La Orden franciscana en Sigüenza

domingo, 1 agosto 1976 0 Por Herrera Casado

La iglesia de las Ursulinas fue en principio templo de los franciscanos

  La fundación carmelitana que en la Ciudad Mitrada hicieran a fines del siglo XVI don Antonio de Salazar y doña Catalina Villel, quedó en la nada sumergida, por el mutis total y brusco de la comunidad, que sin ninguna razón abandonó fundación y ciudad. Ocurría esto en 1615, e inmediatamente comenzó el Cabildo, secundado por los patronos de la fundación, a buscar nueva orden que habitara el vacío convento (1). Los dominicos de Cifuentes tenían verdaderas ganas de trasladarse; los jerónimos de la Solana, en las afueras de Sigüenza, querían pasar al interior, y también los jesuitas pretendieron el lugar. Pero fueron los franciscanos quienes finalmente se alzaron con el triunfo de colocar en la antigua sede episcopal seguntina un convento masculino, que en adelante sería conocido, hasta los días de su exclaustración en 1835, con el nombre de Nª Sra. de los Ángeles de Porciúncula (2). Lo habitaron primero unos frailes venidos de Zaragoza, dirigidos por el padre Espeleta, pero al final se decidieron a venir a poblarlo algunos hermanos del Colegio Franciscano de San Pedro y San Pablo, en Alcalá de Henares, siendo recibidos por el Cabildo y ciudad en los primeros días de agosto de 1623. Un poco antes, el 30 de julio de ese mismo año, se hacían las Capitulaciones entre el patrón de la obra, don Juan de Salazar, señor de Pelegrina, y la Cabrera, sobrino de los fundadores, con el Cabildo catedralicio y la comunidad de franciscanos, de la que fue primer guardián fray Bernardo del Monte. Son curiosas estas capitulaciones “tripartitas”, y en ellas vemos, entre otras cosas, que se instituía en Sigüenza “casa de recolección” como en La Salceda o el Abrojo de Valladolid, y si en algún momento se cambiaran los frailes recoletos por otros observantes, quedaría extinguida automáticamente la primitiva fundación. Tendría que haber siempre un mínimo de 12 religiosos, de los que 6 serían confesores y 3 predicadores. El Cabildo prohíbe el Convento admitir memorias y fundaciones, si no es con su expreso consentimiento, y aún así, de lo que recibieran los frailes por este concepto, debían dar una cuarta parte al cabildo como “quarto funeral” que llamaban, quedando, una vez más, patente el mal llevar que entre los dos cleros, regular y secular, existía por doquier. Entre las capitulaciones hechas, directamente, por los frailes y los señores fundadores, aparecía el derecho de estos últimos a colocar escudos, letreros, armas y bultos en cualquier lugar del Monasterio, siempre que quedaran a menor altura que la imagen de la Virgen. El 23 de junio de 1624, fr. Francisco de Ocaña, ministro provincial de la Orden, aceptó estas capitulaciones (3).

Los frailes residentes en esta institución, daban clases de Teología y Filosofía, aunque luego los examinados habían de acudir a la Universidad a demostrar allí sus conocimientos. Existen documentos acerca de ciertas desavenencias surgidas entre la orden franciscana y el Claustro de profesores universitarios, acerca de las calificaciones otorgadas a algunos novicios. Y no son menos curiosos los papeles de “limpieza de sangre” que los aspirantes a ingresar en el Convento tenían que reunir previamente. En 1654 pudo conseguir Alonso Rodríguez, de Oropesa, demostrar lo inmaculado de su ascendencia, y así vestirse de pardo y colgar el bordón de su cintura. Uno de sus habitantes llegó a ser renombrado en la ciudad: fue el llamado fr. Juan de la Cruz, que llegó a Lector y defendió unas conclusiones en acto público, presididas por el Ayuntamiento de la Ciudad.

Poseía el convento un gran solar y una espaciosa de iglesia en la que mucha gente quería ser enterrada, a imitación de los fundadores, don Antonio y doña Catalina, que tenían puestos sus cuerpos tallados en alabastro a ambos lados del altar mayor. Ya en el siglo XVIII se dieron facilidades para enterrarse en ella cuantos previamente lo hubieran así dispuesto (abonando las correspondientes pagos en metálico o especie), aun cuando ello hubiera costado muchas disputas y disgustos con el Cabildo. En un libro donde se anotan las personas que vanse enterrando (4), aparece escrito lo siguiente en el lugar correspondiente a la sepultura nº 7: “En esta sepª se enterró Dn Joseph Perez, médico de la ciudad en 21 de agosto de 1777, y en atención a lo bien que asistió a la Comunidad y a la pobreza en que quedó su familia, se hizo todo de limosna”. Con lo que queda palpablemente demostrado que ningún tiempo pasado fue mejor. Sobre todo para los médicos.

En 1791, doña María Margarita Montero y Parra, viuda del Brigadier y Coronel del Regimiento de Milicias de la Ciudad de Sigüenza, don Pedro Celestino Ruiz Carrión, hija de D. José Montero y Dª María Parra, hizo carta de donación de 4000 reales de vellón, para que la enterraran junto a su marido, en la capilla mayor, en el lado de la Epístola.

No sólo este tipo de donaciones, frecuentes en el siglo XVIII, sino la serie de cartas y documentos sobre compra de posesiones en Pelegrina, Conquezuela, Torresaviñán, Alboreca, Torremocha, etc. que existen todavía, demuestran bien a las claras la desenvoltura económica con la que los frailecillos menores de Sigüenza se desenvolvían. Incluso llegaron a ceder su iglesia, por medio de ciertas capitulaciones a la Orden Tercera de Sigüenza, que tomó gran auge en la ciudad desde la segunda mitad del siglo XVIII.

Nada de ello, sin embargo, fue suficiente para detener el agobio desamortizador que se les venía encima y que, callada y radicalmente, acabó con ellos en el siglo pasado, Su edificio conventual e iglesia está hoy ocupada por las Religiosas Ursulilnas de San Agustín.

NOTAS

  1. Archivo Histórico Nacional, sección Clero, legajo 2195. Existe la carta de fundación de este convento franciscano (a falta de las primeras hojas) hecha por doña Catalina Villel y su esposo don Antonio de Salazar, al marcharse de Sigüenza los Carmelitas. Don Antonio, y en su testamento adjunto, manda entre otras cosas, que se hagan dos estatuas para sus cuerpos, y se pongan en la capilla mayor del templo conventual.
  2. Fray Toribio Minguella, en su “Historia de la diócesis de Sigüenza y de sus Obispos”, tomo III, Pág. 582 aporta algunos datos al respecto.
  3. Se conserva el original de estas Capitulaciones en el legajo 2195 del Archivo Histórico Nacional, sección Clero. Al final de ellas aparece la siguiente cláusula “que si el día de la Purificación, domingo de Ramos, o Jueves Santo, acudiera a la iglesia don Juan de Salazar o cualquiera de sus sucesores, los religiosos le habrá de dar vela, ramo y llave del Santísimo Sacramento, por ser el heredero y sucesor legítimo de los Sres. Fundadores”. En el mismo legajo se conserva el original de las Capitulaciones hechas en 1660, a 19 de agosto, entre el Convento franciscano y la orden tercera en Sigüenza, sobre la construcción y utilización por ésta de una capilla para sus ejercicios de “humildad y recogimiento”. Siendo guardián del convento fr. Jerónimo de Soa, y rubricado y signado por fr. Juan de Molina, calificador del Consejo Real de la Suprema y General Inquisición, residente en el Convento de San Francisco de Guadalajara.
  4. AHN, sección Clero, legajo 2195. Libro de enterramientos en la iglesia conventual de San Francisco de Sigüenza.

    [Publicado en el Programa de Fiestas de Sigüenza en Agosto de 1976]