Labros: un románico inédito

sábado, 7 julio 1973 0 Por Herrera Casado

 

Es el arte románico el primer hacer comunitario de Europa, la primera expresión universal artística que sobrepasa fronteras, estados y cadenas de montañas para afirmar la identidad anímica humana sobre las banderas y las geografías. Desde la Baja Alemania hasta la meseta alcarreña, toda Europa tuvo, entre los siglos VIII al XII, ese aliento unísono y pétreamente gris del hacer románico. Nombre que dicen le viene de sus arcos semicirculares, de medio punto, herederos de la geométrica concepción romana. Creo que se queda muy corta esa definición, pues, aunque ese sea uno de los puntos de arranque, todo el posterior valor artístico del románico, que se encuentra fundamentalmente en sus reductos ornamentales e iconográficos, procede del Norte, del área eslava y «bárbara» que se afirmó como pueblo creador de una civilización nueva, por contrapunto de la romana. Es, sin embargo, en Italia, donde el arte románico guarda mayor entronque con los modos del Imperio. Pero sería muy largo de tratar este tema del diverso hacer románico por toda Europa. En España, concretamente, casi toda la influencia proviene de Europa, siendo preciso considerar el rico aporte de elementos, especialmente ornamentales que aporta la vecina cul­tura árabe, a través de mozárabes y mudéjares que suelen ser, respectivamente, guardadores de la fe y la cultura en la España reconquistada.

Sirva este breve preámbulo para dar paso a una nueva e inédita página de nuestro románico provincial. De ese arte que tan magistralmente estudió el Dr. Layna Serrano y cuya segunda edición de “La Arquitectura románica en Guadalajara” vio la luz no hace mucho gracias al patrocinio de nuestra Excma. Diputación Provincial y el ministerio de Información y Turismo. Quedaron en dicho estudio varias lagunas a las que no pudo arribar el doctor Layna por imposibilidad material de acudir a ellas. Inexplicablemente, en la segunda edición de la obra no se ampliaron sus objetivos sino en una mínima parte. La iglesia de Labros, en el señorío de Molina, es, hoy todavía, un magnífico ejemplar de este arte medieval que tantos entusiasmos, y con razón, despierta.

Todo lo que queda en Labros del siglo XII es la puerta abocinada de su iglesia, pero en tan buen estado de conservación en todos sus detalles, que es un verdadero placer descubrirla y contemplarla. Se alberga su estructura en un cuerpo saliente que, tras las sucesivas reformas sufridas a través de los siglos, actualmente no se aprecia. Tres arquivoltas semicirculares (la central moldurada y las extremas de arista viva) apoyan sobre dos pares de columnas las más superiores, y sobre una jamba lisa la más interna. Rodeando la archivolta externa, corre un semicircular resalte de delicada y perfectamente conservada ornamentación, con una parte central ajedrezada, y dos laterales a base de roleos románicos.

Entre las archivoltas y los capiteles, corre una imposta cuya parte frontal es lisa, pero que va cargada de una simétrica y trabajosa hilera de entrelazos de triple hilo y roleos a todo lo largo de su cara inferior, de tal manera que es lo único que resalta al contemplar la portada a un par de metros. Sólo falta una mínima parte de esta imposta en su parte derecha.

El interés fundamental de esta joya del arte románico molinés radica en sus cuatro capiteles. Estos apoyan sobre sendas columnas sencillas, exentas, pero muy juntas a los ángulos de las jambas, y descargando en sus respectivos basamentos de curvilínea traza. Como en la mayoría de estos capiteles del arte románico rural ocurre, es difícil la interpretación de sus figuras y cargamento iconográfico: más aún que la acción devastadora del tiempo y los elementos atmosféricos, es culpable la rudimentaria manera de hacer de los detallistas medievales, que, si bien reciben sus, modelos de la corriente nórdica (ruta jacobea, etc.), luego no son capaces de conseguir una identidad total entre lo que pretenden y lo que obtienen. Es éste, por el contrario, el mayor encanto del arte románico rural: su doméstico decir, su ingenuo interpretar, su corazón latiente en piedras e impostas, aunque luego la palabra resulte arcana.

De izquierda a derecha, vemos en el primer capitel una figura humana cabalgando un irreconocible animal. La figura, masculina por sus facciones rudas, viste ropa talar, signo de jerarquía en la Baja Edad Media: un clérigo, un profeta, un magnate. Frente a él, un pajarraco con cabeza humana, incluso sonriente. El mundo mítico de la Edad Media española, sin estudiar apenas, está reflejado a lo largo y ancho de nuestro románico. No son caprichos del artista estas figuras o disposiciones: tienen, ya en el momento de, esculpirlas, un sedimentado poso de aceptación. Fiel heredero del «Apocalipsis» de San Juan, de las elucubraciones milenaristas, de las interpretaciones de los «beatos» y las leyendas árabes, la mitología medieval española, aun dentro de un contexto férreamente cristiano, es real y abundante. Estos capiteles de Labros son una buena muestra de ella.

El segundo capitel, a base de complicado entrelazo de triple hilo, goza en nuestra provincia de amplios antecedentes, todos ellos más sencillos y rudos: en la capilla románica del castillo de Zorita (muy probablemente traído de las ruinas de Recópolis), en una ventana del ábside de Campisábalos, y en la portada rojiza de la parroquia de Hijes, aparecen sendos capiteles con idéntico motivo. Este de Labros es, sin duda alguna  el más perfecto y mejor conservado.

El tercer capitel representa, de nuevo, un par de aves de presa (águilas, lechuzas…)  con cabeza humana, si bien mejor trazadas que la del primer capitel. Es, finalmente, el cuarto y último de estos ejemplares iconográficos, el de más difícil interpretación. Dos animales aparecen en extrañas posturas contorsionados. Acerca de su más directa influencia, podría aducirse el dato de los capiteles ilustrados de la vecina ermita de Santa Catalina, de la que trataré la próxima semana, y que posee un ejemplar de subido valor escultórico y simbólico.

Un último tema quisiera tratar tocante a este ejemplar románico.

Es el de su conservación. De la iglesia de Labros no queda ya más que esta puerta, la torre del siglo XVI y las cuatro paredes. El techo se hundió hace pocos años, los altares fueron vendidos a un anticuario, y el atrio de entrada al templo fué desmontado para trasladarlo a la ermita en donde se realizan actualmente los servicios religiosos. Por tal razón, de haber estado techada esta puerta desde hace siglos, es tan buena su conservación actual. Pero de ahora en adelante, su lucha cuerpo a cuerpo con las inclemencias atmosféricas la va a deteriorar rápidamente. Por éstas y otras dos razones que a continuación expongo, creo lo más razonable sea desmontada dicha portada románica y colocada en otro lugar de la provincia, a ser posible dentro, del, señorío de Molina, donde pueda ser admirada, custodiada y  protegida de todo mal. Lo ideal seria que volviera a servir de entrada a un templo cristiano de nueva planta. Esperamos que la Comisión Diocesana de Liturgia y Arte Sacro, opte por una medida cabal y lógica ante este problema. El hecho de que su situación sea en un lugar ya exento de culto, con todas las categorías de la ruina, y el peligro evidente de que cualquier noche se proceda a su expolio por las bien organizadas cuadrillas de ladrones de objetos de arte que pululan por el pala, es lo que nos mueve a solicitar tal medida de salvación. Por el momento, el dato está, ya, en la conciencia provincial.