Los capirotes de Tierzo
En el escondido lugar molinés de Tierzo hemos encontrado, al filo de nuestros viajes por estas tierras de ingrávido rumor de sabina y ásperos vientos, una costumbre que no queremos dejar de anotar para el conocimiento de cuantos cada semana extienden sus ojos por el humano palpitar de Guadalajara.
En este pequeño pueblo del señorío molinés, en el que sus grandes casonas de piedra están sonando cada día con más intensidad al vacío que dejan las gentes que se van, destaca, entre otras cosas, la llamada «casa fuerte» que se alza en su término, hoy propiedad particular en la Vega de Arias, y que representa el tipo ideal de casona solariega, más castillo que otra cosa, típica de los siglos XII al XIV, en los que la zona de Molina se repuebla y engrandece bajo el mandato directo de sus condes.
El otro edificio digno de admiración, ya en el mismo lugar de Tierzo, es su iglesia parroquial, obra sencillísima del siglo XVI, en la que destaca, entre otras cosas, el altar mayor, que es un retablo de la misma época, realizado en el estilo sencillo, pero expresivo, de los pueblos castellanos. Presidido por una imagen moderna de San Pascual Bailón, patrón del pueblo, contiene en cuatro hornacinas sendas estatuas de apóstoles y santos, coronándose con un relieve de la Natividad de Cristo y una tabla, muy buena, a pesar de la oscuridad en que se encuentra, que representa la imposición de la casulla a San Ildefonso por la Virgen María, obra de comienzos del siglo XVI.
Es en la sacristía donde se halla el objeto que hoy con preferencia glosamos. Se trata de un cuadro al óleo, de unas dimensiones aproximadas de 1×0,5 metros. En él aparecen los vecinos de Tierzo en la festividad que durante muchos años se ha venido celebrando en el lugar con el nombre de «los capirotes». Una procesión de figuras cubiertas de blanca vestimenta y picudos cucuruchos forrados del mismo color, calzados con zapato negro y media blanca, y llevando una vela en la mano, caminan por una pradera. Delante de ellos aparece una niña ataviada con traje de flores y corona de reina. Otro capirote, vestido de negro, lleva el estandarte, y detrás de la procesión aparecen dos figuras de sacerdotes revestidos. Al fondo, a la derecha, un paisaje rocoso con una ermita. En el pie del cuadro, una fecha: 1845.
La explicación de todo ello es bien sencilla. Aunque el cólera o «morbo asiático» penetró en Europa hacia 1823, a través del Bósforo, la primera epidemia de este terrible mal se dejó sentir en España hacia 1833‑34, haciendo estragos entre la población, que, concretamente en Madrid, lo tomó como excusa para incendiar conventos y asesinar frailes, haciendo culpables de la epidemia a los jesuitas y otros religiosos que, por supuesto nada tenían que ver con ella. Desde entonces, hasta 1877 en que, el mal se agudizó de manera muy notable, continuó endémico el cólera en España, recrudeciéndose por temporadas o por zonas. Fue en 1845 cuando el cólera amenazó con diezmar la población de Tierzo, y entonces votó el pueblo hacer anualmente, en el mes de junio, una procesión desde su pueblo hasta el santuario de la Virgen de la Hoz, patrona del Señorío, si los poderes celestiales conseguían detener tan calamitosa situación. Durante muchos años se hizo de la manera como se representa en este cuadro, conociéndose por los contornos esta típica costumbre con el nombre de “los capirotes de Tierzo”, yendo el pueblo en masa así vestido, y andando, hasta el Santuario mariano de la Hoz.
Según referencias orales de sus actuales habitantes, esto se ha venido haciendo hasta el año pasado, si bien últimamente se prescindió del calzado de color negro y se caminaba con alpargatas. El resto de su curiosa y penitencial vestimenta se llevaba de exacta manera a como en 1845 se instituyó.
Anotamos esta curiosa costumbre, como un hallazgo que ha de causar verdadera satisfacción para los aficionados al folklore provincial, al tiempo que viene a incrementar el bagaje de datos vivos para los estudiosos de tema tan interesante como es el folklore votivo, penitencial y religioso‑sanitario de nuestro país, del que fué destacado investigador nuestro desaparecido Dr. Castillo de Lucas, y hoy tiene su máxima expresión en el erudito mallorquín D. Gabriel Llompart.