Un capitel silense en Campisábalos

sábado, 13 abril 1974 0 Por Herrera Casado

 

Dentro del muy visitado y estudiado grupo de iglesias románicas que formen las de Villacadima, Albendiego y Campisábalos, queda aún, en esta última, un detalle que merece paremos nuestra atención en él, por lo que de, explicativo de un modo de hacer medieval tiene. La Iglesia de Campisábalos, con su atrio porticado, su gran puerta similar a la de Villacadima, y su ábside semicircular, es una pequeña  joya del arte románico en el área de la sierra de Pela, que puede añadir todavía el valor de la capilla del caballero San Galindo, anexa al templo, en su costado meridional, en los mismos días de la construcción primitiva, Esta capilla, que posee una puerta exterior similar a la de la iglesia, un friso esculpido con las labores agrícolas y ganaderas de cada mes del año, un par de ventanas amudejaradas y un interior de sencillísima estructura románica, ostenta en el lado izquierdo de su arco mayor, de entrada el presbiterio, un capital bastante bien conservado sobre el que no se ha, parado hasta ahora la necesaria atención. A él vamos.

Adosado a dicho muro, coronando doble columna rechoncha, y rematándose en movida imposta que en este caso hace las veces de ábaco del capitel, aparecen tras caras de fina escultura, donde la fábula orientalizante dimanada de Silos se hace piedra blanca y poética incertidumbre. Mientras en las caras laterales aparecen jóvenes sagitarios disparando sus arcos, en la central se presentan, dándose mutuamente la espalda. dos trasgos sobre los que montan encapuchadas avecillas.

La influencia de la galería del claustro de Silos es Innegable. De ese gran monasterio benedictino irradió durante muchos años, a toda Castilla, el modo de testimoniar un cristianismo por medio de imágenes y símbolos nunca vistos hasta entonces. El claustro silense se construyó, bajo el mandato del abad Martín, entro 1130 y 1150. En seguida se extiende este tipo de iconografía orientalizante por la región burgalesa (Rebolledo de la Torre, Jaramillo de la Fuente, Soto de Bureba (1175), Moradillo de Sedano (1188), etc.), así como pesa a tierras de Soria (S. Pedro, en la capital; Osma, en la sala capitular de su catedral, y ermita de Tiermes, en la Sierra de Pela, construida en 1182) y de Guadalajara, donde cristaliza en este magnífico ejemplo de Campisábalos, que nos sirve para fechar la construcción de so templo parroquial en los último! quince años del siglo XIII.

Dice el padre Pérez de Urbel que “Entre todos los edificios románicos españoles, no hay ninguno tan oriental como el claustro de Silos”. Según Dieulafoy, “la cuna del resurgimiento artístico de la Edad Media hay que buscarla en el imperio de los sasánidas” y añade Strigowsky que «son los grandes centros helenísticos del Oriente los que han preparado el nacimiento del arte mundial. Para corroborar el gran contenido orientalizante de la escultura románica española hay que irse a Silos y ver en sus capitales mezcladas las escenas del Antiguo y Nuevo Testamento con las más variadas fábulas y tradiciones asirías y caldeas. Concluye el insigne abad benedictino, Dom fray Justo Pérez de Urbel, que “el rasgo más saliente del arte español del siglo X es el orientalismo».

Sin lugar para extendemos más en estos interesantes problemas, nos detendremos un momento acerca de los autores de estas obras. ¿Son árabes? En Silos consta que en el siglo XII había esclavos moros, pero los artistas que realizan estos capiteles (los del claustro de Santo Domingo y todos los de ámbito silense, como este de Campisábalos), que conocen las tradiciones iconográficas bizantinas y orientales, que han visto los tejidos sasánidas y los marfiles árabes, poseen un conocimiento profundo y exhaustivo de la Sagrada Escritura. Son cristianos, pues. Son mozárabes.

Y cabe aún otro problema que aquí sólo podemos esbozar, pues aún existen contrapuestas teorías sobre él elaboradas: frente a los que opinan que toda esta colección de iconografía oriental en los capitales románicos españoles obedece tan sólo a un afán meramente ornamentalista, surge la opinión apasionada de Fr. Ramiro de Pinedo, para quien cada postura, cada gesto, cada vegetal, por nimio que sea, tiene su explicación. En una postura intermedia se halla Pérez de Urbel, que nos dice que «negar rotundamente el simbolismo artístico de la Edad Media es ir contra la evidencia». Nosotros estamos plenamente de acuerdo.

Por eso creemos que el capitel de Campisábalos, durante siglos escondido y oscuro en la capilla del caballero San Galindo, tiene algo importante, o, por lo menos, curioso, que decirnos. Y así vienen a nuestro encuentro los dos centauros armados con sus arcos y flechas, representando al “cazador terrible, al demonio en persona, que con sus insidias, como si fuesen flechas envenenadas, atraviesa el alma inocente o poco precavida». Esto es lo que nos dicen los simbolistas. Y aún podríamos añadir lo que el español Teodulfo de Orleans, al glosar la clave de Melitón en el siglo IX, nos dice sobre la flecha que el centauro dispara: «Son las insidias del enemigo, las Inspiraciones del diablo”. Y aún podemos recordar a Jeremías, cuando escribe respecto al Malo: «Tendió su arco y me puso como blanco para sus flechas». Los sagitarios de Campisábalos son, pues, dos representaciones diabólicas. Pero ejecutadas con una dulzura, con una suavidad de formas y escorzos, que en ningún momento lo aparentan. Han perdido su fuerza mitológica directa y han pasado a ser simbólicos por herencia tal vez ignorada. ¿Son los centauros del Olimpo griego, o los que salieron de las leyendas asiáticas de Gilgamés y Dulcarnain? Son los mismos, no cabe duda, que en tres capiteles del claustro de Silos proclaman su belleza simbólica y artística. Los que en otros lugares, como Santillana del Mar, las iglesias sorianas de Caracena y Termancia, la de Santa María de la Peña en Brihuega, por citar las que en este momento nos vienen a la memoria, ejecutan la misma pose de atrevimiento formal, al ser introducidos en los ámbitos religiosos cristianos del Medievo.

Los otros seres que completan el capitel de Campisábalos han de ser, forzosamente, de benigno significado. La dualidad impregnante de la civilización sumaria, arrastra hasta nosotros también su radical visión del mundo: el Bien y el Mal en continua y tenaz oposición. Ese es el motor del universo; el discurrir obligado de las acciones y la historia. Frente al Mal aparece el Bien. Ante el centauro maligno surge el benigno trasgo, que viene a representar el alma humana, expuesta a las inclemencias de las fuerzas oscuras. Opuestos entre sí los trasgos del capitel de Campisábalos, cada uno está en función del correspondiente sagitario que a él se enfrenta. El avecilla que cada uno porta en su lomo, sin el sentido de lucha que en otros lugares románicos, sobre todo en Silos y en las miniaturas del emillanense Magio, aparenta, viene aquí a dar una visión nueva de la «asociación» de poderes benéficos, añadiéndose ese capirote de los pájaros como un elemento monacal, también silense, que ayuda y conforta al trasgo en su representación humana.

Como puede verse, tras esta síntesis apresurada del significado y estilo de un capitel de nuestro románico provincial, un mundo distinto, sugerente y curiosísimo está latiendo en cada piedra tallada del arte del Medievo. Un mundo exótico, de anchas e insospechadas alianzas con lo clásico griego y lo cristiano occidental, que nos viene directamente del Asia, no sólo a través de la ocupación musulmana de nuestra Península, siete veces centenaria, sino por la estancia previa de los bizantinos durante los siglos VI y VII en el ángulo suroriental de España, desde donde penetró en nuestro suelo una, corriente artística y literaria hasta hace poco ignorada, pero de Indudable fuerza en la conformación de nuestras autóctonas características culturales.

Un buen paseo por la historia éste que hemos dado, sin tener que movernos de una escueta y humilde piedra tallada en nuestra Guadalajara: el capitel silense de Campisábalos.