Hércules en Sigüenza

sábado, 22 marzo 1975 0 Por Herrera Casado

 

El periplo universal del héroe griego, que poetas de todos los siglos han usado como recurso y centro de sus escritos, llegó a Sigüenza, al crucero de su catedral concretamente, allá por los primeros años del siglo XVI. Representadas algunas escenas de su fabulosa existencia en el altar de Santa Librada, servirán ahora para rememorar el nombre y las hazañas de este ser mitológico, y dar a conocer un aspecto muy curioso y poco conocido del arte renacentista en la Ciudad Mitrada.

Hijo de Atenea y de Zeus, Hércules pasa a formar parte del cónclave olímpico en calidad de héroe, esto es, mezcla de dios y de ser humano. Su leyenda aparece por vez primera relatada en las obras de Homero, quien le hace intervenir en la Iliada, junto a los otros héroes troyanos. Después, Hesiodo, en su Teogonía, amplía el relato, y ya hacia el año 700 antes de Cristo aparece formada por completo su peripecia mítica. Por envidias de la diosa Hera, Hércules fue puesto bajo el poder y tutela de su primo Euristeo, reinante en Micenas y Tirinto. Y para librarse de él, tuvo que realizar doce empresas heroicas, o trabajos de Hércules», que en el período de un año le consagraron como ser fuerte, invicto, y ya definitivamente libre. No es momento éste de pormenorizar los doce trabajos hercúleos, que se desarrollaron en diferentes lugares del mundo entonces conocido, y que, posteriormente, se asociaron a los doce signos del Zodiaco.

En España tuvieron lugar algunos de estos trabajos. Los historiadores antiguos, y muy en especial los de los siglos XV y XVI, que aceptan en sus obras, todos aquellos hechos fabulosos y entroncados con la divinidad clásica, hicieron de Hércules el primer rey de España, el ser bondadoso y pacificador que pobló nuestro suelo, inició las artes agrícolas y fundó varias ciudades. El historiador Florián de Ocampo, en su «Crónica General de España», publicada en 1543, dedica los tres primeros capítulos al relato del paso del héroe por nuestro suelo. De ahí que posteriormente otros autores de historias locales tomaran esos datos y, retocados y aumentados, los incluyeran en sus narraciones. Se quiere que Hércules fuera a Cádiz y allí levantara, en el fin del mundo conocido, dos grandes columnas. Luego subió a Sevilla y dejó todo preparado para su fundación. Después erigió la ciudad de Mérida, las de Sagunto, Urgel, Vich y Tarazona, y aún quieren algunos que puso las primeras piedras de Segovia y levantara la torre de su nombre en la Coruña. Fantasía y entretenimiento, que han dado lugar a leyendas hermosas que contar pulidas en algunos que otros juegos florales.

Y vamos concretamente a contemplar la huella que este mito nos deja en Sigüenza. Es el obispo don Fadrique de Portugal quien ordena levantar un gran retablo de piedra, en el brazo norte del crucero de la catedral, a honor y gloria de la patrona de la diócesis, a Virgen de Santa Librada. Realizado a comienzos del siglo XVI, seguramente por gentes de la escuela de Vasco de Zarza, entre los que se incluía como un tallista más, Alonso de Covarrubias, todavía joven. Hacia 1525, y como remate del gran retablo, el pintor soriano Juan de Pereda coloca en la hornacina inferior un pequeño conjunto de tablas, en las que con la galanura más exquisitamente renacentista, y con influencia total de Rafael Sanzio, relata la historia de Santa Librada y de sus ocho hermanas. Ella aparece, sentada y con un libro y una palma entre sus manos, en el cuadro central. Se rodea de una arquitectura romana, cuajada toda ella de simbología humanística que en próxima ocasión analizaremos. Y, como friso que remata horizontalmente la arquitectura de este cuadro central, aparece Hércules, en cuatro escenas representado, correspondientes a otros cuatro trabajos suyos. Ninguno de los autores que hasta ahora se han ocupado del estudio y descripción de la catedral de Sigüenza, habían señalado o interpretado estas minúsculas pinturas que, al primer golpe de vista, o pasan desapercibidas, o se toman por un mero recurso ornamental.

Y podemos preguntarnos, ¿por qué escenas de la mitología griega en un lugar donde todo es veneración y devoción religiosa cristiana? Lo más probable es que fuera él propio Pereda, el pintor del retablito, quien decidiera este entronque aparentemente paradójico. Máxime teniendo en cuenta la introducción de otras figuras y alegorías a la humanidad clásica que en esta obra realiza. El siglo XVI español no repulsa este contraste, sino que lo busca como medio de cristianizar cuanto del mundo clásico ha llegado. No hay más que leer a Pérez de Moya, en su «Filosofía secreta», editada en Madrid en 1585, cuando dice respecto a Hércules que «según alegoría o moralidad, por Hércules es entendida la victoria sobre los vicios, y según sentido anagógico significa, el levantamiento del ánima, que desprecia las cosas mundanas, por las celestiales, y según sentido tropológico, por Hércules se entiende un hombre fuerte, habituado en, virtud y buenas costumbres», y más adelante, al referirse nuevamente a Hércules, dice que simboliza «la bondad y fortaleza y excelencias de las fuerzas del ánima y del cuerpo, que alcanza y desbarata la batalla de todos los vicios del ánima», y, por incidir más aún en la concreta representación seguntina, se dice de él, que «píntanle desnudo, para denotar su virtud, porque la virtud la pintan desnuda, sin ningún cuidado de riqueza».

En su afán de introducir las imágenes del mundo griego y romano en sus ejecuciones artísticas, los pintores y escultores renacentistas rizan sus interpretaciones para que ellas puedan tener cabida en el contexto reciamente cristiano en que han de desenvolver su arte. Y llegan, como en este caso, a emparejar la virtud de una santa con la fuerza «que fue del ánimo, y no del cuerpo» de un héroe griego, cual es Hércules. Puestas sus hazañas sobre la radiante corona de Santa Librada, añaden con su silente expresividad, a la narración del martirio de la Virgen y sus ocho hermanas, el sentido de ánimo esforzado y virtud generosa que se desprende de su vida.

La traza de esas escenas o trabajos hercúleos, dibujadas por Juan de Pereda, las tomó de las medallas que grabó Moderno, en Italia, a comienzos del siglo XVI según se ve en Molinier, en su «Catálogo de plaquetas». Se escogen tres escenas de las que presuntamente ocurrieron en España, y otra que, por ser el primer trabajo del héroe, y el más representativo de sus posteriores hazañas, no suele faltar en ningún conjunto de su iconografía.

De izquierda a derecha, y separadas por columnas abalaustradas o grandes florones de diversa traza, vemos, en primer lugar, la escena en que Hércules lucha can un centauro, dándole muerte. Aunque Diego Angulo Iñiguez opina en su trabajo «La Mitología y el arte español del Renacimiento», que esta escena podría catalogarse como la lucha de Hércules con Gerió, el gigante que tenía tres cuerpos, y a quien posteriormente Hércules le tomó algunos de sus huevos, creo más probable que se trate de la lucha del héroe griego con uno de los centauros que en su vida le salieron en el camino: concretamente en este caso, el centauro Neso es ahogado por Hércules. Neso quiso abusar de Deyanira, esposa de Hércules, cuando la ayudaba a cruzar el río Eveno. Porque tampoco puede tratarse del centauro Quirón, al que Hércules dio muerte en desgraciado accidente, pues era amigo suyo.

La siguiente escena, diseñada, junto a estas líneas, relata el décimo trabajo hercúleo, al parecer ocurrido junto a Cádiz. Se trata del robo de los bueyes de Gerión a los que saca de sus cuadras cogidos por los cuernos. La leyenda señala este hecho ocurrido en Eritea, la isla que despide rayos rojos, en la que se hunde el sol cada día al atardecer, lo que significa su situación al occidente de Grecia. Desde Argos, Hércules viaja por Libia y llega a Eritea. Allí mata a Gerión y le roba sus bueyes. Luego vuelve a Italia, andando y cuidando su gran rebaño, a través de Tartesos, Iberia y la Galia, todo lo cual confirma la situación de Eritea en el extremo suroccidental español.

La tercera escena representa a Hércules durmiendo, mientras otro joven, el gigante Caco, le roba sus bueyes tirándoles de la cola, y así no dejar huellas claras del lugar de su huída. Hércules, al despertar y darse cuenta del robo, persigue a Caco y le mata. Aunque el común de las leyendas pone la muerte de Caco en un lugar cercano a Roma, los autores españoles opinan siempre que el hecho ocurrió en las faldas del Moncayo (de ahí puede derivar su nombre, Monte de Caco), al tiempo que Hércules fundaba en a lugar la ciudad de Tarazona.

La última escena que el espectador del retablo de Santa Librada ve a su derecha, y que junto a estas líneas también se diseña, es el primero y el más famoso de los trabajos del hijo de Alemena. Hércules está luchando a brazo con el león de Nemea, cuya piel no podía ser atravesada por las flechas. El héroe deja en el suelo su maza y a la puerta de la caverna en que el león vive, le estrangula entre sus brazos. A partir de entonces, la cabeza del león le sirve de yelmo, y la piel de coraza invulnerable.

Queda así descrito y justificado este punto tan interesante de nuestro arte provincial, cual es la presencia de cuatro «trabajos» de Hércules en el altar de Santa Librada de la catedral de Sigüenza. Con ello se abre una puerta más para la interpretación y el estudio iconológico del arte que creemos ha de hacerse con detenimiento en nuestra provincia. Hay siempre un «aligo más» detrás de las simples escenas religiosas o anecdóticas de altares y portadas. Algo detrás de sus colocaciones, de sus colores, de sus frases, el pasado tiene aún muchas cosas que decir desde las huellas de un arte pretérito.

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