El románico de Aldeanueva

sábado, 24 marzo 1973 0 Por Herrera Casado

 

El tema de la arquitectura románica en la provincia de Guadalajara es todavía actualidad, algo que late y se mueve, que lanza sus ramas al aire, que nos habla… Cuando aún no hace dos años apareció la segunda edición de La Arquitectura románica en Guadalajara a la que el doctor Layna Serrano dedicó sus más juveniles impulsos y sus maduros retoques, parecía no quedar ya nada por decir. El tiempo, como una bola cuesta abajo que no para, sigue lanzando sus destellos: siguen apareciendo nuevas joyas de este arte medieval. Y es ahora muy cerca de la capital de la provincia, en el pueblo de Aldeanueva de Guadalajara, donde está a punto de rubricarse un nuevo capítulo de esta historia.

A Aldeanueva se va por Iriépal, por una carretera que desde hace unos meses, gracias al incansable afán de la Excma. Diputación, tiene cubierta de suave asfalto su faz que fue arisca y pedregosa durante años. Así, a tan sólo 12 kilómetros de nuestra capital, aparece el románico. En la citada obra del doctor Layna Serrano, en el final de su página 219, aparece una brevísima alusión a su iglesia parroquial, calificando de «absolutamente desprovista de interés» a su portada. No cometió yerro nuestro desaparecido cronista, pues lo que él vio no ofrecía parar la atención ni cinco minutos. Lo bueno, lo auténtico, estaba oculto. Durante muchos siglos había permanecido tapada por el yeso y las «reformas» una obra de arte único en nuestra provincia. Gracias a nuestro señor obispo, doctor Castán Lacoma, que se dio cuenta de lo que había allí escondido, y al entusiasmo y sacrificio que día a día, desde hace ya unos cuantos meses, derrocha su párroco don Calixto García, sin olvidar el entusiasta aporte de medios económicos y trabajo personal del vecindario de Aldeanueva, y el singular interés del maestro‑albañil Aurelio Sánchez y compañeros Gregorio Sigüenza y Miguel Duque, la obra de restauración de esta iglesia está en marcha. Ahora lo que hace falta es que de todas partes llueva la ayuda económica que para su final feliz necesita. Que esos organismos oficiales que tantos millones se están dejando en obras de restauración en la capital y pueblos grandes, dejen en Aldeanueva algún pellizco, que tan digna como las otras es esta empresa acometida.

Pero vayamos ahora con su descripción. Es ésta una obra que adquiere todo su carácter en el interior del templo. Y por él queda catalogada perfectamente como muestre del románico mudéjar, de una gran carga hispano‑árabe a través del sentido cristiano reconciliador. Este carácter de mudejarismo se lo dan dos hechos: el de su erección en el siglo XIII, cuando una vez pacificada y occidentalizada esta zona alcarreña, aún queda entre su población un gran elemento árabe que no ha creído necesario huir hacia el sur, y que con el hombre de «mudéjar» convive pacíficamente con la nueva población, menor en número pero socialmente preeminente, venida de tierras más septentrionales. El otro hecho es el de la escasez de piedra y material noble para la construcción en toda esta zona de la baja Alcarria. Al igual que en Guadalajara (de ahí su gran parecido con la también restaurada iglesia de Santiago, mudéjar pura, aunque más elaborada y moderna) sólo el ladrillo y la mampostería se pueden usar en abundancia. Resultando de la combinación del blanco y el rojo un efecto sorprendente y muy agradable.

La portada de la iglesia de Aldeanueva está orientada, como es normal en estos casos, al sur. Posee un atrio de elevado pretil, en el que columnas de ladrillo alternadas con maderos sostienen el tejadillo. Una vivienda se construyó en la prolongación de este atrio, que está en proyecto ampliarlo hasta sus primitivas dimensiones. Un par de archivoltas de arista viva descansan sobre lisos capiteles apoyados en sus respectivas columnas. Es una portada de gran sencillez, completada con un frontal de ladrillo, en el que se deja ver algún juego y esbozar algún dibujo propio del hacer mudéjar.

El muro de poniente está reformado, aunque en época no posterior al siglo XVI. Debía tener una espadaña como todas las iglesias del estilo, pero por estar en mal estado (el muro es muy ancho y si la espadaña le abarcaba entero, vendría pronto a caer en grietas e inestabilidades) se derribaría y se levantó la torre, maciza pero no exenta de gracia, en el ángulo noroeste. En este mismo muro que hace el pie de la iglesia, aparece una curiosa puerta, pequeña y durante mucho tiempo ignorada, en que nos sorprende un arco de herradura apuntado, todo él revestido de ladrillo, y que pregona en voz muy alta su origen árabe. Es, quizás, el más curioso detalle de todo el templo, por lo que supone de incrustación orientalista en una iglesia rural.

En la cabecera del templo, también al exterior, un ábside semicircular de mampostería se cubre de teja que apoya en cornisa moldurada sostenida por tallados modillones muy sencillos. En el muro norte, que se ha conservado íntegro y original, aparecen contrafuertes de ladrillo y una cornisa en la que este elemento dibuja caprichosas filigranas.

El interior se ve ya, a pesar de estar todavía en obra, de un pleno y avasallador carácter medieval: una sola nave, muy alta, ve flanqueados sus muros por internos contrafuertes o pilastras adosadas que forman al juntarse un gran arco apuntando. Son tres los arcos de este tipo, íntegramente de ladrillo desnudo que sostienen la bóveda, formada por sencillo artesonado de madera. El muro que media entre uno y otro, es de mampostería surcada por hiladas de ladrillo, haciéndose algo más delgado a partir de los tres metros del suelo.

El elemento: principal del templo es, indudablemente, la cabecera, en la que se incluye el presbiterio de forma casi cuadrada, rematado por el ábside que no llega a alcanzar el semicírculo. El paso de la nave central al presbiterio (que es más alto que ella, necesitando dos escalones para ascenderle) se realiza por un gran arco triunfa de ladrillo descubierto, apoyado en cuatro columnas: dos de arista viva, las más exteriores, y otras dos adosadas, semicirculares, que remataban en capitales foliados, de los que sólo han aparecido dos, en el lado de la Epístola, de los cuatro que debería habar.

El presbiterio se cubre por cúpula de medio cañón, también de ladrillo, separada por la cúpula semiesférica, del ábside, hecha en el mismo material, por un arco formero de piedra tallada. Las paredes de presbiterio y ábside son también de piedra, y en el centro de éste, aparecen tres pequeñas y graciosas ventanas que con su orla de rojo ladrillo rompen la blanca monotonía de la pared final. El efecto que desde los pies del templo produce al espectador la visión de esa cabecera, en la que el blanco y el rojo combinan de tal modo que la vista nunca se cansa de admirarlo, es imborrable. Podernos decir sin ninguna clase de prejuicios, que es, en su estilo, única en la provincia. Su estado anterior, cubierta de yeso toda ella, con un antiestético coro a los pies y un retablo mayor desvencijado, de mal estilo barroco, carente incluso de sobredorado, y que, en bien de la estética y el buen gusto esperamos y deseamos que no volverá a colocarse, era como el de tantas otras iglesias de Guadalajara: soso y desangelado. Pero por obra y gracia de un obispo que sabe mucho de arte, y de un párroco que no ha querido seguir en la rutina fácil de cada día, sino que se ha lanzado, ayudado de sus fieles parroquianos, a la difícil pero hermosa tarea de hacer más auténticos a sus pueblos y a su patria, la de Aldeanueva de Guadalajara será, dentro de muy poco, punto de obligada visita para muchos turistas que buscan el sabor medieval de esta nuestra provincia.

A mí sólo me queda, después de lo visto, dar la felicitación y enhorabuena a todo el pueblo de Aldeanueva, por haber tenido la suerte inmensa de encontrar un espíritu, ese de don Calixto, grande e incansable, que ha recuperado para ellos una importante joya artística. Que dentro de muy poco, podamos verla terminada.