La Romería al Alto Rey

sábado, 11 septiembre 1976 0 Por Herrera Casado

 

Para el estudioso del costum­brismo en, nuestra provincia, para los que aprecian la expresión genuina del pueblo, para todos aquéllos, en fin, que, sienten, una curiosidad por conocer y aún vivir las tradiciones latientes de nuestra tierra, mañana domingo es día señalado, y jornada mayor. Porque en lo más alto de las pe ladas y valientes montañas de la serranía del Ocejón, allí donde la roca  clara y el tomillar humilde     toman el nombre del Alto Rey, y en ondulado, sosiego alcanza el horizonte los mil ochocientos metros de altura, se celebrará una de las romerías más sonadas y multitudinarias de la provincia de Guadalajara., Romería que con el paso de los años, y por, ciertos     condicionamientos geográficos, ha ido perdiendo mucho de su primitiva y auténtica fuerza. Un paso más, su estudio, para quien se anime a llevar adelante ese nutrido catálogo de las fiestas populares, de la provincia, que la semana pasada en estas mismas pági­nas, pedía y proponía nuestro buen amigo Cardero Prieto.

La romería del Alto Rey requiere, de todos modos, una cierta preparación para enfrentarse con ella. Porqué no sólo es de interés el traje típico que algún mozo viejo ostente; la comitiva de autoridades de algunos de los pueblos que acuden; los cantos o leyendas que otro grupo, recita. La preparación los días antes, las intenciones que alguien lleve de reconciliación con otras personas, el simple afán de subir un monte ‑llevando un pesado banderón como prueba de hombría, la esperanza de ver alguna moza sobada en secreto, y, en fin, ese respeto por la montaña, que se une al nombre fuerte del Santo Rey de la Majestad, es lo que en definitiva va a dar la comprensión de lo auténticamente folklórico, en cuanto vivo y creador de, un latido social, en esta romería.

El lugar es de una sorprendente belleza. La montaña es de suaves formas, como en general todas las de nuestra serranía, aunque en las proximidades de la cima tiene algunos bruscos resaltes de la entraña rocosa, que le dan un aspecto de cabezar orgulloso, de apariencia maternal y autoritaria a un tiempo. Alargada, y estrecha, con eje de poniente a levante, la montaña tiene, vista de una «montaña sagrada». Cubierta a menudo de densas nieblas, batida de fortísimas tempestades de nieve, todos los habitantes de la zona saben de lo peligroso que es el Alto Rey, cuando la naturaleza se desata sobre él. Son características de difícil enunciado, pero creo que de muy fácil comprensión con sólo situarse ante el monte, ascenderle, sufrir alguna que otra vez la garra del viento o la tormenta en el empeño. Entonces se comprende que, especialmente para el hombre primitivo, de creencias religiosas simples, ligadas en sus orígenes a las fuerzas de la naturaleza, se viera a la montaña como algo con vida propia, cargado de fuerza y poder, homogéneo en su estructura y muy definido en sus intenciones hacia los hombres. El que, tras la cristianización del territorio, fuera dedicada la ermita de su cumbre a esa pomposa advocación del Santo Rey de la Majestad no es ningún capricho. Es algo perfectamente comprensible.

La romería, en tiempos pasados, era un día grande para miles de gentes. Subían siete pueblos completos, con las autoridades al frente. Eran los que aún hoy constituyen la «Sociedad del Alto Rey», que no es sino una «hermandad inter local» con advocación común, reunidos ahora, para el pago de pequeñas cantidades que mantengan la ermita y el gasto de la fiesta. Son éstos, por orden, alfabético: Albendiego, Aldeanueva de Atienza, Bustares, Gascueña, EL Ordial, Las Navas de Jadraque y Prádena de Atienza, situados, como se ve, en ambas vertientes del monte. De cada uno de ellos subían el Ayuntamiento, el sacerdote, y a su frente al­«crucero» con la cruz parroquial, y los mozos con la «banda» o pendón parroquial, larguísimo y pesado palo con una bandera al extremo, generalmente de seda, que hacía desnivelarse a quien lo llevaba. Cualquier racha de viento podía tirar al “abanderado” al suelo. El resto de la gente del pueblo seguía a esta presidencia, a pie o montados en caballerías.

La multitud en lo alto se repartía por las praderas que rodean a la ermita clavada en el pico. Subía, por supuesto, mucha gente­ de los pueblos comarcanos: los de Ujados, los de Condemios, los galvitos, también valverdanos y atencinos, gentes de Cantalojas, de Arroyo de Fraguas, de La Huerce y hasta de Cogolludo. Arriba se bailaba la jota, y algunos jóvenes, ataviados con faja y pantalones típicos, interpretaban ente el Cristo unas danzas con palotes. Comida familiar, camaradería de unos pueblos con otros, y otra vez, todos a casa.

Las condiciones geográficas, como digo, han hecho variar en algunos detalles el rito romero. La estación militar instalada en él extremo occidental del monte en la loma de Aldeanueva que llaman supone la existencia de una carretera magníficamente asfaltada que lleva a los automóviles, camiones y autobuses hasta  muy cerca de la cumbre. Esto hace que ya nadie utilice caballerías para la subida. La mayoría van en coche propio, otros se, apuntan al autobús que sale de Bustares y algunos, los más jóvenes, trepan por la trocha o se agarran al tomillo. Arriba suena la música, de alguna guitarra, y las, del tocadiscos y cajitas de pilas. Quizá todavía algún anciano cuente, a los que con él compartan la tortilla, el chorizo o el conejo, la leyenda de  cómo una madre que tenía tres hijos revoltosos y pendencieros, decidió convertirles en montes para que, aún viéndose de continuo no pudieran llegarse nunca más a las manos; y así salieron el Moncayo, el Ocejón y el Alto Rey. O les describa aquella imagen gótica, policromada y bellísima, que en  la  hornacina de la puerta de la ermita de Santa, Colomba, en Albendiego todos admiraban y respetaban, hasta que no ha muchos años, alguien decidió, al verla tan fácil presa, llevársela para siempre a algún anticuario

Será, en definitiva, una jornada donde el espíritu de las gentes serranas de Guadalajara, se ponga una vez más de manifiesto en esa nobleza, en esa alegría, en esas formas de sincera convivencia que gastan a diario. La misa será, un lazo de unión religioso, y los cantos, las comidas, las anécdotas luego, los comentarios de todo tipo, pondrían de manifiesto la viveza y la fuerza, que posee el costumbrismo de la tierra de Guadalajara, encarnado aún en sus habitantes.