Andando por Molina

sábado, 21 febrero 1976 0 Por Herrera Casado

Portada de la iglesia del convento de Santa Clara en Molina de Aragón

 Nos hemos aventurado nuevamente, después de forzado y ya demasiado largo reposo, a recorrer los caminos de la provincia de Guadalajara. A ejercer ese oficio inigualable de mirar paisajes, andar callejas, medir plazas con la mirada y horizontes sin fin. Y a dar, en última instancia, razón de un pálpito que la vida, la de hoy y la de siempre, tiene en los pueblos de nuestra tierra: hecha glosa la andadura, crece el amor y se ensanchan las querencias de muchas de nuestras gentes por lo que les ha precedido.

En Molina de Aragón, una vez más, se nos fue el día en recorrer los angostos callejones, cruzar el Gallo por el puente de roja piedra, dar cuatripartita la mirada a los anchos límites de la plaza de Tres Palacios, y admirar la osadía de un edificio de diez plantas que lanza su reto modernista al castillo medieval. Páramos, por fin, ante la presencia escueta, gentil y siempre sorprendente de la iglesia románica de Santa Clara, en la que últimamente ha habido novedades de interés.

Para la mayoría de los lectores de estos Glosarios, ya es conocida la estampa, y aun la historia de este templo molinés. Es, sin duda, el más bello e interesante de cuantos guarda la ciudad: construida al pie del castillo, en el siglo XIII, por un caballero llamado Pero Gómez, en honor de Santa María, posee todos los rasgos propios del más puro estilo románico, con una esbelta portada en la que las arquivoltas, los capiteles, las me, topas y las proporciones de aire francés se hacen sentir claramente. El ábside, de alta silueta, semicircular, y bien previsto, de ornamentos, es también muy interesante. Y, al fin, el interior, muy bien conservado a lo largo de los siglos, presenta nave única, con ancho crucero apenas esbozado, y hondo ábside. La piedra arenisca, parda y huesuda, destilando olor y murmullo de otros siglos, es sillar en los muros, nervatura, en las techumbres y capitel foliado en sus conjunciones.

La historia del edificio condicionó ciertas reformas aún visibles. En el siglo XVI, algunos miembros de la molinesa estirpe dé los Malo emplearon sus dineros en preparar casa de oración para mujeres. Convento de monjas clarisas quería hacer, en 1537, don Juan Ruiz Malo, y al fin fueron sus hijos don Pedro Malo de Heredia y don Martín Malo, quienes en 1584 pudieron verlo inaugurado y en marcha. Así fue como esta parroquia se convirtió en, iglesia conventual, y los pies del templo eran ocupados por los coros alto y bajo, hoy todavía cerrados por densas celosías de ma­dera.

Otras modificaciones, de peor gusto, se fueron introduciendo a lo largo, de los siglos, alterando el carácter primitivo del templo. Algunos altares y cuadros barrocos se colocaron en sus paredes, y más recientemente un soso altarcillo moderno hizo las funciones de ara principal. La Dirección General de Bellas Artes consideró diversas peticiones hechas por personas y organismos locales v provinciales, y decidió restaurar el interior de este interesante edificio artístico. El arquitecto señor Mélida fue encargado de dirigir las obras. Hoy están ya concluidas.

Una vez más se ha de confundir el elogio con la reprobación de lo realizado. Y, aunque de escaso valor nuestra opinión, no nos resistimos a darla, por considerar de interés y trascendencia la obra de arte. Se ha conseguido homogeneizar la apariencia del templo al retirar del ábside los tres retablos que en sus paredes tenían asiento: el, mayor, raquítica pieza de principios de este siglo, y dos barrocos, también de poca monta, uno de los cuales se ha conservado en el crucero. El casi ha sido que los tres ventanales del ábside han vuelto a lucir su gracia románica, sus sencillos capiteles vegetales, su medio punto ingenuo. El cuarto de ‑esfera de la cúpula también gana en prestancia con este paso restaurador. Y, por supuesto, la magnífica talla del Cristo gótico, ahora exento y al lado del altar, gana en cuanto a realce artístico y poder devocional. Lástima que no se haya colocado en el centro del ábside, incluso pendiente de la cúpula, con lo que el grato efecto hubiera sido multiplicado. En contra de ello, se ha colocado un ostensorio sagrario sobre gradas, todo ello realizado con placas de piedra artificial blanca, que más parece escayola, de un horrible gusto. La «cosa», además de excesivamente grande, es fea y disonante en extremo del conjunto del templo. Su material, incluso, proviene de una provincia muy alejada de la nuestra, por lo que viene a ser, dicho sea con todos los respetos que merece su Santo contenido, una auténtica ridiculez.

El interés que los molineses ponen por las huellas de su pasado glorioso, y la atención de cuantos en nuestra provincia se ocupan de su patrimonio artístico, se ha visto sólo a medias recompensado. No por ello dejarán, estamos seguros, de interesarse por este monumento cuantos aprecian honda y sinceramente la piel y el espíritu de esta tierra inacabable en sorpresas.