La ermita de Santa Catalina

sábado, 21 julio 1973 0 Por Herrera Casado

 

Perdida en el último confín dé la provincia de Guadalajara, cercana a la raya de Molina de Aragón, y en medio de un espeso o increíble sabinero «una de las joyas menos conocidas ­y más interesantes del arte románico provincial. Es la, desde hace más de 800 años, llamada ermita de Santa Catalina, en aquélla época iglesia parroquial de un pequeño, poblado que se perdió entre ese socorrido «polvo de los siglos», y hoy solitaria y olorosa en medio del bosque. Situada en medio de un triángulo formado por los pueblos de Milmarcos, Labros e Hinojosa, pertenece en realidad al municipio de este último.

Como joya digna de admiración en el arte románico rural de nuestra provincia, fue estudiada ya por el Dr. Layna Serrano, quien publica una reseña de ella en la segunda edición, realizada en 1971 bajo el patrocinio de la Excma. Diputación Provincial y el Ministerio de Información y Turismo, de «La Arquitectura románica en Guadalajara». Aparece aquí, pues, una sencilla repetición, de lo dicho por él, más alguna ampliación que juzgo necesario hacer, especialmente por lo que se refiere al interior, del que nada dijo don Francisco, a pesar de ser de verdadero interés. Tal vez no llegó a entrar.

El exterior presenta un detalle de gran carácter medieval: el atrio porticado orientado al sur, calado su muro por seis arquillos de medio punto que sostienen otros tantos pares de cilíndricas columnas, rematadas en sendos capiteles de decoración vegetal. Sencillos modillones bipartidos sostienen el alero y a la altura de la cara este del atrio, aparecen hoy tapiados otros tres arcos: uno de los inferiores que servía como entrada por ese lado (en la cara occidental del atrio permanece el auténtico ingreso) y las otras dos hacían el oficio de ventanas. El ábside es semicircular, sin columna adosada o imposta horizontal, que realcen su airosa presencia. Conserva sin embargo, una valiosísima colección de canecillos, cuya altura impide su admiración pormenorizada. La portada principal (y única) del templo se halla situada en el muro meridional del mismo, y consta de cuatro archivoltas lisas, con ornamentación vegetal la más externa. Apoyan dichos arcos en sendos capiteles de hojas de acanto en bastante mal estado de conservación. Junto a esta puerta, tallada en la piedra del muro, existe una simbólica rueda formada por cuchillas con la que, según la tradición, fue martirizada Santa Catalina. Es obra bastante más moderna y carente de otro mérito que no sea el de la ornamentación popular.

Al interior del templo se puede hoy pasar sin otro requisito que el de empujar el recio portón de madera. En el mes de agosto pasado fue violentada su cerradura y robado el único objeto de mérito que custodiaba: una pintura en tabla de Santa Catalina, que según el dr. Layna, que la vio, pertenecía al siglo XVI aunque su misma sencillez le daba un aire románico, La iglesia es de nave única y bóveda encañonada, a pesar de que más modernamente fue recubierta por sencillo artesonado de madera.

En la cabecera aparece el presbiterio semicircular que se corresponde con el ábside, y separando éste de la nave aparece el arco triunfal que apoya en capiteles, uno a cada lado.

Ambos tan inmaculadamente conservados, que se dirían labrados ayer mismo. En una piedra de suave tono dorado, el de la derecha represento unas hojas voluminosas y en extremo sintetizadas. El de la izquierda, por el contrario, es un alarde de simbología mitológica medieval. He creído de interés publicar su fotografía, que a los buenos catadores de la Iconografía románica ha de gustar mucho. Se corona por sencilla imposta en cuyas tres caras aparecen roleos vegetales de calibrado equilibrio. Bajo ellos, y constituyendo el cuerpo del capitel, están cuatro ejemplares que son fieles representantes de la Mitología cristiana medieval: frente a frente, y separados por una palmera esquemática, dos grifos de fiero aspecto constituyen la cara frontal del capitel. Escoltándolos aparece un par de sirenas de perfecto rostro femenino. El grifo, como ya es sabido, consta de cabeza y cuerpo de águila, y patas o simplemente cola de león. Hay diversas variedades en su representación. En el caso de la ermita de Santa Catalina su cuerpo es, efectivamente, de alado volátil; su cabeza es parecida a la de un gesticulante perro, y su enorme y enrollada cola presenta una serie de poros cuyos antecedentes me son desconocidos. Las sirenas, de serena actitud, poseen un sencillo cuerpo de ave sustentando su rostro de mujer. En la simbología medieval, que utiliza muy frecuentemente al grifo, a partir de las miniaturas mozárabes hispánicas, de donde se extiende luego a Europa, trae, por su mezcla de águila y león, animales solares y superiores, un significado benéfico, protector, vigilante de los caminos que conducen a la salvación espiritual. Por el contrario, en el mismo contexto de interpretaciones simbólicas, la sirena representa la maldad, el engaño, la voz dulce y armoniosa que atrae y distrae al caminante. Las dos fuerzas que desde su nacimiento, tratan de ganar la atención humana, cual son el bien y el mal, en el sentido radical que la religión cristiana, enraizada en otras creencias asiáticas anteriores ha poseído. Ahí están, fielmente reproducidas por un Ignorado cantero del sigilo XII, en el interior de la ermita románica de Santa Catalina, en el molinés lugar de Hinojosa.

Aparte de este interés artístico edificio, está el emotivo encuentro, la sosegada sorpresa de hallarse en un lado de la carretera, rodeado y embalsamado por el oscuro latir de las sabinas. Sólo necesita una cosa este entrañable monumento molinés: y es su restauración completa, por muy poco dinero, de esas arcadas, del atrio que actualmente se hallan tapadas, así como el tabique que en su interior se levantó para servir de albergue a los pastores del contorno. Restituido su aspecto al primitivo del siglo XII, podrá estar nuestra provincia auténticamente orgullosa de contar en su acervo artístico con tan destacada obra del románico rural.