Las tablas de San Ginés

sábado, 15 febrero 1975 0 Por Herrera Casado

 

Entre las huellas que el tiempo ha dejado de lo que fue ciudad de Guadalajara, tan importante y cuajada de, personalidades y edificios valiosos en la época del Renacimiento, han llegado a nosotros una serie de cuadros, mejor dicho, de tablas pintadas al óleo, técnica muy común del fin de la época gótica y del comienzo de la moderna, que, tras diversos avatares de olvidos y restauraciones, hoy pueden ser admiradas por todos los alcarreños amantes de su historia.

Se trata: de las llamadas tablas de San Ginés, cuyo avatar relataré sucintamente. A fines del siglo XV, y después de un gran incendio que le destruyó casi por completo, todavía se estaba en la construcción del monasterio de San Francisco, de Guadalajara, que en la colina más prominente de la ciudad fundó en 1330, la infanta doña Isabel, hija de Sancho IV. La familia Mendoza, poderosísima en la política castellana y asentada con predilección en nuestra ciudad, tomó más adelante el patronato de este monasterio, dando grandes sumas para su construcción. Don Pedro González de Mendoza, Gran Cardenal de España, era quien se preocupaba hacia fines del siglo XV, hacer un gran templo gótico para los franciscanos arriacenses. La nave principal fue cubierta de bóvedas de crucería, apoyadas en bases de columnas esbeltas, tal como hoy se ven todavía. Acrecentó los enterramientos del presbiterio, en los que estaban guardados los restos de sus antepasados, y decidió levantar un gran retablo de pinturas para el altar mayor. En estilo hispano‑flamenco, un equipo de pinturas de la escuela toledana representó, con vivos colores, diversas escenas de la vida de Cristo. En el basamento o predela, junto a los apóstoles y los santos franciscanos, un retrato del mecenas, con sus atributos eclesiásticos, dejó la impronta de su magnanimidad.

A principios del siglo XVII, la duquesa del Infantado, doña Ana de Mendoza, decidió quitar ese retablo gótico, y poner otro barroco en su lugar. Desmontado y arrinconadas las tablas en algún cuarto, en 1835, al sufrir la Desamortización los franciscanos alcarreños, esas tablas pasaron a ser propiedad del Cabildo de clérigos de la ciudad, quienes las depositaron en la iglesia del también suprimido convento de dominicos, hoy parroquia de San Ginés. Allí fueron usadas como el más innoble material, para tapar agujeros en los techos, servir de baranda al coro, y de mesa de altar. En ese estado lamentabilísimo de abandono, fueron descubiertas por don Vital Villarrubia y don Francisco Layna Serrano, sacadas de su indigno puesto y enviadas al Museo del Prado para ser restauradas. Poco, a poco se ha ido realizando, esta tarea de conservación ante el futuro, y han sido depositadas en el Ayuntamiento de Guadalajara para su custodia y exposición pública, hasta tanto la diócesis de Sigüenza – Guadalajara, disponga de un lugar adecuado para situarlas juntas.

Un total de seis tablas se han conservado de las varias docenas que tendría el aludido retablo. Una de ellas está incompleta, y resulta ser la parte posterior de una Natividad, viéndose la cabeza, magnífica por cierto, de María, así como la de San José. Las otras tablas, todas ellas de excelente calidad y estilo hispano-flamenco, representan la Presentación en el Templo, la Resurrección de Cristo; el Arcángel San Miguel, y la más interesante de todas, que reproducimos junto a éstas líneas, en la que aparece el Cardenal Mendoza, arrodillado y orante, acompañado de cuatro prebendados que sostienen en las manos sus atributos cardenalicios.

Vamos a detenernos especialmente en esa tabla, hoy magnífica de color y carácter tras su restauración. Don Pedro González de Mendoza, con la apariencia de los cuarenta años parcamente sobrepasados, mira severamente a un punto infinito situado a su izquierda. Cuando se pintan estas tablas, el, cardenal tal vez estaba ya muerto o, en todo caso, sería muy anciano, El pintor decidió, representarlo en el momento glorioso de su vida y su carrera religioso-­política, cuando Mendoza se convierte, al advenir los Reyes Católicos al trono, en su brazo poderoso e imprescindible. Calvo para entonces, su rostro y su postura es la misma de otros retratos que se le hicieron en vida (los de San Cruz en Toledo y otros varios). Cubiertas las espaldas del manteo rojo de su prebenda religiosa, pues llegó hasta la mitra primada de España, pasando por los puestos de arcipreste de Hita y Guadalajara, obispo de Calahorra, Sigüenza, Osma y Sevilla, finalmente de Toledo y Cardenal por dos títulos (“Santa María in Dominica” y la de «Santa Cruz), llegando, en el culmen de su carrera, a ser nombrado patriarca de Alejandría.

Don Pedro González, hombre de los poderosos que ha tenido España, después de los reyes, se retrata sereno y meditabundo en un pequeño, cuarto de su palacio toledano. Las cúpulas gotizantes, y en lo alto un ventanal trenzado de lacarías gótico‑mudéjares. Por la ventana recta de su derecha, en cuyos cristales luce el escudo de su apellido, se divisa un sencillo paisaje de Castilla. Tras él, y en arbitrario escalonamiento, se ven cuatro de sus fieles colaboradores, para los que es inútil tratar de buscar una identificación, pues es claro que no ha sido la voluntad del artista retratar personas en ellos, sino simples soportes humanos de los atributos cardenalicios, de Mendoza. Sus rostros inexpresivos, semejantes entre sí; sus cuerpos rígidos, a excepción del más alto, que, suavemente inclina su cuello a la izquierda, para romper el hieratismo de la composición; sus riquísimas vestimentas, sólo nos hablan del lujo que rige en la corte del Cardenal Mendoza. Ellos sostienen, en sus finas manos los cuatro emblemas de don Pedro como, Cardenal de la iglesia católica. De abajo arriba, vemos el palio con la Santa Cruz, la mitra cuajada de pedrería, el capelo rojo, y, en lo alto, la Cruz Patriarcal que, él mismo pondría en lo más alto de la Torre de la Vela, en Granada, cuando, en enero de 1492 el ejército cristiano acabó en  esa ciudad con la multisecular Reconquista.

Magnífico retrato, y magnífico documento gráfico que nos ha quedado a los arriacenses de aquella figura excepcional de nuestra historia que fue el Cardenal Mendoza. Aunque sobre su factura y, su autor, nada en concreto podemos señalar, sí que debemos apuntar una circunstancia orientadora. El cuadro que representa el milagro de los Santos Cosme y Damián, conservado hoy en el Museo, del Prado, y obra demostrada del pintor arriacense Antonio del Rincón, proviene del antiguo monasterio de San Francisco, en Guadalajara, de donde también proceden estas que se han dado en llamar «tablas de San Ginés». En ellas lucen sus personajes los mismos ricos brocados que aparecen en el cuadro del Prado. ¿Por qué no pudo ser el mismo autor, siendo de hecho la misma época de su realización? Es ­sólo una posibilidad, ya apuntada, que puede servirnos ante la carencia absoluta de noticias fidedignas.

Un grupo de pinturas, en suma, que están repletas de historia alcarreña, y que cada día, desde su puesto en el Ayuntamiento de Guadalajara, dicen a sus admiradores esta larga, y abultada historia de antiguos aconteceres.