se infiltraba mejor que a pezuña polvorienta de caballo.

De todos modos, los duques del Infantado dotaron de uniforme a sus Correos particulares, y de una manera muy vistosa y llamativa. Como todo lo que emprendían, cargado de boato, por dar a los demás señores y al país todo, la imagen de poderosos y exquisitos. Así era el hábito de estos carteros: «librea de amarillo y azul, con capote de manga larga y roscas grandes en los breones de la ropilla». Dice Pecha que siempre que vivieron los duques en Guadalajara usaron de Correos así ataviados. Y él escribe en el siglo XVII. En ocasiones especiales de luto, los vestían de paño negro.

La memoria quedó de sólo uno de ellos: Gregorio Quintero, natural de Marchamalo, que debió gozar en Guadalajara de una popularidad sin límites, para llegar al extremo de que un riguroso historiador como el jesuita Hernando Pecha, le reservara un hueco en sus páginas cuajadas de orendos capitanes y legendarios nobles inmersos en rimeros de linajudas prosapias. Hasta le describe en su aspecto físico, del que cien años después de haber vivido, se guardaba tradición entre las gentes: «era hombre de, mediana estatura, y muy enjuto de carnes, y tan suelto y lijero…» y aquí viene la descripción de sus hazañas: «que andaba a pie treinta leguas al día, y hubo vez que anduvo treinta y ocho», lo cual nos viene a dar la, respetabilísima cantidad de 180 kilómetros diarios, con el hazañán casi increíble de esos ¡228 kilómetros! que se anduvo una jornada. Reseña Pecha su secreto: «desde que salía de la posada por la mañana hasta que llegaba la noche, ni comía, ni bebía, ni dormía, ni se detenía, sino con un paso tirado de buen portente caminaba todo el día y así corría las treynta leguas y avezas más». Lo, cual viene a demostrar que un día bien aprovechado, da para mucho. De todos modos, opinamos con el padre Pecha, y a pesar de lo que han avanzado los tiempos ‑o quizás precisamente por eso ‑, que «es cossa que espanta».

En esta época de protagonismo, de divos y cantantes y deportistas y políticos, creo que merece la pena que recordemos las andanzas ‑ ¡y qué andanzas!‑ de un paisano nuestro, de un marchamalero sencillo y honesto, que se ganó la vida con unas piernas que hoy posiblemente le habrían dado alguna medalla de oro en las olimpiadas. Pero, en fin: pasó a la historia, y eso, queridos lectores, de la susodicha corte de protagonistas, no todos lo consiguen.