Simbología románica en Beleña

sábado, 17 noviembre 1973 0 Por Herrera Casado

 

No es necesario que aquí, de nuevo, hagamos alabanza del mérito artístico e histórico que la portada románica de la iglesia de Beleña del Sorbe tiene para nosotros y todos cuantos aprecian el arte medieval. Su representación, ingenua y sorprendentemente bella, de los doce meses del año tal como se personificaban entre las gentes sencillas del siglo XIII, sorprende siempre al valiente viajero que se aventura a llegar hasta este pueblo, casi abandonado, de nuestra serranía. En próxima ocasión pensamos hacer el estudio amplio de su simbología, aún sin tocar por nadie, y tratar de la solución que cabe dar para la conservación de esta valiosa joya artística. Pero hoy queremos fijar nuestra atención en un tema muy concreto de su menologio, que el Dr. Layna Serrano, a pesar de su exhaustiva pormenorización de detalles de esta pieza románica, dejó totalmente en el aire (1). Se trata de la representación tallada del mes de mayo, que el Dr. Layna describe literalmente así: «Sobre panzudo jaco de desmedrada cabeza cabalga un hidalgo, llevando en la mano izquierda extendida encaperuzado halcón; en el agro no hay tarea, el sol aún no quema, y como el campo está hermoso, convida a visitarlo para enterarse de cómo va la cosecha, ejercitándose de paso en el noble arte de la cetrería». En 1935, cuando don Francisco hizo esta descripción, el «panzudo jaco» estaba ya, tal como hoy se ve, descabezado. Y el halcón, suponemos, más que problemáticamente encaperuzado, pues sólo con las alas de la fantasía podríamos hoy asegurar que lo estuviera.

Layna parte de una base falsa al analizar el menologio de Beleña: piensa que la representación de los meses en sus archivoltas son reflejo autóctono de la vida en esa comarca, elaboradas sus escenas por alguien del mismo pueblo o que conoce íntimamente la vida de esas gentes. En absoluto. A Beleña llega, sencillamente, el influjo directo y palpable, tal vez el más sureño que se conoce, de una tradición iconográfica del más puro arraigo pagano. Tanto en el estilo de la talla como en la materialización de sus símbolos podemos identificar claramente una corriente cultural que tiene su origen en remotos tiempos y apartados lugares.

Limitándonos ahora al mes de mayo, diremos (lo mismo que de cualquiera de los otros, meses cabría decir) su rechoncho y cuadrangular aspecto, tanto en el rostro del personaje como en el de la figura en conjunto, que nos hacen pensar en los capiteles románicos del claustro de San Juan de la Peña, de San Pedro el Viejo de Huesca, de la Catedral de Tudela, en los que se abusa como aquí en Beleña, del plegado de los ropajes, signo evidente de un románico avanzado, finales del XII o comienzos del XIII, aunque en el enclave alcarreño interpretado por un artista algo tosco.

El papel de un caballero cazador en medio de la representación de otros meses por concretas escenas de vida rural y doméstica aldeana, no deja de ser sorprendente. En Campisábalos, en esta misma provincia, aparece también un maltratado menologio en el que se incluye parecida representación caballeresca. El Dr. Layna (2) arguye como razón explicativa «la convivencia y fraternidad entre señores y vasallos, productores éstos gracias a su trabajo, y el notable protector de los villanos mediante su bravura y poderío». No. El simbolismo románico circula por más recónditos y ancestrales caminos, ajeno casi totalmente a una realidad social que le resbala en lo más íntimo, aunque externamente no lo parezca. ¿Por qué, repito, un caballero cazador, unos guerreros, entre el sencillo discurrir agrícola y ganadero del año?

Ni siquiera el conocido etnólogo don Julio Caro Baroja, en un estudio que hizo al respecto, trató de profundizar en el tema. Fue Henri Stern quien, finalmente, llegó a la raíz arqueológica de este asunto, dando las líneas generales para su interpretación (3). Antes de él, el austriaco Riegl sentó las bases comparativas de las representaciones de los meses en la antigüedad clásica y en el Medievo europeo, proviniendo de sus estudios las bases por las que nos hemos guiado para el análisis de la representación de mayo en el menologio de Beleña (4).

Desde el apogeo de la cultura helénica, posteriormente adoptada por el imperio romano, fueron los meses del año y sus estaciones motivo suficiente para que el arte de la poesía, de la pintura y la escultura hicieran con ellos todo tipo de manipulaciones. En esa base pagana se centra la posterior evolución de sus representaciones europeas: tamizadas, lógicamente, por el cristianismo triunfante en dos frentes: el oriental bizantino y el occidental carolingio. Es en la corte del gran Carlomagno donde gira el concepto de estas representaciones: aparece un nuevo tono bárbaro, galo, agrícola, olvidando las elaboradas escenas latinas.

Pero vamos al caballero, a ese que con un halcón en la, mano se pasea en mayo por los campos de Beleña. Se remonta a la antigua Grecia la costumbre de emprender las campañas guerreras al término del invierno. Cuando los rigurosos fríos han pasado y la lluvia va abandonando los horizontes, el guerrero heleno y romano se prepara a la batalla. Los generales romanos realizaban en esta fecha la revista militar de sus tropas; era el «campus Martius», la revista de Marte, dios de la guerra. De ahí derivó el nombre del mes: marzo. Es la época del año en que renace la naturaleza junto al espíritu guerrero. Late, pues, un doble motivo ancestral en el corazón de los hombres: primavera y batalla, conjuntadas. Los poetas latinos también aúnan sus palabras en el cántico de ambos aconteceres (5). Pero es a partir del año 755, en Francia, cuando Pepino el Breve cambia tan antigua tradición, y decide comenzar sus anuales campañas guerreras en el mes ed mayo. Los caballos necesitan abundante alimentación vegetal, y ésta no aparece bien cuajada hasta el mes de mayo: es en él cuando realiza su «campus Maiius», o «Campus Madius», la revista preliminar de sus campañas. Será, pues, en este mes, cuando a partir de entonces se aparejará el sentimiento primaveral con el renacer guerrero. La literatura y el arte carolingio así lo adoptan, y de él se extenderá la costumbre al resto del mundo románico occidental. En unas miniaturas carolingias (conocidas con el nombre de «miniaturas de Salzburgo») que se dibujaron en dicha ciudad austriaca a comienzos del siglo IX, siguiendo modelos de Saint Amand o de Corbie, y que hoy se conservan en la Biblioteca Nacional de Viena, se representa mayo con un hombre que lleva flores e hierbas en sus manos. En un poema latino de mediados del siglo IX, atribuido a un monje de la abadía de Fleury‑Sur‑Loire (6), se dice del mes de mayo: «Maius hine gliscens herbis generat nigra bella» (7). Aquí radica, pues, la costumbre románica occidental de representar el mes de mayo con un guerrero o caballero cazador (ésta última es imagen degenerada de la primera). Sin salir de España, vemos cómo en la cripta de San Isidoro, en León, el mes de mayo se representa, en un menologio de pinturas de esta sala, por un caballero que, a pie en el suelo, deja pacer al animal hierbas muy altas ¿qué mejor representación plástica del poema carolingio? En el castillo de Alcañiz queda otro menologio mural: mayo se representa por un rey que caza a, caballo con un halcón en la mano. En la bóveda de la catedral de Pamplona existe también un extraordinario mensario, de circulares medallones tallados en bajorrelieve, en el que correspondiendo a mayo aparece un hombre a caballo con un ave de presa en la mano.