Valverde de los Arroyos

sábado, 29 junio 1974 0 Por Herrera Casado

 

El pasado domingo, 23 de junio, el siguiente a la octava del Corpus, Valverde de los Arroyos celebró su anual fiesta mayor. En ella estuvimos, a Dios gracias, los de siempre: el pueblo entero, sumado a él todos los que poco, a poco emigrando, y que en ese ocasión vuelven a su terruño húmedo y altivo para evocar y revivir la alegría heredada de sus mayores; y luego los amigos de este hondo y genuino, folclore que aún pervive sin mancha. Periodistas, fotógrafos y excursionistas curiosos por todo lo que de valor histórico o costumbrista abunda por nuestra provincia.

El camino, como siempre malo. Hasta Arroyo de Fraguas, aún se puede rodar, tranquilo. Desde allí a Valverde, todo son peligros, polvo y molestias, Cuando todos los pueblos de la provincia y de España han sido convocados al común resurgir de una época, Valverde sigue sin aceptables comunicaciones, sin luz, sin escuela y sin médico. Poco menos que arrojado, al siniestro paredón de la condena a muerte. Y sin causa justificada. Porque en Valverde hay riqueza de muchos tipos. La palpable de la agricultura y la ganadería con sus, trigales, sus huertos, sus masas de árboles frutales, y sus numerosos rebaños. La riqueza potencial, pero más segura que en ningún otro sitio del turismo que necesita lugares puros de fantástico clima, y paisaje como es éste, para brindar salida, al descanso de miles de compatriotas. Y, finalmente, la riqueza moral de sus hijos, que, tal como quedó bien demostrado el pasado domingo, saben recibir con los brazos abiertos a quienes van la compartir con ellos, siquiera un día al ano, su existencia difícil y, sin embargo, bella.

En estas tres riquezas pensaba este cronista al caminar, sumido en una nube de polvo, hacía Valverde de los Arroyos. En esas tres riquezas que, en nombre propio y de los vecinos de Valverde, solicita sean oficialmente reconocidas y aprovechadas.

Pero era la fiesta grande el día de las danzas y de las buenas comidas, el día en que la pradera verde y alta que ampara el Ocejón con su brazo, mineral, sería adornada con rosas, con vestidos de colores, con músicas de tamboril y flauta, A media mañana se dijo la misa en el templo parroquial, oscuro y humilde, concele­brada por cuatro sacerdotes relacionados con el pueblo. Después, la procesión, con el Santísimo en manos del párroco, y bajo palio, hasta la alta pradera en laque el botarga, ordena y manda a los diez danzantes del Señor su riguroso ancestralismo de pasos y evoluciones. La música en el respetuoso silencio de los concurrentes; el seco vibrar de las castañuelas y el grito final del botarga, es lo único que durante un buen puñado de minutos rompe el dilatado y altísimo, silencio de los arroyos y los montes.

Vueltos en procesión a la iglesia, los danzantes salen de nuevo a la plaza, y allí realizan los otros dos bailes peculiares suyos, que completan el trío de sus interpretaciones el del paloteo, y el de las cintas. Más tarde, y a cargo del botarga generalmente (este año le ayudó en el oficio uno de los danzantes) se almonedean las roscas que los mozos recogieron durante la madrugada en todas las, casas del pueblo en que buenamente les confeccionaron para regalárselas. Buenos dineros se saca la Cofradía en este menester. Después, naturalmente, la comida. Y a la tarde, más baile, ésta vez por petición de Vecinos e invitados, delante de la iglesia, con limosna de los que reciben la danza, y un ¡Viva! entusiasta del botarga, pa­ra el donante.

Entre medias de todo ello, y para el excursionista con arrestos y buenas piernas, están cercanas las «chorreras de Despeñalagua», unas impresionantes cascadas de más de 40 metros de altura por las que cae un arroyo procedente de lo alto del Ocejón. Este año fueron más de una veintena los curiosos que llegaron hasta ellas, habiendo algunos incluso (del Club Alcarreño de Montaña por supuesto, con García Perdices a la cabeza) que las remontaron y a punto estuvieron de subirse al pico más alto, simplemente «‑por hacer piernas».

Las danzas de Valverde de los Arroyos son, unas de las poquísimas que en nuestra provincia quedan en honor del Sacramento de la Eucaristía. Muy populares estas danzas a partir del siglo XVI, raro era el pueblo que no las tenía y ejecutaba. En Valverde sabemos que ya en ese siglo existían, pues de entonces data la Bula pontificia por la que se concedía a los danzantes el privilegió de bailar cubiertos ante, el Santísimo. Los colores vivos y atuendos un tanto femeninos que exhiben, a base de faldellines, pañuelos, cintas y camisolas, derivan del deseo de expresar una alegría, una total manifestación de amor a Dios, y tomando sus atuendos de los de las mujeres, que en sus trajes llevaban entre bordados, y sedas, el arco iris completo. El que dirige a los danzantes y es, a la vez, un poco el maestro de ceremonias, recibe el nombre de «botarga», según propia manifestación, aunque no tiene el cometido y significado propio de lo que con idéntico nom­bre se designa en otros lugares cercanos de la serranía. Hay, por fin, un músico que interpreta a la vez el tamboril y la, flauta, instrumentos de gran antigüedad ambos, y con un ritmo que se conserva sin mácula a lo largo de los años.

Pasó otra vez la fiesta mayor, de Valverde. Este, cronista y todos sus amigos que le acompañaron, quedaron, como les de rigor, maravillados de cuanto vieron. Continuaron sin encontrar explicación a la crónica dejadez y abandono en que se tiene este enclave de nuestra provincia, y pudieron constatar que no es otra cosa que el vigor y la fe de sus habitantes, lo que mantiene en pie al pueblo, el paisaje y la fiesta grande de las danzas, para la que Información y Turismo con la ayuda que desde el año pasado les brinda, está augurando una larga vida.