El retablo de Bujarrabal

viernes, 11 octubre 1974 0 Por Herrera Casado

 

A pocos kilómetros de Sigüenza, caminando por carretera tranquila y bien cuidada, se llega enseguida al pueblecillo de Bujarrabal, en el que culmina una excursión variada y agradable, pasando por Guijosa, donde se admira su castillo, y por Cubillas, en qua aún permanece la modesta iglesia románica.

Bujarrabal es villa de grandes casas de piedra, oscuras y recias, por las que apenas pasan los siglos. Algunas han caído ya, desde que, sus vecinos emprendieron la emigración sin retorno de sus campos. Otras, en cambio, esperan ser adquiridas por gentes de ciudades, que a muy bajos precios pueden ser dueños de estas sencillas y severas mansiones rurales. Aparte de los diseños populares que en las fachadas de algunas de estas casas aparecen, nada de particular encierra Bujarra­bal. Si no es, por supuesto, su iglesia parroquial, dedicada a la Virgen, que preside el gran retablo que ahora estudiaremos. En contra de lo que algunos autores afirmaron en este siglo, describiéndola sin haberla visto previamente, la parroquia le Bujarrabal no es románica. De armónica y unitaria construcción, hay que remontar ésta a los comienzos del siglo XVI, resultando, uno más de esos templos sobrios, altísimos y coronados de tracerías nervadas que tanto abundan en nuestra provincia. No quiere decir que no tuviera iglesia románica anteriormente, pues consta de un documento de 1307 (el testamento de doña Toda de Bujarrabal, viuda de Diego Alvarez, conservado en el Archivo de la Catedral Seguntina), que dicha señora dejaba a sancta María de Bujarraval diez maravedís para la lavor, e a Sant Miguel de este mismo lugar, diez marabedís». Estas dos advocaciones serían posteriormente reunidas en el retablo de la nueva iglesia.

Cubre este gran retablo, obra destacada del renacimiento ea la región de Sigüenza, todo el fondo del presbiterio de la iglesia de Bujarrabal. Catalogable perfectamen­te en el estilo renacentista del siglo XVI, es, sin, embargo, obra de grandes influencias rurales, en la que abunda el detalle de taller, y sólo alguna imagen o rostro en las pinturas denotan la mano de un maestro o artista de categoría.

Aún con todo y asentándose en el momento actual, que ha de ser de salvación, cuidado y protección decididas por todas las obras de arte que hemos heredado, este retablo forma entre la breve colección de obras de arte de este tipo que se conservan unitarias y en muy buen estado, por lo que todos los esfuerzos para su mantenimiento han de ser pocos. Comencemos, pues con la tarea inicial, cual es su descripción y estudio.

Claramente se observa que, sobre el conjunto renacentista de este retablo, han sido añadidos algunos detalles barrocos del siglo XVIII que, por otra parte, no le afean en exceso. Tales son los paneles superiores que recubren con voluminosa flores y cabecillas de ángeles, todo ello ingenuamente policromado, el espacio que mediaba entre el remate del retablo renacentista y el arco apuntado de la bóveda. Algunos ángeles de claro signo barroco se reparten por las más altas cornisas.

La obra primitiva consta de cuatro cuerpos, cada uno de ellos dividido en cinco calles. La estructura es sobria y encuadrable en lo más típico del quehacer plateresco. Mientras la calle central está ocupada por obras de talla policromada, las laterales se llenan con pinturas sobre tabla, hasta un total de dieciséis.

Las tallas de la calle central son las siguientes: en la parte más elevada del retablo, incluso en una hornacina cuadrangular, aparece el arcángel San Miguel aplastando a su eterno rival el diablo. Es añadido barroco. Debajo, en rectangular hornacina, escoltada por columnas adosadas y rematada por friso plateresco, aparece el Calvario, de floja ejecución, con un fondo de pintura en el que aparece la clásica ciudad, el sol y la luna. Más abajo aún, y centrando el retablo todo dentro de hornacina semicircular, se nos ofrece una admirable talla de la Virgen María, en actitud sedente, con un Niño desnudo entre sus manos. La expresión de María es serena y vigorosa y el plegado de los paños que la cubren denota a un artista muy experimentado en estos menesteres. En se u hornacinas aveneradas, dos pequeñas figuras de San Lorenzo y San Sebastián dan escolta a la Virgen.

El resto del retablo está constituido por las pinturas, que van separadas entre sí por columnillas exentas, de fuste prolijamente decorado a base de ingenuos grutescos. Sencillos frisos y cornisas separan un cuerpo de otro. En el inferior o predela, cuatro tablas con las efigies de otros tantos evan­gelistas, de mano irregular y distinta al que ejecuta el resto de las composiciones. En el segundo cuerpo, de izquierda a derecha del espectador, aparecen la Anunciación, la Natividad, la Circuncisión y la Adoración de los Reyes Magos, que acompaña a estas líneas. En el siguiente cuerpo, y por el mismo orden, diversas escenas de la Pasión de Cristo, el Beso de Judas, la Coronación de espinas, la Flagelación y la Presenta­ción ante el pueblo judío. En el cuarto y último cuerpo, originariamente sólo aparecían dos pinturas, de formato cuadrado, a ambos lados del Calvario: a la izquierda, una Caída de Jesús con la Cruz a cuestas, y a la derecha, el Enterramiento. Posteriormente se añadieron otras dos tablas, de mano visiblemente diferente, representando a Cristo y a su Madre, sin interés para nosotros ahora. El conjunto, a pesar de sus adiciones barrocas, resulta muy bello y magnificiente, merecedor de ser con templado detenidamente.

A la hora de poner nombre a sus autores, quedamos naufragando en un mar de conjeturas, sin dato documental al que adherirnos por falta de los mismos en la parroquia. No cabe duda de que al hallarse tan próximo a Sigüenza el pueblo de Bujarrabal fue en la ciudad Mitrada donde se realizó esta obra de arte, máxime teniendo en cuenta que en esta época, mitad del siglo XVI, la catedral seguntina es un hervidero de artistas de todo tipo. Ya lo decía el Pérez Villamil en su obra acerca de la Catedral de Sigüenza: «Era también el gran centro de producción artística donde venían a surtirse de obras admirables los pueblos de la comarca. ¿De dónde, si no de estas oficinas (por los talleres de forja, talla y pintura) salieron la mayor parte de los retablos, cruces procesionales de plata, cálices y custodias que enriquecían las parroquias de los pueblos, hasta los más humildes del Obispado, y de cuyo rico patrimonio aún quedan por fortuna notables ejemplares?»

Conociendo los nombres de quienes contratan el mayor número de obras en esta fecha en la catedral, podemos quedar mejor orientados a la hora de encontrar la auténtica paternidad de este retablo de Bujarrabal. Consta que Francisco Verdugo y Juan de Pereda trabajan en ciertas obras de la catedral, en el primer cuarto del siglo XVI. De Pereda ya hemos hecho revisión exhaustiva, aunque la traza de ciertas composiciones del retablo ahora estudiado (La Anunciación y la Adoración de los Magos, sobre todo) no nos permiten olvidarle completamente. Francisco de Pelegrina y Pedro de Villanueva realizan varias obras pictóricas a mediados del siglo, lo mismo que Pedro Andrade. Diego Martínez es autor de la pintura del retablo soriano de Caltójar en el que interviene como tallista Martín de Vandoma. Cualquiera de ellos pudo ser el que nos legara, con su color y su delicada plástica renacentista, el conjuntado haz de pinturas de este magnífico retablo de Bujarrabal.

Que de esta manera entra en el amplio y cordial conocimiento de cuantos sienten devoción por lo que el pasado de su tierra les ha legado.