Recuerdos de la Salceda

sábado, 25 mayo 1974 1 Por Herrera Casado

 

No hace aún muchos, días que un buen amigo, Doroteo Sánchez, me escribía desde Peñalver incluyéndome esta fotografía de rancio y antañón corte. Ha sido tanta la impresión que­me ha causado, que no he podido resistir la tentación de publicarla y añadir algún comentario, algún recuerdo que complete, ésta visión pretérita y amarilla.

Se trata de la portada del templo conventual de La Salceda, uno de los más antiguos monasterios franciscanos de Castilla, en el que el padre, Villacreces, de un modo personal y parsimonioso, inició la reformación de la Orden en nuestro país, a mediados del siglo XIV. Humilde al principio, asistido por fuertes personalidades del misticismo y el aliento franciscano, llegó a convertirse en uno de los más importantes de la nación. En él tuvieron cabida figuras tan relevantes como el Cardenal Cisneros, fray Pedro González de Mendoza, San Diego de, Alcalá, fray Julián de San Agustín y tantos otros de interesante biografía (1), y entre sus muros y a lo largó de sus salas y claustros fueron almacenándose abundantísimas obras de arte, entre ellas algún manuscrito del Beato de Liébana, óleos de Tiziano, etc.

A comienzos del siglo XVII fue levantada definitivamente su iglesia, en un sobrio estilo manierista y escurialense, bajo las pautas que algunas décadas antes dictara el arquitecto Herrera, para, dar tono propio al construir del imperio hispano. Un buen ejemplo de esa escueta y perfecta, elaboración geométrica era la portada principal, que en, esta fotografía evocadora se nos muestra. Tomada hace ahora unos 60 años, tal vez alguno de los personajes que junto, a ella aparecen, como es la niña de pálida vestimenta, hayan sobrevivido a lo que parecía estar destinado para una eterna contemplación. De la inseguridad de este mundo, nuestro, nada ni nadie se libera: pasan los hombres, caen los fuertes sistemas políticos y sociales, y al fin son convertidos en ruina y polvo hasta los edificios que, por estar hechos de un material aparentemente más duro que el humano, podrían decirse eternos.

La fotografía, entre arrugada y carcomida, que mi amigo tuvo la amabilidad de enviarme, me da pie para que, todos juntos, recordemos aquí algunos detalles poco divulgados referentes a La Salceda.

Uno de ellos es el detalle de la reunión que en 1913 (aproximadamente cuando esta foto fue realizada) tuvieron los ayuntamientos de Peñalver y Tendilla, que durante siglos disputaron acerca del territorio en que estaba enclavado el monasterio, para solventar algunos asuntos pendientes entre ellos. En los apartados 43 al 45 del acta, se acordó mutuamente que el 95 por 100 del terreno ocupado por dicho convento era perteneciente al término de Peñalver.

El monasterio fue abandonado por los frailes en 1835, a raíz de la ley de Desamortización de los bienes eclesiásticos dictada por el ministro de finanzas Mendizábal. No es necesario repetir las tan manoseadas, frases de abandono, soledad, dejadez, y el largo etcétera de impersonales denuestos contra lo que, más suavemente, podríamos definir de desgraciado destino de esta casa. Se traslada­ron muchas obras de arte a las parroquias de los pueblos cercanos a Renera se llevaron objetos de orfebrería y las estatuas de los dos caballeros sanjuanistas a los que la tradición aplica el aparecimiento de la Virgen: nada queda de todo ello. En Budia pararon, y aún pueden contemplarse en su sacristía, bastantes lienzos de te­ma, sacro, entre ellos uno con el relato del «milagro de las rosas» de San Diego de Alcalá, que la tradición sitúa en La Salceda. A Tendilla fue la venerada imagen de la Virgen, ocupando hoy, con todos los honores, el centro de su retablo. Y a Peñalver, el tronco de sauce en que se dice apareció, la Virgen. Lo más fue vendido, desperdigado, robado y destruido. Aún entre las ruinas pueden verse pequeños fragmentos de la azulejería talaverana del siglo XVII, que con gran alarde de iconografía decoraba paredes del claustro, principal y de la iglesia.

Incluso, el edificio mismo, que por sus características de grandiosidad habría podido sobrevivir más fácilmente a los sucesivos expolios y dejadeces, ha seguido el implacable destino de todo lo demás. Si en 1914 aún pervivía esta hermosa portada, hacia finales de la década de los años 40 eran todavía notables los restos de muros que permanecían en pie, estando íntegra la circular capilla de las reliquias (2). Hoy es, tan poco lo que queda del monasterio de La Salceda, que apenas puede reconocerse la antigua situación y distribución de las dependencias.

Queda, eso sí, el fervoroso recuerdo de cuantos aman el pasado de su tierra. Peñalveros y tendillanos viven orgullosos de tan alta historia como cupo en los límites de ­sus territorios, y, es continuo el afán de las nuevas generaciones por conocer detalles de tan larga y brillante andadura mística.

Recuerdo ahora un dato poco divulgado, como es la estancia en este convento, durante el año 1814, de uno de los más significados líderes del liberalismo español: D. Joaquín Lorenzo de Villanueva Estengo, nacido en 1757, doctor en Teología a los 18 años de edad, sacerdote y escritor político, profesor en Salamanca y Madrid, académico de la española de la Lengua, y uno de los más entusiastas defensores del nuevo régimen político nacido, en las Cortes de Cádiz, en las que representaba a la región valenciana. La vuelta al .poder del absolutista Fernando VII acabó con la carrera y el empeño constitucional de este hombre, que sufrió encarcelamiento, en el año mencionado, en este convento alcarreño, y acabó huyendo, a Londres y Dublín, donde murió en 1837.

No quiero, finalmente dejar sin reseñar una obra que recientemen­te he podido leer, en la que se publican tres interesantísimos grabados retrospectivos de La Salceda (3). En el primero de ellos se representa la forma y disposición del retablo del altar mayor, obra barroca, pero sencilla, del siglo XVII, don un ostensorio central donde estaba la Virgen, y debajo un gran escudo cardenalicio de fray Pedro González de Mendoza. El segundo representa el interior de la cilíndrica capilla de las Reliquias, obra del mismo prelado, señalándose con minuciosidad los restos de cada santo que en urnas y relicarios se guardaban. La tercera lámina, muy bonita, presenta a los dos «hermanitos» o caballeros de la Orden de San Juan, orando ante un árbol en el que se aparece la Virgen con el Niño en brazos, sobre una media luna.

Los caballos huyen despavoridos. Los tres grabados son obra de Francisco Heylan, artista del siglo XVII (4).

Espero que hayan servido, estas líneas, surgidas al compás que esta fotografía triste y evocadora, para que todos los alcarreños tomen conciencia acerca del valor histórico, ya que no artístico, de esas ruinas olvidadas que duermen junto a la carretera fácil y dominguera de los «Lagos de Castilla».

Notas

(1) Véase el trabajo «Claros varones de la Salceda», en el tomo I de “Glosario Alcarreño”, página, 20 y ss. Para la historia más amplia de La Salceda, consultar mi obra «Monasterios y Conventos en la provincia de Guadalajara», así como las de fr. Pedro González de Mendoza, «Historia de Monte Celia», Granada 1616; de fray Alonso López Magdaleno, «Compendio historial del aparecimiento de Nuestra Señora de la Salceda», Madrid 1687, y las Crónicas franciscanas de fr. Pedro de Salazar, Rebolledo, etc.

(2) Así se comprueba en una fotografía dé Tomás Camarillo, publicada en la pág. 258 de la obra «La provincia de Guadalajara», Madrid 1949.

(3) J. M. Cabello Lapiedra, «El Monasterio franciscano de La Salceda», en «Arte Español», de 1920 pp. 119‑124. Aparte de los tres grabados y 4 fotografías, el texto del señor Cabello no aporta nada nuevo al conocimiento de este cenobio.

(4) Ceán Bermúdez, «Diccionario histórico de los más importantes profesores de las bellas artes en España», tomo 2º, página 289.