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abril, 1973:

Ayuda a la vida rural

 

Cuando la frase machacona, repetida, tópica, es la que nos ilustra sobre el abandono y decadencia de los pueblos, de los perdi­dos y alejados núcleos de vida de nuestra provincia, llega como una ráfaga de extraordinario aliento el momento de convocar Concurso, por piarte de la Diputación y otros organismos oficiales, para premiar las cosas más sencillas y honestamente hechas en estos lugares de Guadalajara.

No, son, vitales, no van a salvar a ningún pueblo del hundimiento, ni a otros los va a proyectar a su definitiva salvación: son, simplemente alentadores. Como un obsequio que en ese día grande y festivo, en ese XII Día de la Provincia que llegará a final de junio, quiere hacer la Diputación Provincial a todos cuantos en ella confían. Son unos premios en los que vale más el gesto de ayuda, la voz de ánimo y él cordial palmoteo en la espalda, que el puñado de pesetas que a él se acompaña. Con el que, de todos modos, podrá seguirse en la emprendida tarea.

Se van a repartir un total de 621.000 pesetas a los ayuntamientos, escuelas, centros de, lectura y particulares que más hayan brillado en su tarea de ejecución de obras o embellecimiento de sus propiedades. De una manera rápida, pues ya la prensa local lo ha publicado con lujo de detalles, quisiera recordar el modo y manera en que ese dinero se repartirá el próximo 29 de junio.

En primer lugar, la Excma. Diputación Provincial concederá premios de Cien, Sesenta y Cuarenta mil pesetas a los ayuntamientos que durante 1971,1972 y primer semestre de 1973 hayan ejecutado la más completa labor de ejecución y promoción de obras públicas y privadas. Un premio de pesetas 30.000 es para el ayuntamiento que mejor haya defendido y cuidado su patrimonio histórico – artístico ‑ monumental. Otro de pesetas 20.000 será para la mejor tarea, practicada en orden a la creación de centros rurales de lectura. Veinticinco mil pesetas serán para el Municipio que en los cinco últimos años, haya creado y cuidado sus jardines y parques pú­blicos.

A continuación figuran los premios que la Jefatura Provincial del Movimiento concede en esta ocasión para idénticos o parecidos fines: el Patronato Gerardo de Juan García «Para la mejora de la vivienda rural» va a repartir 200.000 pesetas en total, a los ayuntamientos que hayan mantenido sus localidades, y viviendas en mejor estado de conservación, limpieza y agradable aspecto: Quisiera en este apartado, importante de verdad, hacer alguna aclaración que, a mi, modo de ver, es sustancial: nuestros pueblos alcarreños, todos los pueblos de nuestra provincia, poseen una estructura, un aspecto y un modo de vivir, que es peculiar de Castilla, región única en el mundo, y que ha adquirido su, espíritu y su personalidad a lo largo de muchos siglos y muchos avatares. A la hora de conceder premios para coronar esfuerzos municipales en orden a la limpieza y conservación del conjunto urbano, habrá de tenerse en cuenta lo realizado para presentar ese conjunto con un aire verdaderamente castellanos. Limpio, sí. Pero sobrio y grave. Serio. Sin ruinas, sin aguas estancadas, sin malos olores, sin chatarras abandonadas. Pero también sin parches ni aditamentos inadecuados. En mi modestia opinión, será un demérito grave el llenar un pueblo de puertas verdes y rojas, de fachadas amarillas, de cartelones torpes con que anunciar un bar, una piscina o el alegre carácter de «los quintos del 72». Y, por supuesto, será pecado mortal, urbanísticamente hablando, ese «encalado de fachadas» que por error, supongo, se ha deslizado en las bases de los presentes concursos, Estamos en Castilla, no en Andalucía o la Mancha. Y aquí, que yo sepa, no se ha tenido nunca por costumbre dar de cal a las portadas de las casas. ¿Por qué vamos ahora a sacar una moda que atenta a la más rancia y genuina solera de nuestra tierra, cómo es el aspecto pardo, terroso, pétreo, de los pueblos de Guadalajara? ,

Hay luego ocho premios de 3.000 pesetas para los particulares, que mejor hayan conservado interior o exteriormente sus viviendas.

La Delegación de la Juventud da 25.000 pesetas a la Delegación Local que más dedicación haya procurado a su Centro de Convivencia Juvenil. Y la Sección Femenina dará cuatro premios de 3.000 pesetas al patio, balcón, ventana o fachada mejor adornados con flores y plantas naturales.

También la Caja de Ahorro de Guadalajara va a colaborar en es­te reparto de ayudas económicas, premiando con 25.000 pesetas a la plaza mejor urbanizada y a las Escuelas que más limpias y adornadas estén por el esfuerzo y cariño de maestros y alumnos.

En último lugar, como un capítulo nuevo y sumamente interesante, la «Sección de Defensa de la Naturaleza y el Paisaje» de la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana», conjuntamente con la Comisión Provincial de Información, Turismo y Educación Popular, convocan dos premios de 10.000 y 25.000 pesetas, respectivamente, para los Ayuntamientos que en los últimos, cinco años, más se hayan distinguido en habilitar «Miradores Naturales» para el cómodo llegar y contemplar, por parte de turistas y montañeros, los fabulosos paisajes de los que está llena nuestra provincia.

Ha sonado, pues, la hora de la cordial competencia y el sano disputar entre los pueblos. Más que por unos miles de durillos que puedan llegar a reforzar los presupuestos, por el hecho de ver la propia localidad, decente y cuidadosamente conservada. Y, que los demás, públicamente, lo reconozcan. Suerte a todos, y a esperar.

Sobre forja alcarreña

 

No hace todavía mucho tiempo que Alicia Quintana publicó un trabajo sobre «Cerrajería artística barroca en Castilla la Nueva» que por su interés respecto a dicha faceta del arte en nuestra provincia, bien se merece una reseña en este glosario (1).

Se viene a referir la autora especialmente a las obras de] siglo XVIII en Madrid y sus alrededores (Alcalá, Toledo y Guadalajara) con especial atención para los juegos de cerrajes, lujo de todos los herrajes» como Quintana los califica. Esto no quiere decir que desdeñe clavos, aldabones, tiradores y placas de cerraduras. Da todas estas piezas, tan significativas en el arte de la forja, esboza su evolución estilística y la refleja en ejemplos gráficos (nada menos que 83 fotografías acompaña Alicia Quintana a su trabajo).

Vemos el camino que sigue el clavo desde la cazoleta esferoidal a los más finos repujados. Dos ejemplos provinciales de los mismos nos presenta, en las figuras de un par de puertas de iglesias de Atienza, una de ellas la de San Gil, con clavos del siglo XVI. Aunque el trabajo de Alicia Quintana no se refiere preferentemente a estos objetos, ni tampoco trata a nuestra provincia con particularidad, es de destacar que se haya servido de ellos para ilustrar su obra. Nosotros recordamos ahora los clavos magníficos, los clavos altisonantes e hidalgos que lucen en las puertas de las iglesias de Galápagos, de Loranca, de Peñalver, de Centenera… tantos y tantos hierros artísticos que esperan en nuestra provincia la voz y la mano que los saque de su anonimato.

Analiza luego los aldabones y sus distintas figuras animalísticas, así como su posterior evolución hacia el balaustre decorado y barroco. Uno de ellos, del siglo XVII en Atienza, lo representa en su figura número 28, así como aprovecha otro de una casa particular del mismo pueblo para ilustrar el tipo común de llamador terminando en dos semicírculos su parte inferior.

Placas de cerradura, lugares donde el herrero suele poner su nombre y la fecha de elaboración de una obra; tiradores, también en forma de balaustre, y al fin los juegos de cerrajas, cierran el trabajo importantísimo de Alicia Quintana.

De estas últimas piezas, cuya detallada descripción es un lujo de didactismo y eficiencia, aporta una buena representación nuestra provincia, en competencia con la riqueza artística que Alcalá y Toledo poseen. Naturalmente, las piezas alcarreñas apuntadas por Quintana se refieren exclusivamente a los lugares más conocidos y relevantes artísticamente, de nuestra tierra. El par de cerrajes de la iglesia de San Nicolás en Guadalajara, el juego de las mismas en la de Santa María la Mayor, también en la capital, la cerraja interior de la puerta exterior da la iglesia parroquia¡ de Atienza, y los magníficos ejemplares del siglo XVIII avanzado que las tres puertas de¡ pie de la catedral de Sigüenza poseen, son las razones que arguye para apoyar su teoría de la importante producción que de estas piezas tiene lugar en Madrid en este «Renacimiento barroco de¡ arte de la forja» a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Alicia Quintana ignora sistemáticamente todas las admirables obras que por nuestra provincia hay desperdigadas, y que, en algunas ocasiones, superan en belleza y mérito e las comentadas (2). No la culpamos de ello, reconociendo el largo camino y las muchas horas que quedan todavía por dedicar a este tema de nuestro arte provincial.

El duro afirmarse del hierro contra la madera dócil de puertas y ventanas, nos recuerda siempre el rústico poema de un amor sin límites y sin vanas publicidades. Es el amor peregrino de dos partes del universo, que al fin se encuentran y se proclaman bellas en su abrazo. Satisfechas. Eternizadas.

(1)   Archivo Español de Arte, 174, XLIV, pág. 165, 1971.

(2) Ver mi artículo «Las cerrajas de Alocén», en «Nueva Alcarria» de 2‑XII‑1972.

Fernando III protege a Bonaval

 

Al pie de la oscura cordillera central, donde el insigne Ocejón vela sus armas y rumia sus pérdidas añoranzas polifémicas, corren arroyos, se parten las colinas y aún queda alguna tímida mancha de encinares. Hay pueblos, ‑Almiruete, Valdesotos, Retiendas‑, donde el sólido danzar del tiempo, sus habitantes ensimismados y lentos, sus callejuelas olorosas, tibiamente acariciadas de todos los colores, nos trasportan sin ningún esfuerzo al remoto instante en que la Edad Media hilaba su vestido rural, su parda saya corredora.

Y allí, abajo de las cumbres, todavía nevadas, al fondo de un valle estrecho y tupido, sonoro y calmo, está el esqueleto recio, blanco, indoloro, del monasterio cisterciense de Bonaval. Como una soñada página de códice. Como una colección de épicos cantares. Los muros pálidos, los ventanales afilados y orlados de diamantinas puntas, las cúpulas (aún vivas) de sus capillas absidiales…

Pero no he de hablar aquí, otra vez, de su valor artístico, de su poética dimensión. En anterior ocasión fué tratada por mí esta faceta (1). Hoy viene a nosotros una página de su historia, un documentó tan sólo, pero que con su idioma claro, con su alta y dulce palabra gótica, nos dirá detalles de por qué y cómo tuvo vida aquél recinto. Fué fundado Bonaval en 1164, a cargo del rey Alfonso VII de Castilla, el vencedor de las Navas, el gran monarca que impulsó la reconquista y levantó cenobios cistercienses por todo su ancho territorio. Usaba de ellos como un puntal más en su incisiva marcha hacia el sur, como un espolón de blanca lana y tallada piedra clavado en un terreno cada vez menos islámico, menos infiel por su presencia.

Su nieto, el santo rey Fernando II, que llegó hasta Sevilla a poner la cruz sobre las paredes de la Giralda, tuvo también su momento de atención para el pe­queño monasterio de Bonaval, cuando ya por él cien años y tres generaciones de albos religiosos habían pasado. Cuando sus dominios y riquezas, si no en demasía, ya hablan crecido un tanto y pesaban en la rueda imparable del poder eclesiástico. Es este documento (2) un ancho y sonoro pergamino, escrito en latín, y signado por todos los obispos de Castilla (entre los que aparece «Rodericus, Segontinum episcopus» y altos dignatarios del reino, con el Crismón en su comienzo y el sello rodado del rey Fernando al fin de la carta, ambos en colores negro, rojo y verde. La carta está dada en el pueblo de Talamanca, hoy perteneciente a la provincia de Madrid, lugar en que paraba el rey a 2 de marzo de 1218, fecha en que está dado el privilegio.

Comienza don Fernando diciendo a los monjes bernardos del buen valle, del Bonaval perdido: «Tal como el ilustrísimo rey don Alfonso, mi abuelo, de felicísima, memoria, os concedió el privilegio abajo escrito, misericordiosamente os renuevo». Y lanza al público conocimiento de los hombres de la ascendente Castilla, a los altos y bajos, a los poderosos y a los mendigos, que él, Fernando, por la gracia de Dios rey de Castilla y de Toledo, con el asenso y beneplácito de su madre la reina doña Berenguela y de su hermano el infante don Alfonso, hace carta «de ruego», de concesión, de confirmación y de firmeza». Para Dios, para el monasterio de Bonaval, para su abad mismo, que a la sazón se llamaba don Juan… para todos los monjes que en él viven y vivirán en el futuro. Acoge bajo su defensa y regia tutela tanto a los religiosos, como a los sirvientes y labradores que se ocupan en mantener decorosa la vida de los bernardos; a sus heredades y posesiones; a sus ganados, a sus cabañas y cuantas cosas móviles o inmóviles que posean. Y a renglón seguido, establece y ordena: «Que nadie sea osado a algo o algunas cosas del citado monasterio inferir daño, ya sea de lo poseído como de lo por poseer en el futuro».

Eran todas éstas, meras fórmulas legislativas por las que se trataba de atar todos los cabos, para que bajo ningún concepto sufriera daño o atentado la comunidad, y así pudiera ocuparse dulce y reposadamente a su alta misión espiritual.

La riqueza ganadera de los cistercienses de Bonaval debía ser, en este comienzo del siglo XIII, muy importante. Rebaños de cabras y de ovejas, sobre todo, se extenderían por los montes y alamedas de la región, agreste y sólo dada a este tipo de explotación, en que está enclavado el monasterio. Incluso es muy probable que, como consecuencia del abultado número de cabezas de ganado poseídas, sus pastores tuvieran que entrar en el antiguo y bien organizado sistema de la trashumancia, para poder mantener siempre a las reses en temperaturas adecuadas y zonas de pasto propicio. Toda esta presunción surge de los párrafos, largos y detallados, en que Fernando III ordena que puedan atravesar y  recorrer, «todos sus reinos, en cualquiera parte de ellos» sin que sean retenidos los rebaños, molestados los pastores ni destruidas sus cabañas Es más, expresamente señala: que nadie, en ninguna parte de mi reino, les solicite el portazgo», que era un impuesto a cobrar en determinados lugares, pasos o “puertas” de los estados reales, eclesiásticos o señoriales. No parece sino un claro y remoto sistema de protección y fomento de la ganadería, que luego, con la institucionalizada y gremial «Mesta» castellana, había de herir gravemente al cultivó agrario.

Y continúa don Fernando, haciendo concesiones y rubricando favores a los monjes serranos: les permite tener cuantos hornos quieran; les faculta para llevar ante la real presencia cualquier pleito ó disputa que con otras personas tengan; amenaza a pagar doble a quien ataque y lastime los intereses o pertenencias de los cistercienses de Bonaval. No se cansa nunca de proteger, de mimar, de dar todo su apoyo a la obra que hacen estos hombres callados y ensimismados. Una obra que hoy, desde la distancia de los ocho siglos que nos separan, parece blanquearse y caer en la más profunda de las nulidades. Pero no sólo ruinas y románticos recuerdos nos han dejado las órdenes monacales del Medievo: su tarea de avanzadilla cultural, de creación de núcleos agrícolas y ganaderos, repobladores, alertas siempre, ha sido importantísima, y, como tal, pretendo sea reconocida por vosotros.

(1) «Bonaval llegará al cielo». Nueva Alcarria, 10‑VI‑72.

(2) Archivo Histórico Nacional. Sección de Clero, carpeta 583, número 18.

Vieja nómina alcarreña

 

Este es el documento de un viajero y curioso, de un siempre joven del siglo XVII, nada menos que de Baltasar Porreño, que a fuerza de su curiosidad y escrutadora atención a cuanto le rodeaba, ha llegado a catar la miel espolvoreada de la inmortalidad, el póstumo calificativo de historiador, nada menos. Pero él, en su vida, fué un hombre íntimamente cuadrado consigo mismo, y de sosegada existencia, anotadora y ávida de cuanto a su alrededor ocurría. Hizo un relato de las Cosas notables que sucedieron en el reinado de Felipe II, que fueron casi todas, y después la tomó con Cuenca, que para eso era hijo de la ciudad del Júcar y cura de su diócesis. Por encargo de su obispo, don Andrés Pacheco, hizo una amplia e interesante «Relación de los Santuarios del Obispado de Cuenca» (1), y a dictado de su impenitente corazón viajero, escribió otra «Memoria de las cosas notables que tiene la ciudad de Cuenca y su Obispado» (2) en la que aparecen muchos pueblos de nuestra Alcarria, y que, a simple título de curiosidad, reseño.

Ex plica que Alcocer, en «arábigo» quiere decir Castillos, y «es villa antiquísima y noble, en quien hay Memorias y fundaciones de Reyes». Señala la existencia en este pueblo, uno de los más importantes de la Hoya del Infantado, de dos conventos de la orden franciscana: uno de hombres, y otro de religiosas de Santa Clara, edificado en el interior del pueblo en 1384 (su traslado desde el primitivo emplazamiento de San Miguel del Monte es anterior, aprobado por el Capítulo General de Toulouse en 1373, y dotado por el rey Enrique II de Castilla en el mismo año, se verificó, lógicamente, unos años antes. Lo que actualmente resta de tan importante fundación, es una portada y una iglesia de comienzos del siglo XVI, que ostenta en su fachada las armas del emperador Carlos I).

De Arbeteta dice que «aquí hay dos Hornos de vidrio», y de Albalate «pueblo abundante de nueces y cáñamo». Hace el elogio de Armallones como «pueblo abundante de trementina», y luego pasa a hablar de Córcoles, en el cual tenía un Beneficio y realizaba las funciones de cura párroco del lugar. «Aquí hay un Monasterio insigne y real de la, Orden de San Bernardo, llamado Nuestra Señora de Monsalud, para cuya fundación envió el mismo San Bernardo dos discípulos suyos (en realidad, fueron tres los fundadores: Fortunio Donato, Raimundo y Bueno Emeilino, que ostentaron los puestos de abad sucesivamente). Aquí se cura milagrosamente la rabia con’ el aceite de la lámpara de Nuestra Señora y con la salutación que hacen los Religiosos a los que vienen heridos de perros rabiosos, donde se ven cada día insignes milagros. Aquí está sepultado un maestre de Calatrava, llamado Nuño Pérez de Quiñones, y en esta villa estuvo un tiempo el Convento de Calatrava. Este convento es más antiguo que la toma de Cuenca, según me consta del Archivo que he visto en esta santa Casa. Algunos abades de esta Real Casa han salido por Generales de la Religión».

Dice de Zaorejas que «hay una fuente que sale de una peña, en la cual se crían muchas y muy buenas truchas», y de Casasana «que fué un tiempo Cárcel de incorregibles. Aquí hay una ermita de Ntra. Sra. de la Fuensanta, en término de Millana, donde se obran grandes milagros».

A Sacedón, de donde también era cura el licenciado Porreño, le hace una alegre y sana propaganda con vista al turismo, todavía restringido, del Siglo de Oro: «es villa apropiada para caza mayor, abundante en hierbas medicinales y en vino de primer tapón. A una legua de él están unos baños que son de los insignes del Reyno».

De Pareja arguye el ya conocido «nudo episcopal» que se daba en su puente, en el que podía sentarse a comer tres obispos en una misma mesa, y estar cada uno en su obispado (algo parecido a lo que ocurría con la Mesa de los Tres Reyes, en el Pirineo navarroaragonés). En Pareja confluían las jurisdicciones espirituales de Toledo, Cuenca y Sigüenza.

Del arroyo que en Poveda de la Sierra baja hacia el Tajo, alaba su «abundancia de truchas» y en Peñalén señala que es «villa cabeza de la Religión de San Juan, pueblo de muchos ganados, y de muy fina lana, que se tira para bonetes de turcos y paños finos, así para Toledo como para fuera del Reyno». Y a Villanueva de Alcorón le realza como «pueblo abundante de trementina».

Muy someramente se refiere a la importante villa de Salmerón, en la Hoya del Infantado, indicando su abundancia de aceite, y la existencia de un Monasterio de San Agustín, en el que era tradición se conservaba el cuerpo de Santa Isabel (este Monasterio, de origen legendario, consta históricamente ya fundado en 1341, en que Alfonso XI le concede diversas mercedes y privilegios. La tradición de haberse encontrado el cuerpo de Santa Isabel de Hungría, al cavar para levantar la sacristía del templo, es altamente sospechoso, pues consta que tal santa murió en 1225, en Mamburgear, Alemania, y no se explica fácilmente la traída de su cuerpo desde tan lejos para ser enterrado en medio del campo alcarreño, pues eso era el lugar donde se erigió, y hoy yacen sus ruinas, el monasterio agustino de Nuestra Señora del Puerto).

En el Recuenco señala que «hay dos Hornos de vidrio y una Ermita de Ntra. Sra. de la Bienvenida de mucha devoción y milagros». En Poyos refiere que «aquí está el Palacio de los Comendadores de Peñalén de la Orden de San Juan. Aquí hay un soto con abundancia de conejos». Había. Hoy está todo ello tapado con el acerado brillo de las aguas del pantano.

Tiene Baltasar Porreño también un recuerdo para el lugar de Viana, en donde hay «dos promontorios de peñas muy altos, y desde ellos se descubren muchas tierras. Súbese a ellos con dificultad, y en la cumbre hacen unos llanos redondos muy apacibles: son memorables en esta tierra, y las llaman las Peñas de Viana». Que ahora nosotros llamamos, más gráfica y atinadamente, las Tetas de Viana, donde las más diversas civilizaciones han cruzado las espadas y los influjos cimentadores: íberos, romanos y árabes han tenido, en sus casi inexpugnables cimas, sólido asiento.

Hasta aquí lo que el licenciado Porreño nos deja escrito, en breve y bienintencionada «Guía para el turista devoto de la Alcarria» sobre algunos pueblos de las orillas del Tajo y GuadieIa. Que a ti, lector y ávido viajero del siglo XX, te sea útil. Y te interese.

(1) Manuscrito de la Biblioteca del Palacio Real.

(2) Real Academia de la Histo­ria, Sección de Manuscritos.