El calendario románico de Beleña de Sorbe (Guadalajara)

martes, 1 enero 1974 2 Por Herrera Casado

Portada de la iglesia de San Miguel de Beleña del Sorbe, en cuyo arco aparecen tallados los símbolos de los meses del año. Dibujo cedido por José María Antón Ávila.

 

Pertenece Beleña de Sorbe al partido judicial de Cogo­lludo. Durante la Edad Media fue un lugar próspero, con un codiciado castillo en lo más alto, del que hoy nos restan dos paredones. Aun en el siglo pasado contaba con 40 veci­nos y 515 fanegas de labor dedicadas a la producción de trigo, vino y aceite. 

En la vieja iglesia parroquial se conserva la portada de ingreso, valioso ejemplar del arte románico castellano, fechable en el límite de los siglos XII y XIII. De su esculpido rosario de los meses me ocuparé en este trabajo, para tratar de completar algunos aspectos parciales que el estudio del Dr. Layna dejó sin tocar. 

La portada, resguardada de las inclemencias atmosféri­cas por un atrio porticado, también románico, consta en esencia de cuatro arcos semicirculares en degradación, sien­do el interno y externo de arista viva descansando sobre lisas jambas. La segunda arquivolta presenta una moldu­ración sencillísima de corte cilíndrico, y es en la tercera en la que aparecen sus dovelas esculpidas con las representa­ciones de los diversos meses del año. Dos capiteles a cada lado las sostienen: a la izquierda son dos escenas muy difíciles de interpretar fidedignamente, y que dejo en blanco por no ser amigo de conjeturas. El más interno de los de la derecha presenta tres figuras de simbolismo desconocido, mientras que es muy claro el contenido del más externo: las tres santas mujeres ante el vacío sepulcro de Cristo, y una colección de realistas soldados medievales, caídos en el sue­lo ante la presencia de Dios resucitado. No es tarea la de estas páginas tratar sobre estos capiteles. 

Son los otros, los catorce relieves de la arquivolta, los que con su color gris están pidiendo ser colocados en el lugar interpretativo que les corresponde. Y esto se sale por completo del reducido ámbito de la región y el pueblo de Beleña, para entrar de lleno en la ancha corriente histórica que nace en el mundo pagano de la península Itálica y cuaja finalmente en el crisol medieval de la Europa cristiana. Vamos a ver de qué manera son esos catorce relieves de Beleña un oleaje, más de un ancestralismo folklórico, lite­rario y artístico que ha ido dejando múltiples huellas por todo el mundo de herencia latina. 

Los doce meses del año. El semicircular regocijo de los trabajos y los goces anuales. La petrificada fragancia de una vida alegre y sin complicaciones. Comenzando por la izquier­da su revista, aparece en primer lugar un ángel rudo y sen­cillísimo. Enero es simbolizado por una escena de la matan­za del cerdo. En febrero aparece un viejo calentándose al fuego, junto a una pequeña hoguera. De marzo se trae la poda de los arbustos y árboles. En abril se ve a una joven con ramos de flores en ambas manos. Y en mayo un caba­llero montado sobre un jamelgo descabezado, sostiene en su mano un halcón. Junio se representa por un hombre en las faenas de la escarda. En julio aparece el segador cortando la mies. En agosto se pasea un aldeano, sentado en un trillo, y arrastrado por una pareja de bueyes. Septiembre se sim­boliza por un hombre que arranca el fruto de la vid y lo deposita en cestos de mimbre. Octubre, por otra figura masculina que vuelca en una cuba el contenido líquido y oloroso de su odre. Noviembre se presenta por la tarea de arar el campo, que aquí lo hace un hombre con un par de bueyes, esta vez vistos en proyección vertical (tanto ésta como la dovela de agosto son de doble dimensión que las demás). En diciembre se pone a un hombre feliz tras una mesa colmada de alimentos. El último relieve es el de una cara de buen trazado, con labios gruesos y pelo rizado. 

Hasta aquí la descripción sucinta. Ahora viene la inter­pretación de algunas de estas escenas y figuras que aún esperan el momento de decirnos su escondido mensaje. Interpretaba bien el Dr. Layna las dos figuras extremas del mensario de Beleña: aunque el ángel primero es de clara y fácil identificación, no lo era tanto esa cabeza del extremo derecho, de ensortijados cabellos y abultada prominencia labial. Era el diablo, sí. Durante la Edad Media europea es comúnmente representado el Malo con los rasgos de la ne­gritud. Herencia de antigua filosofía segregacionista, en la que se quería mostrar a los seres de raza negra como carentes de alma y, más aún, poseídos por el Demonio. En ladoctrina simbólica tradicional, las razas oscuras son hijas de las tinieblas, aludiendo la representación del negro a la parte más instintiva y baja del hombre. No es extraño, pues, que a un ángel se contraponga un negro: son el Bien y el Mal para el anónimo escultor de Beleña. El hecho, aún, de que estos dos simbolismos abran y cierren el coto circular de los meses, nos hace meditar todavía: sabido de todos es que el nombre del mes de enero, en todos los idiomas euro­peos, es derivado muy directo del nombre del dios Jano (January, Janvier, Januar, etc.) habiendo perdido en caste­llano la jota inicial por la que, aun siendo también deriva­do suyo, no lo parece. El dios Jano era para los romanos el encargado de regir el destino, el tiempo como camino recorrido y por recorrer. Sus dos rostros unidos miraban al pasado y al futuro, por lo que, desde muy remotos tiem­pos, se le eligió para ser representación del comienzo del año, y así aparece en muchos mensarios romanos y, por tradición conservada, en otros medievales ya cristianos. En algunos, como en el de la catedral de Pamplona, situado en las claves circulares de su bóveda, aparece enero repre­sentado por un hombre con dos cabezas, y sosteniendo una gran llave en cada mano. Con ellas se pueden abrir la «puerta del Cielo y la puerta del Infierno» («Janua Caeli» y «Janua Inferni»), según la representación pseudocristiana de algunas leyendas. Creo que en Beleña es claro el co­metido de esas dos rudas figuras: enero se desdobla en ellas, adquiere carácter de sucinta homilía y recuerda que en el principio de la vida hay ya dos puertas, dos caminos: el del cielo y el del infierno; que no son mitos: que están, de verdad, al comienzo y al fin da cada año, esperando su cosecha de seres humanos. 

La siguiente escena, de una traza excesivamente popular y ruda, viene a mostrarnos un aldeano sacrificando con su cuchillo a un cerdo. Colocado en el primer lugar dçl men­sario, creo que su identificación con el mes de enero no puede admitirse de ninguna manera. Más aún: su puesto de diciembre está ocupado en Beleña por una escena (el hombre sentado a la mesa bien repleta) que tradicional­mente se coloca en enero. El problema, pues, es bien senci­llo: el diseñador y escultor realizó la representación de los meses con arreglo al códice tradicional por él conocido. Fue después cuando, en un descuido suyo, el obrero encargado de colocar las dovelas trastocó las de estos dos meses. No tiene mayor importancia. Veamos, de todos modos, las razo­nes que argumentan esta teoría. En el llamado «Libro de Aleixandre», popular recopilación de poesías medievales castellanas, aparece una relación de los meses del año en la que hablando de Enero dice: 

 Estava don Ianero a dos partes catando, çercado de çecinas, çepas acarreando. Teníe gruesas gallinas, estavalas asando, estava de la percha las longanisas tirando. 

lo que se identifica totalmente con la habitual representación de este mes en forma de escena doméstica con hombres y mujeres sentados a la mesa bien provista, recordando esta época, sobre todo en sus primeros días, de grandes fiestas familiares. En el mensuario mural que existe en el castillo de Alcañiz, antaño perteneciente a los caballeros sanjuanis­tas, aparece enero representado por un hombre en alegre banquete. Y en las coloreadas miniaturas de un gran códice de comienzos del siglo XVI, de la catedral de Toledo, se ven un hombre y una mujer de saludable aspecto sentados a una mesa en la que otra pareja sirve abundante comilona: así ilustran a enero en dicho códice. Otros muchos ejemplos se podrían poner aún. 

 Por otra parte, el ya mencionado poema del «Libro de Aleixandre» dice refiriéndose a diciembre: 

 Matava los puercos diziembre por la mañana, almorçaba los fígados por matar la lagaña… 

 y es, también, abundantísima la cantidad de monumentos españoles y europeos en que diciembre se representa con la matanza del cerdo. Los ciclos griegos y romanos no utili­zan esta escena en sus mensarios (tan sólo la «puerta de marzo», de Reims, del siglo III, la posee), aunque era fre­cuente que en estas fechas del fin del año se sacrificaran animales, con fin religioso, a Cronos y Deméter. Pero es el caso que hasta el siglo IX, en territorio del imperio caro­lingio, no comienza a utilizarse esta representación de signo doméstico, siendo multitud inacabable la de ejemplos que se podrían aducir a este respecto, pues es rara la unanimidad con que diciembre se asocia a la matanza del puerco.Una de sus primeras alusiones en el arte es la del poema «Officia XII mensium», fechable a mediados del siglo IX, y atribuido a un monje de la abadía de Fleury‑sur‑Loire, en el que se dice «More sues proprio mactat December adul­tas». Es casi un rito, de un indudable origen galo, éste de la matanza invernal, que aún se celebra en muchos de nues­tros pueblos de Guadalajara. 

Después aparece febrero, que en Beleña se representa como un viejo aldeano calentándose al fuego. Aunque esta representación es también muy habitual en los mensarios románicos y góticos europeos, creo que puede hablarse en este caso de una clara herencia bizantina. Así aparece representado el mes en cuatro copias miniadas del «Octateuque», de la Biblioteca marciana de Venecia, y en un manuscrito del convento de Vatopedi, en el monte Athos. La cultura del imperio romano de Oriente solía comenzar oficialmente el año en nuestro mes de marzo y, paralela­mente, febrero era para ellos el último del año. A esa idea de lo caduco asociaban la representación ‑de un viejo, «el año que se acaba», y que, por otra parte, encajó perfecta­mente en nuestra cultura occidental, en la que al viejo per­sonaje se le acerca al fuego para que el viento helado de febrero, el mes más frío del año en nuestras latitudes, no le dé el achazo definitivo. 

El mes de marzo se representa en Beleña por un hombre barbudo que se dedica a podar pequeños arbustos y arbo­lillos. No ofrece ningún contrasentido con la general repre­sentación que de los meses hace el arte románico y gótico en general. Así aparece en los ya mencionados mensarios de la catedral de Pamplona, de la portada del monasterio de Ripoll, de la capilla de los reyes en San Isidoro de León, del códice toledano del siglo XVI, etc. Incluso en la ilustra­tiva serie de nombres que el idioma vasco utiliza para deno­minar los meses del año, el «epailla» viene a ser la luna o mes de la corta, de la poda. 

El mes de abril se representa por una joven muchacha que lleva en sus manos sendos ramos de flores, como pre­sentándolos al espectador con gozo. Es ésta una forma de personalizar al mes de abril muy común en el arte románico y gótico de toda Europa, pues ya en los mensarios de las catedrales de Chartres, París, Amiens o Cambrai se ven muchachos y muchachas coronadas de flores, o llevando hierbas en las manos. También en España se da esta repre­sentación: así, en la capilla de los reyes de San Isidoro de León aparece dibujado en abril un hombre con una planta en cada mano, mostrando de ellas hasta las raíces. En el mensario de Pamplona es una jovencita la que muestra los trofeos vegetales. Pero de todos modos, aún podemos avan­zar un poco más en la interpretación de esta escena, tenien­do como base la nomenclatura vasca de los meses, en la que abril se denomina, entre otras maneras, «opeilla» o mes de las tortas; también de las ofrendas, siendo muy frecuentes en aquella parte de España las fiestas votivas (el bollo de San Marcos, la torta de Pascua, etc.). Pensamos entonces en la posibilidad de unión de dos tendencias: junto a la más europea, heredada de la latinidad, de culto a la flor y a la juventud en esta primavera que nace, la otra de represen­tación votiva y oferente. 

Y luego mayo, con un cazador montado y su halcón en la mano. El papel de este caballero en medio de la repre­sentación de otros meses por concretas escenas de vida rural y doméstica aldeana, no deja de ser sorprendente. En Cam­pisábalos, en esta misma provincia, aparece también un maltratado mensario en el que se incluye parecida repre­sentación caballeresca. El Dr. Layna arguye como razón explicativa «la convivencia y fraternidad entre señores y vasallos, productores éstos gracias a su trabajo, y el noble protector de los villanos mediante su bravura y poderío». No podemos estar conformes con esta interpretación: el simbolismo románico circula por más recónditos y ances­trales caminos, ajeno casi totalmente a una realidad social que le resbala en lo más íntimo, aunque externamente no lo parezca. ¿ Por qué, repito, un caballero cazador, unos guerreros, entre el sencillo discurrir agrícola y ganadero del año ? 

Ni siquiera el conocido etnólogo don Julio Caro Baroja, en el estudio que realizó al respecto, llegó a profundizar en este tema. Fue Henri Stern quien analizó arqueológicamente el asunto, dando las líneas generales para su interpreta­ción. Antes de él, el austriaco Riegl sentó las bases com­parativas de las representaciones de los meses en la anti­guedad clásica y en el Medievo europeo, proveniendo de sus estudios las bases par las que nos hemos guiado para el análisis de la representación del mes de mayo en el men­sario de Beleña. 

Desde el apogeo de la cultura helénica, posteriormente adoptada por el imperio romano, fueron los meses del año y sus estaciones motivo suficiente para que el arte de la poesía, de la pintura y la escultura hicieran con ellos todo tipo de manipulaciones. En esa base pagana se centra la posterior evolución de sus representaciones europeas: tami­zadas, lógicamente, por el cristianismo triunfante en dos frentes: el oriental bizantino y el occidental carolingio. Es en la corte del gran Carlomagno donde gira el concepto de estas representaciones: aparece un nuevo tono bárbaro, galo, agrícola, ovidando las elaboradas escenas latinas. 

Pero vamos al caballero, a ése que con un halcón en la mano se pasea en mayo por los campos de Beleña. Se re­monta a la antigua Grecia la costumbre de emprender las campañas guerreras al término del invierno. Cuando los rigurosos fríos han pasado y la lluvia va abandonando los horizontes, el guerrero heleno y romano se prepara a la batalla. Los generales romanos realizaban en esta fecha la revista militar de sus tropas; era el «campus Martius», la revista de Marte, dios de la guerra. De ahí derivó el nom­bre del mes: marzo. Es la época del año en que renace la naturaleza junto al espíritu guerrero. Late, pues, un doble motivo ancestral en el corazón de los hombres: primavera y batalla, conjuntadas. Los poetas latinos también aúnan sus palabras en el cántico de ambos aconteceres. Pero es a partir del año 755, en Francia, cuando Pepino el Breve cambia tan antigua tradición, y decide comenzar sus anuales campañas guerreras en el mes de mayo. Los caballos nece­sitan abundante alimentación vegetal, y ésta no aparece bien cuajada hasta el mes de mayo: es en él cuando realiza su » campus Maiius «, o » Campus Medius «, la revista prelimi­nar de sus campañas. Será, pues, en este mes, cuando a par­tir de entonces se aparejará el sentimiento primaveral con el renacer guerrero. La literatura y el arte carolingio así lo adoptan, y de él se extenderá la costumbre al resto del mundo románico occidental. En unas miniaturas carolin­gias (conocidas con el nombre de «miniaturas de Salzbur­go») que se dibujaron en dicha ciudad austriaca a comien­zos del siglo IX, siguiendo modelos de Saint‑Amand o de Corbie, y que hoy se conservan en la Bib]ioteca Nacional de Viena, se representa mayo con un hombre que lleva flores o hierbas en sus manos. En el ya aludido poema «Officia XII mensium», se dice del mes de mayo: «Maius hinc gliscens herbis generat nigra bella». Aquí radica, pues, la costumbre románica occidental de representar el mes de mayo con un guerrero o caballero cazador (esta última es imagen degenerada de la primera). Sin salir de España, vemos cómo en la capilla de los reyes de San Isidoro de León, el mes de mayo se representa, en el mensario pictórico de esta sala, por un caballero que, a pie en el suelo, deja pacer al animar hierbas muy altas. ¿Qué mejor representa­ción plástica del poema carolingio? En el castillo de Alcañiz queda otro mensario mural: mayo se representa por un rey que caza a caballo con un halcón en la mano. En el mensa­rio de la bóveda de la catedral de Pamplona, correspon­diendo a mayo aparece un hombre a caballo con un ave de presa en la mano. Representación más moderna, pero de idéntico significado ancestral, es la del ya mencionado códice de la catedral de Toledo: con gran cantidad de colores aparece representado un caballero, sobre blanco corcel, pre­cedido de su perro y seguido por su criado, que se dispone a la caza de cetrería…; así podríamos aportar gran cantidad de ejemplos que redudan en el mismo concepto que en Beleña aparece ante nosotros. 

Creo que ahora queda bien claro el papel que ese caba­llero, noble hidalgo cazador, juega entre el resto de aldeanas actividades del mensario alcarreño: toda una corriente lati­na, carolingia, llega hasta nosotros atravesando previamente Navarra y Cataluña. No traduce una realidad social contem­poránea de la obra: se limita a guardar fielmente una tradición artística. 

Siguiendo con el resto de las representaciones mensuales de Beleña, poca novedad o apuntamiento simbólico nos queda ya por resenar. En junio aparece un hombre arran­cando cardos de entre los trigos que ya maduran. Esta tarea de la escarda, tan común en el antiguo sistema agrícola, puede todavía interpretarse con arreglo al simbolismo de esta planta: el cardo simboliza al sol en muchas culturas antiguas, y se halla relacionado con los ritos solsticiales del día de San Juan. De todos modos, nos parece también, en este caso, excesivamente rebuscada dicha interpretación, y nos quedamos con la más simple de la tarea agrícola. 

Vienen después una serie de escenas de conmovedora sencillez y auténtico verismo. La ingenuidad de rostros, de atavíos y actividades es lo que, de común con cuantos han escrito sobre este mesario, nos sorprende y cautiva. Julio con la siega; agosto con la trilla, en la que aparece ese artilugio aldeano (¡es el siglo XIII!) que aún se ve en algunos de nuestros pueblos; septiembre con la felicidad de la des­carga de los racimos de uva, recién cortados de la viña, en un cesto; octubre transportando el vino nuevo del odre a la cuba; noviembre, en fin, con otra pareja de bueyes, ahora vista desde una proyección vertical, arando el campo otoñal y ya húmedo de nuevo… 

El mensario de la portada de Beleña queda así un poco más desmenuzado, un tanto más querido de todos, que ahora le mirarán con nuevos ojos, con distinto y renacido pálpito. Es difícil, sí, llegar a él, pero siempre se escuchan las mis­mas palabras al final del camino: que bien merece la pena un sacrificio cuando el alma va a salir, tras él, más grande y rejuvenecida.